Italia fascista

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El fascio littorio, símbolo de la Italia fascista

El fascismo en Italia (que originó la llamada Italia fascista) fue un movimiento político del siglo XX que surgió en el Reino de Italia tras la Primera Guerra Mundial.

Nació en parte como reacción a la Revolución Bolchevique de 1917 y a las fuertes peleas sindicales de trabajadores y braceros que culminó en el bienio rojo.]].

El nombre deriva de la palabra italiana fascio (latín: fascis). La palabra, en la antigua Roma, era usada como símbolo de la unión de los luchadores. El símbolo fascista es el Fasces romano que significaba el poder del régimen, en particular el poder jurisdiccional.

El Fascismo es una gran movilización de fuerzas materiales y morales. ¿Qué se propone? Lo decimos sin falsas modestias: gobernar la nación. ¿De qué modo? Del modo necesario para asegurar la grandeza moral y material del pueblo italiano. Hablemos francamente: no importa el modo concretamente, no es antiético, ni convergente con el socialismo, sobre todo aspira a la reorganización nacional y política de nuestro país. Nosotros agitamos los valores tradicionales, que el socialismo omite o desprecia, pero sobre todo, el espíritu fascista rechaza todo lo que sea una hipoteca arbitraria sobre el misterioso futuro.
Benito Mussolini, 19 de agosto de 1921 — Diario della Volontà

Los ideales del fascismo

(Artículo principal: Fascismo)

El Fascismo es una ideología y un movimiento político que surgió en la Europa de entreguerras (1918-1939) en oposición tanto a la democracia liberal (el sistema político que representaba los valores de los vencedores en la Primera Guerra Mundial, como Inglaterra, Francia o Estados Unidos, a los que considera "decadentes") como al movimiento obrero tradicional (anarquista o marxista). Radicalmente contrario a ambos, el Fascismo se presenta como una Tercera Vía.

El fascismo exalta la idea del estado frente a la de individuo o clase; suprime la discrepancia política en beneficio de un partido único y los localismos en beneficio del centralismo. El fascismo italiano logró la unidad y adhesión voluntaria de la población.

El nacimiento del fascismo

Entre las capas sociales más descontentas, tras el tratado de paz, emergieron las organizaciones de excombatientes, y en particular de ex-arditi (tropas selectas de asalto), entre las que, se añadía, a la frustración generalizada, el resentimiento provocado por no haber obtenido suficiente reconocimiento a los sacrificios, la valentía y el desprecio al peligro demostrados a lo largo de los duros años de combate en el frente. Fue este el contexto en el que el 23 de marzo de 1919 Benito Mussolini fundó en Milán el primer fascio de combate (Fasci italiani di combattimento), adoptando símbolos que hasta entonces habían distinguido a los arditi, como las camisas negras y la calavera.

El nuevo movimiento expresó la voluntad de transformar, con métodos revolucionarios si es necesario, la vida italiana.

Al recién nacido movimiento le faltaba sin embargo inicialmente una base ideológica bien definida, y el mismo Mussolini no se había decantado por una u otra línea ideológica concreta, sino simplemente contra todas las demás. Según su intención, el fascismo habría debido representar una tercera posición.

Los años del Escuadrismo

(Artículo principal: Squadrismo)

En el movimiento, además de los voluntarios, contribuyeron los futuristas y nacionalistas ex combatientes. Apenas 20 días después de la fundación del fascismo, las novatas "escuadras de acción" asaltaron la sede del periódico socialista ¡Avanti!, el estandarte del periódico fue llevado ante Mussolini el cual lo conservó como trofeo. Unos meses después, las escuadras fascistas se difundieron en toda Italia convirtiendo el movimiento en una fuerza poderosísima.

Por un periodo de dos años Italia fue invadida de norte a sur por la violencia de los movimientos políticos socialistas, estos estaban en contra de los fascistas, con los cuales iniciaron a disputarse en los campos de batalla, debido a que el gobierno era incapaz de reaccionar tanto a las huelgas socialistas como a la ocupación de las fábricas por parte de los bolcheviques.

Mientras, el 19 de septiembre, Gabriele d'Annunzio empujaba las unidades del ejército hasta la ciudad italiana de Fiume, donde instaló por la fuerza un gobierno revolucionario con el objetivo de afirmar la "italianidad" (l'italianità) de la ciudad. Esta acción sirvió de ejemplo para el movimiento fascista que inmediatamente simpatizó con el D'Annunzio.

La campaña fascista que tenía como objetivo la destrucción de los centros de agregación bolchevique y de intimidación de los miembros del PSI - junto a la politica sotterranea dirigida por Mussolini - llevaron al socialismo massimalista a una crisis. Por lo tanto mientras en enero de 1921 el Partido Socialista Italiano fue desintegrado (dando vida al Partido Comunista Italiano, el 12 de noviembre de 1921 se creó el Partido Nacional Fascista (PNF), transformando el movimiento en un partido y aceptando los compromisos legales y constitucionales. En aquel periódo el PNF alcanzó 300.000 alistados, además de tener un fuerte apoyo en Emilia-Romagna. En estas regiones las escuadras fascistas tenían como objetivo golpear a los comunistas, intimidándolos con la práctica de los famosos porrazos. Con este ambiente revolucionario, en las votaciones del 15 de mayo de 1921 los fascistas obtuvieron 45 puestos en el gobierno.

La popularidad del partido creció aún más cuando los sindicatos proclamaron para el 1 de agosto de 1922 una huelga general: los fascistas por orden de Mussolini substituyeron a los huelguistas y lograron hacer fallar la protesta.

La marcha sobre Roma y los primeros años de gobierno

Mussolini junto a sus camisas negras marchan sobre Roma el 28 de octubre de 1922

(Artículo principal: Marcha sobre Roma)

El Partido Nacional Fascista, que contaba con 320.000 miembros, reanudó sus ataques contra la izquierda política. La crisis ministerial del primer trimestre de 1922 dejó vía libre a una toma del poder por los camisas negras de Mussolini. El nuevo gobierno abarcó elementos de los partidos del centro, de la derecha, de los militares, y obviamente del fascismo.

La conciliación con la Iglesia Católica

(Artículo principal: Pactos de Letrán)

EL 11 de febrero de 1929 Mussolini se volvió, según las palabras de papa Pío XI, el hombre de la Providencia firmando los famosos Pactos lateranenses. La frase con que el Papa definió al Duce pesó sobre todo su pontificado pero el sentido de aquellos pactos, que sancionaron el recíproco reconocimiento entre el Reino de Italia (1861-1946) y la Ciudad del Vaticano, fue el coronamiento de negociaciones entre emisarios del papa y representantes de Mussolini.

Entre el fascismo y el catolicismo siempre hubo una difícil relación: Mussolini entendió que para gobernar Italia no debía enemistarse con los católicos. La misma Iglesia Católica, aceptó la ideología fascista como mejor alternativa al comunismo.

Al ratificar el acuerdo de la religión católica se convirtió en la religión oficial de Italia, se estableció la enseñanza del catolicismo en las escuelas y se reconoció la soberanía y la independencia de la Santa Sede.

Prestigio

A comienzos de los años 30 el gobierno de Mussolini se estabilizó y se basó en sólidas raíces. Los niños, al igual que el resto de la población, se clasificaron en las organizaciones fascistas.

