Invierno nuclear

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Se denomina invierno nuclear a una teoría, surgida en plena Guerra Fría, que predecía una era de frío extremo global tras un intercambio nuclear completo entre las dos superpotencias de la época: la URSS y los EEUU Fue impuesta por el científico soviético Vladimir Valentinovich Alexandrov.

Armas nucleares

La teoría jamás se puso a prueba, pero los estudios concluyeron que un bombardeo mutuo con armas nucleares estratégicas enfriaría el clima mundial llevándolo a una nueva edad de hielo. Los científicos afirmaron que en un bombardeo con tales armas se atacarían objetivos civiles de importancia, es decir ciudades. En segundo grado se podrían atacar objetivos de abastecimiento de alimentos, campos, o de abastecimiento de energía, centrales energéticas entre las cuales podrían encontrarse centrales nucleares con la consiguiente extensión de la radiación. Las ciudades arderían durante semanas e incluso meses extendiendo una vasta nube de cenizas que taparía el cielo en amplias áreas circundantes. Los hongos de las explosiones termonucleares elevarían escorias y aerosoles procedentes de la destrucción de la explosión a altitudes estratosféricas donde su permanencia en suspensión es elevada. Además dichas explosiones generarían abundantes óxidos de nitrógeno estratosféricos que potenciarían aún más el albedo terrestre.

Por otra parte, una consecuencia colateral sería la paralización de la producción de energía de los centros urbanos e industriales. Dichas zonas son fuentes térmicas que crean microclimas más cálidos. Todo revertiría en una drástica bajada de las temperaturas a las pocas semanas del holocausto nuclear. Pero los océanos mantendrían su temperatura original debido a la elevada capacidad calorífica del agua. Esta diferencia térmica generaría brisas huracanadas que azotarían las costas asolando las ciudades y puertos de los litorales. Por lo menos durante uno o dos años la insolación sería débil. Los temporales cesarían cuando la temperatura del agua se igualase con la de tierra. Tras este desastre emergería un mundo helado y yermo en el que el 90% de las cosechas mundiales se habrían malogrado y la capacidad de generación de energía habría disminuido a más de la mitad. Sin medios para calentarse las ciudades se convertirían en témpanos de cemento abandonados por la fuerte hambruna subsiguiente.

El invierno nuclear no solo era una representación dramática de un futuro posible tras un enfrentamiento entre las dos superpotencias sino que significaba, a todos los efectos, el ocaso de nuestra civilización tal y como la conocemos hoy. La vuelta a la edad de piedra en cuestión de meses.

El invierno nuclear refleja que tras un intercambio nuclear completo no solo se verían afectadas las principales naciones beligerantes sino que las consecuencias globales serían nefastas quizá durante siglos o por más tiempo. Algunos científicos llegaron a decir sin tapujos que tal evento sería el detonante de la nueva glaciación que ha de venir dado que nos encontramos en una situación relativamente cercana en términos geológicos al próximo mínimo glacial.

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