La cruz visigoda

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A la izquierda una cruz de época visigoda con el alfa y omega. A la derecha la cruz de la Victoria en el escudo heráldico del Principado de Asturias con el alfa y omega y la leyenda en latín "con este signo vencerás".

El culto a la cruz por los visigodos se remontaba a su período arriano. Tras la conversión del reiks Recaredo al catolicismo y siguiendo los usos de las costumbres germánicas, en este caso gótica, conllevaba una «stammesbildung» que implicaba la adhesión voluntaria y unilateral de toda su gens a la fe de su reiks[1]. Convertidos a este culto los godos continuaron su devoción por este signo[2].

Al izquierda cruz patada procedente del yacimiento de Tolmo de Minateda en la basílica de época visigoda de en el término de Hellín (Albacete). A la derecha la cruz patada conocida como cruz de Iñigo Arista que hoy forma parte del escudo heráldico de Aragón

En el año 599 en reconocimiento por este paso el papa Gregorio Magno envió al rey Recaredo una cruz con la venerable reliquia de la Vera Cruz.

Este fervor a la cruz sobrevivió a la catástrofe de la invasión y conquista musulmana de España y continuó en los núcleos de insurgencia y resistencias del norte de España que se había originado apostados en torno a las grandes cordilleras cantábricas y pirenaicas manteniendo el recuerdo y legado godo de Toledo.

Esta adoración fue trasplantada a estos enclaves montañosos que será transcendental para la legitimización y la creación de proyectos políticos de Reconquista como fue en el Reino de Asturias como demostró Gonzalo Menéndez Pidal y en un ya clásico trabajo de Enrique Monosís en la revista Tierra y Pueblo[3]. También el importante rito de la uso de la cruz se mantuvo en su continuador el Reino de León que lo usó hasta el siglo XII cuando fue reemplazo por la figura heráldica del león[4], como en Castilla[5] y en la propia Navarra[6], así como en Aragón[7].

Un ritual de guerra

Era costumbre visigoda que el rey y sus ejércitos antes de iniciar una campaña y partir a la guerra en la ciudad de Toledo se celebrase un “ceremonial de partida y de una parte del ceremonial de regreso corresponde a la última época del Reino de Toledo. Pero al igual que sucedía con la unción regia, son procesos y protocolos que bien pueden extrapolarse a periodos anteriores del gobierno godo. Así el ceremonial de partida del ejército se realizaba en la capital y contenía elementos religiosos como militares"[8]. Las voces más autorizadas para el período visigodo sobre esta litúrgica guerrera son concluyentes:

San Isidoro, en sus Etimologías, dice que los godos utilizaban como "enseñas de guerra" el dragón, el águila, el vexilum o el manípulo. También sobre el uso de la cruz, Menéndez Pidal de Navascues dice "de todos los pueblos germánicos, solo entre los visigodos se halla este uso de la cruz (...)" .
"Por el liber Ordinum sabemos que el rey, para ir a la guerra, abandonaba el complejo palaciego de Toledo, concretamente la basílica de San Pedro y San Pablo, a lomos de un caballo. E iniciaba así el cortejo, también precedida por el portador de la cruz dorada con la venerable reliquia de Vera Cruz (...) y seguido por los portadores de las insignias (bandos) de las grandes unidades del ejército. Y también consta que era montado a caballo como el monarca marchaba al combate, tal como Julián de Toledo describió ".
—Luis A. García Moreno


"El referente principal de Toledo visigodo, donde se desarrollaba este ceremonial, era la basílica pretoriense de los Santo Apóstoles Pedro y Pablo. El rey llegaba hasta la puerta de la basílica donde era recibido por religiosos, pasando al interior de la misma (…). Seguidamente llegaba el turno de la simbología sacra que se portaba al combate, en este caso representado por los estandartes. Así, un diácono cogía del altar mayor una gran cruz, la cual era levantada y entregada tanto al rey como al obispo, siendo finalmente recogido por el clérigo que la llevaba durante toda la campaña como símbolo del monarca. Los portadores de los estandartes, que previamente habían sido bendecidos, reuniéndose todos los abanderados a las puertas de la basílica. Todo el proceso acompañado de cánticos religiosos. Por último, el obispo, a modo de despedida, decía. “En nombre de Nuestro señor Jesucristo, id en paz”. El rey montaba a caballo y la gran comitiva partía de Toledo".
—Daniel Gómez Aragonés


