Revisionismo histórico en Argentina

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El revisionismo histórico en Argentina es una corriente historiográfica nacida con el objetivo de corregir las mixtificaciones y falsificaciones producidas por la historia oficial.

Inicialmente la corriente abordó el tópico de la actuación de los caudillos durante la primera mitad del siglo XIX, destacando en especial a la figura de Juan Manuel de Rosas, un político demonizado por sus enemigos y por sus epígonos. Asimismo los primeros revisionistas se ocuparon de resaltar la importante herencia hispánica y católica que forjó a la identidad argentina, y que la masonería procuró minimizar y ocultar.

Posteriormente el revisionismo histórico argentino comenzó a producir variaciones en su estilo, lo que fue aprovechado por las izquierdas para hacer entrismo y crear una interpretación adulterada de los acontencimientos históricos ocurridos en el país que mezcla una visión nacional y popular de las cosas con la agenda subversiva.

En general todas las versiones del revisionismo sobre la historia del siglo XIX en la Argentina coinciden en resaltar tres cuestiones: la idea de que un poder externo se proyecta sobre el país con la intención de doblegarlo, la idea de que hay oligarquías locales que cooperan con ese poder externo, y la idea de que son los pueblos los que asumen la defensa del patrimonio nacional, encontrando jefes que tienen la capacidad de interpretarlos.

A fines del siglo XX surgió otro movimiento revisionista en Argentina, el cual asumió la tarea de desmitificar los sucesos ocurridos durante la Guerra contra la Subversión.

Inicios de la historiografía argentina

Hasta Caseros no hubo historiografía propiamente dicha en la Argentina. Había memorias, anecdotarios, esbozos históricos. Se explica fácilmente: el país se estaba construyendo y no había tiempo para hacer historiografía. Pero después de Caseros, y sobre todo de Pavón, se inició la historiografía nacional.

Los triunfadores de Caseros y Pavón, que habían llevado su modelo político, social y económico a dominar el país, se sentían obligados a justificar su lucha contra Rosas y la organización institucional del país sobre moldes liberales. En esa dirección se orientaron los primeros historiadores argentinos.

Los iniciadores fueron Vicente Fidel López y Bartolomé Mitre. Su actuación fue posteriormente muy criticada por los revisionistas, pero tuvieron un indudable mérito. No tanto porque su producción sea especialmente útil en la actualidad, sino por haber abierto el camino con tenacidad y cierta calidad literaria. Como era de esperar, no tuvieron ninguna objetividad y se dedicaron a justificar sus propias actuaciones y la de sus compañeros de actividad política. Para ellos, la colonización española, los caudillos federales y Rosas fueron el modelo a no imitar, el pasado que había que dejar atrás por completo, las referencias negativas universales.

La historia escrita en ese período fue orientada a explicar la ruta seguida hasta Caseros y Pavón. Durante el gobierno de Mitre aparecieron cronistas, políticos e intelectuales que escribieron artículos históricos en contra suyo en el periodismo, como Juan Bautista Alberdi, José Hernández, Rafael Hernández, Carlos Guido y Spano, Olegario Víctor Andrade y Miguel Navarro Viola. Parte de esas producciones se leen hoy como historiografía revisionista, pero en ese entonces, sus autores estaban haciendo política actual o casi actual, no historiografía.

Durante las décadas siguientes, por lo menos hasta principios del siglo XX, la historiografía siguió a los dos maestros, López y Mitre. No había opción. Y si la hubiera habido, hubiera cometido el inconcebible error de impugnar la política dominante y excluyente por medio de investigaciones históricas.

Curiosamente, uno de los más encarnizados antirrosistas y antifederales, Antonio Zinny, publicó alrededor de 1880 su Historia de los gobernadores de las provincias argentinas, una obra que nada tiene de revisionista, pero que resulta enormemente útil a los historiadores de esa tendencia para demostrar sus tesis sobre la falsedad de muchos de los artículos de fe de la historiografía clásica, liberal o académica respecto a las provincias.

Saldías

La primera voz disonante fue la de Adolfo Saldías, un abogado liberal, admirador de Mitre y que, justamente por ello, quiso ser su continuador. Por eso comenzó a estudiar con cuidado la historia de 1824 en adelante.

