La mujer trata de valer tanto como el hombre

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(Artículo de Julius Evola, Roma, 15 de septiembre de 1955)

Hace poco hemos escuchado casualmente en una transmisión radial a un conocido director de revistas que presentaba a nuevos poetas. Se trataba finalmente de presentar también a poetisas. El aludido entonces manifestó que el término "poetisa" ya se encuentra superado. Así como se ha reconocido como conveniente denominar "embajador" y no "embajadora" a la Señora Luce, del mismo modo -nos dijo- yo llamo arquitecto y no arquitecta a una sobrina mía y no hablaré entonces de "poetisas", sino de poetas, poniendo a un lado así estas "sofisticaciones gramaticales".

El tema nos ha sorprendido y se nos ocurriría preguntarle si al verse a una joven del tipo de Sofía Loren en reducida malla de baño junto a un hombre en orden consigo mismo, reputara que toda diferencia de sexos se redujese a una soslayable sofisticación gramatical. Permaneceremos en vez en el campo de las denominaciones para señalar diferentes equívocos.

Es posible -y agregaríamos que deseable- que al llaamar a Luce 'embajador' y no embajadora no se hayan tenido susceptibilidades feministas, sino que se haya tenido presente el hecho de que en el uso corriente de la lengua 'embajadora' ha significado la esposa del embajador. Lo mismo vale por ejemplo para el término 'presidenta'. Pero todavía nadie ha pensado en llamar profesor a una profesora o doctor a una doctora. Es en las profesiones en las cuales la mujer ha podido hace poco acceder, que por una especie de complejo de inferioridad se tiende a masculinizar el título: por ejemplo se ha dado el caso de que algunas abogadas han encontrado desagradable no ser llamadas 'abogado'.

Sin embargo, para subrayar tan sólo la cualidad 'neutra' de ciertas profesiones, sería necesario que nuestra lengua tuviese, del mismo modo que la alemana, un género neutro, además del masculino y femenino. Porque, si fuese en vez con intención que por ejemplo se dice en masculino 'abogado' en vez que 'abogada', es evidente que en el fondo se arriba a lo opuesto de la tesis feminista: es decir, se continúa considerando como masculina a la esencia de algunas ocupaciones, hayan sido o no accedidas por mujeres.

El denominado 'problema de la mujer' es de vieja data, y hoy se considera falsamente superado. Para toda persona dotada de un justo discernimiento algunos puntos deben quedar claros. Todo ser humano se compone de dos partes, la una externa, cerebral, social, práctica; la otra profunda, esencial. La primera podemos definirla como su máscara, la otra como su rostro. La primera es en gran medida algo construido, adquirido. Ella se define con dotes y facultades en gran medida 'neutras' y generales. La segunda, es la naturaleza propia de cada uno, su verdadera personalidad. En los individuos, sea una como otra parte puede estar en mayor o menor medida desarrollada. Pero ello no está sin relación con el tipo de civilización en la cual ellos viven.

Existen en efecto civilizaciones que dan preeminencia a todo lo que es práctico, exterior, cerebral, adquirible, no cualitativo. En tales civilizaciones resulta fatal una hipertrofia del aspecto 'máscara' (de la individualidad exterior) en detrimento del aspecto 'rostro' (la verdadera personalidad); siempre menos son requeridas en éstas las cualidades condicionadas por el propio ser más profundo, de aquello que hace en modo tal que un determinado ser sea justamente aquel ser, y no otro; en suma, justamente lo relativo a la 'personalidad'. En tal marco también las diferencias entre los sexos se convierten en irrelevantes, secundarias. Ahora bien, la civilización moderna es justamente de este tipo, y por ser así las mujeres han invadido casi todos los campos. En efecto, debido a la primacía de lo práctico, de lo cerebral, de la estandarización y tecnificación de casi todas las ocupaciones modernas, no se ve más por qué éstas deban ser monopolio de los hombres. Considerando aquello que para esto se requiere, también las mujeres, con un poco de buena voluntad y de aplicación, pueden ponerse en un mismo plano. Es justamente aquello que están haciendo, en especial en los países en donde el verbo de la democracia absoluta reina de manera soberana.

Pero en cuanto al significado interno de estas 'conquistas' femeninas, no hay que ilusionarse: representa un significado de renuncia. Ya en lo relativo al feminismo se ha dicho justamente que el mismo no ha realmente combatido por los 'derechos de la mujer', sino más bien, sin darse cuenta, por el derecho de la mujer de hacerse igual al hombre, es decir por el derecho de la mujer a desnaturalizarse, a traicionarse a sí misma. Resulta curioso cómo la mujer moderna no haya para nada entendido que al no soportar, al considerar casi como ofensivo el ser considerada como 'tan sólo mujer', la misma ha demostrado un verdadero complejo de inferioridad, ella misma ha pronunciado inconscientemente un juicio negativo injusto sobre la feminidad: lo cual es lo opuesto a toda verdadera reivindicación relativa a aquello que ella es justamente como mujer y no como hombre. Y un reflejo residual de esta actitud errada y renunciataria se lo tiene justamente en el rechazo respecto a que las denominaciones de las mismas profesiones en sí mismas 'neutras', se encuentren en femenino, es decir que nos recuerden en todos los casos de ser mujer, en vez que en masculino.

Para los seres anacrónicos como nosotros todos éstos son síntomas de que más que encontrarnos con una civilización 'evolucionada', estamos yendo a paso agigantado hacia una civilización de 'sin casta', de parias: puesto que así deberían ser llamados todos aquellos que por analogía no son más fieles a sí mismos, a su naturaleza más profunda, a la cual siempre corresponden funciones específicas y vocaciones no permutables. No se entiende que es en el ser y en el deseo de ser tan sólo mujer y no en descender hacia el plano en el que las diferencias son borradas o no son más requeridas, que la mujer puede valer exactamente de la misma manera que el hombre, e incluso si no más, por la misma razón que un campesino fiel a su tierra que realiza plenamente su función es superior a un príncipe incapaz de realizar la propia.

Todo esto es cuestión de sensibilidad: de una sensibilidad que hoy tiende cada vez más a desaparecer.

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