Arnold Toynbee

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Arnold Toynbee

Arnold Toynbee (Londres, 1889 - York, 1975) fue un filósofo e historiador británico, considerado como uno de los más importantes filósofos de la historia, fama lograda gracias a sus 12 volúmenes de "A study of History" (Estudio de la Historia, 1934-1961).

Biografía

Toynbee, sobrino del también historiador Arnold Toynbee, estudió primaria en el Winchester Institute e ingresó en el Balliol College de la Universidad de Oxford en 1908, donde se licenció en clásicas en 1911. Nada más licenciarse, pasó un breve período de tiempo en el Escuela Británica de Atenas, uno de los contactos con el mundo clásico que más impresionó al joven Toynbee, y que tendría tanta repercusión en su obra.

Regresó a Londres un año más tarde, para ocupar el puesto de profesor asociado de Historia Antigua en el mismo Balliol College de Cambridge. Allí permaneció hasta 1919, año en que fue designado profesor de Estudios Griegos y Bizantinos en la Universidad de Londres. En 1925, como colofón a su devenir académico, fue nombrado director de investigaciones de Historia Internacional en la prestigiosa Escuela de Economía de Londres (London School of Economics), así como director del también londinense Real Instituto de Relaciones Internacionales. Ingresó en la Academia Británica en 1937.

Hasta su jubilación académica (en 1955), desempeñó el cargo de Profesor Investigador de Historia Internacional en la Universidad de Londres. La última parte de su vida la dedicó a viajar y a dar conferencias por todo el mundo, principalmente en Estados Unidos.

De manera paralela a su carrera académica, Toynbee desempeñó diversos cargos en la política británica, en especial relacionados con las relaciones internacionales. El primero de ellos, en 1915, fue el de funcionario del departamento de Inteligencia del Ministerio de Asuntos Exteriores. En 1919 fue uno de los legados de Gran Bretaña en la Paz de Versalles, que únicamente sirvió para encender la espoleta de la Segunda Guerra Mundial y que influyó notablemente en la percepción de la historia de Toynbee, tal como se vislumbra en la obra publicada a raíz de esa legación: El mundo tras la conferencia de paz (1925).

De entre su abundante producción historiográfica hay que destacar trabajos como La cuestión de Oriente entre Grecia y Turquía (1922), publicación que llevó a cabo mientras era corresponsal del diario británico Manchester Guardian en el conflicto que se desarrolló entre ambas naciones durante los años 1921-1922. Previamente había publicado sus ensayos Las nacionalidades y la guerra (1915) y La nueva Europa (1915), donde realizaba un asombroso ejercicio de autocrítica hacia el devenir de Occidente en los últimos cien años, ampliado en sus dos mejores obras sobre tal cuestión: La civilización a prueba (1948) y, especialmente, El mundo y el Occidente (1952).

A pesar de esta dedicación, Toynbee nunca abandonó su especialización en historia de Grecia, a la que dedicó diversos estudios de los que deben destacarse Pensamiento histórico griego (1924), Civilización y carácter griegos (1924) y La civilización helénica (1959). Otro de sus campos de acción preferente, el de la espiritualidad, también se vio engalanado con estudios a los que Toynbee dedicó la mayor parte de su actividad investigadora después de la Segunda Guerra Mundial; entre ellos es obligatorio destacar Aproximación de un historiador a la religión (1956), Cambio y costumbre (1966) y El cristianismo entre las religiones del mundo (1958).

De sus frecuentes viajes a Estados Unidos durante los años 60 salieron algunos trabajos de importancia, en especial De Oriente a Occidente: un recorrido a través del mundo (1958), Los Estados Unidos en la revolución mundial (1962) y Ciudades en marcha (1973). Algún tiempo antes de esta última obra había visto la luz Experiencias (1969), una obra miscelánea compuesta de artículos, ensayos, notas y unos sorprendentes poemas.

La última obra de Toynbee, que apareció de manera póstuma en 1976, fue El género humano y la madre tierra: una historia narrativa del mundo. En ella podía apreciarse el espíritu inquieto de Toynbee, pues realizaba una reacomodación de varios de sus postulados filosóficos al aproximarse a corrientes como el ecologismo, ausente en sus primeros análisis de la civilización.

