Política exterior y ética económica (capítulo del libro Fundamentos del Nacionalsocialismo)

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(Este es el tercer capítulo del libro Fundamentos del Nacionalsocialismo de Alfred Rosenberg)


La posición del Nacionalsocialismo en la política exterior ha sido absolutamente clara desde los primeros comienzos, permaneciendo inalterable a pesar de todos los ataques y recibió en 1931 su más espléndida justificación.

El sistema teórico de política exterior de Weimar, representado por el Centro, la democracia y la Socialdemocracia estaba estructurado, si bien con distintos matices, sobre las siguientes premisas: se hacía creer al Pueblo alemán que la guerra de las potencias de la Entente contra Alemania no se dirigía contra la Nación alemana productora sino contra el Kaiser, los príncipes y el legendario "Partido Militar", eslogan éste que especialmente la socialdemocracia había tomado del léxico de la campaña difamatoria enemiga que ella siguió cultivando con el mayor ahínco. Asimismo, se declaró y el primer "delegado del pueblo" de la "revolución", Emil Barth, lo reiteró en la última sesión de los dirigentes subversivos- que jamás la Entente podría osar amordazar a Alemania ya que la solidaridad del proletariado internacional es demasiado grande y fuerte, e impediría una explotación de la Alemania trabajadora. Lo mismo ya lo había dicho el Vorwärts (Adelante), el 20 de octubre de 1918: "Ninguna paz nos puede volver indefensos".

La socialdemocracia ha tratado desesperadamente de seguir estos dos principios, sosteniéndolos desde hace ya más de diez años con la muy comprensible preocupación de justificar la revuelta de 1918 en alguna forma, porque hasta a sus partidarios más obstinados debían surgirles dudas sobre por qué se había provocado una subversión cuyas consecuencias constituían una impotencia política y militar sin igual y una jamás vista esclavización financiera. Así, a la socialdemocracia no le quedó otro recurso que seguir insultando permanentemente al "infame viejo sistema" y prestarse, nuevamente, a ser el personero de las potencias enemigas.

Antes de la aceptación de Plan de Young, el órgano central del S.P.D.,[1] el Vorwärts del 30 de agosto de 1929, declaró que los tributos anuales eran la consecuencia de la guerra contra todo el mundo, a la cual nos había conducido el Kaiserreich; en la sesión de la Segunda Internacional, en agosto de 1931, en Viena, el líder austríaco Otto Bauer en medio del júbilo de los representantes marxistas de todos los países afirmó que "los Habsburgo y los Hohenzollerns habían arrastrado al mundo a la ruina de la Guerra Mundial". Justamente el Tratado oprobioso de Versalles, suscrito por el socialdemócrata Müller y por el dirigente del Centro Dr. Bell se basa, como ha quedado confirmado cien veces, en la mentira de la culpabilidad de la guerra. Sobre ella se fundamentan todos los posteriores dictados financieros, los cuales se hacen aparecer como un justo castigo para el Pueblo alemán que ha causado la monstruosa Guerra Mundial!

De esta manera, la Segunda Internacional y con ella la socialdemocracia en Alemania junto con el Centro y todos los partidos demoburgueses se convierten conscientemente en cooperadores de los enemigos mortales del Pueblo alemán productor.

Alimentadas, pues, desde distintas fuentes, han nacido todos los "tratados" que designamos con los nombres de Locarno, Pacto de la Liga de Naciones, Problema del Desarme, Kellogg, David y Young. Reiteradamente ha ocurrido que los deseos franceses de asegurar y reafirmar el Tratado oprobioso de Versalles han coincidido con los intentos de los partidos de Weimar de iniciar un nuevo "entendimiento" con Francia, pintando el protocolo resultante de cualquier nueva reunión como gran éxito para Alemania. Sólo soltando una carcajada se puede pronunciar hoy la palabra Locarno pero estaría bien recordar al respecto que esta reunión de Locarno fue presentada por toda la prensa judía y centrista de Alemania como un inmenso éxito de Gustav Stressemann y de la política de "entendimiento", que toda la prensa mundial se hizo eco de la "pacificación de Europa", y "cuando luego Stressemann pronunció el primer discurso en la Liga de Naciones, entonces del júbilo no encontró límites: ¡Alemania ahora había entrado en la política mundial como "factor en igualdad de derechos!"

