El príncipe

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El príncipe

El Príncipe (en italiano: Il Principe) es un tratado escrito en 1513 por el diplomático florentino Nicolás Maquiavelo, dedicado a explicar la forma en que es posible tomar y conservar el poder en un reino o república.

El mérito fundamental de Maquiavelo al realizar este trabajo consistió en su habilidad para estructurar una teoría política con base en las experiencias cotidianas, al margen de toda concepción idealista. El príncipe, su obra maestra, ha tenido una trascendencia universal por constituir un verdadero manual para el ejercicio del poder. Se dice que, a lo largo de la historia, ha sido el libro de cabecera de Napoleón, Richelieu y muchos otros grandes políticos y estadistas.

Principios de Maquiavelo

En esta obra, y en otras (como los Discursos sobre la primera Década de Tito Livio), propone Maquiavelo cuál ha de ser el príncipe o gobernante ideal, fundándose en su experiencia política como secretario de príncipes y en sus múltiples lecturas como historiador.

La contribución del maquiavelismo y que resultó fundamental para la doctrina política europea, fue la separación de la ciencia política de la moral y la religión. Maquiavelo establece que la conducta práctica del político se ha de desarrollar al margen de consideraciones teóricas fuera de la realidad. La obsesiva persecución del poder y del prestigio costara lo que costara, con independencia de consideraciones éticas que se posponen a ese fin, ya que el fin importa más que los medios.

Dedicatoria y declaración de intenciones

Comienza el libro con una dedicatoria y presentación del mismo a Lorenzo de Medici, el Joven, donde Maquiavelo dice exponer "el conocimiento de las acciones de los grandes hombres, aprendido por mí gracias a una larga experiencia de los sucesos modernos y una continua lectura de los antiguos" (pág. 67) y con la intención declarada de que "alcance la grandeza que la fortuna y sus restantes cualidades le reservan" (pág. 68).

Repúblicas o principados

Realiza Maquiavelo una clasificación elemental y previa: todos los estados son repúblicas o principados; en este segundo caso o bien son principados hereditarios, o son nuevos. Si son nuevos pueden ser, según esta clasificación, completamente nuevos o miembros añadidos al estado hereditario del príncipe que los conquista. A continuación establece el objeto de su estudio: los principados, su gobierno y conservación por parte del príncipe. El análisis se desarrolla al modo de una casuística donde describe las situaciones más comunes y los principios que hay que observar para gobernarlos y, sobre todo, mantenerlos.

Principados hereditarios y nuevos: gobierno y mantenimiento

Y comienza con los principados hereditarios, que considera los más sencillos de gobernar: "los estados hereditarios y familiarizados con el linaje de su príncipe se conservan con menos dificultad que los nuevos, porque basta con respetar las disposiciones de sus antepasados y amoldarse a las circunstancias" (pág. 69). Es fácil para el príncipe conservar este tipo de estado y aún recuperarlo si lo llega a perder: "si el príncipe en cuestión tiene un talento normal, siempre conservará su estado a no ser que una fuerza extraordinaria y desmedida lo prive de él; y aún privado, podrá recuperarlo con el primer revés que sufra el usurpador" (pág. 69).

Esta situación descrita contrasta con la que se da en los principados nuevos, especialmente si no son puramente nuevos, sino mixtos, es decir, miembro de otro. La inestabilidad de estos principados tiene dos razones. Por un lado "que los hombres cambian de buen grado de señor creyendo mejorar con ello, convicción que los lleva a tomar las armas contra él. Se engañan, dado que la experiencia les hace comprobar a posteriori que han salido perdiendo" (pág. 70). Por otro lado "proviene de una necesidad normal y natural, que obliga a un nuevo príncipe a agraviar a quienes pasan a ser sus súbditos, bien con sus tropas, bien con infinidad de vejaciones que trae consigo la reciente conquista" (págs. 70-71).

