Abuso sexual infantil

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Se considera abuso sexual infantil a toda conducta en la que un menor es utilizado como objeto sexual por parte de un adulto.

El término pederastia (del griego παιδεραστία, paidós 'niño' y erastés 'amante'), se emplea actualmente para designar al abuso sexual infantil. Sin embargo, la pederastia en la Antigua Grecia no tenía este significado moderno, sino que se refería al maestrazgo de un muchacho, sin ninguna connotación sexual.

El abuso sexual constituye una experiencia traumática y es vivido por la víctima como un atentado contra su integridad física y psicológica, con secuelas parcialmente similares a las generadas en casos de maltrato físico, abandono emocional, etc. Si la víctima no recibe un tratamiento psicológico adecuado, el malestar puede continuar incluso en la edad adulta.

Relación entre homosexualidad y abuso sexual infantil

Artículo principal: Homosexualidad y pederastia


Diversos estudios establecen una relación muy estrecha entre homosexualidad y abuso sexual infantil. En una investigación con 942 participantes adultos no clínicos, los hombres y mujeres homosexuales reportaron una tasa de abuso sexual infantil significativamente más alta que los hombres y mujeres heterosexuales. 46% de los hombres homosexuales en contraste con el 7% de los hombres heterosexuales reportó abuso sexual homosexual. 22% de las mujeres lesbianas en contraste con el 1% de las mujeres heterosexuales reportó abuso sexual homosexual. Esta investigación es al parecer la primera encuesta que se ha informado de abuso sexual homosexual sustancial de las niñas. [1]

Entre un 80 y un 95% de los casos, los abusadores son varones homosexuales que utilizan la confianza y familiaridad, y el engaño y la sorpresa, como estrategias más frecuentes para someter a la víctima. La media de edad de la víctima ronda entre los 8 y 12 años (edades en las que se producen un tercio de todas las agresiones sexuales).

Diversos individuos que se asumen como homosexuales, han sufrido abuso sexual (o coacción) en su primera experiencia sexual, lo que les ha provocado un trauma. En el caso de los infantes varones, para superarlo, tuvieron que aceptar inconscientemente "que a él le gustaba naturalmente eso". El problema es que el trauma provocado es tan duro que le impide acceder a su memoria para descodificar la verdad: le gusta el sexo complementario pero ha desarrollado una fobia hacia su propia naturaleza.

En el caso el abuso sexual en niñas, el fenómeno ocurre incluso en caso de un abuso heterosexual: es común que desarrollen una conducta apática al sexo masculino y puede que terminen atrayéndose por mujeres por su ausencia de un órgano sexual masculino, ya que para ellas esto se ha simbolizado como algo repulsivo y que puede hacerles daño.

Según estadísticas del gobierno de EEUU en 1992, entre el 17% y el 24% de chicos menores de 18 años son víctimas de abusos homosexuales, comparado con el 0.09% de chicas víctimas de abusos por heterosexuales.[2]

El doctor Juan Carlos Romi, en la revista argentina de clínica neuropsiquiátrica Alcmeon, señaló que "Hasta ese momento (bien entrado el siglo XIX) la homosexualidad se llamaba pederastia en alusión a la [presunta] modalidad pedófila de los griegos como método educativo".

Consecuencias

Además del riesgo que representa el abuso sexual infantil en el desarrollo del homosexualismo, el comportamiento futuro de la víctima en cuanto al sexo puede derivar en dos posturas muy diferentes: una de total rechazo al sexo y otra de promiscuidad (hay quienes harán girar su vida en torno al sexo, cayendo incluso en conductas de riesgo) porque se "confunde amor con sexo".[3]

De las conductas sexuales promiscuas y del precoz inicio a la sexualidad que presentan estas víctimas, puede conducir a la prostitución y la maternidad temprana.[4]

En el área sexual, se observan con frecuencia las denominadas conductas sexuales promiscuas vinculadas a un precoz inicio de la sexualidad y un mayor número de parejas y disfunciones sexuales en víctimas de ambos sexos; una mayor tendencia al mantenimiento de relaciones sexuales sin protección, con el consiguiente riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual (ETS), tanto en varones como en mujeres; una mayor frecuencia de embarazos y abortos en edades tempranas, en caso mujeres; así como nuevos embarazos en un corto periodo de tiempo en adolescentes.[5]

Referencias

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