Pero, en medio de este vértigo quedó evidenciado que los efectos del Dictado de Dawes, que el mismo Stressemann había presentado como una "Biblia de la economía" y como una "franja plateada en el horizonte" no rindieron buenos frutos sino que por el contrario se produjo algo que los nacionalsocialistas habíamos señalado: que Alemania era incapaz de pagar los tributos exigidos, que no estaba en condiciones de continuar está política de "cumplimiento" sin fin, si no quería desplomarse y que debía ser iniciada de una vez la revisión integral tanto del Tratado de Versalles como del Dictado de Dawes.

Vinieron luego lo conferencias de París y La Haya que debían modificar el insostenible Pacto de Dawes, y nuevamente fue la socialdemocracia, fue la burguesía política, fue el Centro, que con todos los medios se esforzaron por mantener el así llamado buen entendimiento con Francia. Ante el temor de tener que hacer frente por fin a la verdadera situación y esclarecer al Pueblo alemán la total falta de éxito de la política con respecto a los franceses y darse con ello a sí mismo ante todo el mundo un puñetazo en la cara, para ello faltó el necesario coraje. A pesar de las terribles condiciones, los partidos nombrados se pronunciaron por la aceptación del Plan de Young. En estos días surgió para el sistema de Weimar, por primera vez visible a todo el mundo, un adversario que en el futuro derrotará completamente a este sistema: el Nationalsozialistische Deutsche Arbeiter Partei (Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores). Se hizo el portavoz de todo el pueblo productor saqueado. Cumplió con su deber al colaborar con todos los medios para que se realizase la demanda popular (Volksbegehren) y luego la decisión popular (Volksentscheid) contra el Plan de Young, y aunque esto numéricamente no se logró, se consiguió con eso, sin embargo, que los representantes de la política de Young tuvieran que fijar sus posiciones oficialmente, que en el afán de imponerse también mediante discursos radiodifundidos cuyo texto no puede ya ser negado, hicieran promesa que hoy, en vista del derrumbe de nuestra política de sumisión les echamos en cara. Fue entonces el ministro Severing quien en una época en que hasta el Dr. Schacht no quería sobrepasar en París los 1600 millones de marcos oro en tributos, declaró oficialmente que si a Alemania se le permitiera pagar 2000 millones por año, eso ya era un alivio al cual podía avenirse. Esta palabra histórica del aún hoy en funciones Ministro del Interior de Prusia, todos los nacionalsocialistas se la enrostrarán mientras se destaque de alguna manera. El mismo Severing dijo en otro discurso que el pueblo productor ya sentiría los alivios que traería el Plan de Young y que era necesario que todos participasen de esos alivios... El ministro del exterior Dr. Curtius, que tenía que continuar la obra de Stresemann, declaró igualmente en un discurso radial que las ventajas del Plan de Young no podían ser negadas, y ninguna dialéctica podía hacer inexistente este hecho. Su colega y ministro de finanzas Moldenhauer dijo que después de aceptarse el Plan de Young volvería a irse adelante, con ello se produciría una reactivación de la economía crediticia, un empuje de la vida económica, y serían rebajados los impuestos... El señor Moldenhauer, quien al asumir su cargo ministerial había declarado que en catorce días iba a tener en orden las finanzas, debió desaparecer sin pena ni gloria nuevamente en el submundo de su partido, el Deutsche Volkspartei (Partido Popular Alemán), y el demócrata Dietrich continuó en su lugar la política de Young, animado del mismo optimismo; sin embargo, a los pocos meses declaró que el hambre lanzaría al Pueblo alemán a las calles, lo que no le impidió decir, en medio del mayor desastre, en el acto celebratorio de la Constitución, en el Reichstag, en 1931, que ¡Alemania se encuentra desde 1923 en un formidable ascenso económico!