Fue en este clima que se celebraron varias expediciones de aviación para aumentar el prestigio mundial del régimen. Después del primer vuelo italiano sobre el Atlántico Sur en 1931, en 1933 el ex quadrumviro de la Marcha sobre Roma, Italo Balbo, organizó el segundo y más famoso de los vuelos del Atlántico Norte, para conmemorar el décimo aniversario de la Regia Aeronautica.

A bordo de 25 hidroaviones SIAI-Marchetti S.55X del 1 de julio al 12 de agosto de 1933 Balbo y sus hombres llevaron su flota de aviones cruzando el océano hasta Nueva York y retornaron a través de todas las principales naciones europeas y visitando la mayoría de los Estados Unidos. Fue una expedición que aumentó el prestigio italiano en el mundo y dió gran fama internacional a Balbo.

El nacimiento del Imperio

En 1910, a partir de pequeños enclaves en el cuerno de África, logra Italia incorporar extensos territorios. Libia es arrebatada a Turquía en 1911. En años posteriores se van agrandando sus fronteras a expensas de Egipto, Sudán y la Guinea Ecuatorial francesa. Las islas del Dodecaneso son ocupadas en 1912.

Mussolini llega al poder en 1922. En 1928 se firma un acuerdo de no agresión con Abisinia. En 1934 acaba con la resistencia senussi en Libia. En 1935, lanza la campaña sobre Abisinia y la ocupación de Albania.

El sábado 9 de mayo de 1936, Benito Mussolini anunció al pueblo italiano la fundación del Imperio. Las tropas del mariscal Pietro Badoglio entran en Addis Abeba el 5 de mayo, poniendo así fin a la guerra en Etiopía.

En abril de 1939, Víctor Manuel III es proclamado rey de Albania.

La ayuda en la guerra civil española

(Artículo principal: Guerra Civil Española)

En el estallido de las hostilidades más de 40.000 voluntarios de 53 países se apresuraron a la ayuda de los republicanos, mientras que Mussolini y Hitler apoyaron a la Falange Española.

Arte, cultura, formación y final

Nombres como D'Annunzio, Filippo Tommaso Marinetti, Carlo Carrà y muchos otros están vinculados al fascismo italiano, así como compañeros de viaje de la talla de Ezra Pound.

Con la muerte de Mussolini en 1945, se considera finalizada la era del fascismo en Italia.

Artículo de opinión

Nosotros los alemanes y el fascismo de Mussolini

por Joseph Goebbels


Mi tema básico deseo que sea una frase de Treitschke, tomada en cualquier ocasión de Mussolini: La historia se construye con los hombres. Frase la cual sería una sofisticación, si se pretendiese inferir que, en la serie de evoluciones político - históricas en que se sustancia la vida de los pueblos, el elemento hombre constituye la determinante única y exclusiva. He aquí, por el contrario, la verdadera interpretación: los hombres representan la materia prima.

Abandonada a, sí misma, la materia prima no sabría ni darse una forma ni asumir una estructura. Por ello es ineludible condición la intervención de una mano ordenadora, el acto creador de una individualidad de superior naturaleza. La cualidad del intelecto político es artística: toda materia prima se transmuta por él en sustancia modelable. La cima máxima de la acción política reside, forzosamente, en la transformación inicial de la materia elemental humana en un pueblo: En su paulatina, elevación a estado nacional, portador de un valor político. Sin Mussolini es imposible concebir el fascismo, es imposible concebir la Italia contemporánea. Al principio y al fin de la evolución política denominada fascismo, se halla Mussolini. Con Mussolini el fenómeno denominado fascismo ha entrado por vez primera en él mundo fenoménico.

A Mussolini le debe el fascismo, no sólo su propio núcleo ideal, sino también su forma, estructura, organización. En cada expresión vivífica de la Italia contemporánea está impreso, también, y profundamente, el sello inimitable de esta individualidad de especie única.

Mussolini, él mismo, es la encarnación de una voluntad y de una idea. Debido a ello su acción - revelada al afrontar una situación política que no era ya el fruto concreto de la superioridad individual en acción, sino la resultante de un juego de grupos, facciones, entidades - ha podido aparecer tan gigantesca, tan duradera, tan capaz. En medio de un conjunto democrático y baboso de procuradores de sociedades anónimas y secretarios de cámaras de trabajo, su aparición había implicado, por primera vez, la presencia de un arquetipo, de una entidad independiente, de un hombre. En él se expresaba por vez primera, una individualidad política completa, proyectante de los problemas políticos en mi ángulo visual, no ya material y mecánico, sino político en sus fines.

Mussolini ha abierto así a la Italia contemporánea su ruta. Y contra una humanidad bajo la plena y entera supremacía del liberalismo, ha osado por vez primera el experimento de encuadrar a los hombres en marcos radicalmente renovados, de proponerles incluso un ideario social y nacional nuevo. Su máximo mérito histórico se anota aquí: Que, a través de revolución política tal, ha demostrado al mundo, de manera original, el teorema de la posibilidad de desmantelamiento del marxismo. Del marxismo, entendámonos, en su esencia. Nunca, hasta ahora, se había efectuado, ni siquiera intentado, esta demostración: Y, ante todo, se estaba convencido unánimemente, sea de la indemostrabilidad del teorema, sea de su absurdo. Una vez sobrepasada cada fase difícil, se elevaba ante Mussolini, un obstáculo ulterior, cada vez mayor. Sin embargo, no solamente ha terminado por reducir a cero el marxismo por primera vez en la historia, tanto en su eficiencia política como en su propio peso específico real. Además y siempre, por vez primera, ha rendido la prueba clásica del modo de superarlo; y hasta como movimiento y fermento obrero; no con el recurso de la teoría y los métodos de la reacción, sino con doctrinas y raigambres sociales. El fascismo ha resultado, por consiguiente, el primer proceso político y victorioso contra el liberalismo, generalizando más contra aquella corriente ideológica y mitológica que derramada inicialmente en 1789 con la toma de la Bastilla, inundó después, unas tras otras, las naciones, y las azotó con una secuela de convulsiones revolucionarias, y al final, hizo sumergirse a los pueblos en el pantano del marxismo, la democracia, la anarquía, la lucha de clases. Mussolini había opuesto, por vez primera, a aquella corriente, una noción de solidaridad nacional unificadora de clases, de sectas, de confesiones y profesiones, en el terreno de un denominador común nuevo, fundada en la participación nueva de un destino nacional común.

Esta sí que es una real y esencial revolución, puesto que Mussolini había visto de pronto, y lúcidamente, la inutilidad e imposibilidad de todo y cualquier pacto y compromiso con la humanidad, liberal y democrática. Dos principios diametral y espiritualmente antitéticos se erguían uno frente al otro, y cualquier fórmula de convivencia pacífica recíproca era inconcebible. El problema se había concentrado en la liquidación de toda una actitud psíquica, en su substitución por una actitud contraria.

