Ron Laytner: Yo me infiltré en el Ku Klux Klan

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Ron Laytner

Con el beneplácito de la propia organización secreta, el periodista y fotógrafo Ron Laytner se introdujo en la cúpula del KKK en un viaje hasta el sur más profundo y racista de EEUU. Una vez dentro, descubrió que muchos eran policías, empresarios, veteranos de guerra… que abogaban por la supremacía de la raza blanca. Hoy, la organización cuenta con más de 6.000 afiliados y arrastra un sinfín de crímenes pendientes.

Sucedió a finales de los 70. Vinieron a por mí a las tres de la madrugada. En un aparcamiento desértico detrás de mi hotel en el centro de Houston, me taparon los ojos y me metieron en el asiento trasero de un coche viejo, pero potente.

El conductor, al que le asomaba una pistola automática por encima del cinturón, informó por radio: "Coche cinco y pasajero en dirección al punto de encuentro". Me dieron las instrucciones pertinentes: no podía hablar con ninguna de las personas que iba a fotografiar. Tenía que obedecer cualquier orden que me dieran, y lo más importante de todo, no debía poner nervioso a nadie.

Cuando por fin el coche se detuvo, me enfocaron con una linterna y un oficial de policía de la ciudad de Houston empezó a quitarme la venda de los ojos. En silencio, me registró por si ocultaba una grabadora. Era el oficial de policía más aterrador que he visto jamás en Estados Unidos. Llevaba la cara y la cabeza tapadas con una máscara y una capucha del Ku Klux Klan, la organización terrorista secreta cuyas raíces se remontan a la guerra civil americana.

Tenía la cara tapada y el número de su placa cubierto con cinta adhesiva, al igual que los números de identificación de su coche patrulla de Houston. Pronto se nos unió un miembro del Departamento del Sheriff de Galveston, Texas, también miembro del Klan.

La reunión, antes del amanecer, con los policías enmascarados, fue el momento más delicado que pasé en las dos semanas de salidas nocturnas con el Ku Klux Klan de Texas. Era la forma actual del Klan de demostrarme el poder de la organización. Y para mí quedó bien claro lo que los negros llevan advirtiendo a gritos desde hace años. La banda cuenta entre sus miembros con agentes de policía de los departamentos sureños.

Mensaje. El Klan se me había aproximado de manera secreta con una oferta tentadora. Me dijeron que tenían un mensaje para el mundo. Y que para hacerlo público, estaban dispuestos a hacer varias concesiones inéditas en su política ultrasecreta de siglo y medio de antigüedad. La proclama resultó ser tanto una admisión de derrota, como el anuncio de una batalla y un propósito completamente nuevo para la organización.

Me dijeron que los líderes nuevos y jóvenes habían "decidido" que el pueblo negro americano "podía quedarse en su territorio", que el Klan había abandonado de momento su larga batalla contra la integración y la aceptación de los negros en la sociedad estadounidense.

El Klan, en los años 70, peleaba contra un enemigo nuevo y mucho más peligroso: el comunismo. En la actualidad, el tema candente para sus miembros es la seria amenaza para Estados Unidos de una "conspiración comunista mundial".

Iban a permitirme tomar fotografías de salidas nocturnas e incluso de miembros de los departamentos de policía de Texas que pertenecían al Ku Klux Klan. No obstante, me avisaron de que a los agentes de policía les ponía muy nerviosos la posibilidad de que se revelaran sus identidades, de que se expusieran a perder su trabajo, e incluso a penas de cárcel, si su asociación con el Klan salía a la luz.

Y de esta forma, durante dos semanas se me permitió entrar en el mundo nocturno del Ku Klux Klan. Descubrí que en el Houston actual, el miembro de este grupo termina su trabajo en una oficina, en la construcción, la mecánica o una estación de servicio al final del día, y se introduce en un mundo de espionaje, terrorismo, infiltración y actividad de contraespionaje.