Así se puso en vigor el ensalzado Dictado de Young, pero aún no había pasado un año cuando se mostró que los alivios no se produjeron, es más, hasta se convirtieron en su contrario, de modo que los asustados demócratas bajo la conducción del canciller del Centro Brüning debieron hacer esfuerzos desesperados para seguir manteniendo el sistema que se derrumbaba, y así comenzaron los días de las reglamentaciones de emergencia; un parágrafo tras otro de la Constitución de Weimar fue sacrificado al artículo 48, que finalmente al terminar Julio, Alemania había llegado a tal situación extrema que el órgano central del Centro, Germania, debió declarar que habían sido los días más obscuros de la historia alemana, el Pueblo alemán ni había sabido al borde de qué precipicio caminaba entonces. Y el primer presidente del SPD (Partido Socialdemócrata Alemán Wels declaró, según el Vorwärts del 10 de julio de 1931, que el mensaje del presidente Hoover había tenido un efecto sencillamente liberador para todo el que conocía las condiciones económicas de Alemania en aquellos días: "Alemania estaba, efectivamente, ante el colapso". Después de estas imprudentes confesiones del bando negro y rojo está asentado unívoca y documentalmente que la muy ponderada política de "cumplimiento" y "entendimiento" tras diez años de martirio, ha llevado a Alemania al precipicio. En cualquier otro país el gobierno hubiera sacado de este fracaso catastrófico para el pueblo la única consecuencia posible, o sea, retirarse y dejar la conducción estatal a aquéllos que durante diez años habían predicho lo que sucedería. En ocasión del ingreso a la Liga de las Naciones, de la aceptación del Pacto de Locarno y del Dictado de Dawes, habíamos declarado constantemente que Alemania, mediante todos estos convenios, sólo era maniatada más y más; que no podía eludir la decisión, que todos los sacrificios que se ofrecían a la parte francesa eran en vano, y que después de algunos años nos veríamos ante la misma situación que antes de la ocupación del Ruhr, sólo debilitados el doble o el triple: y este debilitamiento era la meta de la política francesa, era la persecución consecuente del afán francés de mantener a Alemania no sólo militarmente impotente, sino mutilarla étnicamente y al final destrozarla completamente. En cada posibilidad de realizar esta meta Francia está a la cabeza de todos aquéllos que de alguna forma pueden ser movilizados contra Alemania. Hoy son los polacos, es la pequeña Entente, a los que Francia, que deja pronunciar discursos de paz a su Briand, atraviesa con ferrocarriles y provee de armas de todo tipo para el caso de que Alemania, vuelta impotente por causa de sus tributos y de su prensa judía, con todo, alguna vez se levantara contra la hegemonía francesa.

El Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores eleva hoy nuevamente contra el Centro los socialdemócratas y la burguesía política democrática, en el umbral de las más graves decisiones la acusación de haber debilitado a Alemania, y paralizado su voluntad nacional, convirtiéndola en el juguete de potencias financieras internacionales a través de una demencia política crediticia. Qué motivos fueron decisivos en cada caso para estos señores se sustrae a nuestro conocimiento. Estamos aquí en presencia del complejo total de los fenómenos políticos tal como se muestran en los manifiestos partidarios, y estos resultados se destacan hoy en forma tan palmaria que ya no es posible desmentirlos. Esto es tan innegable que el Centro ha desistido de proseguir justificando la política tributaria y el propio Canciller del Reich, Brüning, declaró a mediados de agosto de 1931 a un periodista inglés que el invierno 1931-1932 quizás será el invierno más duro de los últimos cien años, y que Alemania tendría un ejército de 7 millones de desocupados. Esta es la bancarrota de los partidos burgueses demócratas y marxistas públicamente confesada.

¿Cómo ha encarado el NSDAP los problemas de la política exterior? ¿Qué tenía para oponer con clara visión a la política ilusionista que alcanzó finalmente en el terrible desastre de la Unión Aduanera en Ginebra (septiembre de 1931) una especial depresión?

Por de pronto hay que confesar que la política exterior no es solamente una cuestión del saber, sino, especialmente en difíciles días decisivos del destino, una cuestión del carácter.

Terribles acontecimientos acaecen en la vida de los pueblos en pocas horas. En ellas muchas veces se decide la suerte por siglos. En estos instantes depende todo de si el representante de un pueblo o de cualquier grupo tiene el carácter apropiado.

Queremos constatar con ello que no se trata solamente de nuevas ideas sino, por encima de todo, de un nuevo razonar. Pero en esta transformación nos hemos de hacer cargo de un muy funesto legado. Durante toda la Edad Media el sentido sano del pueblo fue inhibido y adulterado por causa de un razonamiento escolástico. También la época posterior, por un mal entendido humanismo, dio preponderancia a este pensar abstracto. La historia contemporánea y la historia mundial fue juzgada partiendo de dogmas abstractos, de premisas vacuas. Este pensar, que en el terreno de la política interior causó gran daño, trajo consigo catástrofes aun mucho mayores en el área de la política exterior, porque en el interior, el pueblo siempre aún podía ser señor de su destino, mientras que el mundo fuera de las fronteras apenas estaba sometido a sus decisiones.

