Coetus Internationalis Patrum

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El Coetus Internationalis Patrum (CIP) –o Grupo Internacional de Padres en español– fue una agrupación de sacerdotes católicos que participaron del Concilio Vaticano II intentando defender la preservación de las tradiciones milenarias de la Iglesia Católica frente a los masones infiltrados que buscaban eliminarlas.

Origen

En octubre de 1962, durante el desarrollo de la primera sesión de Concilio Vaticano II, el intelectual brasileño Plinio Corrêa de Oliveira les pidió a los obispos Antônio de Castro Mayer y Geraldo de Proença Sigaud que organizasen una coalición de defensores de la tradición. Gracias a las gestiones de Benedetto Aloisi Masella, el nuncio apostólico en Brasil, a Castro Mayer y a Proença Sigaud se le sumaron Roberto Ronca (Arzobispo de Lepanto) y Ernesto Ruffini (Arzobispo de Palermo). Más tarde se unirían al grupo otros sacerdotes: Antonio Piolanti, Rector de la Pontificia Universidad Lateranense, Joseph Clifford Fenton, un prestigioso teólogo estadounidense, y Marcel Lefebvre, famoso misionero católico en el África francófona.

El grupo intentó reclutar al Cardenal Giuseppe Siri, quien en ese momento era presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, una de las asambleas nacionales de obispos más influyentes y más conservadoras de Europa. De todos modos Siri optó por no acoplarse a la coalición tradicionalista y, hacia fines de diciembre de 1962, terminó armando su propio grupo de prelados italianos para estudiar los cambios propuestos por la masonería. Esa maniobra favoreció a los reformistas.

Concluida la primera sesión del Concilio Vaticano II, se había vuelto evidente que el plan de los enemigos de la Iglesia era destruirla por dentro. A raíz de eso Monseñor Proença Sigaud y Monseñor Lefebvre formalizaron la creación del CIP en abril de 1963, siendo apadrinados por el inquisidor italiano Alfredo Ottaviani.

Miembros

Se estima que el CIP llegó a tener alrededor de 250 miembros. Todos ellos eran católicos antimodernistas provenientes de todas partes del mundo (aunque la mayoría eran italianos): estaban el filipino Rufino Santos, el irlandés Michael Browne, los españoles Arcadio Larraona Saralegui y Fernando Quiroga y Palacios, el ceilandés Thomas Cooray, el canadiense Georges Cabana, el indio Joseph Cordeiro, el chileno Alfredo Silva Santiago, etc. El que encabezaba al grupo de asesores en asuntos teológicos del CIP era el neerlandés Sebastiaan Tromp.

En ocasiones el CIP consiguió el apoyo de otros sacerdotes presentes en el Concilio: así, por ejemplo, cuando circuló un petitorio para que los documentos finales del encuentro emitiesen una condena explícita contra el comunismo, el CIP llegó a conseguir 435 firmas, equivalentes a algo así como el 20% de los asistentes al Concilio.

Agenda

La agenda del CIP tenía como objetivo primordial el repudiar la idea de colegialidad episcopal dentro de la Iglesia, pues veían eso como un desliz democrático en una institución a la que entendían como fuertemente verticalista.

Otro asunto importante era su rechazo a la idea de la libertad religiosa: si la Iglesia Católica admitía que existen otras religiones además del catolicismo, entonces ella se convertiría en una institución superflua. Y si aceptaba que esas otras religiones eran igual de válidas que el catolicismo, entonces el sacrificio de Cristo perdería todo su sentido. La libertad religiosa, por tanto, era vista como el colapso de la cristiandad.

El CIP desplegó una feroz campaña anticomunista, ya que juzgaban a esa ideología inventada por Marx como intrínsecamente perversa, dado su carácter deliberadamente ateo y materialista. Sin embargo entre los sacerdotes progresistas que asistieron al Concilio Vaticano II habían muchos que se negaban a condenar a dicha ideología, y habían otros que hasta la aprobaban al considerarla emparentada al comunismo cristiano.

Otra cuestión importante fue su promoción del culto a la Virgen María, cosa que los progresistas se negaban a impulsar para no ofender a los observadores protestantes que habían sido invitados al evento.

Actuación durante el Concilio

Recién en 1964, durante la tercera sesión del Concilio, el CIP comenzó su ofensiva. Los tradicionalistas plantearon que el Concilio Vaticano II debía ser una continuación y no una ruptura con lo concluido en el Concilio Vaticano I.

El Cardenal Larraona envió al Papa Pablo VI una carta firmada por muchos prelados en la que se aseguraba que la idea de la colegialidad episcopal lesionaba abiertamente la doctrina de la primacía papal enseñada por el Magisterio de la Iglesia. Esa misiva fue la primera demostración de fuerza del CIP y el anuncio de que el Concilio se convertiría en un campo de batalla entre los progresistas destructores del catolicismo y los tradicionalistas defensores de la religión.

Amleto Cicognani, un cardenal cercano al Papa, criticó la existencia del CIP, sin embargo no había ningún elemento reglamentario que objete la formación del grupo tradicionalista. Además, dado que los progresistas estaban perfectamente organizados, era prácticamente una necesidad que los apologistas de la tradición hicieran lo mismo.

Los progresistas buscaban restarle importancia a la Biblia, cuestionando de ese modo la Revelación (y con ello a la esencia misma del cristianismo). Sin embargo el CIP defendió el texto sagrado, y logró que Pablo VI reconozca la historicidad de los evangelios, cosa que era cuestionada por los progresistas, quienes querían ver a Jesucristo como un mero personaje literario, similar a Don Quijote o Robin Hood.

Al finalizar el Concilio, los progresistas reconocieron muchas de sus tretas empleadas para bloquearle las iniciativas al CIP, sin embargo nada se hizo después para restaurar el orden roto. Las consignas cuestionadas por los tradicionalistas se convirtieron en las nuevas reglas de la Iglesia Católica. La abolición de la misa tridentina fue el símbolo del triunfo de la masonería cristianófoba.

Legado

Una vez finalizado el Concilio Vaticano II el CIP se disolvió, pese a los intentos por mantenerlo vigente. Como consecuencia de ello muchos de sus miembros comenzaron a desarrollar iniciativas particulares para salvaguardar la tradición: Monseñor Lefebvre fundó la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, Monseñor Castro Mayer maniobró dentro de su diócesis para evitar que las reformas conciliares se aplicaran en todos los templos y terminó por crear la Unión Sacerdotal San Juan María Vianney, y varios prelados italianos auspiciaron la creación de la revista de teología Renovatio.

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