Irrupción - en este caso - de la juventud. De la juventud pasada por el fuego del purgatorio de la guerra mundial y hecha digna y capaz de guardar las cosas de la patria; más con visión que la humanidad liberal y democrática no podía sospechar ni lejanamente. Naturalísima, pues, en las generaciones italianas menos jóvenes, la ininteligencia del fascismo surgente; inteligencia, antes y después, inevitable. Sí: El reactivo introducido por Mussolini en el mundo fenoménico se presentaba, en este punto, con caracteres tales de heterogeneidad, de modernismo, de novedad absolutamente inédita, que a una humanidad semejante era negada, por definición, la idoneidad de comprensión. Confirmándose viceversa la famosa máxima de Schopenhauer. Y, una vez más, los paraísos de hoy son los lugares comunes del mañana. En realidad, mí persuasión a tal propósito está consolidada. La onda política, vencedora hoy en Italia bajo la constelación del fascismo y en Alemania bajo la constelación del nacionalsocialismo, conquistará poco a poco a Europa entera. Para detenerla, ya no hay ahora, ni más adelante, dique o represa que baste. Y en el día de su primera manifestación, empieza la historia nueva de toda nuestra parte del mundo.

Europa se incorporará a esa forma a la cual nuestras miradas tienden. Y a Mussolini le habrá sido asignado el alto destino de haber sabido ser el primero en instaurarla en su patria, en vivificarla en el pueblo y con el pueblo italiano. En efecto, ninguna revolución es más internacional en su propia génesis: La toma de la Bastilla es un hecho típicamente francés. Pero todas las revoluciones son siempre internacionales en la totalidad de su desarrollo. Las revoluciones insurgen inicialmente contra sistemas, regímenes y concepciones gesticulantes - sé comprende - de maneras diversas en sus diferentísimos estados. Durante, y a la conclusión de cada ciclo revolucionario, en casi todo el mundo reina un orden nuevo. Los amotinados que en 1789 asaltaron la Bastilla parecían y eran, diez años después, la vanguardia de la joven Europa. Las cosas no podían suceder de otra manera. No transcurrirán años, sino que, deberán pasar sin duda decenas de años; no lo voy a negar.

Que es directamente actuante y operante la dinámica íntima de los recursos históricos; y la lógica de su desarrollo es una, inmutable, y siempre igual a sí misma. El recurso histórico ha sido proporcionado por la Marcha sobre Roma. Para la democracia liberal, la Marcha sobre Roma ha sido, en realidad, la campana del prontos al asalto contra la democracia liberal. Es el primer ensayo de fracaso de las construcciones ideológicas y cielos mitológicos liberales y democráticos, de su substitución por una concepción nacional y social orgánica y original. El fascismo no es artículo de exportación. Pero, entendámonos, ¿hasta qué punto?. Con seguridad que no hasta el punto de entender que el fascismo debía aparecer limitado a ser un puro y simple episodio de la historia de Italia, sin ninguna repercusión posible fuera de ella. La frase mussoliniana significa exactamente lo contrario. Significa que el fascismo es la forma, el fenómeno italianísimo de la actitud y tensión psíquica nuevas; lo mismo que el nacionalsocialismo es el fenómeno muy alemán; igual que en Inglaterra, Francia, Rusia, Austria, etcétera, ya en camino, la renovación revolucionaria asumirá aspectos y expresiones, en cada caso, inglesas, francesas, rusas, austriacas, etcétera. Del curso revolucionario completo, general, habrá emergido una Europa diferente. No un coacervo poseído en conjunto con una red de cadenas internacionales, sin una Europa afianzada sobre fundamentos nacionales propios, basada en la naturaleza. Nación por nación, Europa habrá hallado una estructura singular en que concertarse, al mismo tiempo en consonancia con las tradiciones y condiciones singulares. Pero la generación espiritual de la multiplicidad de estructura habrá sido común, única y una. Y dentro de diez, veinte o treinta años, la cara de la Europa entera - lo repito - no parecerá la de ahora, expresión de la actitud y tensión anterior. Me limito, pues, a una tentativa de examen del fascismo en su génesis ideal y concreta, y dejo al lector cualquier paralelo eventual con el similar fenómeno alemán.

Es el fascismo, por esencia, antiliberal, no solamente en el tronco, sino sobre todo en las raíces espirituales. Ha liquidado de hecho este cosmos liberal en que el ser humano se calcula siempre y solamente un individuo, un número entre los números, y nunca un hombre. Al fetichismo común de la masa, el fascismo ha substituido por vez primera, en la vida política, administrativa, económica de la nación entera, una justicia jerárquica, equilibrada bajo un sistema de responsabilidades individuales, postulando el principio de comando personal. Haber acentuado de manera tan explícita la responsabilidad personal del mando la idea de dignidad del pueblo. Y similar extensión ha habido en el orden corporativo instituido por el estado fascista. Dos pilares. Una institución lúcida del ser humano singular en su humanidad personal; una noción segura, y profundizada hasta las últimas consecuencias, de su aptitud para la responsabilidad, y el mando, por un lado. Por otro, una doctrina corporativa, encuadrando a la totalidad de los productores en la conciencia de un destino nacional común. Pero el fascismo no es solamente antiliberal; es también antipacifista. Y he aquí que pareciera presentarse un asomo de contradicción, puesto que, siendo antipacifista, encarna, sin embargo, una garantía de paz. ¿Cómo resolverlo?... El pacifismo es doctrina, por su naturaleza, radical, democrática. En la práctica política cuotidiana, se inspiran sistemáticamente los cabecillas y santones de la democracia en él, cuando no son, por lo general, más que portavoces de intereses particulares y utilitarismos privados: Abogados y procuradores de profesión la mayoría. Es realmente la cosa más natural del mundo que hombres de esta procedencia intenten introducir en la lucha política interna e internacional los procedimientos y la valentía de su profesión, y aunque no se lo propongan deliberadamente. Y esto conduce al descubrimiento del cáncer del régimen liberal, su enfermedad constitucional, el por qué congénito de su gangrena. Todos sus partidos no eran sino coaliciones de intereses privados; todos sus partidos no podían proyectar ni otear los problemas políticos estaduales más que de acuerdo al ángulo visual obligado por esos intereses privados.

Añádese que, para los príncipes del foro, la tentación de hacer del parlamento nacional un duplicado del foro, es verdaderamente demasiado fuerte. Sigue como consecuencia que, en todo parlamento liberal, las indignaciones no son en realidad indignaciones, los entusiasmos no son realmente entusiasmos.

Son odios y amores facticios y ficticios, para pasto de la barra; son fintas esgrimidas bajo banderas programáticas ondeadas sin ninguna convicción; son batracomiomaquias para la defensa de posiciones que, a telón bajo, nadie piensa ya en defender. Y en los, intervalos entre acto y acto, los enemigos mortales de poco ha continúan el paseo de bracete por los corredores, amigos y hermanos como antes, mejores que antes.