De este pensar abstracto nacieron, una tras otras, la decisión fatal: se hablaba de la Solidaridad del proletariado, de la Solidaridad de la razón en todo el mundo, lo que culminaba en el deseo de crear una Pan Europa y más allá una República Mundial pacifista.

Estos sueños de una parte de los trabajadores alemanes y del cuerpo de eruditos alemanes abstractos se derrumbaron en Agosto de 1914, han vuelto a desmoronarse a fines de 1918, pero a pesar de ello los profetas de esta idea enemiga de la vida continúan con su prédica.

Pero también del lado nacional y este es el que nos incumbe muy especialmente este pensar abstracto penetró profundamente. Podemos comprobar la interpretación de que en el mundo posterior a 1918 existen dos frentes: el frente de los vencedores y el frente de los vencidos, y partiendo de este razonamiento muchos concluyen que como Alemania es el vencido debe hacer causa común con todos los pueblos sometidos de la Tierra. Este es un pensamiento extraordinariamente peligroso. En realidad, los frentes de la Entente de 1914 no han nacido de necesidades orgánicas. Clemenceau y Robertson dicen ellos mismos en sus Memorias cuán quebradiza era esta Entente hasta aún en 1917, cuán penosamente debieron ser remendadas las grietas, y finalmente que sólo el miedo común ante Alemania mantuvo unidos estos frentes.

Y este frente de los vencedores posteriormente no se ha mantenido unido acaso por razones orgánicas, sino como consecuencia de la impotencia de la política exterior alemana, que no atinó a encajarse en las grietas existentes y debilitar cada vez más esa frágil unidad.

No hacemos el reproche a la política exterior seguida hasta el presente, de que en algún lugar haya sacrificado alguna parte, sino que durante diez años sacrificó en el lugar equivocado, y que no hizo posible un respiro para la reunión de nuestras fuerzas, sino que por el contrario provocó solamente un ulterior debilitamiento de nuestro pueblo, ya que estos sacrificios fueron brindados al enemigo hereditario insaciable, a quien por lo tanto lo hicieron sólo más ávido de botín.[2]

Si uno intenta ponerse en la situación de Francia después de la guerra, entonces está claro que Francia necesitaba tranquilidad por un tiempo para digerir el bocado que había tragado como una boa que ha engullido un ternero. Francia necesitaba tranquilidad para modernizar sus armamentos en la frontera alemana desde el Mar del Norte hasta los Alpes, dinero para reconstruir sus provincias del Norte, tranquilidad para poner sobre sus pies y armar a sus nuevos aliados; porque en ningún momento hay que llamarse a engaño respecto de que la política de Francia después de 1918 no había dejado de continuar con su apetito centenario por el Rhin.

El ansia de Francia, sin embargo, no se limita a querer llegar al Rhin, sino que quiere la destrucción de Alemania.[3] ¡Alemania como Estado ha de ser borrado de Europa!

Para este fin todos los medios son lícitos. Los medios de la política, del poder militar y de la finanza. En todos estos terrenos la política exterior francesa evidencia una formidable agilidad y un formidable talento.

Aquí se trata de la comprobación del terrible hecho de que Francia, después de finalizada la guerra, comenzó inmediatamente una nueva guerra, solamente que con otros medios. Y Alemania paga, y no otra cosa paga que el rearme francés, las obras de fortificación francesas en el Este, y a más de ello Alemania paga la Flota francesa, Alemania amplía puertos franceses a través de las reparaciones y con ello arma a su enemigo mortal!

Este hecho es señalado por Hitler desde hace doce años. Él declaró y todo el Movimiento Nacionalsocialista perseveró sin vacilar en esta tesis que un entendimiento no puede producirse a menos que por tal se entienda la igualdad de derechos de dos pueblos. Pero, para un tal entendimiento Francia nunca jamás se ha mostrado voluntariamente dispuesta.