Su curiosidad y su lealtad intelectual lo llevaron a descubrir documentos hasta entonces ocultos u olvidados. Su sorpresa fue mayúscula, pero no se desanimó por ver que éstos contradecían a sus maestros. Se trasladó a Londres, donde pudo leer los archivos de Rosas, cedidos por su hija Manuelita. En 1881 publicó su primera versión de lo que en 1888 se convertiría en su obra maestra, Historia de la Confederación Argentina. Ingenuamente, se lo dedicó a Mitre y se lo envió para que lo juzgara. Mitre le respondió lapidariamente, condenando el trabajo, sus conclusiones y a su autor. Y la prensa ocultó el libro a conciencia, limitando enormemente su publicación. Como autor, fue prácticamente condenado a la muerte civil, ya que no fue comentado en la prensa, ni siquiera para condenarlo.

La obra de Saldías no era la apología de Rosas; era un trabajo honesto de un liberal, que lo había desarrollado con criterio liberal, y condenando muchos aspectos del gobierno de Rosas, pero no todos. Rescató su gobierno fuerte, y sobre todo, la defensa de la soberanía nacional durante el período de los bloqueos franceses e ingleses (1838-1850).

El libro de Saldías y su condena por Mitre fueron señalados como el momento fundacional del revisionismo histórico argentino.

Por esa misma época, apareció la Historia diplomática latinoamericana, de Vicente G. Quesada, en la que por primera vez se denunciaba la política imperialista de Brasil, el gran aliado de los unitarios. Pero no era, en realidad, un libro revisionista.

Después de Saldías

En 1890, el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, Carlos D’Amico, publicó Buenos Aires, sus hombres, su política, en que atacaba particularmente a Mitre, dejando casi en ridículo la figura de quien ya era considerado un prócer en vida.

En 1898, Ernesto Quesada, hijo de Vicente, de niño visitante a la casa de Rosas en Southampton y más tarde yerno del general Ángel Pacheco, publicó La época de Rosas, a lo que agregó más tarde cuatro tomos sobre la guerra civil de 1840. Quesada, hombre respetado por su cultura y su poder económico y social, pudo ver cómo su obra fue alejada del público por la política de los grandes diarios de no difundirla, ni siquiera para denostarla.

En 1906 apareció Juan Facundo Quiroga, de David Peña, versión en libro de una serie de conferencias publicadas tres años antes en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Fue la primera reivindicación del caudillo riojano Facundo Quiroga, hasta entonces declarado por la oligarquía argentina como símbolo de barbarie, atraso y crueldad.

Años más tarde, Peña defendió a su antiguo amigo Juan Bautista Alberdi de los ataques de los liberales (ante el deseo de imponerle su nombre a una calle) por parte de los mitristas.[1] En esa defensa, Peña redescubrió al Alberdi olvidado, al posterior a las Bases, opositor a Mitre y a sus aliados. Su obra fue reeditada en 1965 como Alberdi, los mitristas y la guerra de la Triple Alianza.

En 1912 apareció un libro puramente liberal, pero que inició una visión distinta de la historia política: el Estudio sobre las guerras civiles argentinas, de Juan Álvarez. Es que la historiografía liberal había estado dominada por la idea positivista de que cada uno de los actores del drama histórico se manejaba sólo por razones intelectuales (aunque a veces pelearan por el principio abstracto de la libertad), nunca por razones emocionales, ni mucho menos económicas. En cambio, Álvarez demostró que las guerras civiles fueron casi exclusivamente causadas por razones económicas.

La justificación y revalorización de Rosas se iniciaron algo más tarde, en 1922, con Juan Manuel de Rosas. Su historia, su vida, su drama, de Carlos Ibarguren. Este libro tuvo una trascendencia histórica notable, y no pudo ser silenciado; sus adversarios debieron criticarlo y discutirlo, lo cual aseguró su difusión.

Menos importante, pero ya decididamente reivindicatorio fue el libro Juan Manuel de Rosas. Su reivindicación. Acababa de nacer el rosismo historiográfico, pero todavía no se identificaba con el nacionalismo político y económico.

Dos historiadores de extracción radical, Dardo Corvalán Mendilaharzu, con Sombras históricas, de 1923 y Rosas, de 1929; y Ricardo Caballero, con un discurso en el Senado Nacional en defensa del caudillo federal Ángel Vicente Peñaloza, fueron los primeros de esa corriente en inscribirse en el Revisionismo.

