El llamado de Donoso Cortés a un frente espiritual y cristiano

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(Artículo de Julius Evola, Roma, 11 de mayo de 1955.)

Un conocido escritor alemán, Carl Schmitt, ha recientemente hecho notar que, examinando la historia europea del último siglo, se nos presenta una especie de reiteración. Él se refiere a la situación que ya se había verificado con los movimientos revolucionarios liberales, socialistas y radicales de 1848-1849, la cual, mutatis mutandi, se ha vuelto a presentar, de manera agudizada, en nuestros días. Sin embargo hay que notar que mientras que desde entonces en adelante, y luego del primer manifiesto del comunismo, por una lado se ha afirmado la interpretación marxista de la historia y de la vida con rasgos cada vez más precisos y sistemáticos, por el lado opuesto, es decir el de las fuerzas del orden, de la conservación y de la autoridad se ha estado muy lejos de desarrollar unas ideas con el mismo grado de coherencia, con algún tipo de continuidad con el encuadramiento católico, tradicional y dinástico de ese entonces.

Schmitt ha efectuado tales consideraciones al hablar de Donoso Cortés, figura de teólogo, de diplomático y hombre de Estado español casi olvidado en nuestros días, quien justamente hace un siglo, con una agudeza de mirada histórica y con una lucidez alucinante, supo ver como pocos otros los problemas y las alternativas fundamentales ante las cuales iba al encuentro de manera inevitable la Europa en crisis. Las ideas de Cortés son hoy en día más actuales que nunca. Y no pueden no recabarse muy escasas reconfortantes conclusiones al observar el plano sobre el cual hoy esencialmente se mueve el catolicismo político, en colusión no tan sólo con la peor democracia sino también con las mismas fuerzas de la izquierda: mientras que tal circunstancia hubiera significado por parte de hombres como el católico Donoso Cortés como una ocasión para recabar la actitud adecuada de una verdadera defensa de nuestra civilización.

De la misma manera que en su momento con De Maistre, fue mérito de Cortés haber entendido que, en su significado más profundo, la antítesis a la cual la Revolución Francesa primero y luego los movimientos de 1848-1849 había dado lugar, tenía no tanto un carácter económico y social cuanto más bien religioso y metafísico. En el 48' la antítesis fundamental parecía ser entre autoridad y anarquía. Pero mirando más en lo profundo y apoyándose en la teología, Cortés remitió el conflicto al existente entre dos interpretaciones antitéticas de la misma naturaleza humana. Allí donde el dogma católico de la caída tiene como consecuencia la concepción de la natural maldad del hombre (que Cortés desarrolló al estigmatizar el carácter obtuso, irracional y demoníaco de las masas), a ello las fuerzas de la subversión le contraponían una seudo-religión de la humanidad que por un lado exaltaba el evangelio del optimismo social y del progresismo y por el otro desembocaba en el Terror dando a conocer así su rostro verdadero. Cortés por lo demás vio con suma claridad la inevitabilidad de un futuro choque cruento y decisivo entre catolicismo y socialismo ateo. El punto más importante es sin embargo que él supo reconocer que el liberalismo burgués y el parlamentarismo eran una cosa híbrida en tanto no habrían conducido a ninguna solución de los problemas.

Para él como para De Maistre, lo esencial era reconocer el principio de autoridad en los términos de una infalibilidad, de un derecho supremo e inapelable de decisión: esto en tanto concebido como el eje de las fuerzas del orden y de la contrarrevolución. Cortés solía decir: "Se avecina el día de las negaciones radicales y de las afirmaciones soberanas".[1] Su crítica de la inanidad del parlamentarismo liberal y del sistema de los compromisos es sumamente actual. Con una frase lapidaria, él define a la burguesía como "la clase discutidora",[2] como la clase que discute en vez de decidir, de organizarse, de combatir. Esto condujo a Cortés a una conclusión sumamente audaz para un católico de su tiempo: el reconocimiento del derecho de la dictadura. Tal fue el contenido de un famoso discurso que sostuviera el 9 de enero de 1849. Cortés no podía no reconocer la crisis en la cual había entrado el régimen monárquico, minado por el constitucionalismo. Las figuras de reyes son cada vez más raras, él decía, y entre éstas son pocas aquellas que tienen la osadía de reconocer el ser rey de una manera diferente que de la voluntad del pueblo. El frente de la anti-revolución necesita de un poder supremo de decisión. La fórmula de Cortés es: dictadura coronada. Quizás se la podría interpretar así: los reyes que nuevamente 'montan a caballo', que en verdad reinan. Una tal solución él sin embargo solamente la reconoció como impuesta por la necesidad y la dureza de los tiempos a los cuales se iba al encuentro: dictadura coronada para hacerle frente a la dictadura de otras fuerzas, de las fuerzas de la subversión mundial. Y más aun, resultando ello algo asombroso si se piensa que entonces la Rusia aristocrática era considerada como un baluarte de la 'reacción' y que la misma aun militarmente había contribuido a la represión de los motines del 48', Cortés profetizó que habría venido 'la gran hora de Rusia', que Europa se habría hallado frente al gran peligro constituido por la posible asociación entre el socialismo revolucionario con la política rusa: exactamente lo que luego sucedería.

Todos los principales problemas del futuro europeo han sido pues formulados con exactitud meridiana hace 100 años por esta menta lúcida. Lamentablemente las posturas de Donoso Cortés relativas a su apelación a un verdadero frente espiritual y cristiano de defensa europea han quedado en la nada. Es en vez la clase discutidora [3] la que hoy con astucias y chicanas de todo tipo se ilusiona con estar a la altura de los tiempos, mientras que tales podrían serlo solamente aquellos que por coraje espiritual y por rigor de doctrina no fuesen menos que el hombre de Estado español, al que con estas breves notas hemos querido recordar.

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  1. En español en el texto original.
  2. En español en el texto original.
  3. En español en el texto original.