Por nuestra parte no podemos decir que preparamos una guerra de desquite contra Francia; por el contrario, hasta hemos declarado que si Francia dispusiera de algún juicio entonces no hubiera bloqueado a Alemania en el Este, sino que hubiera dejado a nuestro arbitrio la expansión hacia el Este. Por eso no es cierto que queremos aniquilar el Estado francés en sí sino que queremos solamente un Estado alemán que no sea presa libre de ambiciones de poder francesas! No predicamos guerra contra Francia, sino que queremos tener espacio vital para un gran pueblo de alta cultura, queremos tener espacio para el campesino en el Este, para que el Pueblo alemán pueda alimentarse. En la actualidad estos grandes problemas están nuevamente ante nosotros.

Sabemos que en el Este, sobre ese espacio que fue conquistado y cultivado con sangre alemana, se ha extendido un enemigo: Polonia, nuestro enemigo mortal y satélite de Francia! Si no se quiere admitir esto, entonces se renuncia a 1000 años de historia alemana, a 1000 años de sacrificios alemanes que han sido brindados por esta historia y se renuncia a los logros de esta gran lucha.

¡Dar libertad al campesino alemán en el Este, es el fundamento de la renovación integral de nuestro pueblo! Alrededor de esto gira hoy la política: fue, y es al presente más que nunca, la finalidad de la política exterior alemana: considerar qué Estados no tienen interés en esta hegemonía de Francia y sus satélites sobre Europa, hegemonía que es aceptada por el Centro.

Italia necesita espacio vital, expandirse; para no ceder su población excedente a Sudamérica, busca países relacionados con la madre patria. Italia ha sido arrastrada a la guerra mediante grandes promesas. Se le prometió, entre otras cosas, una franja costera en Asia Menor, pero todo le ha sido negado. Además Italia tiene sus intereses sobre los Balcanes. Allí Italia quisiera salir de este frente de los vencedores, en oposición a los intereses de Francia. Nada ha sido aprovechado por nuestra política exterior. Pero ahora, después de haber injuriado y combatido durante doce años al Fascismo, el Canciller del Reich Brünning tuvo que viajar a Roma, no voluntariamente, sino porque había visto que toda la ideología de la política exterior centrista se había miserablemente desarticulado.

El presidente del Reichsbank Luther dijo en junio: "después de catorce días la economía estará otra vez en orden"; viajó a Londres, París y Basilea, regresando terriblemente desilusionado. Escuchó condiciones que no podía aceptar como presidente del Reichsbank. El Gobierno francés no las había formulado abiertamente pero los diarios las publicaron por indicación del ministro francés, para que la prensa judía de Berlín pudiera escribir que Francia no había estipulado condiciones oficiales. Finalmente París asestó el golpe más terrible a Alemania en la cuestión de la Unión Aduanera.

Hungría cambió en agosto de 1931 para sorpresa de todo el mundo su sistema, que había ligado en la forma más estrecha su destino con el destino de Alemania. Esta política había sido seguida por Hungría en forma perfectamente leal. Y hoy Hungría tuvo que tomar a regañadientes el camino de su peor enemigo porque en Alemania no se mostraron simpatías por la "Hungría de Horthy".

Y Francia se esfuerza por brindar a su pariente polaco también en el Este protección, realizando negociaciones desde tiempo atrás con Moscú. Lo que saldrá de estos planes nadie lo puede decir. Pero los esfuerzos están dirigidos a preparar a Polonia para el salto sobre Prusia Oriental Inglaterra ha experimentado muchas luchas políticas intestinas y se, halla actualmente en medio de tan grandes controversias como no las hubo desde hace un decenio. Pero el hecho de que está amenazada por la flota aérea francesa, hace que el instinto inglés perfeccione su propia flota aérea; es de esperar que, como se ve atacada por la potencia financiera francesa, esto tendrá como consecuencia otras medidas de defensa.

Alemania está enfrentada en materia de política exterior con estas situaciones, lo mismo que hace diez años. Siempre y siempre de nuevo se hacen sacrificios y todos los sacrificios no valen de nada porque son en beneficio de Francia. Y cuando "los políticos de cumplimiento" [4] señalan: "con este pueblo no se puede seguir otra política exterior", nosotros decimos que: una política exterior no puede ser practicada con el marxismo ya que el marxismo está ligado en la forma más estrecha con nuestro enemigo hereditario; la burguesía ha practicado la política hacia Francia en contra de las concepciones nacionalsocialistas, tratando de reprimir el despertar de la Nación precisamente con el marxismo francófilo enemigo del pueblo. Hasta que ya absolutamente ningún sector popular nacional respalda esta política de cumplimiento.