Existe, por otro lado, una característica determinante de estos principados mixtos a la hora de conservarlos: "los estados que se unen mediante conquista al antiguo estado del conquistador pertenecen a la misma zona geográfica y lingüística o no" (pág. 72). En el primer caso es sencillo conservar el estado. En el segundo no. Pero aún así, y para estos casos, establece Maquiavelo varios principios al objeto de conservarlo. Y así: "uno de los mejores y más eficaces medios consistiría en que el conquistador se estableciese en el lugar conquistado; esto haría más segura y duradera su ocupación" (pág. 73). Considera que éste es el caso del Imperio Otomano con respecto a la Grecia ocupada. Otro principio es el establecimiento de colonias en el territorio ocupado, medio mucho más útil que la presencia militar permanente, que además es más costosa. Por último "quien se encuentre en un territorio de lengua y costumbres diferentes debe –dicho está- acaudillar y defender a los menos fuertes, ingeniárselas para debilitar a los poderosos y guardarse de que, por circunstancia alguna, entre allí un señor de poderío similar" (pág. 74).

Hace ahora Maquiavelo una segunda observación respecto a la conservación del poder de los estados recién conquistados y que se refiere a su forma de gobierno, centralizada o feudal: "los principados de los que se tiene memoria se encuentran gobernados de dos formas distintas: o por un príncipe que escoge graciosamente de entre sus siervos ministros que le ayuden en las tareas de gobierno, o por un príncipe y por nobles que tienen este rasgo no por gracia del soberano, sino por derecho hereditario. Dichos nobles tienen estados y súbditos propios que los reconocen como sus señores y hacia ellos muestran un afecto natural" (pág. 79). Pone como ejemplo del primer caso al Imperio Otomano ("el Turco") y como ejemplo del segundo a Francia. Cada forma tiene su propia idiosincrasia en lo que respecta a su conquista y posterior mantenimiento del poder: "quien examine, pues, ambas formas de gobierno encontrará difícil conquistar el reino del Turco, pero, una vez vencido, muy fácil conservarlo. Por el contrario, encontraréis, en cierta medida, más facilidades para ocupar el reino de Francia, pero enormes dificultades para mantenerlo" (pág. 80).

Conservación de un estado acostumbrado a vivir en libertad

Un caso muy particular del problema es el de la conservación de un estado acostumbrado a vivir en libertad y con leyes propias y describe tres modos de hacerlo: "el primero, aniquilarlo; el segundo, residir en él; y el tercero, dejar que viva con sus leyes, obteniendo de él tributos y creando en su interior una oligarquía que haga perdurar su fidelidad" (pág. 82). Y de estos tres modos confía más en el primero: "quien pasa a ser señor de una ciudad acostumbrada a vivir libre y no la destruye, que se prepare a ser destruido por ella; pues, para rebelarse, siempre se escudará en el nombre de la libertad y en sus antiguas instituciones, cosas que no se olvidan jamás ni con el paso del tiempo ni con los beneficios recibidos. Por mucho que se haga o se prevea, si no se consigue las desunión y la disgregación de sus habitantes, nunca olvidarán aquel nombre y aquellas leyes y, a la menor ocasión, acudirán inmediatamente a ellos, como hizo Pisa después de haber pasado cien años sometida a los florentinos" (pág. 83).

Fortuna y virtud

Se preocupa a continuación de los principados totalmente nuevos con príncipes nuevos. Y aquí considera Maquiavelo como factores de primer orden en su conservación la fortuna y la virtud, par de elementos básicos en el análisis de nuestro autor. Los que llegan a príncipes por la virtud obtienen el principado con dificultad pero lo mantienen con facilidad. Los obstáculos que se encuentran tienen su origen en la necesidad de introducir nuevas instituciones, que ocasiona la animadversión de los beneficiados por las antiguas que se sustituyen y el tibio apoyo de los posibles beneficiarios de las nuevas. Por el contrario, "quienes pasan de simples particulares a príncipes con la sola colaboración de la fortuna alcanzan tal condición con poco empeño, pero con mucho la mantienen" (pág. 87). Esto ocurre cuando se otorga a alguien un estado por dinero o graciosamente. Depende entonces el príncipe de la voluntad y la fortuna de quien le ha concedido el poder, cosas volubles e inestables, y no pueden ni saben mantener su puesto. "No saben, porque si no se trata de hombres de gran talento y virtud, no es normal que sepan gobernar habiendo vivido siempre como particulares. No pueden, porque no tienen tropas que puedan ser sus fieles aliadas" (pág. 88).

