Combate de Los Pozos

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Combate de Los Pozos – 11 de junio de 1826

Antecedentes

En 1825 el gobierno del Imperio del Brasil tras alegar que las Provincias Unidas del Río de la Plata apoyaron el desembarco de los Treinta y Tres Orientales, reforzó sus tropas en la Provincia Oriental y declaró bloqueados todos los puertos de las Provincias Unidas. Consecuentemente el 4 de noviembre de 1825 el general Juan Gregorio de Las Heras declaró rotas las relaciones diplomáticas con el Brasil y acto seguido el Imperio declaró la guerra, el 10 de diciembre de 1825, la cual duró tres años.

Por su parte el gobierno de Buenos Aires reconcentró en la costa del Uruguay un cuerpo de ejército a las órdenes del general Martín Rodríguez; hizo construir algunas baterías sobre el Paraná bajo la dirección del mayor Martiniano Chilavert, y confió al coronel Guillermo Brown el mando de una corta flotilla, la cual se aumentó algunos meses después por una suscripción de los ciudadanos pudientes[1]. Esta última medida era tanto más urgente por cuanto el Imperio dominaba los ríos de la Plata, Uruguay y Paraná, por haber fortificado la Colonia y Martín García y porque hacía efectivo el bloqueo con una escuadra poderosa.

Y mientras la atención se contraía a lo largo de los ríos que limitaban por el lado argentino lo que, según todas las probabilidades, sería el teatro de la guerra, el Imperio preparaba una invasión por la costa sur de Buenos Aires y trabajaba en su favor el ánimo de algunos caciques de los indios que permanecían en son de guerra desde la última expedición del general Rodríguez. Apercibido de ello el gobierno se apresuró a conjugar ese doble peligro que podría reducir el territorio de Buenos Aires a los extremos más difíciles.

Rosas pacta con los indios

Al efecto el ministro García llamó al coronel Juan Manuel de Rosas y le manifestó que el gobierno tenía las pruebas de que los imperiales querían apoderarse de Bahía Blanca y de Patagones para concitar a los indios a que penetrasen en Buenos Aires y obligar al gobierno a distraer hombres y recursos. Que en vista de esto, el gobierno le ordenaba se trasladase a la costa sur, se valiese de su influencia sobre los caciques para impedir que se aliasen con los imperiales y pusiese en estado de defensa aquellos dos puntos amenazados. Esta comisión era tan importante como urgente, pues las autoridades de Patagones acababan de apresar a cuatro oficiales imperiales que habían bajado de una corbeta surta en ese puerto.

El gobierno había encomendado poco antes a Rosas el negociado pacífico con los indios, y nombrándolo enseguida en unión del coronel Juan Lavalle y de Felipe Senillosa para que midiesen la nueva línea de fronteras. Terminado el encargo de estos últimos, Rosas continuó en la negociación con los indios hasta que en virtud de las circunstancias apremiantes que el gobierno ponía de manifiesto, envió algunos indios y a dos indias de cuyos hijos él era padrino, para que invitasen a los caciques Pampas, Tehuelches y Ranqueles a un gran parlamento que tendría lugar más allá del Tandil, y muy principalmente a los caciques Chañil, Cachul y Lincon que se obstinaban hasta entonces en no aceptar ningún arreglo. No sin vencer grandes dificultades tuvo lugar el parlamento, con asistencia de los caciques nombrados, bajo la fe del compromiso personal que Rosas contrajera de que había de cumplirse lo que estipularan. Rosas se dirigió solo al campamento de los indios y arregló allí la fijación de la línea de frontera, comprometiéndose aquéllos a permanecer en paz con el gobierno[2].

Seguro que estos caciques no moverían sus toldos (que no los movieron durante la guerra con el Brasil), Rosas se concentró entonces en defender los puntos amenazados. Engrosó con 200 hombres los piquetes de voluntarios y de blandengues que al mando del capitán Molina guarnecían Patagones. Reforzó la batería de la costa con cuatro cañones bien dotados. Sitió cerca de ese punto varios toldos de indios amigos, y puso estas fuerzas a las órdenes del coronel Francisco Sosa. Con ellas y con las que comandaba el coronel Estorba en Bahía Blanca, y alejado el peligro de que los indios se entendiesen con los imperiales, era muy difícil que éstos pudieran penetrar con ventaja por esa costa.