Hombres de este género - es natural - no llegarán jamás a comprender cuánta humildad y reverencia se deben hacia la patria, si de veras se sienten hijos de ella. Ni siquiera en la patria, ni aún en la vida de un pueblo, saben reconocer algo diferente, superior al despliegue de los intereses materiales más o menos asimilado a cualquier otra alineación de intereses privados, más o menos confiados a su patrocinio. Jamás ha visto ni sufrido tanto Europa que cuando se ha puesto en manos de los abogados. Y en primer lugar, porque los señores abogados no son, tontos, y el ir a la guerra no les gusta, prefieren enviar a sus clientes. Se necesitaba, por otra parte, que el pueblo tonto no descubriese el truco un poco sucio; y, para ocultarlo mejor, se invento y concluyó la doctrina pacifista. Los señores, con poco gasto, se habían pagado hasta el lujo de ser humanitarios, en los salones, entiéndase bien. Lobos rapaces de frac y sombrero de copa, como dijo en cierta ocasión Mussolini. El fascismo ha puesto las cosas en su lugar, y también en el capítulo de la guerra ha querido ser franco ha preferido la falta de misericordia de llamar a las cosas por su nombre. Tiene a menos condenar la guerra en abstracto, y no recurre a ella en concreto sino cuando ha tropezado una, dos, tres veces, conque la integridad nacional no podía, salvaguardarse ya de ninguna otra manera.

Y Europa, repuesta sobre los propios fundamentos naturales y nacionales - estoy seguro de ello - sabrá mantenerse en paz mucho mejor que la Europa de hoy, espejo del desorden liberal. Los nacionalsocialistas de todas las naciones, hablamos, en el fondo y hechos, la misma lengua; lengua de radicales espirituales idénticos; y nos comprendemos por ello, mucho mejor que los liberales y demócratas; lengua que tiene el coraje de defender a ojos vistas el honor de la patria propia, y rinde pleitesía siempre al honor de la patria ajena. A través del antipacifismo de Mussolini, se había venido afirmando, pues, una voluntad de paz tan profunda como valiente y, para los señores, descarada; fue necesario ponerla en acción cuando Mussolini, en momentos en que semejante actitud era contra el sentido de la corriente y los humores del tiempo, defendió frente al mundo la causa de Alemania.

Tercer liquidación del fascismo: La extirpación del anónimo. La democracia liberal jamás tuvo el hábito de llamar a las cosas por su nombre. Quedar en la sombra: he ahí su gran pasión. Trabajar entre bastidores, exponerse en el proscenio lo menos posible, no aparecer nunca por completo: Estos eran los usos y costumbres invariables de sus directores efectivos. Los que hoy están capitaneando la oposición democrática, mañana hacen el hilo y manejan los títeres de la mayoría gubernativa, y pasado mañana, si es necesario, pueden volatilizarse. Todo un estilo y moralidad política, cuyas formas concretas y acabadas se llamaban, en Italia, masonería: Sentadas, pues, las premisas antiliberales y antipacifistas del fascismo, no debía dialécticamente descender su declaración de guerra a la masonería, hasta su aniquilamiento total.

En realidad, la central psíquica de la masonería y la del marxismo son de idéntica naturaleza; la socialdemocracia, el marxismo y la masonería no obstante ser diversos en los matices antitéticos y métodos respectivos, se funden y confunden en el modo de pensar y obrar, forman en sustancia uno sólo. Este modo de obrar y pensar, Mussolini lo ha substituido con las normas de la responsabilidad plena, entera, Mussolini ha asumido todo el, poder y ha dado todo el poder a todo el fascismo. Más no para proporcionarse privilegios o preservarse de rendir cuentas. Antes bien, exactamente al contrario, para echarse encima las cargas gravosas, y responder entera, abierta y solemnemente de ellas frente a toda Italia y a todo el mundo. Norma y actitud que presuponen a su vez una toma de posición antihumanitaria, el ataque frontal contra el espíritu humanitario falaz, del cual nosotros sufrimos experiencias más que suficientes bajo el régimen liberal democrático.

¡Humanitarismo!: Ostentarlo hacia los enfermos, hacia los enclenques y todos loa oprimidos; más para poder después rechazar cualquier solidaridad humana con la salud y la firmeza. Hacer profesión de la humanidad hasta que se detiene en los ciudadanos, pero uno a uno, por separado; y renegar de toda humana caridad de patria. Montar cátedra para predicar una especie de humanitarismo falsificado, morboso, hipócrita; hacerse pregonero de una forma mental social, nutrida con promesas que son mentiras; y no tener sucesivamente el valor de un acto humanitario, de una acción realmente de hombre, de cortar por las raíces las desviaciones y las causas de los males. Destruir esto ha sido la gran valentía de Mussolini. Implacable cirujano ha puesto al descubierto, ha aislado las llagas de su tiempo y del nuestro, y, a través de un tratamiento duro y doloroso de años y años, las ha cauterizado. Ha demolido hasta los cimientos el mito humanitario embrollón de la democracia liberal, colocando y añadiendo, más allá, una meta viril y heroica, no solamente para la clase política dominante, sino para la totalidad del pueblo. La totalidad del pueblo marcha hoy hacia aquella meta y, en la vanguardia, su flor: La juventud fascista. Pues la juventud italiana de hoy está transformada, irreconocible; jamás, antes de ahora, su rostro viril europeo había ostentado tanto valor, tanta firmeza, tanta confianza en sí misma, tanta audacia, tanta temeridad. Es el resultado de la acción de Mussolini, es un heroísmo probo y generoso, ofreciéndose a sí mismo a la nación, colocando la mayor y más meritoria aspiración humana en estar al servicio de la nación fisiológica y psíquicamente templado para dejar de lado el lucro material.

Juventud tan templada, dibujase hoy como la seña más saliente del aspecto político de la joven Italia, y es natural. La peor maldición caída sobre la Europa de 1914 se ha transparentado, quizá, en la fatalidad que todos los gobiernos de todos los estados, eran gobiernos de gente vieja, que ninguna palanca de mando fuera maniobrada, en ninguna nación, por los jóvenes. Y los viejos sabían demasiado bien que, si la guerra estallaba, ellos y su generación no tendrían que hacerla ciertamente. Pero la gerontocracia sobrevivió a la guerra mundial. Regresar de las trincheras a la casa y encontrarse conque, después de cuatro años de calvario, todo en política seguía andando como si nada hubiese sucedido: He aquí algo que superaba la capacidad de soportar de los jóvenes, algo que los exasperaba hasta el paroxismo. No hay que maravillarse pues, si las ideas y palabras de orden de Mussolini se lanzaron bajo el punto de vista en cuyo campo se agolpaba el pueblo y su furor, si el fascismo prístino, en su centro, resultó un movimiento de combatientes, si Mussolini resucitó el estado de ánimo de los soldados en las trincheras, si esta tensión, resucitada, se convirtió en la levadura patética de la propaganda fascista inicial. En el llevar la juventud italiana al frente, Mussolini se había dado cuenta claramente que la trinchera, para los jóvenes había sido un curso acelerado de sabiduría civil y política, contrabalanceando con exceso la insuficiencia técnica eventual, la hipotética falta de práctica.