Qué problemas y qué soluciones resultarán en particular para el Estado venidero, no es materia de este análisis sino el cometido de una apreciación posterior, de la situación y de las posibilidades particulares de cada caso. Esencial es la inteligencia básica de que habrá que conseguir por todos los medios impedir al sistema francés de dominar sobre Europa. Entonces, nos dicen nuestros adversarios, en vista de un gobierno nacionalsocialista podría muy pronto llegar el momento en que Francia invadiera Alemania.

Que Francia puede invadir si la impotencia de Alemania se hace aún más grande es obvio. Y esta impotencia se hará siempre mayor gracias a la política de cumplimiento seguido hasta ahora. Pero Francia meditará mucho semejante paso si se ve frente a una Alemania unida que no está sola sino con todos los adversarios de Francia en un mismo frente. En virtud de ello el riesgo de una invasión francesa disminuye en un 80 por ciento.

De esto resulta que también el renacimiento político exterior comienza con un renacimiento del carácter: voluntad férrea, que reconoce a Francia clara y desapasionadamente, para reunir luego todas las fuerzas a fin de asegurar la vida del Pueblo alemán.

Más no puede ser expuesto en este lugar. Es esencial la inteligencia fundamental de la apreciación del problema francés, de lo que resulta la justa perspectiva para la apreciación también de todas las otras cuestiones político exteriores.

Como este ensayo no es un trabajo de esclarecimiento político-económico, quiero limitarme a lo fundamental, fijar el punto de vista desde el cual el nacionalsocialista trata también las cuestiones de la economía.

Gottfried Feder subrayó muy correctamente, en oposición al concepto puramente individualista de la rentabilidad, que en nuestro sentido la economía debe ser absolutamente satisfacción de las necesidades y que por consiguiente la expresión "provecho común antes que provecho individual" debe ser interpretada en el sentido de que la necesidad nacional está por encima del lucro privado. Con esto ha quedado esbozado en forma feliz una de las misiones de una verdadera economía popular. Pero habremos de ir a mayor profundidad.

Cuando al comienzo constatamos que la salud racial y la higiene hereditaria es la premisa básica para el Estado (y la cultura); que por lo tanto la política representa un medio al servicio de la preservación de la sangre, entonces resulta también para la economía el mismo cometido. Meta de toda economía debe ser fortalecer al pueblo en la lucha por su existencia, en su bregar con potencias extranjeras y las fuerzas destructoras del interior. La economía recibe de esta manera una misión biológica y recién cuando este cometido principal ha sido conocido y reconocido como tal, puede comenzar la apreciación de las distintas formas económicas. Rechazamos, por consiguiente, en forma terminante una dogmática de forma y en ello sobre todo se diferencia el Nacionalsocialismo de las mentes teoréticas y de las especulaciones abstractas, que hoy, en vista del derrumbe de las doctrinas puramente capitalistas, brotan como hongos del suelo.

Existen también en la Alemania nacionalista suficientes exaltados y literatos que ahora son valorados como especialmente "revolucionarios" y que quieren estatizar, "socializar" prácticamente todo. Nosotros, empero, creemos que el verdadero Estado debe restaurar la valoración de la verdadera personalidad, no sólo en la política, sino también en la economía. Pues, por extraño que esto puede parecer, precisamente ésta ha sido reprimida cada vez más bajo el imperio del sistema liberal. Domina en la actualidad sobre el inventor y el creador el capital financiero, la sociedad anónima. Para liberar la verdadera personalidad en la técnica y la economía, ésta debe ser liberada del dominio del dinero especulativo, de los bolsistas ávidos de lucro. Por eso, el Nacionalsocialismo exige para la protección de la auténtica economía del pueblo el control estatal sobre la gran banca y el gran crédito, así como la abolición de las sociedades anónimas. La economía alemana es hoy ya demasiado impotente para liberarse de las garras de los grandes banqueros, por lo general judíos. Esto lo puede hacer sólo un fuerte movimiento político. Y de esta misión se ha hecho cargo el Nacionalsocialismo, no por amor a la industria y a la economía, como declaran irónicamente ciertos "revolucionarios", sino en la inteligencia de que sólo de esta manera también puede llevarse ayuda a los obreros manuales alemanes. Pues si para un Estado comunitario la salud y fuerza de la nación constituyen los bienes supremos y también simultáneamente el más fuerte capital para la economía, esto sólo será posible si el control crediticio descansa en manos de conductores estatales nacionalsocialistas; recién de esta manera se hace posible influir directa y positivamente sobre el destino de los millones de trabajadores. Si hoy el industrial y los otros empresarios son llevados en andadores mediante ganancias privadas capitalístico financieras, en el futuro ha de ocupar el lugar de éstas el provecho común, representado por el Estado nacional, en cuyas manos está entonces recordar al empresario, en la forma más enérgica, su deber frente a la totalidad del pueblo.