En 1925 apareció la Historia de la historiografía argentina de Rómulo Carbia, el iniciador del revisionismo hispanocatólico. Más tarde publicaría Historia de la leyenda negra hispanoamericana y La nueva historia del descubrimiento de América.

La "Década Infame"

Hasta ese momento, los historiadores no se identificaban a sí mismos como parte de una escuela, eran simples escritores aislados que publicaban sus obras poniendo de relieve su oposición a la visión clásica de la historia argentina. Pero la sólida oposición de la Academia Nacional de la Historia los llevó a reunirse de alguna manera. En 1934 se formó la Junta Americana de Homenaje y Repatriación de los Restos de Rosas; no tuvo éxito alguno en su cometido, pero comenzó la ruta de reunión de los restos dispersos de esta escuela historiográfica. En junio de 1938, conmemorando el centenario de la muerte de Estanislao López, se formó en la provincia de Santa Fe, Argentina, el Instituto de Investigaciones Federalistas, "para luchar por una ya impostergable revisión histórica".

En 1930, Carlos Heras creó la primera cátedra de historia argentina contemporánea del país, y fue el miembro más destacado del grupo de La Plata junto con Joaquín Pérez, autor de varias obras sobre la crisis del año 1820.

El otro autor destacado del período fue Diego Luis Molinari, especialista en el período colonial, y los antecedentes inmediatos de la Revolución de Mayo. Su labor historiográfica no fue mayor por su muy intensa dedicación a la política, primero en la Unión Cívica Radical, y más tarde en el peronismo. Una característica particular de su obra fue que interactuó con otro autor, amigo suyo, de estilo e inspiración totalmente liberal y antinacional, Emilio Ravignani, con quien compartía alumnos en la Universidad.

A la tendencia netamente nacionalista, declaradamente revisionista, perteneció Julio Irazusta, autor de una monumental Vida política de don Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia.

En 1939 apareció la Historia falsificada de Ernesto Palacio, que años más tarde editaría una Historia de la Argentina, muy crítica del liberalismo.

La década de 1940

La década se inició con la Vida de Juan Manuel de Rosas, de Manuel Gálvez, que le imprimió a su obra un tono novelesco. Puede parecer un anticipador del exitoso género llamado novela histórica, de gran difusión a fines del siglo XX, pero en su caso fue un intento de hacer más accesible al público de masas una historiografía que hasta entonces se enredaba en discusiones académicas o ideológicas.

El autor más importante del período, que no fue estrictamente un revisionista de este período, fue José Luis Busaniche. Este santafesino se dedicó al estudio de la vida de Estanislao López y el federalismo y otros temas de historia santafesina de la primera mitad del siglo XIX. Se dedicó también a traducir y prologar ediciones de varios viajeros y diplomáticos extranjeros, y también de la edición de 1962 de Rosas visto por sus contemporáneos, un conjunto de artículos escritos por distintos autores argentinos y extranjeros contemporáneos del dictador. La obra más destacada de Busaniche fue su Historia Argentina, que dejó inconclusa y como manuscrito a su muerte en 1959. Por cierto, no se consideraba estrictamente un revisionista.

Tampoco fue revisionista en el sentido clásico Enrique Barba, de marcadas simpatías federalistas, pero acérrimamente enemigo de la imagen revisionista de Rosas. De hecho, fue Barba quien más difundió la idea de que Rosas era un unitario que usaba el nombre de federal. Sus obras más conocidas fueron Correspondencia entre Rosas, Quiroga y López, y Unitarismo, federalismo, rosismo.

En agosto de 1941 se formó el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Su primer presidente fue el general Juan Ithurbide, pero sus miembros más destacados fueron Manuel Gálvez, Ernesto Palacio, Julio Irazusta, Rodolfo Irazusta, y Ricardo Font Ezcurra. Más tarde se incorporarían José María Rosa y Arturo Jauretche.

Según Rosa,
"Su propósito no era, solamente, reivindicar la persona y el gobierno de Rosas en un debate académico ya ganado de antemano, pero que de antemano sabíase que habría de rehusarse. Era reivindicar a la patria y al pueblo – la "tierra y los hombres" – recobrando la auténtica historia de los argentinos. A la falseada noción del pasado, que nos había convertido y mantenido en un estado de colonia espiritual y material, se opondría la verdad de una tradición heroica y criollísima para que la Argentina se recuperase como nación. De paso derrumbaría con indignada iconoclastia a los próceres de la antipatria que llevaron al coloniaje. Era combativo y apasionado, con pasión de patria."

