Navidad

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La Navidad (del latín: nativitas; "natividad" 'nacimiento') es una de las festividades más importantes del cristianismo. En ella se conmemora el nacimiento de Jesucristo. Se celebra el 25 de diciembre en la Iglesia católica, en la Iglesia anglicana, en algunas comunidades protestantes y en la mayoría de Iglesias Ortodoxas. En cambio, se festeja el 7 de enero en otras iglesias ortodoxas como la Iglesia Ortodoxa Rusa o la Iglesia Ortodoxa de Jerusalén, que no aceptaron la reforma hecha al calendario juliano para pasar al calendario conocido como gregoriano.

El nacimiento de Jesucristo en Belén es descrito en los evangelios de san Mateo y san Lucas, sin embargo en ninguna parte de la Biblia se menciona la fecha exacta.

Orígenes

La celebración de esta fiesta el 25 de diciembre, según las tesis mas aceptadas, tiene su origen en el culto pagano del nacimiento anual del Dios Sol (Sol Invicto) en el solsticio de invierno (Dies Natalis Solis Invicti),[1] adaptada por la Iglesia católica en el tercer siglo d.C. para facilitar la conversión de los pueblos paganos.[2] Las modernas fiestas de Navidad, aunque llevan la intención de recordar el nacimiento de Jesús, en realidad derivan de una antigua fiesta pagana dedicada al Sol.

La Saturnalia, o las saturnales, eran fiestas dedicadas a Saturno, dios de la agricultura, y servían para recordar los tiempos antiguos. Esta festividad se celebraba oficialmente el día de la consagración del templo de Saturno en el Foro romano, el 17 de diciembre, con sacrificios y un banquete público festivo. Pero esta fiesta era tan apreciada por el pueblo, que de forma no oficial se festejaba desde el 17 al 23 de diciembre, siete días de regocijo, de festines y placeres en que se repartían obsequios y se liberaba temporalmente a los esclavos. Se suspendían y se posponían los negocios, las ejecuciones, y todas aquellas actividades que pudieran empañar el júbilo al grado de evitar, si era posible, toda acción de guerra durante esos días. Abundaba el vino y las bacanales no estaban prohibidas. En general, esas festividades eran motivadas por el mismo sentimiento de acercamiento de las personas con el fin de fraternizar.

Con el ascenso del cristianismo, la tradición de celebrar los cumpleaños fue considerada un rito pagano y cesó por completo. Para los primeros seguidores de Cristo, oprimidos, perseguidos y martirizados por judíos y paganos, y que creían que los niños entraban en este mundo manchadas ya sus almas por el pecado original de Adán, el mundo era un lugar duro y cruel, en el que no había razón para celebrar el cumpleaños de nadie.

La noción de una fiesta de cumpleaños era muy ajena a las ideas de los cristianos de este período en general.
—La historia de la religión y la iglesia cristianas, durante los primeros tres siglos.[3]

Los historiadores de la Iglesia interpretan muchas referencias cristianas primitivas a los aniversarios como el paso a la otra vida, El aniversario de un santo no es aquel en que nacieron en la carne, sino aquel en el que mueren. Había otra razón por la que los primeros Padres de la Iglesia predicaban contra la celebración de los cumpleaños. Ellos consideraban estas festividades, originadas entre egipcios y griegos, como reliquias de las prácticas paganas.

Los hebreos de más tarde consideraban la celebración de cumpleaños como parte de la adoración idolátrica, un punto de vista que sería abundantemente confirmado por lo que veían de las costumbres comunes que estaban asociadas con estos días.
—The Imperial Bible-Dictionary[4]

En el año 245 d.C., cuando un antiguo grupo de historiadores cristianos trataron de fijar la fecha exacta del nacimiento de Cristo, la Iglesia católica consideró sacrílega esta investigación, proclamando que sería pecaminoso celebrar el nacimiento de Cristo como si fuese un faraón.

Instauración eclesiástica

Sólo hacia el año 130, el papa Telésforo institucionalizó la fiesta de Navidad, misma que se celebró en diversas fechas. Ya en la primera mitad del s. IV, los primeros cristianos celebraban la Natividad, conjuntamente con la Epifanía y con el bautismo, el 6 de enero, cuando según la tradición, los sabios magos de Oriente ("reyes magos") visitaron y adoraron al Niño Jesús. La tradición de los "Tres reyes magos" aparece en el siglo V bajo las enseñanzas del papa san León como consecuencia lógica de los tres regalos descritos en el Evangelio: oro, incienso y mirra. De manera que las dos fiestas principales eran una única celebración de la "Encarnación del Verbo", festividad fijada por la Iglesia Alejandrina como Dies nativitatis et epifaníæ que quedaba muy próxima a las fiestas romanas saturnales y que culminaban en el primer día del invierno, el 22 de diciembre.

La distinción y coexistencia de estas fiestas data hacia finales del s. IV y principios del s. V. Posteriormente fueron separadas: el 6 de enero en Oriente con el nombre de "Epifanía" y el 25 de diciembre en Occidente con el nombre de Natalis Domini (Nacimiento del Señor).

Fue en el año 350 que el papa Julio I sugirió por primera vez que el nacimiento de Jesús fuese celebrado el 25 de diciembre, lo cual, en un acto de apropiación cultural, fue decretado por el papa Liberio en 354, aunque parte de la comunidad ya guardaba ese día por lo menos desde diez años antes. La primera mención de un banquete de Navidad en esta fecha, data de 379, en Constantinopla. Ya bajo la influencia de san Juan Crisóstomo y san Gregorio Nacianceno, la fiesta fue introducida plenamente en Antioquía hacia 380.

Los romanos gentiles no pudieron abandonar completamente sus antiguas tradiciones y festividades paganas, las cuales estaban tan arraigadas entre ellos, que para convertirlos con mayor facilidad y darles una sensación de familiaridad, la Iglesia tuvo que absorberlas y darles un sentido cristiano.

Referencias

  1. (1968) Enciclopédia Barsa, São Paulo, pp. 437,438.
  2. New Catholic Encyclopedia (ed. de 1967), Vol. III, pp. 656.
  3. Neander, Augustus. The History of the Christian Religion and Church, During the Three First Centuries. Nueva York, 1848. Traducción al inglés de Henry John Rose. Pg 190.
  4. Fairbairn, Patrick. The Imperial Bible-Dictionary. Londres, 1874. Tomo I, Pg 225.

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