Muchas generaciones de trabajadores alemanes han sido engañadas por el destino de la técnica avasalladora en su derecho a la vida. Su gran protesta en contra fue, por consiguiente, profundamente justificada como la lucha contra los "Schlotbarone" (barones de chimenea) que tenían directamente ante sus ojos. El Estado liberal, el "Segundo Reich", se mostró incapaz de solucionar el gran problema que se le presentaba, quería sólo dominarlo "desde arriba" (Bismarck), o abordaba estas cuestiones con ideas de "caridad". Que aquí se trataba de hacer prevalecer una concepción de Justicia germánica contra el mundo democrático de la bolsa, sólo lo habían captado pocos de la capa dirigente intelectual (Perrot, Lagarde, Nietzsche).

Esta consideración nos aleja ya de la controversia en el nivel nacional (si esta o aquella forma es la más conveniente). Descendemos con ella ya profundamente al reino de las fuerzas de la voluntad de los valores. Porque la sublevación de la cuarta clase era una protesta originariamente nacida del sentimiento de justicia, y el Movimiento Nacionalsocialista es, en lo esencial, la remisión de este instinto, extraviado en el marxismo, al reino de estos valores de carácter. Las corporaciones de la Edad Media germánica estaban reguladas por un estricto sentido de la honradez; según el derecho antiguo germánico sólo un hombre de honor tenía capacidad jurídica. Una bancarrota de un señor de la liga hanseática era lo más terrible que podía sucederle. Hoy la socialdemocracia protege a los más grandes intermediarios deshonestos (Barmat, Sklaret, etc.) y demuestra ya sólo de esta manera que debe ser internamente incapaz de luchar contra el corrupto capitalista. Es más, que sólo representa un apéndice de la peor escoria de este mundo. Una bancarrota hoy, en muchos casos seguramente no culposa es, para miles un medio hasta demasiado bienvenido para una "liquidación del negocio", sin que dé motivo para escandalizarse realmente. Desde aquí, en la restauración de una ética germánica de la economía, debe realizarse el saneamiento de nuestra vida. Sí la idea del honor ha llegado a ser bien supremo del pueblo, si en el concepto del honor también se mide todo el comportamiento económico del Estado, de los municipios y del individuo, si el juez pronuncia su sentencia desde este punto de vista, recién entonces habrán sido tomadas las primeras y más necesarias premisas para el muy comentado "saneamiento de la economía". Y de este esquema de valores resultarán luego también las formas las necesidades técnicas en las cuestiones primordiales ¡Es el destino político inte¬gral de la Nación lo que hace florecer o fenecer una economía!

Después de 1871 no habíamos solucionado los problemas, teníamos la disyuntiva de seguir en las huellas de Enrique el León, Federico el Grande, más hacia el Este, o bien sobreindustrializarnos. Escogimos el segundo camino el camino de la conquista "económica" y nos creamos no un enemigo como en el primer caso (Rusia), sino la enemistad de todas las naciones que ya practicaban el comercio mundial, sin sacar al menos al respecto, la consecuencia de una alianza con Rusia, sacrificando Austria Hungría. Hoy se continúa nuevamente esta política de exportación bajo la presión de la política tributaría, que llena las cajas de Francia y provoca resistencias también en todos los otros Estados. Sin haber realizado también en esto un cambio sustancial, tampoco puede hablarse en serio de saneamiento económico.