El KBI (Klan Bureau of Intelligence) es la Oficina de Inteligencia del grupo. El miembro que durante el día trabaja en una gasolinera, puede pasar sus horas libres infiltrándose en supuestas organizaciones del frente comunista, aterrorizando a los izquierdistas, socialistas y liberales, todos ellos miembros, según el Klan, de un extenso ejército de subversivos que intentan hacerse con el país. La batalla entre la izquierda y la derecha en Houston ha estado marcada por bombardeos, disparos, palizas y quemas de iglesias afroamericanas (como en 1964 y 1996), muchas de ellas atribuidas al Klan.

Mi hombre de contacto en Houston fue Louise Beam Jr., antiguo héroe de guerra en Vietnam, condecorado con la Cruz del Mérito Aéreo. Sus amigos de dentro y fuera de la organización le consideran "un patriota americano de primera".

Poco después de regresar de Vietnam, Beam se ganó la atención nacional e internacional al cargar contra una multitud de 500 manifestantes en contra de la guerra, en Houston, y arrebatarles la bandera del Vietcong que portaban. El héroe de guerra, de 70 kilos, tuvo que ser rescatado por la Policía. "Tuvieron que arrestarme, pero les habría encantado estrecharme la mano para felicitarme", se pavoneó.

Beam estaba orgulloso de su ametralladora M60, que disparaba 750 balas por minuto en Vietnam. Le apasionaban las armas: "Guardo varias en casa. Tengo una junto a la puerta y otra en la habitación, y además siempre llevo una en el coche, no se me ocurriría conducir sin llevarla".

Cuando le conocí, estaba estudiando para licenciarse por la Universidad de Texas, y ansiaba trabajar como abogado. También me contó que trabajó como agente en el Ku Klux Klan de Houston y como miembro activista del KBI.

El héroe de guerra asistía a reuniones del Klan y a las clases de la universidad bajo la sospecha de haber participado en los misteriosos atentados con bomba contra una emisora de radio liberal de Houston. Beam no creía que los dos Grandes Jurados de Texas que seguían el caso tuvieran pruebas suficientes en su contra, y más tarde, tal como había predicho, se retiraron los cargos contra él.

"Cuando regresé a casa tras la guerra, las cosas no eran como cuando partí hacia Vietnam. El clima general en EEUU había cambiado. Antes de irme al frente, la mayoría de la gente parecía estar de nuestra parte, de parte de los soldados. Pero al volver tuve la sensación de que la mayoría estaba en contra de nosotros, en contra de la guerra en su conjunto", me explicaba entonces Beam, de 27 años.

Poco después del incidente de Beam con la bandera del Vietcong, se le acercó el Gran Dragón del Ku Klux Klan en Texas. "Se llama Frank Converse y es un tipo gigantesco, además de muy inteligente, un hombre bueno y agradable, que no se opone a los negros", añadió el veterano de guerra.

"Converse era el dueño de una tienda de armas antes de que se hiciera público su liderato en el Klan, de que cerraran su negocio y el Gobierno federal le acosara y le arrestara, además de quemarle la tienda", relataba Beam. "Es un hombre increíblemente bien educado. Cuando regresé de Vietnam, me contó muchas cosas que me dejaron asombrado. Él me sugirió por primera vez la idea de que existía una conspiración para que el socialismo subiera al poder. Y me explicó que Naciones Unidas tenía mucho que ver con ello. Eso me sonó absurdo. Pensé que a ese tío le pasaba algo, que estaba un poco loco. Pero me prestó numerosos libros y cuanto más leía e investigaba, más creía en la veracidad de la conspiración. Y entonces decidí que el Klan era la organización perfecta para luchar contra el comunismo", argumentaba Beam.

Al principio, Beam dijo que no quería unirse al Klan, porque sabía de su mala reputación: "En el Sur se dice que los sábados por la noche el Klan sale y cuelga a un negro de un árbol".