Existiendo, además, prerrogativas que son virtud exclusiva de la juventud, que no se le enseñan, que no hay escuela donde se puedan aprender. El valor del riesgo, la facultad de poder hacer todo, de inventar todo, la posibilidad de la acción política a largo plazo, sin la condena ni la espina del no deber ver la desembocadura..., éste es hoy, por el contrario, el privilegio inestimable de la clase política dominante fascista. Clase de jóvenes, y, por lo tanto, de hombres, no con un gran porvenir dentro de sí, sino con la vida y el vasto futuro delante; que se han desprendido del miedo a la muerte, más para reconquistar el sentido reverencial de la muerte; que saben ver las cosas tal cual son, y de como se quisiera que fuesen; sin contagios sentimentales, sin inclinaciones patéticas deformadoras, sin romanticismos nebulosos. En su lugar, un estilo mental y moral nuevo, un romanticismo viril y energético, acerado y heroico; el romanticismo de nuestro siglo. En realidad, la Italia joven y fascista es riquísima y abundante en fuerzas creadoras. Gracias a éste su almacenamiento de energía, pudo proponerse e imponerse los problemas aparentemente más insolubles; y cuanto más difícil se le presente la solución, con tanto mayor entusiasmo lo ataca de frente y en bloque. La Italia fascista y joven puede osarlo, porque está en posesión de las premisas indispensables, porque lo mejor de su pueblo está en el vértice de su régimen.

Envuelta en el ardor de crearse su nueva historia, libre de la bola de plomo al pie de las coaliciones de intereses y los complots de facciones, puede poner ahora, efectivamente, en el platillo, el peso entero de su potencialidad. El fascismo es, en sí, la idea de un hombre único, madurada en la mente de una individualidad de especie única, de un genio; pero la chispa se acrecentó cuando la idea, inexpresa todavía, estaba sin embargo ya en el aire, casi en suspensión .Y Mussolini aborda empresas propias de rarísimos ejemplares humanos, en nombre de los cuales habla Goethe: Y si los fiambres bajo el dolor enmudecen, un dios me conceda la palabra de aquel que sufre...

La tensión, la aspiración flotante en el aire, oscilante, continuamente indecisa, la captó Mussolini, supo constreñirla en verbo activo, en acción lógica; suyo fue el arte de transportarla, de la zona de lo incognoscible, a la esfera del conocimiento, suya fue la virtud de promoverla, de la oscuridad de la subconsciencia, a la luz meridiana del mundo consciente. Idea de un hombre único, el fascismo deviene la confesión y profesión de fe de un partido político nacional; fe de una parte política, brota según el modo de pensar, sentir y vivir de un pueblo, surge con la esperanza de toda una nación.

Es superfluo extenderse en demostrar que el ejecutor de una obra tanto molis debería ser un hombre, necesariamente, de dotes innatas extraordinarias. Duro, muy duro, para la serie de los más diversos y variados exteriores que se han abocado a una interpretación definitiva del fenómeno Mussolini. Lo ha experimentado, en su juicio, la dialéctica hebraica, se han fatigado por ello las retóricas reaccionaria y marxista; Fatiga inútil, a mi ver, Mussolini escapa a la órbita del cuadro de toda especie de cesarismo, su estatura sobrepasa el parangón con la de todo jefe de partido.

En él, la juventud se multiplica por la voluntad; Es lógica, coincidencia y resultante de elementos, desde ya y de por sí, no solamente necesaria, sino suficiente para poder llevar a cabo una transformación política cuando, como en el caso de Mussolini, la personalidad en que la síntesis se efectúa sea detentadora del poder, o si las corrientes delineadas u hombres le bastaran para esperar conseguirlo. Además, en quien haya nacido de la cuna popular con la misión de atraer sobre si la fe popular, de objetivar en sí la dedicación nacional entusiasta, ocurre y ayuda una tercera determinante: El crisma de la facultad de entrar en contacto y quedar en contacto inmediato con el pueblo, con esta aura sutil propiciatoria, con esa aureola de especie mágica, siempre advertida y reconocida en torno de los héroes nacionales predestinados.

Un factor incoercible en la fórmula de una definición, un poder que es imposible llegar a expresar, un equilibrio entre la conciencia de la superioridad y la generosidad humana y viril, entre la aptitud ingénita para el mando y la moderación sabia: Esta es la esencia de Mussolini. Hombre todo instinto y percepción magnética, es la llave que abre el camino real orientado al corazón del pueblo italiano.

En nuestra primera entrevista, a los diez minutos estábamos ya de acuerdo.

Organización del partido, tiempo de la revolución, orden corporativo, partido y estado, forma y contenido del estado; este complejo totalitario de problemas, Mussolini lo abarca unitaria e instintivamente. Si existe una persona con la cual un nacionalsocialista auténtico se entienda al vuelo, esa persona es Mussolini. Con él no hay necesidad de discutir punto por punto ninguna cuestión: una relación, un bosquejo, y todo queda claro y en su lugar. El corazón de las multitudes Italianas late al unísono con el de él, y jamás estuvo con nadie como con él. Y si doce tribunos marxistas trinan contra la dictadura italiana, no hay más que volver a aplicar una historieta famosa, y los oradores no son otros que los zurradores de piel que se han quedado sin piel.

Puerilidad, insulsez, traje ridículo, todo el mundo sabe cómo van las cosas en realidad. Material magnífico para cualquiera, en Italia. Y un buen corte. En Italia, el vocablo marxismo ha desaparecido por completo de la lengua viva, y cuanto más la palabra bolcheviquismo, que hay que ir a buscarla en los diccionarios donde la vida la ha expulsado y confinado. El Duce siempre tiene razón. Es una frase tal vez en parte ininteligible, al menos para nosotros los alemanes; no obstante, hablando y pensando de manera italiana, la fe de todo un pueblo se expresa en su complemento y coronación. Es una frase humanamente no acuñable sino dónde y cuándo la mayoría enorme está archiconvencida, en su fondo más profundo, de que el hombre de clase única está del lado de la razón. Al faltar hechos explicativos de perentoria premisa similar - es evidente - hubiera tenido repentino sabor a delirio o bufonada, y no hubiera sido tomada en serio ni repetida. Il Duce ha sempre ragione. Es, por el contrario, una proposición plenamente creída y representa una suma tan enorme de confianza y dedicación, un capital psíquico nacional tan seguramente imponible y convertible en acciones políticas concretas, que quererlo aumentar aún sería realmente imposible.

Mussolini es el arquetipo ideal de la juventud italiana. No hay balilla que no lleve consigo su fotografía, no hay italiano que no lleve su imagen en el pensamiento.

Es el hombre de los obreros y de los campesinos, que comprende al pueblo y se encuentra bien sobre todo en medio del pueblo, que no quiere hacerse fuerte con el pueblo, sino hacer fuerte al pueblo italiano.

El tipo militar nuestro - prusiano, germánico - se ha encarnado históricamente es una dualidad antitética de caracteres físico psíquicos preponderantes: en complexiones macizas, más bien robustas y duras, por una parte, y en complexiones descarnadas, ágiles y nerviosas, por otra. Se puede reconocer la perfección ejemplar del segundo subtipo en Moltke, general que sabe manejar lo mismo la pluma y la espada, tan artista nato como estilista consumado en las Cartas turcas. Y sobre todo, en el equilibrio inimitable de Federico Segundo de Prusia, rey y condottiero, músico enamorado de su flauta, y escritor Soldado insigne, mataba continuamente en sí al artista para que el creador de historia viviera, y en lucha tal se ejercitaba máximamente su heroísmo, se testimoniaba su calidad virilmente humana. En Mussolini, ahora me parece vislumbrar algo semejante. Es un soldado, pero también es artista; es también todo instinto, intuición, percepción magnética; en conclusión, conocimiento directo, conocimiento virtualmente infalible. Alguna vez, en cualquier particular secundario, podrá darse el caso que se equivoca también; él; pero en las cuestiones capitales es constantemente rectilíneo, seguro, con una seguridad sublime, de clarividente.