Como escuela historicista, el revisionismo expuso su método de investigar y explicar el pasado, el mismo de Saldías.[2] Primero, una profunda labor investigadora. Luego, la aplicación de un severo método crítico para reconstruir los hechos históricos. Por último, la interpretación, no desde la libertad, las instituciones, la humanidad ni las conveniencias ideológicas, sino desde la Argentina como nación, como parte de la hermandad hispanoamericana, y desde los argentinos como integrantes de una nación.

La postura ideológica más difundida entre los revisionistas fue el nacionalismo. En las etapas tempranas, se trató de un nacionalismo elitista, para después pasar a visiones más populares, nutriéndose también de aportes de izquierda, lo que se llamó la "izquierda nacional". Muchos de sus más destacados autores se incluyeron en el peronismo.

El autor más respetado por todo el grupo, y uno de los más importantes, fue Raúl Scalabrini Ortiz. De orígenes conservadores, pasó a la oposición después de 1930; sus obras fundamentales fueron Política británica en el Río de la Plata e Historia de los Ferrocarriles Argentinos.

El revisionismo católico

Los intelectuales del año 1900 eran activamente anticlericales, con muy raras excepciones. El revisionismo, además de defender a Rosas, a los federales y a los colonizadores españoles, tendió a defender también la figura de la Iglesia Católica. Entre sus historiadores más destacados se encontraron Guillermo Furlong, un jesuita dedicado a la formación cultural y religiosa de la Argentina, especialmente antes de 1810.[3]

También Rómulo Carbia hizo importantes aportes en esta área. Muy posterior es la obra de Vicente Sierra, que publicó una muy personal Historia de la Argentina, en que se esforzó por llegar a sus propias conclusiones, esquivando las de los clásicos y también las de los revisionistas.

Después del peronismo

Durante el gobierno de Juan Domingo Perón, el revisionismo logró dominar el ámbito académico nacional y se extendió más que nunca antes. Los revisionistas se identificaban con el peronismo, pero el propio Perón nunca se definió por la visión histórica de estos seguidores suyos.[4] La posición de la historiografía clásica o liberal quedó muy relegada, pero se mantuvo por su prestigio tradicional y por su dominio de la Academia Nacional de la Historia, que incluso funcionaba en la que había sido la casa de Mitre.

A la caída del gobierno de Perón, el revisionismo pasó a ser duramente perseguido. Los profesores que defendían sus puntos de vista fueron expulsados de sus cátedras, y sus libros fueron nuevamente silenciados en el periodismo. La Academia volvió a reinar en el ámbito historiográfico, y el revisionismo parecía condenado a la misma muerte que el peronismo.

Sin embargo, ninguno de los dos desapareció.

Obligado a hacer nuevamente su trabajo desde abajo, varios autores revisionistas reaccionaron enérgicamente y produjeron algunas de las obras más destacadas del revisionismo. En primer lugar, Scalabrini, que volvió a escribir sobre historia. Siguiendo a su amigo, Arturo Jauretche, que no era un historiador sino un polemista y un articulista, que escribía sobre la actualidad y el futuro ejemplificando con aportes históricos.

El autor más destacado y prolífico fue José María Rosa, con obras tales como Defensa y pérdida de nuestra independencia económica, de 1941; El cóndor ciego. La Extraña muerte de Lavalle, de 1952; Nos, los representantes del pueblo,[5] de 1955; La caída de Rosas, de 1958, ampliado en 1960 en lo que respecta a El Pronunciamiento de Urquiza, y La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas, de 1965.

Su obra de más alcance fue Historia Argentina, comenzada a editar en 1963, con 14 tomos.[6] En sus últimos años dirigió varias revistas, y llegó a defender sus posiciones en emisiones televisivas. Últimamente, sus obras fueron editadas en Internet por su hijo.

Otros autores destacados fueron: el padre Leonardo Castellani, Fermín Chávez, especialista en el período rosista y en la resistencia contra Mitre y Sarmiento. Y los autores de origen marcadamente izquierdista como Norberto Galasso, Juan José Hernández Arregui, Milcíades Peña, León Pomer, Rodolfo Puiggrós y Jorge Abelardo Ramos. También figuraron Federico Ibarguren, Salvador Ferla, Julio Irazusta, Rodolfo Irazusta, Roberto Marfany, Rodolfo Ortega Peña, que editó varios libros en colaboración con Eduardo Luis Duhalde, y las obras finales de Manuel Ugarte.