Sin embargo, el Klan resultó ser el tipo de organización que aseguraba ser en algunas informaciones, según Beam. "No se puede decir que el Klan no creyese en la supremacía de los blancos. Sí que lo creía. Pero eso ya es secundario. Yo, personalmente, me considero segregacionista. Sin embargo, no tengo prejuicios. Juzgo a cada hombre negro de forma individual, y a partir de ahí, tomo mi decisión personal sobre él".

Después me habló de los policías del Klan. "No cabe duda de que hay agentes de policía que hoy pertenecen al Klan. Y también contamos con otras personas que son miembros secretos, y que ostentan cargos políticos importantes en el gobierno de la ciudad".

Y, ¿cuántos miembros tiene el Klan hoy en día en Estados Unidos? Beam me confirmó que "el Klan en EEUU ha alcanzado un punto en que casi contamos con más miembros en los estados norteños que en los sureños. Michigan cuenta con el Klan más grande de EEUU. El total de miembros supera los 100.000… Y el nuevo Klan se ha vuelto internacional. Tenemos varias unidades en Australia, una en Italia y otra en Inglaterra. En Canadá acabamos de inaugurar una nueva rama en Calgary, Alberta. Nuestro nuevo Klan se ha convertido de la noche a la mañana en una influencia tremenda para la gente. Ha logrado más éxito de lo que jamás pensé".

Otro de los personajes que conocí durante mi investigación fue John Grindle, de 31 años, blanco, anglosajón protestante, dueño de una gasolinera y miembro acérrimo del Ku Klux Klan de Texas. Se encontraba apoyado sobre su escritorio en Livingston, a unas pocas horas al suroeste de Houston. En una mano llevaba una enorme Biblia negra. Con la otra sujetaba un rifle semiautomático. Sobre la cabeza llevaba puesto un gorro con la bandera de la Confederación.

Hablaba de Dios y del amor, pero en la pared de su espalda destacaba una pegatina de la banda que representaba el odio. Señalaba como "signos de los movimientos pacíficos anticristo a las Naciones Unidas, los judíos y el comunismo". Una bandera estadounidense colgaba de la pared de una sala cercana, junto al cuarto de invitados, además de una colección de banderas de la Confederación. Había una insignia en la pared que decía "Amigo de la Policía". Por las distintas esquinas de la sala se observaba una colección de rifles y armas cargadas. Desde un lugar de honor, dominaba un retrato con la foto del Gran Genio de los Klanes Unidos de América, Robert Shelton, sobre un fondo adornado con una cruz incendiada.

Beam se mostró muy ilusionado con nuestro viaje a Livingston, y metió en el coche su carabina semiautomática cargada, además de un suministro extraordinario de munición, tras escuchar los "informes" que aseguraban que se había visto a activistas negros conducir cerca de la gasolinera de Grindle.

Pero cuando llegamos, los únicos negros que vimos alrededor de la gasolinera eran los conductores y ocupantes de coches de otros estados, que se detenían en busca de combustible. Recibían el servicio tranquilo, pero no grato, de los asistentes y su bandera confederada.

"Pertenezco al Klan desde hace ya bastante", explicaba John Grindle. "Y estoy completamente convencido de que ésta es la última oportunidad de lograr un mundo libre y cristiano. Y lo que mucha gente no deja de pensar, cuando me defino como un miembro del Klan, es que hago tal o cual cosa. Pero se equivocan. Pertenezco al Klan porque así puedo ayudar a mi país, pero nadie me lo agradece. En el periódico de la zona se publicó un artículo sobre mí en el que me calificaban de cáncer para la comunidad, y añadían que, como tal, se me debería extirpar. ¿Se lo imagina? ¡Un cáncer! Me dolió mucho leer el artículo".