Proponeos ahora una definición semitemeraria, y llamaréis a Mussolini romano prusiano. Un antiguo romano, con la disciplina prusiana, la alegría de trabajar prusiana, el heroísmo prusiano; aparición única y, a punto en su unidad, no concebible ni posible más que en la tierra madre del romanismo.

Y si el fascismo es la obra maestra, su persona es el centro viviente de la Italia fascista. Mientras, la infalibilidad instintiva mussoliniana se revela y afirma en su método de acción demiúrgico en haber obrado siempre de abajo hacia arriba, y no al revés. Y entendamos bien que, si lo hubiese querido, habría podido elegir, en su lugar, el sistema contrario, sin dificultad, sobre todo sin la dificultad de Hitler, por cuanto se hallaba, ya a la cabeza de un partido potente y, por lo tanto, en las alturas. No; Mussolini prefirió establecerse en las raíces, deliberada y conscientemente; que para subir se va de las raíces al vértice, pero desde el vértice no se puede ya descender; las cosas son así y no de otra manera.

Conciencia heroicamente lúcida, Mussolini debió, por ello y ante todo, plantearse a sí mismo este axioma: Sí el fascismo vence, le espera una victoria total. El fascismo no ha nacido para comerciar con los demás partidos, y mucho menos para soportar otros dioses en su cielo. El fascismo se juega el todo por el todo: o llega, o fracasa; si fracasa, ha perdido de una vez para siempre: Mas si llega, todo le pertenece por derecho y también para siempre. Y en consecuencia, con una serie cerrada de golpes asestados al corazón, pone fuera de combate, uno tras otro, a todos los viejos partidos.

De los viejos partidos, en Italia, hoy ya, no se acuerda nadie: Socialistas, anarquistas, comunistas, populistas... pertenecen a la arqueología, ¡y de qué calidad!. El fascismo ha encuadrado políticamente a la totalidad del pueblo; ningún pueblo, en realidad, pudo ostentar jamás un cuadro, una armazón semejante que lo sostenga y distienda, diferenciada según los diversos lugares y tiempos, sea, como es evidente, en la configuración externa, sea en el proceso formativo íntimo. El sistema encuadrador asume una estructura histórica, en cada caso variada; es un orden religioso y guerrero, es una jerarquía militar, es un organismo político y civil, denominable partido: Condición inmutable, rigurosa, que perdura solamente por la presencia y la acción de mando de una minoría dirigente.

El patriciado romano antiguo, el ejército prusiano, el fascio de combate en la Italia fascista, el movimiento nacionalsocialista en la Alemania nacionalsocialista. Una armazón, una osamenta tal, no es posible ni concebible más que dentro del estado: fuera, sería absurda. El estado orgánico se constituye y construye alrededor de este esqueleto y armazón que es la presuposición ad hoc de su organismo, de su solidez, de su consistencia. Hacer del fascismo una función orgánica del estado: he aquí el problema capital en la evolución fascista próxima pasada. Los fascios de combate no flanquean el estado ni marchan a su zaga, sino que se funden y confunden con él: Fascio y estado se convierten en una unidad hasta en la convicción de cada fascista. El tiempo se colorea con las imágenes y semejanzas de los mayores; para hacer la historia quedan los descendientes.

Mussolini ha llamado oportunamente al secretario general del partido fascista para formar parte del gabinete, confiriéndole el grado y las prerrogativas de ministro en ejercicio.

Uniformándose con el impulso recibido desde arriba y partido desde el centro, la intromisión del partido en el estado ha continuado en sentido descendente y hacia la periferia, con un ritmo natural y sin sacudidas, en tal forma que, al término de una evolución apenas decenal, fascismo y estado italiano son, exacta y realmente, todo uno.

Y de esta manera ha podido dedicarse en cuerpo y alma a la conjunción permanente con la totalidad del pueblo. ¡Desgraciado de aquel gobierno que se eche sobre las espaldas el peso de toda responsabilidad y, después, sueñe mantenerse en contacto con el pueblo a través de la aplicación de la ley desnuda y cruda!. ¡Con seguridad que el régimen que no tiene confianza en nadie y no cuenta con nadie, debe levantar su burocracia y policía! Un régimen goza de vitalidad solamente cuando tiene tras sí y consigo una nación. Ni esta condición tendrá si su política no es nacional y popular. Entendámonos: Ser fascista, como ser nacionalsocialista, constituye la prerrogativa ambiciosísima de una minoría.

Pero no estamos en presencia de una minoría que tienda a depositarse en la superficie para cubrirla y hacer de revoque en la fachada, o viceversa, propensa a aglutinarse en la capital, a coagularse, para disponer después a su capricho desde la central. Trátase de una minoría distribuida jerárquicamente en el organismo del estado entero, incorporada orgánicamente a la vida total y totalitaria de la nación.

El jefe de la jerarquía ocupa el vértice de la pirámide; en la degresión del vértice a la base, la pirámide se ensancha proporcionalmente, y su eje de simetría se identifica con el eje de simetría del pueblo, de la nación, del estado italiano. Propulsor originario y órgano inicial de la revolución, el partido fascista se convierte con pleno, con plenísimo derecho, en órgano del estado fascista.

El jefe del gobierno es, simultáneamente, jefe del partido, y el partido no es, por consiguiente, sino la forma y la expresión plástica de la voluntad, pensar y acción fascistas; la Italia contemporánea sería imposible figurársela sin el fascismo, puesto que el fascismo ha permeabilizado, hasta la fibra más íntima, el tejido del pueblo italiano.

La nueva generación es su hechura y propiedad; la juventud crece a su calor exclusivo, sintiéndose parte viva del estado. Los fascistas más jóvenes advierten también, casi por fuerza de un fenómeno de correspondencia subconsciente, que en Alemania se está recorriendo una evolución similar. Fue demasiado calurosa la acogida que me prepararon los jóvenes fascistas para poderla explicar como convergencia de intereses materiales: demasiada cordialidad para poderla reducir a una coincidencia de directivas políticas internacionales. Revelaba un estado de ánimo más consonante, más profundo.

"Nosotros lo concebimos de la misma manera. Vosotros, en Alemania, queréis llegar idéntica y exactamente a lo que nosotros en Italia". Consonancia íntima, abiertos panoramas nuevos.

Una cosa es una revolución y otra una asonada. En 1918, los alemanes tuvimos una asonada en casa; hoy, en su lugar, se ha llevado a cabo una revolución. En la víspera de la Marcha sobre Roma, Italia contemplaba la asonada en su casa; la acción de Mussolini desde entonces hasta ahora, continua, y progresiva, todavía en pleno desarrollo, constituye, por el contrario, la revolución fascista. Las revoluciones jamás reniegan de las tradiciones nacionales: Las tutelan, las salvan, en cambio. Ni destruyen nunca por el gusto de destruir: demolen, aniquilan, sí, pero siempre y cuando sea rigurosamente necesario, indispensable, para dar lugar a las fuerzas vitales nuevas.

También la revolución fascista, también Mussolini, han dejado estar las cosas como estaban frecuentemente, incluso con mucha frecuencia, cuando no representaban una rémora para el impulso vital revolucionario.