Utilización de la crueldad

¿Y qué ocurre cuando el príncipe llega a tal por medio de fechorías? Para explicar el hecho de que estos príncipes se mantengan o no en el poder introduce el autor una distinción entre un buen uso y un mal uso de la crueldad. Y así dice: "bien usada (si es lícito hablar bien del mal) se puede llamar la que se comete toda de golpe -pues hay que asegurar la conquista- y posteriormente no se vuelve a emplear, procurando que redunde en el mayor beneficio posible para los súbditos. Mal usada es aquella que, aunque infrecuente en un principio, con el paso del tiempo aumenta más que disminuye" (pág. 98). De esta manera, recomienda utilizar la crueldad, en caso de necesidad, en un primer momento y de golpe. Así, incidiendo en la idea, "quien usurpe un estado tiene que tomar en consideración todos los agravios necesarios, y cometerlos de golpe para que no estén al orden del día, y poder así tranquilizar a los súbditos y ganárselos con favores" (pág. 98). Ofensas y beneficios por parte del príncipe hacia sus súbditos tienen tiempos distintos: "los ultrajes se han de cometer todos juntos, pues apenas se les nota el regusto y ofenden menos. Los beneficios, en cambio, se deben dar poco a poco para que se saboreen mejor" (pág. 98).

Principado civil

Un caso bastante interesante es el del ciudadano particular que llega a príncipe por el favor de sus conciudadanos. A esto lo denomina Maquiavelo principado civil y puede darse por el favor del pueblo o por el de los poderosos. Distingue Maquiavelo dos tipos de grandes: "quienes obran de forma que con su proceder se vinculan por completo a tu suerte, y los que no" (pág. 100). La actitud del príncipe variará en función de esta tipología. "Los primeros, si no son ambiciosos, se deben honrar y amar; y a los segundos hay que considerarlos de dos maneras: o actúan así por pusilanimidad y debilidad natural de ánimo, y entonces debes servirte de ellos -especialmente de quienes te pueden aconsejar mejor-, ya que en la prosperidad te honran y no tienes por qué temerlos en la adversidad; o bien se desvinculan astutamente y por ambición: prueba de que piensan más en sí mismos que en ti. De éstos debe el príncipe guardarse y ha de temerlos como a enemigos declarados, pues en la adversidad colaborarán siempre en tu ruina" (págs. 100-101). Respecto al pueblo: "quien llegue a príncipe gracias al favor del pueblo ha de mantenerlo amigo, lo que le resultará fácil, pues éste sólo demanda no ser oprimido. Más quien, contra la voluntad popular, llegue a príncipe con el favor de los grandes deberá, antes que nada, ganarse al pueblo; tarea fácil siempre y cuando asuma su protección" (pág. 101). Independientemente del modo de obtener el principado, Maquiavelo considera fundamental para el príncipe que se quiera mantener en el poder contar con el apoyo del pueblo: "concluiré diciendo sólo que un príncipe necesita estar a bien con su pueblo porque, de lo contrario, en la adversidad no tendrá remedio" (pág. 101). Es esta una idea que se repite en distintos pasajes del libro.

Cuestión militar: rechazo de los ejércitos mercenarios, auxiliares y mixtos

Maquiavelo sostiene que los principales cimientos que tienen todos los estados, sean del tipo que sean, son las buenas leyes y las buenas armas (considerando las segundas condición imprescindible para las primeras). A partir de aquí analiza las segundas. Rechaza los ejércitos mercenarios que "no han nada más que daño" (pág. 109). Los jefes de los ejércitos mercenarios (los condotieros) tampoco son útiles. "Los condotieros o son valientes guerreros o no. Si lo son, no te puedes fiar de ellos, supuesto que siempre aspirarán a la grandeza propia atacándote a ti, que eres su señor, o atacando a otros fuera de tus intenciones; si no es valeroso, lo normal es que te arruine" (pág. 108). Rechaza igualmente a las que denomina tropas auxiliares. "Hablamos de tropas auxiliares -tan inútiles éstas como las mercenarias- cuando se llama a un poderoso que te venga a defender y ayudar con sus armas" (pág. 112). La razón es muy clara: "estas tropas pueden ser por sí mismas útiles y buenas, pero resultan casi siempre perjudiciales para quien las reclama, pues queda arruinado si pierde y, si vence, prisionero de ellas" (pág. 112). Estableciendo una gradación, considera a las tropas auxiliares más peligrosos que las mercenarias: "quien desee no lograr la victoria de ninguna manera, que se valga de estas tropas, mucho más peligrosas que las mercenarias. En las auxiliares, la conspiración está asegurada, porque constituyen un bloque supeditado a la obediencia de otros. Las mercenarias, en cambio, necesitan más tiempo para perjudicarte aunque no hayan resultado vencedoras, pues no forman un todo y eres tú quien las ha seleccionado y pagado; en ellas, un tercero al que tú concedas el mando no puede conseguir de repente tanta autoridad como para ponerte en peligro" (pág. 113). Respecto a los ejércitos mixtos, resultado de la suma de ejércitos mercenarios y propios, los considera mejores que los simplemente auxiliares o los mercenarios. Maquiavelo toma partido, por fin, por los ejércitos propios: "llego a la conclusión, pues, de que sin disponer de ejércitos propios ningún principado está seguro; al contrario, está totalmente ligado a la fortuna por no existir el valor y la fe que lo puedan defender en la adversidad" (pág. 115). Y los ejércitos propios son "aquellos que están compuestos por súbditos, ciudadanos o siervos tuyos" (pág. 116). Siguiendo con la temática militar, analiza la actitud correcta del príncipe respecto al ejército. Este asunto debe estar entre las prioridades del príncipe. Y esto porque "se supone únicamente a quien manda" (pág. 116) y porque "cuando los príncipes piensan más en delicadezas que en las armas, les arrebatan sus estados" (pág. 116).