Este historiador toledano continua diciendo durante el abandono del rey de la ciudad, haciendo referencia al profesor José Orlandis Rovira, apuntaba "que precisamente en este momento se entonaba un himno litúrgico de guerra". Así a grandes rasgos, finaliza que "dentro de todo este ceremonial de guerra el elemento religioso era clave debido a que se justificado las acciones del propio ejército encabezado por el rey, además de dotarle de una especia de “protección divina ante sus rivales. La Iglesia católica hispánica, a cuya cabeza se encontraba la toledana proporcionaba un soporte sacro, como ha podido comprobar el lector, a las partidas, las campañas, las batallas y los triunfos. Por ello los ceremoniales y liturgias de guerra, al igual que los cánticos épicos y las exhortaciones lanzadas por los líderes antes de los combates, forman parte inexorable de las características que definen al ejército visigodo toledano"[9].

Bibliografía

-Gómez Aragonés, Daniel; El esplendor del Reino Visigodo de Toledo. Ediciones Covarrubias (Toledo, 2014).

- Menéndez Pidal, Gonzalo; El lábaro de la Reconquista. Cruces asturianas y cruces visigodas. Boletín de la Real Academia de la Historia, t 136 (1955).

-Monosís, Enrique; Cruz Visigoda como Lábaro de la Reconquista. Tierra y Pueblo nº1 (Valencia).

-Monosís, Enrique; El lábaro de la Reconquista. Símbolo de la continuidad del Reino Visigodo. Revista Idenditad nº7 (Valencia, 2008).

-Pierre Brosnich, Alexande; Reconquista y Guerra Santa. La concepción de la guerra en la España cristiana desde los visigodos hasta los comienzos del siglo XIII. Editorial Universidad de Granada(Granada, 2006).


Referencias

  1. La conversión, sin embargo, no estuvo exenta de ser total, pues se originó algunos episodios esporádicos de rebelión en el Reino. Sonada fue la resistencia que se hizo desde el obispado arriano de Mérida, donde existía una importante comunidad arriana, sobre todo por parte algunos grupos nobiliarios góticos con su obispo a la cabeza Sunna en el complot contra el rey Recaredo. Sobre la relación de clientela y vasallaje como la implicación del rey en la jefatura de Heerkönigtum y la posición de subordinación del resto de la nobleza en la relación de Gefolgschaft con respecto al rey que es a la postre como a asevarado Pablo C. Díaz "lo más genuinamente germano del rey visigodo siguió su condición de jefe guerrero", citado por Gómez Aragonés (2014)
  2. Cid Preigo en ¿Existió miniatura prerrománica asturiana?, Liño, 1, 1980, dice “en su etapa arriana la cruz fue obsesiva, era el símbolo divino más poderoso, con prestigio casi idolátrico, y el catolicismo no disminuyó esta afición.
  3. El lábaro de la Reconquista. Cruces asturianas y cruces visigodas en Boletín de la Real Academia de la Historia, t 136, 1955, pp. 276-286. Sobre el ensayo de Monosís en la revista Tierra Pueblo publicado con el título La Cruz Visigoda como Lábaro de la Reconquista en Tierra y Pueblo nº1. Visitable en internet: [1].
  4. Pierre Brosnich, Reconquista y Guerra Santa. La concepción de la guerra en la España cristiana desde los visigodos hasta los comienzos del siglo XIII, Granada, 2006, pp. 291 ss.
  5. Ibídem.
  6. El lábaro de la Reconquista. Símbolo de la continuidad del Reino Visigodo de Enrique Monosís en la revista Idenditad nº7, Abril- Mayo,Valencia, 2008, pp. 32-33.
  7. Ibídem.
  8. Daniel Gómez Aragonés, El esplendor del Reino Visigodo de Toledo, Toledo 2104, p. 64.
  9. Ibíd., p. 70.