El Estudio de la Historia

De manera habitual, se tiene como cierta la anécdota relatada por el propio Toynbee, según la cual el historiador británico decidió embarcarse en su monumental estudio después de que, en 1922, cuando era corresponsal de prensa en Oriente, observase una algarada de tropas campesinas búlgaras. Toynbee cayó en la cuenta de que los soldados búlgaros usaban exactamente el mismo tipo de gorro, tejido con piel de animal, que describía Heródoto como cimera del casco que utilizaban los ejércitos persas de Jerjes.

Ello le movió a hacerse la pregunta clave: ¿cuál es el hilo conductor de la historia? ¿Qué motiva el que las mismas costumbres, ritos, usos y modas permanezcan inalteradas durante el curso de los tiempos? Con el notable propósito de hallar una respuesta científicamente válida para estas preguntas, Toynbee comenzó a construir el edificio de la continuidad de la historia. Los doce volúmenes comenzaron a publicarse en 1934 y finalizaron en 1961.

El primer punto de importancia en la filosofía de la historia de Toynbee es romper con la división temporal por etapas. En vez de estudiar la evolución de las sociedades a través del tiempo, investigó la evolución del tiempo en diversas sociedades, delimitadas mediante el gran concepto fundamentado por el historiador británico: civilización.

Para Toynbee, la civilización, y no los estados, naciones o etnias, era el fundamento inteligible mínimo de la sociedad humana. Además, estableció la interacción entre reto y respuesta como la base de una civilización, una explicación científica por encima de razas, sociedades y otros conceptos deterministas. En su investigación describió el auge y la caída de 26 civilizaciones a través del curso de la historia, y observó que en todas ellas el origen se situaba en una respuesta ofrecida por la población en conjunto, dirigida por una minoría elitista con capacidad creativa, para superar el reto natural o social a que esa población estaba sometida.

El ejemplo más clásico es el de la civilización egipcia: según la teoría de Toynbee, el "reto" de los egipcios fue dominar el agreste clima y las crecidas del Nilo para convertirlo en el origen de su riqueza económica, hecho que se logró bajo la dirección de una minoría elitista, representada por el faraón y la casta sacerdotal. La "respuesta" fue la creación de canales y riegos que fertilizaron los cultivos, lo que provocó el auge de esa civilización. Así pues, el británico no negaba la importancia al factor determinista (clima, geografía, biología), pero defendía que el mayor mérito se hallaba en la respuesta de la sociedad, en la capacidad de la colectividad para modificar el curso de los acontecimientos.

Otro gran logro de sus investigaciones fue el de romper con el carácter lineal o evolutivo de la historia. Para Toynbee, conforme a los postulados defendidos principalmente por la francesa escuela de Annales, las fases de una civilización (retos ambientales y sociales, respuestas, auge y decadencia) no debían verse en un plano continuo, sino que, antes al contrario, lo que caracterizaba a la historia era la alternancia de sus ritmos: historiográficamente, a un período de creatividad podía seguirle otro de decadencia y agotamiento, para volver a otro período de creatividad. Auge y caída, como elementos de una civilización, no constituyen sino los planos superiores del devenir histórico que subyace por debajo y que dan esencia al crecimiento de una civilización, en cuanto a adaptación progresiva pero inconstante de los miembros del colectivo social. La capacidad de renovación, de emitir nuevas respuestas creativas a los retos con que se va enfrentando una sociedad, es la clave de la evolución histórica.

La fenomenología de Toynbee también estipulaba, lógicamente, el ocaso de una civilización, que se producía cuando la elite dirigente cerraba la puerta a la creatividad de otros grupos, convirtiéndose en una tiranía despótica, al abrigar en su seno los más graves pecados destructores de la civilización: el militarismo y el nacionalismo. Ante ello, Toynbee apelaba al factor espiritual como el necesario fertilizante de la civilización. Esgrimiendo como ejemplo la civilización occidental, su fuerza de cohesión habría sido el cristianismo, factor de unidad social ante la fuerza disgregadora de militarismo y, sobre todo, nacionalismo. Obviamente, esta última visión es la que más férreas críticas al sistema de Toynbee ha recibido.

Influencia de Spengler en su obra

Parece evidente que la gran obra de Oswald Spengler, La decadencia de Occidente, influyó notablemente en el desarrollo de las teorías de Toynbee, sobre todo en cuanto a la rigurosidad filosófica con que el británico desarrolló sus procedimientos, siempre empíricos partiendo de la inducción. También hay otra semejanza entre las grandes obras de ambos eruditos: ambas, para bien y para mal, son hijas de su tiempo. Si el mundo enfrentado bélicamente en la Primera Guerra Mundial fue el culpable del pesimismo que se denota en la Decadencia spengleriana, el período de entreguerras también influyó fuertemente en las teorías de Toynbee, aunque en su descargo cabe anotar que fue totalmente consciente de ello.

Habitualmente se tiende a enfrentar a las dos grandes síntesis de filosofía de la historia de la primera mitad del siglo XX, como son ambas obras, las de Toynbee y Spengler, cuando en realidad son bastante similares, al establecerse el énfasis en el mismo concepto de "civilización". De hecho, la principal diferencia, como no podía ser de otra forma, es filosófica: si Spengler avanza que la decadencia de una civilización (aunque sólo se refiera a la occidental) es inevitablemente el paso previo a su desaparición, para Toynbee la desaparición de una civilización no es necesaria, siempre y cuando sus miembros consigan responder de manera positiva a los estímulos que se les presenten, aunque el propio británico se mostró bastante escéptico en cuanto a que esta teoría pudiese llevarse a la práctica del devenir humano. Únicamente basándose en los valores espirituales podía llegar una civilización a regenerarse, aspecto éste que, como se verá más adelante, constituye el punto más atacado de la concepción teórica de Toynbee.

También ha sido habitual la comparación entre la filosofía de la historia de Toynbee y el materialismo histórico, una de las corrientes paradigmáticas de la historiografía en el siglo XX. Si puede resumirse a Karl Marx como el representante de lo económico como motor de la historia, Toynbee sería el representante de lo espiritual. El británico, al igual que otros muchos, se sirvió de las categorías del materialismo en su época, pero negaba la existencia de una continua lucha de clases, siempre que los propietarios capitalistas de Marx (que serían la 'minoría elitista dirigente' de Toynbee) no se convirtiesen en oligarquía represora que negase las respuestas a los estímulos.

No cabe duda de que el punto más débil de su teoría es el lugar de la espiritualidad. Es cierto que la decadencia de una civilización no puede ser asimilada, en clave spengleriana, a la de un organismo que nace, vive, se desarrolla y muere, puesto que la sociedad no es eso, sino un sistema mucho más complejo de relaciones entre individuos. El tránsito de ese sistema complejo a través del tiempo, lo que sería la esencia de la historia para Toynbee, puede conducir a momentos de ruina y decadencia; el británico solventa este problema ontológico acudiendo a la espiritualidad, pero la complejidad del tema exigiría un mayor detenimiento, toda vez que el factor humano también puede alterar el concepto de espiritualidad.

Con todo, la crítica más fehaciente que recibió Toynbee, no sólo durante su vida sino también en la posteridad de su obra, es el hacer del nacionalismo uno de los mayores enemigos de cualquier civilización de la historia. Para Toynbee, la nación, y con ella el nacionalismo, era "el fermento agrio del nuevo vino de la democracia en las botellas del tribalismo", un concepto duramente criticado.

El mismo filósofo español José Ortega y Gasset, a través de un interesante intercambio teórico mantenido en la Revista de Occidente de los años 1960 y 1964 (con respuesta de Toynbee incluida), le criticó la subjetividad de este concepto y adujo que, en la teoría del historiador británico, había pesado demasiado el factor diacrónico de la Europa destrozada por las guerras mundiales. Para Ortega, el vigor de las naciones había existido ya antes de la llegada de la democracia, y no tenía que ser un elemento devastador sino integrador en cuanto al devenir de las sociedades. Toynbee aceptó parte de la crítica, pero volvió a argumentar que la diversidad, unida al militarismo, rompe la creatividad social y deja en suspenso la evolución de una sociedad.

En cualquier caso, las teorías de Toynbee, como hijas de su tiempo, han sido constantemente revisadas a lo largo del siglo XX, especialmente las referentes a la religión y espiritualidad como factor regenerador de una civilización. Pero el marco teórico descrito por el historiador británico permanece como una de las cumbres de la historia del pensamiento europeo, por su profundidad de análisis y sus acertadas aseveraciones.

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