Ideario

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Juventud perdida, los herederos del mañana

La publicación argentina Ideario era publicada en la década del 80 y era dirigida por Daniel Marcos.

"Los herederos del mañana"

(Extractado de la revista IDEARIO, número 18, pags. 11 y 12, enero de 1984)

De la juventud se habla todos los días. Se la adula, se la lisonjea y se le prometen mil maravillas. Alguen pensó en el mundo que legaremos a los que hoy son jóvenes? El futuro no es sólo de ellos. También es nuestra responsabilidad.

Nuestra herencia

El mundo que, en su momento, heredaron nuestros padres y abuelos aún tenía capacidad de asombro. Por aquella época la gente todavía era capaz de asombrarse por una máquina que hacía cubitos de hielo en cualquier momento y -si vamos al caso- hasta no hace mucho, ochenta kilómetros por hora era una locura de velocidad. Hace 50 años, un grabador portátil era un mamotreto de varios kilos y las mujeres lavaban a mano. Sin detergentes.

Un mundo así, que todavía limpiaba alfombras a mano, que no conocía ni el televisor ni el avión a retropulsión, que no tenía ni antibióticos ni rayo laser; un mundo en el que las herramientas más milagrosas eran dos manos humanas, guiadas por el talento y la voluntad, todavía tenía su capacidad de asombro de un modo intacto. Y, paralelamente a esta capacidad, florercía aún el entusiasmo.

Porque el mundo, asombrado por los rascacielos norteamericanos, boquiabierto ante monstruos como el Empire State Building y la Torre Eiffel, llevaba en su seno a millones de jóvenes entusiasmados con la idea de construir edificios aún más grandes, torres aún más altas, vehículos aún más veloces. Los jóvenes soñaban con volar, las mujeres miraban con envidia a la vecina ante cuya puerta -tres veces por semana- se detenía un señor portando enormes bloques de hielo.

Los jóvenes ingresaban a los estudios superiores con la ilusión de tener realmente todo un mundo por delante. Un dispositivo ingenioso, un proyecto audaz, una idea brillante, podían significar fama y fortuna para quien lo concretase. Hasta no hace mucho -apenas hasta poco después de principios de siglo- la juventud todavía soñaba con hacer, construir, cosas. Se creía en la capacidad humana de hacer, crear, inventar. Lo útil, lo maravilloso, lo bueno y lo práctico, eran novedad. El Progreso, así, con mayúscula, se creia posible y tal era el entusiasmo acerca del progreso que hasta se llegõ a endiosarlo con ribetes casi metafísicos.

Rebeldes sin causa

Pero, en algún momento, durante o después de la Segunda Guerra Mundial, en alguna parte, de algún modo, esta capacidad de asombro y este entusiasmo se perdieron. Quizás se fueron gastando de a poco. Quizás algunos enanos mezquinos pusieron de moda el escepticismo. Lo cierto es que la generación de post-guerra fue creciendo en una actitud en la que quedaba bien mostrarse soberanamente aburrido y no asombrarse de nada.

Allá por la década de los 50 y 60 surgió de pronto la idolatría al Joven Flemático: una rara figura de joven envejecido antes de tiempo que ni se conformaba con nada, ni se extrañaba con nada, ni le importaba un bledo nada que no fuese su propia persona. De repente resultó idiota desear el televisor, el coche, la heladera y el lavarropa. Todo el mundo tenía ya esos cascajos. De qué servía soñar con fabricar o tener un cascajo más?

Y el Joven Flemático evolucionó. Del desaliñado ídolo de andar felino, gesto hastiado y hablar mordaz surgió, de un día para otro, el Joven Iracundo. Una especie de monstruo de campera de cuero, vaqueros y cinturón de cadena de bicicleta. Representaba a una nueva raza de jóvenes: la de los que no solamente ya no se asombraban de nada sino que, directamente, querían deshacerse de todo. Hacia fines de los años 60 resonó el grito: "Rómpanlo todo". Y, a partir de allí, la Gran Actitud para ser joven requería una postura de querer, terminar de una maldita vez por todas con un mundo que se había metido en un callejón sin salida.

El mundo estaba maldito, era cierto. Pero resistió. Hubo algunos destrozos y muchos burgueses asustados. Pero la mayoar parte de ese universo de hormigón, asfalto, material plástico y transistores continuó con su camino, indiferente a la iracundia de los jóvenes iracundos. El griterío, a veces histérico, a veces desesperado, a veces genial, de los Jóvenes Iracundos no pasó del cine, del teatro, de la literatura y de algunas vidrieras rotas. Y después cayeron los buitres.