Los imperiales sufrieron, en efecto, un ruidoso fracaso. Durante la noche desembarcaron como 700 hombres en la costa entre Bahía Blanca y Patagones, con el intento de sorprender la guarnición de este último punto. Los sintió Luis Molina, antiguo soldado de San Martín y hombre de valer entre los indios, como que a sus aventuras en la vida del desierto, unía la circunstancia de ser casado con la hija del cacique Neukapan, uno de los que Ramos Mejía había reducido en Kaquel. Este y el coronel Sosa diseminaron sus fuerzas formando un extenso semicírculo en la costa escarpada y crespa de totorales, cangrejales, etc., y antes de venir el día le prendieron fuego al campo. Los imperiales fueron presa de las llamas y los que se salvaron de éstas, o murieron a manos de los republicanos, o fueron hechos prisioneros. El capitán Juan Bautista Thorne completó este suceso apoderándose con su bergantín de la corbeta Icapavari, cuya tripulación había bajado a tierra para asegurar más el éxito de la invasión.

Las acciones

Los imperiales no fueron por entonces más felices en los ríos, con ser que se pretendían dueños del Plata y sus afluentes. En los últimos días de mayo de 1826 el bergantín argentino Balcarce, las goletas Sarandí, Pepa y Río, dos cañoneras y dos transportes, se habían abierto paso hasta Las Conchillas desembarcando allí fuerzas del ejército de operaciones. Para vengar este fracaso, la escuadra imperial, compuesta de 30 buques, se acercó en el mediodía del 11 de junio a Los Pozos, donde estaba fondeada parte de la flota argentina, a saber: cuatro buques de cruz y siete cañoneras. El almirante Guillermo Brown las recibió con un fuego bien sostenido. Después de quince minutos los barcos imperiales viraron en vuelta del sur. Diez mil espectadores presenciaron este combate desde la rada de Buenos Aires, hasta la tarde en que incorporándose a Brown los buques que regresaban de la Banda Oriental, los imperiales se pusieron fuera del tiro del cañón.

Estas ventajas navales contrastaban con la inercia en que permanecía el ejército imperial. Otro tanto pasaba en el ejército argentino, bien que esto se atribuía a últimos arreglos que hacía el general Las Heras para ir a mandarlo en jefe. Y quizá por esto renunció el gobierno provisorio que desempeñaba, e insistió en su renuncia encareciéndole al Congreso que estableciese el ejecutivo nacional permanente. En la necesidad de sustituir al general Las Heras, el Congreso creó por ley del 6 de febrero de 1826 el Poder Ejecutivo y por unanimidad menos tres de sus miembros nombró a Bernardino Rivadavia presidente de las Provincias Unidas.


Juan Cruz Varela cantaba así el combate de Los Pozos:


¡Pero Brown está en ellas!
Pocos somos, amigos
Más la bandera
Que nunca al viento se tendió sin gloria,
Hoy como en otros días
La mano la clavó de la victoria
Aquí en el mástil de las naves mías.

Referencias

  1. Esta suscripción a la Empresa naval era, o con calidad de reembolso, o gratuitamente. El boleto Nº 451 (conservado por Adolfo Saldías) acredita que el entonces coronel Juan Manuel de Rosas se suscribió gratuitamente con 500 pesos
  2. En esas circunstancias se había desarrollado la viruela en algunas tribus. Como resistieran la vacuna, Rosas citó ex profeso a los caciques con sus tribus y se hizo vacunar él mismo. Bastó esto para que los indios en tropel estirasen el brazo, de manera que en menos de un mes recibieron casi todos el virus

Fuente

  • Oscar J. Planell Zanone / Oscar A. Turone – Patricios de Vuelta de Obligado.
  • Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina