Saudi Aramco

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Saudi Aramco es la empresa más grande y poderosa del mundo y una de las que más beneficios deja, constituye la infraestructura real de una de las peores tiranías del planeta. Nadie sabe hasta dónde llegan sus tentáculos, pero se le conocen inversiones y lobbies en todos los lugares donde se toman decisiones. Tras ella y a través de ella, un extenso clan de teócratas islámicos interviene libremente en los principales mercados globales. Saudi Aramco es un gigantesco conglomerado petrolero, gasístico y financiero con sede en Dhahran.

Dios, Patria, Rey, Empresa

Arabia Saudita es una monarquía absolutista al estilo tradicional, donde la religión, el estado, la casa real y Saudi Aramco constituyen un todo inseparable e indistinguible. Cuatro veces más extensa que España, ocupa la mayor parte de la Península Arábiga a caballo entre el Mar Rojo y el Golfo Pérsico. Sin embargo, su población es relativamente baja (veintiocho millones de habitantes, de los cuales 5,5 millones son inmigrantes extranjeros); se halla concentrada sobre todo en la capital Riad y en una estrecha franja de la costa oeste que se extiende desde Jizan, al sur, hasta Jeddah, La Meca y Medina en el norte. La mayor parte del país se encuentra fundamentalmente despoblada, pues está ocupada por el Desierto Arábigo. Este desierto contiene algunos de los lugares más alienígenas del planeta Tierra, como el inquietante Rub' al-Khali, el lugar vacío.

Aunque el país tiene una larga historia –que incluye, notoriamente, la creación del Islam y el Califato original entre La Meca y Medina a principios del siglo VII–, el estado moderno no se fundó hasta fechas recientes: 1932, para ser exactos. En realidad, fue una creación anglosajona a partir del Tratado de Darin (1915), que convertía los territorios bajo control del clan de los Ibn Saud en un protectorado del Imperio Británico. Gracias a ese apoyo, los Ibn Saud –una familia aristocrática tradicional con características culturales beduinas, que ya habían fundado un par de estados antecesores en el área– consiguieron dominar militarmente el territorio allá por 1926. Mediante el Tratado de Jeddah (1927), el Reino Unido reconoció la independencia del entonces llamado Reino de Nejd y Hejaz, bajo el dominio absolutista del monarca Abdul Aziz ibn Saud. Sus oponentes de la casa de los Rasheed –apoyados por el Imperio Otomano– fueron absorbidos o eliminados. En 1932, Nejd y Hejaz fueron unificados como la Arabia de los Saud. Es decir, Arabia Saudita.

El conflicto tuvo un componente religioso. Los Rasheed eran chiítas bastante corrientes; los Saud, sunitas en una versión especialmente estricta y reaccionaria conocida como Wahabismo (aunque ellos prefieren el término salafismo). El Wahabismo o salafismo es uno más de los supuestos retornos a los orígenes que las religiones presentan de vez en cuando, hasta cierto punto parecido a las ramas ultraconservadoras del protestantismo cristiano: reacción ante un clero corrupto y frente a innovaciones (como el sufismo), literalismo e inerrancia de su libro sagrado (el Corán), defensa de la pureza religiosa y los valores familiares tradicionales, oposición a la idolatría (incluyendo las imágenes, monumentos e iconos), oposición radical a cualquier forma de religión popular o tradicional (magia, talismanes, etc), denuncia del culto a los santos o cualquier otro intermediario ante su dios, así como severo puritanismo moral, social y sexual con elementos sexistas y clasistas muy fuertes.

Como consecuencia, el desarrollo de la identidad nacional saudí quedó estrechamente vinculado a este salafismo y a la Casa de Saud, por oposición al chiísmo, a la Casa de Rasheed y a sus amigos otomanos (o sea: turcos). El país nunca se dotó de una Constitución, ni de instituciones independientes, ni de nada ni remotamente parecido a una separación de poderes, ni de separación entre iglesia y estado, ni de ninguna otra libertad, derecho o característica propia de un estado moderno; en el mundo musulmán, se sitúa así en el extremo opuesto de la Turquía de Kemal Ataturk que vino a reemplazar al Imperio Otomano. No fue hasta 1992, después de la Primera Guerra del Golfo, cuando Arabia Saudí promulgó por primera vez una Ley Básica a modo de Constitución para quedar bien ante sus aliados occidentales; sus artículos 1, 2, 3, 6,7, 8 y 9 rezan como sigue:

1. El Reino de Arabia Saudita es un estado árabe islámico soberano, y el Islam es su religión. Su Constitución es el Libro de Dios [el Corán] y la Sunnah [tradición] de su Profeta (Mahoma), que las oraciones y la paz de Dios sean con él. El árabe es su idioma y Riad, su capital.

2. Las festividades públicas del estado son el Id al-Fitr y el Id al-Adha [el último día del Ramadán y la celebración del sacrificio de Abraham]. Su calendario es el calendario de la Hégira.

3. La bandera estatal será como sigue: (a) será verde [el color del Islam]; (b) su anchura será igual a dos tercios de su longitud; (c) las palabras "No hay más que un Dios y Mahoma es Su Profeta" se inscribirán en el centro con una espada a sus pies [...]

6. Los ciudadanos deben lealtad al Rey de acuerdo con el Sagrado Corán y la tradición del Profeta, en sumisión y obediencia, en tiempos fáciles y difíciles, en la fortuna y en la adversidad.

7. El Gobierno de Arabia Saudí deriva su poder del Sagrado Corán y la tradición del Profeta.

8. [Los principios del] Gobierno de Arabia Saudí se sustentan en la justicia, la consulta y la igualdad según la Ley de Dios [Shari'ah].

9. La familia es el núcleo de la sociedad saudí; sus miembros serán educados sobre la base de la fe islámica, la lealtad y la obediencia a Dios, su Profeta y sus guardianes [...]

...y sigue por un estilo durante decenas de artículos de los 83 que contiene. La propiedad privada es sagrada (artículos 18 y 19), los impuestos se impondrán sólo cuando haya necesidad (art. 20) y la propiedad, el capital y el trabajo son derechos personales de acuerdo con la Ley de Dios (art. 17). Con respecto a las libertades y derechos, en cambio, sólo encontramos lo siguiente:

12. La consolidación de la unidad nacional es un deber, y el Estado impedirá cualquier cosa que pueda conducir a la desunión, la sedición y la separación.

26. El estado protegerá los derechos humanos según la Ley de Dios [Shari'ah].

44. Las autoridades del estado son: el poder judicial, el poder ejecutivo y la autoridad reguladora. [...]

45. El poder judicial es una autoridad independiente [...] excepto en lo relativo a la Ley de Dios [Shari'ah].

Por su parte, el poder ejecutivo está totalmente concentrado en el Rey. Pero... ¡un momento! ¿No nos falta el poder legislativo? Quiero decir, ya sabes, legislativo-ejecutivo-judicial y todo ese rollo...

No, obviamente no falta. El poder legislativo está igualmente concentrado en la Casa Real, los clérigos (ulemas) que interpretan la Ley Divina y los jueces que la aplican. Estamos, pues, ante una teocracia absolutista de rasgos medievales, a años luz de la Revolución Francesa y lo que ésta significó. El imperio de la ley es el imperio de la ley del rey, el clero y la patria. Dios, Patria, Rey. Y Empresa.

El oro negro y el amigo americano

Desde su mismo origen, la historia de Arabia Saudí está intrínsecamente vinculada al petróleo que abunda a mares bajo sus arenas inhóspitas.Ya en 1932, geólogos norteamericanos de Standard Oil de California (hoy en día Chevron) encontraron petróleo en otro protectorado británico de facto sito en la misma Península Arábiga, o casi: Bahréin. En 1933, apenas un año después de la fundación del país, los Saud concedieron una concesión a esta misma compañía petrolera para realizar prospecciones en su territorio. En 1936, la Texas Oil Company (ahora llamada Texaco) compró a Standard Oil el 50% de esta concesión. Ya en 1938 estas compañías abrieron el primer campo, precisamente en Dhahran, donde ahora se encuentra la sede de Saudi Aramco.

Durante la Segunda Guerra Mundial, tales pozos ya apoyaron marginalmente el esfuerzo de guerra aliado. Sin embargo, no fue hasta el final de la misma cuando estas compañías norteamericanas comenzaron a explotar a fondo las riquezas petrolíferas de la región; así, dejaron en un remoto segundo lugar a sus primos británicos de BP, que se concentraron en la explotación de los pozos iraníes. En 1944, Standard Oil cambió el nombre a su subsidiaria local –hasta entonces denominada Casoc, o California Arabian Standard Oil Company– por Aramco: Arabian American Oil Company. En 1945, esta Aramco abrió la gigantesca refinería de Ras Tanura, que durante muchos años sería la más grande del mundo y aún hoy ocupa la quinta posición.

En 1948, otras dos de las siete hermanas (ahora conocidas como ExxonMobil, la segunda empresa privada más grande del mundo después de Petrochina) se sumaron al negocio, comprando importantes participaciones en Aramco. De esta forma, las cuatro hermanas estadounidenses –lejos de competir– cooperaron durante décadas para explotar la riqueza petrolera saudí a gran escala.

La Guerra árabe-israelí de 1948 comenzó a complicar las cosas. En esta guerra, tanto Estados Unidos como la Unión Soviética se pusieron de parte de Israel y dejaron solos a los árabes, con el resultado que se puede suponer. Entre esto y que los yanquis se estaban haciendo de oro con el petróleo saudí sin que la Casa de Saud viera más que las sobras, en 1950 amagaron con nacionalizar Aramco por primera vez, imitando lo ocurrido en Venezuela poco antes. En esencia, querían el 50% de los beneficios. ExxonMobil, Texaco y Chevron entraron en pánico y pidieron ayuda al gobierno de los Estados Unidos. El presidente Truman se la prestó, y de qué manera: garantizó a estas compañías petrolíferas una reducción de impuestos equivalente al 50% de los beneficios sobre las ventas de combustibles, de tal modo que le pudieran dar el otro 50% a los Ibn Saúd sin reducir sus ganancias. El dinero se canalizó directamente a través del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos. Este trato de favor a gran escala se conoce como el golden gimmick.

Como en Arabia Saudí no existe separación alguna entre la monarquía y el estado, todas estas riquezas inmensas iban a parar de hecho a las arcas de la Casa Real, que a lo largo de los siguientes años se hicieron famosos en el mundo entero por su estilo de vida lujoso hasta extremos absurdos. Bien es cierto –todo sea dicho en justicia– que aprovecharon para levantar el país, aunque en la práctica el país les pertenecía también. Paralelamente, los países productores de petróleo comenzaron a ser conscientes de los enormes beneficios que podían obtener –y que hasta ese momento se llevaban sobre todo estas compañías extranjeras–, por lo que comenzaron los movimientos para fundar la OPEP.

Y los Estados Unidos protegieron a la Casa de Saud frente a todos sus enemigos exteriores e interiores, a pesar del problema con Israel. A cambio de esto y de su 50%, el Rey permitía que Aramco siguiera forrándose con el petróleo saudí. Participaron en la Guerra de los Seis Días, por aquello de la solidaridad entre hermanos árabes, musulmanes, etcétera, pero sin muchas ganas (y mucho menos para ayudar a los egipcios, con quienes no se pueden ni ver). Sin embargo, la Guerra del Yom Kippur de 1973 complicó bastante las cosas: la tibieza del riquísimo estado saudí frente al enemigo sionista comenzó a estar muy mal vista en todo el mundo árabe y la Casa Real temió por su estabilidad; pero, por otra parte, tenían las manos atadas porque la muy norteamericana Aramco era la casi única fuente de riqueza para el país y sus monarcas.

La brutal derrota de los árabes en esta guerra del Yom Kippur forzó a Arabia Saudí a participar en el embargo del petróleo de 1973 contra Estados Unidos y Europa Occidental. Y funcionó. La OPEP se hizo consciente de pronto de su poder global; la Casa de Saud, también. Ahora ya no eran simplemente ricachos, hombres de paja de poderes extranjeros: se habían convertido en operadores de alcance planetario. Pronto, el Movimiento de Países No Alineados –la mayor alternativa que existió jamás a la hegemonía del comunismo y del capitalismo– estaba en marcha, incorporando a casi toda la OPEP. En ese mismo año de 1973, la monarquía saudí utilizó una parte de la fortuna acumulada durante todos estos años para adquirir el 25% de Aramco, en lo que constituyó el primer paso para su nacionalización.

A lo largo de los siguientes siete años, la Casa de Saud (o el estado saudí, que lo mismo da) fue adquiriendo participaciones cada vez mayores en la empresa. En 1980 compraron la última acción, con lo que la otrora norteamericana Aramco se convirtió en saudita por completo; de esa forma, Riad recuperaba el control completo sobre su producción y exportación de petróleo sin depender de los Estados Unidos. Así, ganó una mayor libertad política para moverse entre los polvorines del Oriente Próximo y en los mercados del mundo entero.

Sin embargo, la Casa de Saud nunca se sintió cómoda lejos del amigo americano, sobre todo teniendo en cuenta que sus rivales egipcios se estaban alejando de la URSS y acercándose a los Estados Unidos. No querían dejar de ser los favoritos de Occidente en el mundo árabe. De tapadillo, siguieron cooperando a todos los niveles. Las operaciones norteamericanas para crear el integrismo islámico moderno contra la URSS en Afganistán y los regímenes seculares prosoviéticos en todo el Oriente Medio se ejecutaron fundamentalmente a través de Arabia Saudita y Pakistán (esos eran los tiempos en que Hollywood nos obsequiaba con un Rambo amigo de los muyahideen contra el pérfido oso comunista). El durísimo salafismo islámico fue exportado a un –por aquel entonces– bastante secularizado Afganistán a través de un tal Osama Bin Laden y sus talibanes con dinero saudita y estadounidense. (Y también misiles de alta tecnología al Irán de los ayatolás a través de –no se lo van a creer– Israel, sí, Israel, en lo que vino a ser el asunto Irán-Contras).

Saudi Aramco

Y Aramco siguió creciendo y creciendo y creciendo, ahora bajo control exclusivo saudí. Poseen el campo de Ghawar –el más grande del mundo– y también los de Safaniya-Khafji, Shaybah, Abqaiq, Berri, Manifa o Faroozan más otros muchos por todo el planeta en los que han ido adquiriendo participaciones. Poseen el 20% de las reservas de petróleo de la Tierra. Construyeron el Master Gas System, la red de hidrocarburos más grande del mundo, así como enormes refinerías y plantas de gas licuado. Compraron superpetroleros. Con la permanente ayuda estadounidense, desarrollaron avanzadas tecnologías de extracción, procesamiento y distribución. Se instalaron gigantescos gasoductos y oleoductos, terminales de carga, de todo. En 1988, la empresa fue estatalizada definitivamente bajo el nombre Saudi Aramco.

Saudi Aramco es propiedad exclusiva al 100% de Arabia Saudí –de la Casa de Saud–, no tiene más accionistas y no sale a bolsa, con lo cual siempre permanece en un discreto segundo plano; carece de obligación de aportar a nadie más que el monarca cuentas de resultados, balances, auditorías y demás cosillas para pobres. En 2005 (actualizado en 2006), un singular documento de Financial Times desveló que las empresas más valiosas del mundo –más grandes en términos económicos– no eran ni Microsoft, ni Wal-Mart ni ninguna de esas: la lista estaba encabezada por los gigantes petrolíferos estatales que no tienen que rendir cuentas a nadie más que a sus propios estados.

Y arriba del todo, destacando a enorme distancia de todas las demás, estaba Saudi Aramco.

Con un valor total estimado de 781.000 millones de dólares –repitan: setecientos - ochenta - y - un - mil - millones - de dólares–, la muy estatal y muy islámica Saudi Aramco era ya en 2005-2006 tan grande como las dos compañías privadas más grandes del mundo juntas: esas eran, por aquellos tiempos, ExxonMobil y General Electric.

Sus ingresos anunciados en 2008 fueron de 233.000 millones de dólares –repítanlo–. Esto la pone en un modesto sexto lugar con respecto a empresas más pequeñas; de ahí come la práctica totalidad de Arabia Saudí. Saudi Aramco es quien paga todas las facturas, a través de una densa trama de nepotismo, clientelismo e ingenierías contables tanto dentro como fuera del país. Controla el 90% de la riqueza nacional. Arabia Saudí es Saudi Aramco.

Saudi Aramco tiene enormes inversiones en el exterior, y de manera muy notable en los Estados Unidos, donde ha estado estrechamente vinculada con los dos presidentes de la familia Bush. Lo hace a través de subsidiarias conocidas y de inversiones mucho menos obvias en los mercados globales. Nadie sabe hasta dónde llegan sus tentáculos. Pero llegan muy lejos.

La tiranía discreta de alcance global

En Arabia Saudí no existen los derechos humanos. Es el tercer país que más gente ejecuta per capita –incluyendo menores–; las amputaciones de miembros y las tandas de cientos de latigazos se aplican libérrimamente. Su imperio de la ley depende del rey y de los clérigos. Las minorías sexuales son reprimidas brutalmente; el sexo fuera del matrimonio es ilegal. Los derechos de la mujer son un chiste (y los del hombre, sobre todo cuando es pobre, también). Los inmigrantes extranjeros (los pobres, claro) son carne de cañón para el sistema judicial, si es que se le puede llamar así. La policía política está por todas partes. Sin embargo, el caso saudí casi siempre aparece como una nota a pie de página en las declaraciones grandilocuentes sobre la protección de los derechos humanos. En serio, ¿cuántas veces se ha oído hablar del problema de los derechos humanos en Arabia Saudí?

En Arabia Saudí no existen ni siquiera las formas de una democracia, aunque sea de papel. Los partidos políticos y los sindicatos están rigurosamente prohibidos, y quienes intentaron formar alguno, encarcelados o muertos. No hay ni siquiera un Parlamento. No hay elecciones. No hay ninguna manera mediante la que el pueblo pueda intervenir en el poder. La monarquía es intocable. No se tolera ninguna clase de disidencia. Es como Corea del Norte, pero con dinero. Sin embargo, ¿cuántas veces has oído hablar de la necesidad de llevar la democracia a Arabia Saudí?

En Arabia Saudí no existe la libertad de opinión. Ningún medio de comunicación ni ningún ciudadano particular puede criticar al poder o al Islam. Los periodistas están estrechamente vigilados. Incluso bloggers moderadamente críticos como Fouad Al-Farhan son detenidos durante meses en confinamiento solitario. El acceso a Internet está censurado y controlado mediante un firewall que no tiene nada que envidiar al chino, provisto por la compañía norteamericana Secure Computing. Sin embargo, ¿cuántas veces has oído hablar de los problemas con la libertad de opinión, prensa e internet en Arabia Saudí?

En Arabia Saudí no existe la libertad de religión. Vamos, ni de coña. Mucho menos que en China, por decir algo. Arabia Saudí es islámica y salafista, punto. La policía religiosa –mutaween– es omnipresente. Los extranjeros que quieran celebrar ritos, pueden hacerlo en su habitación del hotel o del complejo gubernamental para guiris. No se permite difundir materiales de ninguna otra religión (ni siquiera de otras versiones del Islam). Convertirse a otra religión es apostasía, condenada con la pena de muerte; ni en la URSS de Stalin, ni en Corea del Norte ni en la Alemania nazi se vio esto. La minoría chiíta está severamente oprimida y discriminada. La mera idea de construir un templo de algo distinto al salafismo constituye una especie de broma de poco gusto. Según estos absolutistas, cualquier cosa que suene remotamente a relativismo es motivo más que suficiente para hacerlo desaparecer en las arenas, incluso sin juicio. Sin embargo, ¿cuántas veces has oído hablar de la represión religiosa o ideológica en Arabia Saudí?