Revolución de jóvenes la fascista, está en ligazón consciente con la tradición nacional, está dotada del sentimiento reverente de la historia nacional y del purismo tradicionalista más exigente. Y es profunda su aptitud para transformar en propia tradición su mismo pasado próximo ya histórico. Todo fascista está persuadido que la historia de la revolución fascista, desde su primer comienzo, ha constituido una sola cosa con la historia de Italia; y tienen razón.

Igualados en la veneración nacional a los Mártires de la causa nacional, los mártires de la cansa fascista son señales idénticamente luminosas, como en nuestro lied (1), los fascistas muertos marchan todavía entre los fascistas vivos. Así ha sido el partido fascista el crisol metafórico del pueblo italiano; así es el crisol real del pueblo fascista; así, en ese crisol, la heterogeneidad de la materia prima humana se refunde en la homogeneidad de una sustancia humana plasmable, de cualidad civil, política: La mano creadora del genio artístico - político extrae de allí la figura viviente actual. Y el régimen se auto defiende, sin necesidad de una policía adecuada, en especie, ni de cualquier otra forma de coerción material, en género. La medida de su fuerza es igual a la de la nación italiana, y es la misma medida porque es la misma fuerza. Es un hecho que el partido ha absorbido el partido de la multitud, y la multitud al pueblo, y el pueblo a la nación, y es erróneo decir hoy Italia, si no se quiere decir a la vez fascismo y Duce.

En el sector Occidental de Europa se ha esparcido y propagado la especie de que la inteligencia y cultura italianas, o son de corazón contrarias al régimen fascista, o, en el mejor de los casos, subsisten bajo una actitud llena de reservas. Cháchara cretina y manipulación de los notorios manipuladores profesionales de la "opinión pública" occidental inspirados por los apetitos personales, ni siquiera merece la pena de ser rebatida. Los intelectuales auto segregados del fascismo son ramas secas que sería una lástima reverdecieran en tan buen terreno; ocuparse de ellos, lo repito, sería perder el tiempo ahora, ya que han caído bajo la maldición más antipática exactamente para toda eventual aspiración a la inteligencia: ¡Fastidiosos!. Mas son personas sin ningún interés para nadie, mientras la vida incoercible y bullente sigue derecho, mientras las fuerzas revolucionarias jóvenes suscitan y vivifican la forma del nuevo orden social. Toda Italia se halla reconstruida, transfigurada: las multitudes inmensas arden en el mismo ardor que no se extingue en su jefe, renacen en la voluntad idéntica y unitaria de encarar de frente la totalidad de los problemas.

La revolución fascista recorre, vencedora, una vía real; y si un par de intelectualoides desequilibrados y dejados de la mano de Dios, se hacen los locos en la calle y gritan, y echan veneno, habrá que recordar que los rebuznos del asno no llegan al cielo. La actividad cinematográfica fascista apenas ha entrado en un ciclo productivo radicalmente renovado; principios por ahora modestos, mas ya significativos, por otra parte.

Se ha visto una serie de los primeros ensayos hasta aquí, en Alemania. Desde el punto de vista técnico paro, nosotros, en verdad, estamos más adelantados que en Italia; si en su lugar el juicio se efectúa sobre la voluntad de figuración de la causa, de representación del destino nacional, Italia está más adelantada que nosotros, al menos hoy.

Y lo esencial, a mi parecer, es esto. Todo lo demás se puede aprender; habilidades prácticas e ingeniosidad técnica, son accesorias: Basta trabajar con un cerebro sano para llegar a apropiarse de sus secretos; lo que no se enseña es el espíritu vivificador, el impulso suscitante.

El fascismo, en primer lugar, ha osado la experiencia de hacer del cinematógrafo un instrumento de acción estadual - nacional directa. Hoy por hoy no sabría dar una opinión definitiva sobre el éxito final del experimento, ni tampoco, sobre la oportunidad eventual de una repetición de él en Alemania. Yo he considerado, desde el principio, que toda nación es y debe ser nacionalista a su modo, que importar a tontas y a locas un nacionalismo extraño será tan cómodo como insensato y malaventurado, que es necesario tomarse el trabajo de pensar con la propia cabeza, que es preciso descubrir, inventar la armonía perfecta entre el orden jurídico - social nuevo, de un lado, y la estructura nacional - específica alemana, de otro.

Inspira admiración, en esta Italia rejuvenecida, la audacia tenaz con que se edifica. Una línea similar empieza a trazarse ahora en Alemania; y no con la intención de calcar la horma de la revolución fascista, sino en realidad, para corporizar nuestra convicción madurada. Ni las reformas que transmutan el flujo continuó de la vida, ni las revoluciones que transforman el ritmo cotidiano, son automáticamente suficientes para eternizar a sus héroes, las naciones; no es eterna más que la indestructibilidad de la piedra. Hacer de la piedra eterna un monumento a la eternidad de la nación: He aquí el privilegio superior, del cual se exige sean investidas.

Italia lo posee. Inmediatamente alrededor a la Roma antigua y vieja, se ha levantado otra ciudad; se han derribado barrios enteros; se ha edificado en las afueras un foro de mármol ciclópeo; se ha irradiado en la península un sistema de carreteras de inigualables longitud, comodidad, amplitud, estabilidad. Habrá quien se figure que de estas hermosuras, no disfruta el pueblo italiano; habrá quien se imagine, en los hombres del campo, monólogos como éste: ¿Qué beneficio trae hasta mí el foro romano?... ¿La autovía?... ¡Por ella van los autos de los señores!... No es cierto, sino lo contrario. Desde el primero al último, todo Italia no siente y sabe que éste es su campo de deportes, que ésta es su autovía, que este conjunto de obras lo ha creado la fuerza creadora perpetua del ingenio italiano; y en años en los cuales el resto del mundo estaba sacudido por accesos de fiebre, se hallaba convulsionado por la crisis.

Nosotros tenemos el deber de llegar también al mismo punto, en Alemania; la voluntad de perpetuarse en la perpetuidad de la piedra, hasta ahora prerrogativa de hombres singulares, debe brotar en el orgullo de todas las naciones sin excepción. Todas las naciones deben imponerse este acto de voluntad. Y dentro de dos mil años, los monumentos sobrevivientes serán testimonios de nuestras generaciones de constructores.

En Italia, la ley de prensa ha sido reformada fundamentalmente. También en Alemania es de urgencia fijar con rigor los derechos y deberes de la prensa alemana, y pronto. El criterio legislativo italiano en esta materia no lo podremos adoptar más que parcialmente, al no coincidir, en una porción de casos, con la índole nacional alemana. Pero tendremos que afirmarnos en una base común, y la prensa germánica estará también disciplinada en cuanto a actividad y responsabilidad pública se refiera, ya que el derecho de ejercitar la profesión periodística es, para con el estado, un deber. A los médicos no se les permite efectivamente el ejercicio de la medicina sin la habilitación del estado, y nadie encontró en ello nada censurable.

