Tonocotés

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Urna funeraria de la Cultura Sunchituyoj (Santiago del Estero, Argentina. Reproducción de la artista Graciela Zelaya

El Imperio de las Planicies

Los tonocotés, podrían haber sido herederos de una raza antigua, desaparecida, constructores de un estado que los Hermanos Wagner llamaron "El Imperio de las Planicies". Dicha herencia posterior habría transcurrido desde el año 500 después de Cristo.

Construían sus viviendas con forma semiesférica, de cañas y finas ramas a las que daban la forma curvilínea. La estructura vegetal era solidificada después con adobe. Estas casas solían disponerse de un modo orbicular, alrededor de inmensos patios comunitarios, sobre altos túmulos de tierra apisonada, que mantenían las viviendas fuera de cualquier riesgo de inundación. Los clanes se distribuían de esa manera con espacios arbolados y huertas en medio, semejando especies de barrios interconectados.

Estos aborígenes fueron avezados cultivadores de maíz y ceramistas de diseños complejos. Las figuras antropomórficas (con forma humana), embellecen con líneas estilizadas sus obras artísticas, así como los pájaros o felinos. Tal arte antiguo es el que dotó a la cultura santiagueña con algunos de sus más hermosas figuras. Así la proverbial lechuza, que hoy se ve repetida una y otra vez en tapices o cuadros modernos.

Dicha plástica, por tantos siglos ignorada, presenta una evolución que hace pensar en artistas especializados, cuyas líneas perfectas sobre las vasijas muestran síntesis o abstracciones, que tomaron miles de años a los artistas de Europa para llegar a comprenderlas. Así, Picasso, Braque, Mondrian, Miró, observando parecidos diseños crearon su arte contemporáneo, muchos de cuyos hallazgos compositivos fueron ya conocidos por los aborígenes que poblaban la superficie del ámbito geográfico que hoy llamamos "NOA".

Cifras

En el siglo XVI, a la llegada de los españoles, la cantidad estimada de habitantes aborígenes de lo que es hoy argentina se distribuía así:

Región Habitantes
Chaco 50.000
Pampa 30.000
Noroeste 215.000
Mesopotamia 20.000
Cuyo 18.000
Patagonia 10.000

La región del Noroeste era, como se ve, la de mayor densidad poblacional en todo el territorio.

Y de la región NOA, la mayor densidad se concentraba, según las investigaciones, entre las etnias diaguitas, que ocupaban lo que hoy llamamos Tucumán, parte de Catamarca, una parte de Salta, y el noroeste de Santiago del Estero. A continuación se habían abierto un espacio los Lule-Vilela, seguidos más abajo en dicho ordenamiento geográfico, por los Tonocoté.

Es evidente que existía un intenso intercambio económico y cultural entre las tres regiones, constituyendo el centro –que se ubicaba más bien al Oeste, en la región donde actualmente está Frías e inicia su territorio Catamarca–, un espacio de gran actividad hacia un periodo que fue calculado como en el año 500 después de Cristo –es decir unos mil años antes de la llegada de los invasores españoles.

Otras etnias

Hacia el norte de Santiago del Estero se ubicaban entonces las etnias llamadas Diaguitas, compuestas por varias parcialidades: pulares, luracataos, chicoanas, tolombones, yocaviles, quilmes, tafís, hualfines.

Todos estos grupos tenían un intercambio cultural y económico entre sí incluyendo un ancho espacio, hoy denominado "Salta", "Catamarca", "Tucumán" y "Santiago del Estero". Un idioma los unía: el cacán. Probablemente de ese idioma proviene la palabra "Icaño".

La parcialidad étnica llamada Tonocoté habitó la región del centro-sur de Santiago del Estero –incluyendo Icaño─ desde unos 500 años después de Cristo.

Sedentarios

Los Tonocotés llevaban una vida sedentaria y tranquila, en pacífico intercambio con sus vecinos del Norte, ya mencionados y del Sur, los Comechingones y los Sanavirones, distribuidos por lo que llamamos hoy "Provincia de Córdoba".

Repentinamente los Guaicurúes y otras tribus muy belicosas provenientes de la región hoy denominada "Corrientes", "El Chaco" y "Misiones", se lanzaron hacia el Oeste, empujando a los habitantes originales de El Chaco hacia las montañas de Salta y Tucumán, y otra parte hacia lo que es hoy Santiago del Estero.

A partir aproximadamente del año 900 dC se comenzó a sufrir constantes invasiones de esta otras etnias: los lules y los vilelas. Ambas fueron denominadas en conjunto "Juríes" por los españoles (la palabra "juri" proviene de "xuri" o "zuri", como se designaba al avestruz). Incluso los tonocotés, de rasgos y cultura diferente, fueron englobados por los europeos dentro de esa simplificación lingüística, mencionándolos en sus documentos, frecuentemente, como "juríes".

Con posterioridad a las primeras invasiones lules y vilelas del 900, se fueron produciendo mestizajes e intercambio cultural entre estas dos parcialidades, con lo cual muchas de las características de cada una quedaron sintetizadas en el primitivo poblador de Icaño y serían transmitidas, más tarde, a todas sus generaciones.

La etnia Tonocoté estuvo diseminada en la parte centro occidental de la actual provincia de Santiago del Estero, en una región llana formando un óvalo horizontal imaginario con límites aproximados a las actuales localidades de San Pedro de Guasayán, Suncho Corral, Los Telares y Bandera. Es decir, rozaba en su extremo Oeste la hoy provincia de Catamarca y hundía su extremo Este en la entonces muy selvática región del Chaco Santiagueño. La vasta extensión ocupada por los tonocotés estaba atravesada por los ríos Salado y Dulce. Este asentamiento incluía a Icaño en su extremo sur. Más abajo se desplegaban los comechingones, extendidos mayoritariamente en el norte de lo que hoy se identifica como la provincia de Córdoba.

Estos últimos junto con los Quilmes, Lules y los Tonocotés, estuvieron entre las etnias que mayor resistencia ofrecieron al conquistador español, prolongando su denodada lucha contra el avasallamiento europeo en algunos casos hasta ya entrado el siglo XX.

Cultura

Desde el punto de vista cultural, la etnia Tonocoté estaba relacionada estrechamente con la denominada Cultura Diaguita, como dijimos anteriormente, que comprendía a los pulares, luracataos, chicoanas, tolombones, quilmes, tafís, hualfines, y yocaviles.

Todas estaban aglutinadas alrededor de un elemento común: su lengua, la cacá o cacán, que otorgaba unidad lingüística a estos pueblos. Otros factores daban coherencia cultural a estas comunidades, entre ellos la organización social y económica, su cosmovisión común, así como aspectos raciales que definían una identidad por encima de las variantes regionales.

Según el antropólogo Carlos Martínez Sarasola, en el panorama indígena del territorio argentino la cultura Diaguita fue la que alcanzó mayor complejidad en todos los aspectos, cuestión que redundó inclusive en una importantísima densidad poblacional. Se calcula que la población total del Noroeste estaba constituida entonces por más de 200.0000 habitantes (cerca del 75 % del total).

Era una cultura de agricultores sedentarios, poseedores de irrigación artificial, por medio de canales y con andenes de cultivos para sus productos principales: maíz, zapallo y porotos.

Los tonocoté eran criadores de llamas; como sus hermanos de las zonas andinas; utilizaron a esos animales como proveedores de lana para sus tejidos y también para carga.

También practicaban la recolección de algarroba y el chañar, que almacenaban en grandes cantidades; en mucha menor medida practicaban la caza.

Como cultura andina por hibridación, participaban del culto al sol, la luna, la tierra, el trueno y el relámpago. Celebraban rituales propiciatorios de la fertilidad de los campos y tenían una elaborada ritualidad funeraria, testimonio de la devoción a los muertos, como tránsito crucial en el ciclo de vida de la cultura. Según esta, el alma se convertía en estrella, viaje para el que a los difuntos se los enterraba con alimentos y bebidas.

Fumaban en pipa, de modo ritual, así como también efectuaban otros rituales propiciatorios para los ciclos agrícolas, así como para obtener la necesaria lluvia. El cebil era utilizado para numerosas ceremonias mágicas, entre ellas la adivinación del futuro.

Participaban del culto a la Pacha Mama o Madre Tierra, al igual que en Perú o Bolivia.

El arte diaguita, dirigido muchas veces a lo religioso, es el más acabado de nuestras culturas indígenas, no sólo en cerámica sino también en metalurgia, según Martínez Sarasola. Esta tesitura es sostenida asimismo por los Hnos. Wagner.

Entre sus diseños se encuentra también a la "mujer pájaro", divinidad presente en toda la región.

Río Salado

Los tonocoté aprovechaban el río Salado de diversas formas, además de pescar en él. Por ejemplo, construían hoyas de inmensas dimensiones (unos 100 kilómetros de largo, por 100 metros de ancho), que en época de crecidas se anegaba. Luego, al retirarse el río, quedaba esta parcela gigantesca con suficiente humedad como para ser cultivada, obteniendo gran provecho. Dado que no se perseguía el lucro ni el comercio, no existían en la cultura tonocoté personas a quienes les faltaran alimentos, viviendas o vestuarios. Es decir que antes de la llegada de los europeos, no existían ni el hambre ni la miseria entre los aborígenes.

Varias comunidades de esta cultura construían sus viviendas en túmulos o montículos, la mayoría de ellos artificiales, generalmente con formas circulares. Tales viviendas estaban cercadas en su conjunto por empalizadas con fines defensivos. Posiblemente dicha modalidad se inició al ingresar los lule-vilelas en el territorio diaguita-tonocoté.

Sus principales industrias eran el hilado, el tejido y la alfarería. "Los tonocotés eran hábiles tejedores, hecho que fue aprovechado por los españoles para hacerlos trabajar en los obrajes de paños […] sometidos al sistema de encomiendas" (María Mercedes Tenti de Laitán, Historia de Santiago del Estero).

Religión

En lo religioso adoraban un Ser Supremo, al cual ofrecían rogativas para el florecimiento de los cultivos. Este Ser configuraba un aspecto femenino, aunque sus rasgos eran representados con rostro de lechuza y, a veces, un cuerpo de serpiente.

La Dra. Zamudio, de la Universidad de Buenos Aires, sostiene en su investigación que los tonocoté reverenciaban a una entidad denominada Cacanchig: "(el cual para los colonizadores o cristianizadores representaba al demonio), poseían oráculos donde se realizaban ofrendas".

Esta misma investigadora afirma que estos "clanes de aborígenes poseían brujos, que hacían de intermediarios ante la divinidad".

Los tonocotés no eran belicosos por naturaleza, pero las constantes invasiones de los lules y vilelas, ya mencionadas, los obligaron a desarrollar una cada vez más afinada técnica militar. Usaban flechas envenenadas, por lo cual ciertas hipótesis sobre la muerte de Diego de Rojas afirman que podría haber sido en esta región donde el jefe invasor europeo fuese abatido. Se cree que adquirieron técnicas militares también de sus vecinos del Sur, los Comechingones, quienes sustentaban una organización militar más avanzada.

La expansión incaica, que fue paulatina, se empezó a consolidar hacia 1450, apenas poco antes de la conquista española. Al parecer influyó poco en los habitantes de esta región, expresándose principalmente a modo de acuerdos sin guerra.

La introducción del quichua se dio tardíamente, a través de los mitimaes, aborígenes colaboracionistas con los españoles, a quienes ellos introdujeron entre los lules y tonocotés para facilitar la conquista.

Emilio Christensen, escritor santiagueño, sostiene que (posiblemente hacia la región hoy ocupada por el departamento Robles y Capital de Santiago del Estero), existía "una comunidad sedentaria –distinta de sus convecinas–, que en la época del arribo de los conquistadores españoles, […] dependía del Cuzco y hablaba su idioma (quechua)". Según este autor, desde allí se habría iniciado, poco antes de la llegada europea, el proceso de quichuización paulatina sobre las culturas más antiguas en la región.

De ser así, es probable que estos "mitimaes" santiagueños hayan sido utilizados también como baqueanos y quintacolumnistas entre los demás aborígenes, para someterlos al invasor europeo.

Fuentes bibliográficas

  • Argentina indígena. Vísperas de la conquista. A. Rex González, J. A. Pérez. Paidós, Buenos Aires, 1987.
  • Los antiguos pueblos de indios en Santiago del Estero. Andrés A. Figueroa. Archivo General de la Provincia de Santiago del Estero, 1948.
  • Historia de Icaño. Julio Carreras (h). Comisión Municipal de Icaño, 2007.
  • Breve Historia de las Razas de América. Dick Edgar Ibarra Grasso. Editorial Claridad, Buenos Aires. 1989.
  • La Civilización Chaco-Santiagueña. Emilio y Duncan Wagner. Cia. Impresora Argentina, Buenos Aires, 1934.
  • Nuestros paisanos los indios. Carlos Martínez Sarasola. Emecé, Buenos Aires, 1992.
  • El indio en la provincia de Santiago del Estero. Francisco René Santucho. Librería Aymará, 1954.
  • Diseños y formas cerámicas compartidas por las tradiciones culturales Chaco-Santiagueña y Santamariana. Ponencia de Pablo Ignacio Mignone Gambetta. UNSa. Sociedades Agropastoriles. II Congreso Nacional de Estudiantes de Arqueología. Coordinadores: Sara M. L. López Campeny (UNT) y Gabriel Montini (UNT). San Pedro de Colalao, Tucumán, septiembre de 2002.
  • Sociedades indígenas y encomienda en el Tucumán Colonial. Judith Farberman y Roxana Boixadós. Revista de Indias, 2006, Vol. LXVI, núm. 238.
  • Museo de Ciencias Naturales y Antropológicas "Emilio y Duncan Wagner". Amalia Gramajo de Martínez Moreno y Hugo Martínez Moreno. 1974.
  • Derecho de los Pueblos Indígenas. Teodora Zamudio. Facultad de Derecho, UBA. Equipo de Docencia e Investigación. 2005.