Varias publicaciones periódicas difundieron las posiciones revisionistas, sin exigir a sus autores extenderse al nivel de edición de los libros. Pero la publicación más importante en este sentido fue la revista Todo es Historia, fundada por Félix Luna. Este autor comenzó siendo un auténtico revisionista, y su revista extendió por todo el país las posiciones del revisionismo. Con el paso del tiempo, sin embargo, su postura se acercó gradualmente a la de la escuela clásica. Y tras editar centenares de artículos de esa inspiración, la revista se dedicó a tratar de llegar a un compromiso histórico entre las dos corrientes predominantes. Sin embargo, llegó a publicar una obra en colaboración muy importante, el Memorial de la Patria, una especie de historia argentina en 36 tomos escrita por varios colaboradores de Todo es Historia.

Finales de siglo

Las posturas revisionistas lograron un éxito resonante, pero nunca llegaron a desplazar por completo la historiografía clásica. La ampliación de la Academia Nacional de la Historia nunca llegó a incluirlos, ya que se limitó a ampliar el espectro de intereses y el espectro geográfico representado en ella.

A partir del golpe militar de 1976, la historiografía pareció entrar en una relativa decadencia en el país. La recuperación de la democracia en 1983 concentró los esfuerzos intelectuales en el presente, esto es, en la política, los derechos humanos y la economía, descuidando, irresponsablemente el pasado. Por otro lado, a fines de la década de 1980 hubo un estallido de la historiografía económica, orientada a estudios en los que los temas analizados por el revisionismo pasaron a segundo plano.

Anacronismo autoflagelante

A fines del siglo XX hubo un resurgimiento de la historiografía, que se dedicó a estudios de historia política comparada, a difundir las vidas de personajes conocidos pero poco estudiados y, sobre todo, a difundir una visión pesimista de la historia argentina. Se difundió una visión de que todos los personajes históricos de importancia fueron invariablemente malos, desde José de San Martín, Manuel Belgrano y Juan Manuel de Rosas, hasta Hipólito Yrigoyen y Perón.

En ese ámbito, los aportes de los revisionistas fueron utilizados junto con los de los clásicos para demostrar que todos fueron malos. En general, se trata de escritos en que se explica que todos los dirigentes eran ricos a quienes les importaban muy poco los pobres, que reciben una simpatía inespecífica por parte de los autores.

El revisionismo no logró triunfar, ni fue tampoco derrotado. Simplemente, sus temas, su estilo y sus métodos fueron sencillamente abandonados.

Referencias

  1. Fue un error de estrategia de los amigos de Mitre atacarlo, ya que llevaron su nombre de nuevo al centro de la escena, dando lugar a una reivindicación que vino de la mano de Peña.
  2. El método histórico llevó a algunos historiadores revisionistas al repudio del liberalismo. En otros, el camino fue inverso: en respuesta a su nacionalismo antiliberal, se pasaron al revisionismo.
  3. Por ser jesuita, Furlong estudió y defendió la trayectoria de la Compañía de Jesús. Como Rosas había expulsado a los jesuitas, se hizo militantemente enemigo de la memoria de Rosas.
  4. Como caso paradigmático hay que citar el hecho de que todos ellos apoyaron la nacionalización de los ferrocarriles, hasta entonces casi enteramente en manos inglesas; pero cuando los nacionalizó, Perón les dio los nombres de Mitre, Roca, Urquiza y Sarmiento.
  5. Se trata de un profundo estudio sobre los constituyentes de 1853, con abundante información biográfica y una crítica demoledora al método con el cual fue escrita y sancionada la venerada constitución liberal inspirada por Alberdi.
  6. La obra fue continuada por Fermín Chávez en los años posteriores a su muerte.

Bibliografía

  • D’Atri, Norberto, El revisionismo histórico. Su historiografía, en Jauretche, Arturo, Política nacional y revisionismo histórico, Bs. As., 1959. Reed. Ed. Corregidor, Bs. As., 2006.
  • Duhalde, Eduardo Luis, Contra Mitre, Ed. Punto crítico, Bs. As., 2005.
  • Scenna, Miguel Ángel, Los que escribieron nuestra historia, Revista Todo es Historia, nros. 65, 65 y 67.

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