Consecuencias. Casi todos los miembros del Klan a quienes fotografié y que me dieron permiso para ser identificados, perdieron todo lo que tenían. Les quemaron el negocio o la casa. Les multaron o fueron encarcelados por el FBI. Debo decir, con toda franqueza, que los miembros del Klan que conocí eran peligrosos para sus enemigos, pero totalmente leales a sus amigos, y creían a ciegas que estaban defendiendo su país.

Los tres periódicos de Texas con los que yo colaboraba recibieron la advertencia de no publicar mis historias jamás, o recibirían importantes multas en todos sus coches y camiones, además de dejar de recibir artículos de cooperación. Perdí los documentos y no volví a Texas en muchos años.

Unos cuantos años después, un equipo del FBI realizó pruebas con un detector de mentiras a todos los policías de Texas, lo que desembocó en el despido y dimisión de más de 200 agentes y altos dirigentes del Cuerpo de Policía pertenecientes al Klan. Logré localizar de nuevo a Louis Beam cuando estaba organizando a los pescadores estadounidenses para que lucharan y aterrorizaran a los inmigrantes vietnamitas que se estaban haciendo con el negocio de las gambas en la costa de Luisiana. Me contó que el experimento del Klan conmigo había fracasado, que los militantes negros habían atacado y quemado los negocios y hogares de los miembros identificados.

Louis Beam llegó casi a la cúspide de la organización y se convirtió en un Gran Dragón del Ku Klux Klan. Su nombre se asoció brevemente con el de Timothy McVeigh, el terrorista estadounidense ejecutado por hacer volar el Edificio Federal de la ciudad de Oklahoma. Las últimas noticias que se tienen de él es que vivía en algún lugar de México. Un agente de la Liga Antidifamatoria de EEUU dijo que "Beam es un hombre brillante que terminó por enloquecer. He oído que ahora está muy enfermo. No creo que se le vaya a echar mucho de menos".

KKK, 2005. En la América de hoy, el Klan ha probado todo tipo de medios legales para promocionar sus ideales. Los miembros asisten a mítines en los que nadie viste la capucha secreta. Realizan barbacoas abiertas y promueven organizaciones benéficas. Cuando realizan alguna marcha, a menudo temen ser atacados por militantes negros.

En 1981, cuando un hombre negro no fue declarado culpable de la muerte de un policía blanco, dos miembros del Klan salieron en busca de una víctima al azar y colgaron a Michael Donald, de 18 años. La madre de Donald ganó una sentencia de siete millones de dólares y llevó a la bancarrota a Klanes Unidos de América. Uno de los asesinos del Klan fue electrocutado en 1997, y el otro todavía permanece en prisión.

Aún hay muchos que creen en la sociedad secreta y que pueden resultar tremendamente peligrosos. En 2005, en Hamilton, Ohio, la casa de un latinoamericano fue quemada tras ser acusado de abusar de una niña blanca de 9 años.

El Klan apareció recientemente en las noticias cuando el predicador de Texas Edgar Ray Killen, de 80 años, fue condenado por asesinato y sentenciado a 60 años de cárcel por la muerte, en 1964, de tres trabajadores de derechos civiles, por la que nadie había recibido aún castigo alguno. Las familias de las víctimas se quedaron perplejas cuando el antiguo pastor salió de la cárcel bajo fianza mientras apelaba la sentencia. Al principio se llegó a pensar que Killen no había llegado a ingresar en prisión. Algunos se preguntaban si era posible que el Klan tuviese todavía tanta influencia.

Pero se produjo una protesta inmensa por todo el país, lo que dio lugar a que el juez encarcelara de nuevo a Killen hasta que terminara la apelación. Killen había declarado que estaba en silla de ruedas y que, por lo tanto, no podía andar. Los investigadores le fotografiaron caminando alrededor de su coche mientras echaba gasolina, y así sus días de libertad, a la espera de la resolución de la apelación, llegaron a su fin.

Ron Laytner, periodista canadiense, es autor de premiados reportajes de investigación. Ha trabajado para diversas revistas extranjeras.