La política exterior e interior forman por lo tanto, un todo orgánico. Sin renacimiento del carácter y de la vida interior no es posible una política exterior consecuente y enérgica. Y sin una política exterior inteligente, dirigida a lo esencial, será sumamente difícil realizar verdaderamente la recuperación integral de la Nación.

En este orden de cosas se ha proyectado cada vez más al primer plano en medio de las luchas político económicas de nuestro Movimiento, una cuestión: la política agraria. Lo que actualmente se realiza bajo la influencia del Nacionalsocialismo (fundamentado biológicamente), es la restauración del prestigio de nuestro campesino. Objeto de burla primero, engañado más tarde por los juristas romanos que negaban su Derecho germánico, apretado contra la pared por los jueces que hablaban en latín; escarnecido tonta y descaradamente en época liberal como intelectualmente retardado; amenazado por el marxismo en abierta lucha de aniquilamiento, el campesino alemán celebra hoy, gracias al NSDAP, su día de honor. Nosotros, que nos hemos liberado de conceptos de Derecho extraños provenientes del submundo liberal marxista, reconocemos al campesino no como una clase entre clases, sino como la premisa de nuestra existencia económica, es más, como fuente primigenia, por encima de todo, de nuestra renovación racial (Walter Darré). Vemos desvanecerse rápidamente las generaciones en las grandes capitales en existencias agonizantes sobre el asfalto y en auténtica protesta contra estas manifestaciones del hundimiento, volvemos nuevamente a mirar hacia atrás, a nuestras aldeas, no en el sentido de exaltación pseudo romántica, sino con la más profunda conciencia de que en la conservación de la ética campesina con su sobriedad, laboriosidad y fertilidad está involucrada también la esperanza de un renacimiento venidero.

Al campesino empero, nosotros los nacionalsocialistas, te decimos con orgullo no vuestros viejos y mezquinos partidos de clase os han posibilitado a vosotros los campesinos una salvación, sino soldados, artesanos y aún pobres obreros industriales han luchado y sangrado también por vosotros. Lo que la gran urbe, lo que el marxismo ha delinquido contra el campesino ha sido reparado por el Nacionalsocialismo, y masas cada vez más grandes de campesinos comprenden hoy que también ellos deben colocar por encima de todo la totalidad de la Nación y deben por eso combatir en el movimiento de liberación alemán de Hitler, que en tantos aspectos ha llegado a ser la continuación moderna de la antaño cruentamente sofocadas guerras campesinas del siglo XVI.

Sólo si el crédito estatal está en manos de un Gobierno nacionalsocialista no serán desarrolladas industrias de lujo y de exportación "lucrativas" y llevado bajo el martillo del rematador tierra de campesinos sino que toda empresa productora recibirá la necesaria ayuda y protección. Precisamente también por motivos de economía nacional porque por más que la ganancia por la exportación pueda parecer grande, en el marco del todo es pérdida, cuando por su causa deben ser rematadas viejas fincas rústicas, como hoy sucede en miles de casos. Nuevamente una prueba de que no se poseen en absoluto un modo de pensar nacional económico, sino miserablemente individualista y lucrativo.

De esta manera también el problema de un renacimiento económico se incorpora a la restauración de la idea de valores en la vida social, a la libertad y expansión político exterior, al fortalecimiento de la clase productora de alimentos, como premisa en sí de la vida de nuestro pueblo. Si esto se ha logrado, entonces podemos dejar la solución de las cuestiones aisladas confiadamente a aquéllos que han conquistado para nosotros luchando, la libertad política.[5]

Referencias

  1. Partido Socialdemócrata Alemán. (N. del T.)
  2. Más pormenores a este respecto y para la fundamentación de todas las otras ideas de política exterior del NSDAP en Mein Kampf de A. Hitler y en mi publicación Der Zukunftsweg einer deutschen Aussenpolitik (El camino futuro de una política exterior alemana) (Ambos publicados por la Editorial Central del Movimiento) (N. del A.)
  3. El autor se refiere por supuesto, a la "Francia" judía. (N. del T.).
  4. Alusión a los políticos demomarxistas de la República de Weimar que aceptaron las inadmisibles imposiciones de las plutocracias vencedoras de la Gran Guerra. (N. del T.).
  5. Por lo demás, las cuestiones de detalle se analizan en la Sección Económica de la Conducción del Reich del NSDAP (N. del A.)

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