Independencia del príncipe con respecto a la ética

A continuación investiga Maquiavelo acerca del comportamiento y la caracterización que debe poseer un príncipe con respecto a sus súbditos. Aprovecha la ocasión para hacer una digresión acerca de la naturaleza utilitaria y realista de su obra. Y así dice que "siendo mi propósito escribir algo útil para quien lo lea, me ha parecido más conveniente ir directamente a la verdad de los hechos que a su imagen ideal" (pág. 119). Propugna de esta manera una necesaria independencia entre el comportamiento del príncipe y la ética: "un príncipe que quiera mantenerse como tal debe aprender a no ser necesariamente bueno, y usar esto o no según lo precise" (pág. 119). La regla básica en este análisis es el mantenimiento del principado y así "el príncipe tiene que ser tan prudente como para evitar el descrédito de los vicios que acabarían por arrebatarle el poder y, si le es posible, guardarse de aquellos que no se lo arrebatarían; si no fuera así, que se deje llevar por ellos sin grandes escrúpulos. Y lo que es más: que no le preocupe el desprestigio causado por defectos sin los cuales no se puede salvar el principado; porque, considerándolo bien todo, siempre habrá alguna cualidad con apariencia de virtud que, si se atuviese a ella, provocaría su ruina, y alguna otra que parecerá vicio, pero que trae su seguridad y bienestar" (pág. 120). Propone, en primer lugar, como cualidad del príncipe la tacañería frente a la liberalidad (distribución generosa de bienes sin esperar recompensa). La liberalidad obliga a gravar al pueblo con fuertes impuestos, provocando su descontento. En segundo lugar, el príncipe debe ser temido y no amado. La razón de esto es que "ya que los hombres aman por voluntad propia y temen por voluntad del príncipe, éste debe basar su autoridad, si es prudente, en lo que es suyo y no en lo ajeno" (pág. 125).

Actitud del príncipe con respecto a la palabra dada

Tampoco se engaña Maquiavelo sobre el valor real de la palabra de un príncipe, dictaminando en consecuencia, al margen, igualmente, de valoraciones éticas. "Cuán loable es que un príncipe mantenga la palabra dada y viva con integridad, y no con astucias, todo el mundo lo entiende. No obstante, vemos por experiencia que, en nuestro tiempo, los príncipes que han sabido incumplir su palabra y embaucar astutamente a los demás han hecho grandes cosas y han superado, finalmente, a los partidarios de la sinceridad" (pág. 125). El valor que un príncipe debe dar a su palabra depende de la utilidad que el mantenimiento de la misma tenga para el mantenimiento del principado: "un señor prudente no puede, ni debe, observar la palabra dada cuando tal observancia se le vuelva en contra por no existir ya las causas que dieron lugar a la promesa" (pág. 126). Y trata de justificarlo: "si los hombres fueran todos buenos, esta norma no sería buena; pero, como son malos y no la respetarían contigo, tú tampoco has de respetarla con ellos, pues nunca le faltaron a un príncipe razones legítimas para justificar su inobservancia" (pág. 126). La conclusión de todo esto es que lo fundamental para el príncipe es obtener y mantener el poder, con indiferencia de los medios utilizados, ya que el vulgo, cuya aquiescencia es imprescindible para mantener el principado (idea recurrente en toda la obra, como antes se ha dicho) valora sobre todo los resultados. "En suma, el príncipe que se ocupe de ganar y mantener el poder; los medios se considerarán siempre honorables y dignos de general alabanza. Y es que el vulgo se deja siempre llevar por la apariencia y el resultado final de las cosas, y en el mundo no hay más que vulgo y unos pocos no tienen relevancia cuando la mayoría tiene donde apoyarse" (pág. 127).