Ciudadanos prominentes de Arabia Saudí –una tiranía donde todo está controlado– han financiado abundantemente grupos terroristas por todo el mundo, y se dice que siguen haciéndolo. En una situación kafkiana, reprime en su propio país a los mismos militantes que ha fomentado –y puede que fomente– en otros muchos lugares. Allá donde hay mujahideen, hay ciudadanos saudíes, dinero saudí, teología saudí; sea Afganistán, Bosnia, Chechenia, Kosovo... o Nueva York. De los diecinueve autores materiales de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Manhattan y Washington DC, quince fueron saudíes. Y sin embargo... eso.

El único país del mundo que posee aviones AWACS E-3 Sentry fuera de la OTAN es Arabia Saudí; ni siquiera Israel los tiene. Junto con Kuwait, es también el único país fuera de los Estados Unidos con carros M1A2 Abrams; y uno de los cuatro que opera cazas y cazabombarderos F-15 Eagle. Es el único país fuera de Europa que tuvo el Panavia Tornado y que tiene el Eurofighter Typhoon. A pesar de ser una conocida tiranía con extraordinarias violaciones de los derechos humanos, todo el mundo le vende material policial y represivo por toneladas. No es como si no pudiera pagar todo ello y mucho más, claro; pero las decisiones de compraventa de estas armas tan sofisticadas y poderosas no se rigen exclusivamente por motivos económicos. Ni lo hace el vendedor, ni lo hace el comprador.

Mientras tanto, Arabia Saudí –Saudi Aramco, la Casa de Saud, el Islam salafista, todo en uno– sigue exportando 360.000 barriles de petróleo por hora –cien por segundo, más que Rusia y los Emiratos Árabes Unidos juntos– hacia todo el sediento mundo. Es el quinto poseedor de reservas de divisa del planeta con 395.000 millones de dólares, inmediatamente detrás de China (2,5 billones), Japón (990.000 millones), la Eurozona (668.000 millones) y Rusia (447.000 millones). Su fondo soberano de inversión SAMA es el tercero de esta Tierra, con 431.000 millones de dólares. La deuda pública nacional asciende al 13,5% del PIB (la de Estados Unidos es del 86,1%, la de Alemania del 77% y la de España del 50%, datos de 2009, por poner tres ejemplos); en deuda externa, eso son 58.600 millones de dólares, menos que Nueva Zelanda y equivalente a su producto nacional bruto de... 57 días. Todo ello según declaración pública, lo que difícilmente incluye las inversiones privadas de los miembros de la extensa familia real.

Sin el petróleo saudí, el mundo se detendría de inmediato. Sin el dinero saudí, los mercados colapsarían de la noche a la mañana.

El resultado es obvio: estos no son moros sino señores árabes a quienes nadie se atreve a incomodar, no vaya a ser que ocurra algo con el petróleo o con las monumentales inversiones que mantienen en todos los sectores. Sus palancas políticas y geoestratégicas son extensas y profundas, y cuanto más desarrollada es una sociedad, más depende de que esos superpetroleros cargados hasta la bandera sigan llegando a su hora –por no mencionar posibles desinversiones en, digamos, los sectores más delicados de tu economía, o de tus negocios en particular–. Mientras tanto, la que probablemente sea la peor tiranía teocrática del mundo sigue su camino suavemente, prósperamente, globalmente. Discretamente. Y de fondo, las inmensas refinerías de Saudi Aramco rielando desde el Mar Rojo hasta el Golfo Pérsico y el mundo entero, acariciadas por las ardientes arenas del lugar vacío.

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