Las marionetas jóvenes

Ante la imposibilidad de romper el mundo los jóvenes se desorientaron. Vinieron entonces los buitres a alzarse con lo que quedaba de una juventud sin Pasado y sin Futuro. Unos le enseñaron a los jóvenes como podían destruirse a sí mismos. Otros, bajo el disfraz intelectual de ciertas doctrinas, vinieron para enseñarles cómo el mundo podía ser destruído a pesar de todo. La cadena de bicicleta se transformó en fusil. La botella de whisky se hizo jeringa.

Surgió el Joven Manipuleado y el Joven Adoctrinado. Toda una generación comenzó a copiar iniciativas enfermizas, dejando de lado su propia iniciativa y su genuina pasión por lo Imposible. Los jóvenes dejaron de crear. Se limitaron a gozar y copiar. Surgió así una raza de Jóvenes Ovinos que perdura hasta el día de hoy acompañada por una variedad de Jóvenes Bovinos que se limita a vegetar solemnemente, repitiendo ideas mal digeridas copiadas de libros mal escritos y peor leídos.

Al lado del terrorista político y del intelectual drogadicto florece, además, el espécimen del Joven Conforme. Un joven que se apacigua cuando lo apaciguan, que salta cuando todos saltan, que se aletarga cuando no lo empujan y que cae, genuflexo, ante el primer obstáculo serio porque nadie se ha tomado el trabajo de adiestrarlo para vencer obstáculos.

Los Hombres Descartables

Vivimos en una sociedad que tira lo que ya no usa. Puesto que los seres humanos también resultan usados por el Sistema, el Hombre mismo se ha vuelto descartable. Y la raza del Hombre Descartable ha engendrado hijos abúlicos e hijos manipuleados. Por toda la Civilización Occidental se ha extendido un manto de rutina. Hay, quizá, algunas innovaciones. Pero la Gran Constante es el tedio cotidiano, salpicado aquí y allá por alguna vaga promesa que nunca se termina de concretar.

Y, sin embargo, todavía suceden fenómenos atípicos. De repente, en alguna parte, un Hombre Descartable se da cuenta de que sus hijos no quieren ser ni adoctrinados, ni manipuleados, ni solemnes. De pronto, en medio de una mediocridad aplastante, aparece un Joven que simplemente quiere ser joven. Como todavía pudieron serlo nuestros abuelos y tatarabuelos. Y se produce el paradójico caso de una juventud que aprende a ser mejor que sus padres ejercitando las virtudes de sus abuelos.

Los herederos del mañana

De esos jóvenes hay pocos, por supuesto. Este descartable mundo de hoy, que no tiene ni cien años de perspectiva, no es ciertamente el lugar ideal para ser auténticamente joven. pero de mutaciones está hecha la evolución. Los jóvenes que no encajan en los moldes prefabricados de la sociedad materialista son algo así como una nueva generación de mutantes. Los únicos que podrán sobrevivir para ver la Conquista del Infinito. porque han recuperado las características del Hombre Auténtico. Han aparecido en ellos las virtudes de aquel Hombre Heroico que una vez colonizó Continentes, conquistó Imperios y le arranco los secretos a la Naturaleza.

Porque el Universo no entrega sus secretos gratuitamente. No es posible comprenderlo rompiéndolo. Como que tambpoco es posible entenderlo con un cerebro lleno de marihuana. La sociedad actual, el Sistema, no dejará herederos. Es estéril. Se limitará a pudrirse y a cesar de existir. Pero el Futuro tiene sus propios herederos. Los jóvenes de hoy que hallen sus raíces en el espíritu heroico de sus antepasados tendrán abiertas las puertas del Espacio. Y el Hombre Auténtico halará su camino hacia su máxima desarrollo de unas facultades prodigiosas que hoy no emplea ni en un diez por ciento.

Dentro de mil años nuestros descendientes observarán nuestras tumbas desde una distancia medida en años-luz. Está en nosotros hacer que respeten nuestro recuerdo tal como algunos de nosotros aún respetamos la memoria de un Leónidas y sus formidables espartanos.

Porque si no es así, los Jóvenes Auténticos que hoy vamos teniendo de a poco, escupirán sobre nuestras tumbas y eso es, precisamente, lo que debemos evitar. Porque sería un espectáculo lamentable. Porque no sólo nos estarían reprochando el haberles legado un mundo absolutamente degradado sino que nos estarían acusando de haberlos condenado a pagar por nuestros propios fracasos.

Y eso no puede ser. No deber ocurrir. Es nuestra responsabilidad que no suceda.

por Daniel Marcos