Otros caracteres importantes para el príncipe

Es fundamental para el príncipe no hacerse odioso y despreciable. Y "odioso lo hace sobre todo ser rapaz y usurpador de los bienes y esposas de sus súbditos, de lo cual ha de abstenerse" (pág. 128). Por otra parte, "al príncipe lo hace despreciable el ser considerado inestable, frívolo, afeminado, pusilánime, indeciso" (pág. 128), de modo que "ha de ingeniárselas para que en sus actuaciones se reconozca nobleza, coraje, ponderación, fortaleza" (pág. 128). El príncipe que obra de este modo difícilmente sufre conjuras ni sufre ataques exteriores. De los últimos se defiende "con las buenas armas y con los buenos aliados, y si tiene buenas armas, nunca le faltarán buenos aliados" (pág. 128). Por otro lado, "un príncipe debe dar poca importancia a las conjuras mientras el pueblo le pruebe afecto; pero, cuando lo tenga en contra o le odie, que tema a cualquier cosa o persona" (pág. 130). Pero, dentro de la consideración omnicomprensiva que caracteriza al análisis de Maquiavelo por lo que respecta a los distintos elementos del principado, no olvida señalar que "los príncipes deben mostrar estima a los grandes sin generar el odio del pueblo" (pág. 131).

Considera el autor a continuación otros asuntos diversos relacionados con el gobierno del estado. Para un príncipe nuevo valora como conveniente armar a una parte de los súbditos y, en ningún caso, desarmarlos, constituyendo así un ejército propio. Sí considera recomendable desarmar a los súbditos de un estado conquistado que se incorpora al propio. No aconseja, en cambio, inducir las discordias en las ciudades conquistadas ya que "cuando el enemigo se acerca, las ciudades divididas se pierden por fuerza rápidamente, pues la parte más débil se sumará siempre a las fuerzas invasoras y la otra no podrá controlar la situación" (pág. 139). Cree importante para el príncipe rodearse de hombres de talento; también considera positivo no obstaculizar de algún modo el desarrollo económico: "ha de animar a sus ciudadanos al ejercicio tranquilo de sus actividades en el comercio, la agricultura o cualquier otra profesión; y que nadie tema hacer mejoras en sus posesiones por temor a que le sean arrebatadas, o emprender un negocio por miedo a los impuestos" (pág. 145), e incluso premiarlo: "debe preparar premios para quien quiera hacer estas cosas o para todo el que piense en cómo engrandecer su ciudad o estado" (pág. 145). No debe el príncipe olvidar tampoco el fomento de lo lúdico: "en el momento adecuado del año, ha de tener entretenido a su pueblo con fiestas y espectáculos" (pág. 145-146).

Elección de buenos colaboradores y evitación de aduladores por parte del príncipe

No descuida Maquiavelo el asunto de la elección por el príncipe de unos correctos colaboradores (o secretarios). Una buena elección aquí indica una buena actitud e inteligencia por parte del príncipe. Propone un método infalible para elegir a un ministro: "cuando veas que piensa más en sí que en ti y que en todas sus actuaciones busca su propio provecho, tal individuo no resultará jamás un buen consejero y nunca te podrás fiar de él" (pág. 147). Por otro lado, para que el príncipe conserve a un buen ministro "ha de pensar en honrarlo, enriquecerlo, vincularlo con honores y responsabilidades para que vea que no puede estar sin su señor y para que, con tantos honores y riquezas, ya no los anhele y, con tantos cargos, tema un cambio de poder" (pág. 147). Relacionado con esto, es imprescindible para el príncipe evitar a los aduladores.

Concluye la obra con una exhortación dirigida a la casa Medici para que asuma la defensa de Italia y la libere de los ejércitos invasores del momento.

Bibliografía

  • El príncipe. Nicolás Maquiavelo. Istmo, Madrid, 2000.

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