Con mayor razón, con mucha mayor razón, nadie tendrá que censurar nada si el estado se arroga el derecho de conceder la habilitación inherente a una categoría de profesionales que, en realidad, podrían y pueden envenenar el cuerpo social. Entendámonos: No se aspira a un nivelamiento total y totalitario de la opinión pública; se exige y quiere, en orden a las instancias nacionales vitales, una opinión pública nacional, pero una sola: ¡No dos o más!. Hay Quien sale a predicar que la propiedad es un robo, mientras otro dice que es la quintaesencia de la civilización y el progreso. Para éste, la religión es el nivel definitivo de las aspiraciones humanas; para aquél, por el contrario, es el opio del pueblo. Pluralidad inadmisible, simultaneidad absurda. Hay que dar la razón al que la tenga, y el que esté de parte del error que elija.

En situaciones anónimas, en cuestiones de pura forma, los pareceres son libres para multiplicarse; pero cuando se trata de problemas capitales, la solución, la respuesta, es y debe ser siempre única. Y si las cosas no marchan así espontáneamente, entonces el deber de quien responde del estado nacional es uno solo: hacerlas marchar así de cualquier modo, meter en cintura al que lo necesite; y no dejar que campeen por sus respetos, con su "temperamento individual", el señor Tal o el señor De Cual. Nosotros no nos hemos colocado en el lugar de mando para vigilar un cultivo bacteriológico de "temperamentos individuales"; nos hemos colocado para conquistar para la nación, su derecho a la vida. Desde la copa a la raíz, la Italia fascista está saturada de la savia de la energía y de la seguridad en sí misma. Lo cual es formidablemente hermoso, y á nadie le pasa jamás por la mente que eso pueda terminar.

Se reemprende a todo momento, y al encontrarse con cualquier nudo de dificultad, se corta; y no se interrumpe jamás el ritmo acelerado del trabajo; y se exploran sin descanso los sucesivos obstáculos, abatiéndolos sin un instante de titubeo; y el pueblo es consciente de ir guiado por los mejores de sus hijos, por la sabiduría más segura y más responsable.

Y a los italianos se les nota hoy en la cara. El primer italiano con que os cruzáis al salir, es un individuo convertido en propaganda viviente de la idea fascista. Por otra parte, es una experiencia sencilla de verificar; cualquiera que pase la frontera italiana, fíjese en el primer camisa negra de la milicia; ese romanismo viril, sano, consciente de su fortaleza, se podrá buscar por toda Europa, mas no se le encontrará en otro lugar. Lo dice la fisonomía, el porte: somos los hijos de la Italia fascista, los descendientes de los legionarios de Roma. Experiencia para mí, tangible, sensación plástica, en la visita a Littoria. Hasta ahora, ha habido quienes quisieran discutir si el rescate económico de la zona pantanosa ha sido integral; pueden seguir discutiendo hasta que se entiendan. La misma circunstancia de haberse o no instalado en ella ochenta mil personas termina por resultar, en último análisis, secundaria. Lo que cuenta y vale es el coraje que ha querido y quiere, es la fría temeridad de haber emprendido y haberse empeñado en empresas como ésta. En primer plano no queda más que el hecho de que, en solo un hombre, en plena paz, haya madurado la decisión de reconquistar para su país una provincia como ésta, haya madurado suficiente persuasión como para persuadir y apasionar a la nación entera.

Para los nuevos italianos, Littoria es la gema más bella de la corona de Italia: La ciudad, la provincia, la obra maestra de nosotros, del fascismo. Observamos la obra maestra en acción, notamos que se personifica en los colonos de las lagunas pontinas disecadas, uno por uno. Los colonos no hacen, ciertamente, una vida señorial, y envidian la suerte de otros; pero no hay uno que no sea fascista al cien por cien. Son gentes en quienes ha hecho presa la solidaridad creadora de aquella voluntad, aunque las palabras que pronuncien sean rústicas. "Entre tanto, se ha reconquistado una provincia. En dos mil años no lo habían hecho: nos corresponde a nosotros fascistas. Nuestros combatientes, que hicieron la guerra en las trincheras, se han destacado. Y quien nos ha llevado a este lugar ha sido él, nuestro Mussolini". Y se ha acumulado así un capital de confianza nacional enorme, que fructificará inmensamente. Y el fascismo es para la nación como un demonio incitante a la acción constructiva.

Italia es un taller, una disciplina, una tensión, una urgencia: obra, y días concentrados en la obra. Es un pensamiento coral, unánime, dominante. "No hay tiempo que perder, no es suficiente la vida disponible para permitirse el lujo de apoltronarse".

Un tractor puede servir de símbolo. Si se ve a un tractor surcar un pantano de estos y, con, el tronco al sol, dos jóvenes fascistas manejarlo cantando a todo pulmón, al unísono con el ronquido del motor, se siente entonces verdadera admiración: ¡Qué no sabrá hacer el pueblo italiano, qué no se obtendrá de ese pueblo, si quienes lo guían son auténticos hombres!. Y la admiración vuelve a producirse al correr sobre las perfectas carreteras asfaltadas, amplias de un extremo a otro, extendidas por toda la superficie, del territorio nacional; tipo formidable de propaganda directa sobre los turistas extranjeros, red fantástica que ha absorbido inversiones sobre inversiones, esfuerzos sobre esfuerzos. Mas la nación se enorgullece; pero Italia ya no es el país del dolce far niente y del dejar pasar; pero los italianos se han apropiado, como divisa silenciosa, de la respuesta de Guillermo Primero: "No hay tiempo para sentirse cansado".

El pensamiento de Mussolini continúa influyendo sobre el pueblo trabajador, aún cuando la jornada de trabajo de los prestadores de mano de obra haya terminado. El Dopolavoro (2), con sus inscriptos a millones, es creación de sano origen, del fascismo; y sus actividades, promovidas y patrocinadas por el régimen, son múltiples y variadísimas: Teatros populares, espectáculos y fiestas, sports de todas clases, jiras culturales, excursiones y cruceros, enseñanza del canto coral. En Verona encontré el Carro de Tespis: En un escenario improvisado en la Piazza dell'Erbe, se representaba una obra. Y desfilaron ante mis ojos el tenis; la cancha de football, los dispensarios y la enfermería, los hospitales de la "Obra Nacional Maternidad e Infancia", los parques populares extensísimos, concebidos y ejecutados con gran atrevimiento. Es ejemplar, en Roma, la actuación de la legislación social, el ajuste asistencial.

El ciclópeo Foro Mussolini lo encontráis lleno de niños y adolescentes encuadrados en la "Obra Nacional Balilla". Persuasión inmediata, propaganda irresistible; nadie puede sentirse jamás abandonado a sí mismo: El estado nacional te toma por la mano, te educa, te forma, te recrea; (por una bicoca vas al cinematógrafo, pasas la velada en el teatro, te abonas a una temporada de conciertos. Tu soledad queda abolida, el estado es para ti asistencia, protección; ya no se encarna para ti en la inquietud del agente de impuestos, se ha convertido ahora en el garante que no te traiciona. La solidaridad social es de figura grandiosa y llena de majestad. Y no sólo para las generaciones presentes y crecidas, sino también, sino sobre todo, a beneficio de las generaciones futuras y a nacer.

Mussolini adora a los niños, es su, amigo reconoce en ellos la riqueza nacional verdadera, predispone todo sistema de providencia social apto para acrecentarla. Los asilos, las ambulancias, los hospitales y todas las demás instituciones de su "Obra Nacional Maternidad e Infancia", son la última palabra en cuestiones de prevención, profilaxis e higiene.

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