Epistemología evolucionista

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Epistemología evolucionista, teoría del conocimiento inspirada por, y derivada a partir de, los procesos de la evolución de los organismos vivos, el término fue acuñado por el psicólogo social Donald Campbell. La mayoría de los epistemólogos evolucionistas suscriben los postulados de la teoría de la evolución mediante selección natural tal y como es presentada en Origen de las Especies (1859) de Darwin.

De todos modos, es posible encontrar variantes, especialmente aquellas que se apoyan en una suerte de neolamarckismo en el que la herencia de caracteres adquiridos ocupa un lugar central (Spencer apoya este punto de vista) y también otras que se basan en algún tipo de evolucionismo inconstante o «a saltos» (Thomas Kuhn al final de La estructura de las revoluciones científicas acepta esta idea).

Existen dos formas de aproximación a los contenidos de la epistemología evolucionista. En primer lugar, está aquel que ve la transformación de los organismos y el proceso que conduce dicho cambio como una analogía para el proceso de crecimiento del conocimiento y, en particular, del conocimiento científico. T. H. Huxley fue uno de los primeros en proponer esta idea. Éste ha venido a sostener que al igual que sucede con los organismos vivos, entre los cuales se da una lucha por la supervivencia que conduce a la selección del mejor, sucede también con las ideas científicas, entre las cuales se da igualmente una lucha que también conduce a la supervivencia de la mejor. Entre los exponentes más notables de esta posición en nuestros días se encuentran Stephen Toulmin, quien ha trabajado esa analogía con cierto detalle y David Hull, quien ha tratado esa posición aportando una sensibilidad sociológica a la misma. Karl Popper también se identifica con esta forma de epistemología evolucionista al afirmar que esta doctrina relativa a la selección de las ideas es su propia teoría acerca de las hipótesis arriesgadas y el intento riguroso por refutarlas, sólo que bajo otro nombre. El problema que surge con este tipo analógico de evolucionismo reside en la falta de analogía existente entre las variantes que tienen lugar en biología (mutaciones), que son azarosas, y las variantes que tienen lugar en ciencia (nuevas hipótesis), que rara vez son azarosas. Esta diferencia da cuenta posiblemente del hecho de que mientras que la evolución darwinista no es propiamente progresiva, la ciencia es (o aparenta ser) el paradigma de una empresa de tipo progresivo. A causa de este problema es posible encontrar un segundo tipo de epistemólogos inspirados por la idea de la evolución que insisten en que es preciso tomar la biología en un sentido literal. Este grupo, en cual se incluye el propio Darwin, quien especuló en este sentido ya desde sus primeras notas, afirma que la evolución nos predispone a favor de la incorporación de ciertos patrones adaptativos fijos. Las leyes de la lógica, por ejemplo, al igual que las de las matemáticas o los dictados metodológicos de la ciencia, tienen su fundamento en el hecho de que aquellos de entre nuestros supuestos antecesores que se las tomaron en serio llegaron a sobrevivir, mientras que aquellos otros que no lo hicieron, perecieron. Ninguno de ellos sostiene la existencia de algún tipo de conocimiento innato del tipo del que fuera demolido por la obra de Locke. Por el contrario, lo que se sostiene es que nuestro pensamiento ha sido encauzado en ciertas direcciones por nuestra biología.

En una adaptación de la ley de la biogenética, se podría decir, por tanto, que mientras que la afirmación de que 5 + 7 = 12 es filogenéticamente a posteriori, es, sin embargo, ontogenéticamente a priori. Una de las principales divisiones que tienen lugar en esta escuela es la que se da entre los evolucionistas continentales, especialmente Konrad Lorenz, y la tradición angloamericana, por ejemplo, Michael Ruse. El primero opina que su epistemología evolucionista no es sino una actualización de la filosofía crítica de Immanuel Kant y que la biología explica tanto la necesidad de lo sintético a priori como la razonabilidad de la creencia en la cosa-en-sí. El segundo niega, por el contrario, que sea posible aprehender dicha necesidad, y menos mediante la biología, y que la evolución haga razonable el creer en un mundo real y objetivo independiente de nuestro conocimiento. Desde un punto de vista histórico, estos epistemólogos han tenido la vista puesta en David Hume y, en alguna medida, en los pragmatistas americanos, especialmente en William James. En la actualidad se reconoce un fuerte parecido de familia con epistemologías naturalizadas como la de Quine, quien ha venido a apoyar un cierto tipo de epistemología evolucionista.

Críticas

Los críticos de esta posición, por ejemplo, Philip Kitcher, la suelen atacar como un caso de cientificismo. Sostienen que la creencia en que la mente está diseñada según varios cauces adaptativos innatos carece de fundamento. Esto no es sino una manifestación más de la manía de los darwinistas por ver procesos adaptativos en todas partes. Es mejor y más razonable concebir el conocimiento como algo enraizado en la cultura, y ello suponiendo que sea siquiera algo dependiente de la persona. Una de los distintivos de la buena filosofía, como de la buena ciencia, es que abre nuevas avenidas para la investigación. Aunque la epistemología evolucionista no goza del favor de los filósofos convencionales, quienes con frecuencia se burlan de los errores en que incurren algunos de sus defensores (a menudo sin una especial formación filosófica), éstos se hallan, no obstante, convencidos de estar contribuyendo a un programa de investigación filosófica en progreso. Como evolucionistas que son, están acostumbrados a que las cosas necesitan tiempo para triunfar.