Carlos Alberto Solari

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el "indio" Solari

Carlos Alberto Solari nació en Paraná, provincia de Entre Ríos, Argentina, el 17 de enero de 1949. Mejor conocido como Indio Solari, es un músico, compositor y cantante argentino y uno de los fundadores, junto con Skay Beilinson, del disuelto grupo Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.

Su voz y el uso de metáforas en sus letras lo convirtieron en un icono de la contracultura en la escena del rock argentino. Sin embargo, se volvió millonario vendiendo esa imagen. Concede entrevistas únicamente mediante la radiocomunicación. La única aparición televisada de Los Redondos se realizó en una conferencia en agosto de 1997, luego de un recital suspendido en Olavarría.

Tras la disolución de Los Redondos en 2001, comenzó una pausa que se prolongó hasta 2004 cuando junto a Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado presentaron su primer álbum solista, El tesoro de los inocentes, en el 2007 lanzó su segundo disco Porco rex, en 2010 su tercer disco El perfume de la tempestad y en 2013, salió a la venta Pajaritos, bravos muchachitos su último trabajo discográfico.

Vida personal

Solari está casado desde 1988 con Virginia, nacida el 2 de julio de 1959, con la cual en el 2000 tuvo a su primer y único hijo hasta el momento, Bruno. Viven en una lujosa casa de campo en Parque Leloir donde él tiene su propio estudio de grabación, Luzbola. En éste se grabó y masterizó el disco Momo Sampler y todos los trabajos solistas. Ante noticias que circularon en los meses previos, en un recital en Tandil el 12 de marzo de 2016 confirmó que padece la enfermedad de Parkinson.

Tragedia en Olavarría

El 11 de marzo de 2017 se presentó nuevamente en Olavarría ante aproximadamente 300.000 personas, el accidentado show tuvo dos muertos y decenas de heridos. A los 20 minutos de iniciado el recital, Solari insultó a los participantes que estaban siendo aplastados por otros en la parte delantera del campo. "Alguien tiene que ir a sacar a esos boludos", dijo. Tras 20 minutos de pausa forzada, intentó retomar su presentación sin preocuparse por la suerte de los presentes. La tensa calma reinaba en Olavarría. Siguió con "Héroe del Whisky" y "Etiqueta negra", pero tuvo que volver a interrumpir el recital por los incidentes en los primeros metros del predio.

"Es muy loco lo que está pasando", dijo el Indio unos 20 minutos más tarde y continuó el show con "Babas del diablo". Después, "Las increíbles andanzas del Capitán Buscapina", con la que invitó "a recordar a un querido amigo". Pero la tensión frenó a Olavarría a eso de las 23.40. "Ya no tengo más ganas de tocar", dijo el cantante, molesto por la intermitencia del show luego de "Esa estrella era mi lujo".

En un irresponsable comunicado del indio Solari, afirmó via Facebook que: "Los medios están vendiendo pescado podrido." El comunicado lleva la firma de “Viru” (Virginia), la compañera del Indio Solari. Apenas algunos caracteres, algo más que un tuit, es lo que tenía para decir desde la página del músico después del recital, en el cual no asumen ningún tipo de responsabilidad por lo sucedido.

Artículos de opinión

La lujosa vulgaridad del Indio Solari, por Ricardo Roa

Pasó lo que era previsible. Y si no fue peor no quiere decir que haya sido mejor, ni siquiera en parte. Lo que tenemos enfrente, si no dentro de nosotros, es una ruleta rusa y se la puede condensar en lo que se llama la cultura del aguante, que no está sólo en los recitales.

El Indio Solari no fue a Olavarría solamente a tocar su música para satisfacer a su masiva feligresía. Si se lo quiere contar así es un cuento como tantos otros. Otro relato. Muy pocas de sus decisiones en los últimos quince años no pueden ser tildadas no ya de polémicas sino bien ajenas a las de alguien que proyecta y vende la imagen de progresista.

Primero se desmarcó de la banda que le dio fama y leyenda: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Se asumió como líder de la obra cuando habían decidido que no habría líderes. Se tentó con convertirse en la estampita del grupo y como solista organizó de manera independiente, un método distintivo de Los Redondos, una docena de los shows más convocantes de la historia del espectáculo.

Y con el mayor margen en la relación costo-beneficio. Esto es: alquiler de lugares lejanos y muy baratos, venta indiscriminada de tickets, negociación mano a mano con intendentes para imponer condiciones y evitar pagar impuestos y casi nula inversión en seguridad.

Siempre también con escasez o con ausencia de pantallas y con un sonido invariablemente defectuoso por un sistema incapaz de llegar a su océano de gente como él mismo lo define en el documental Tsunami para su propia vanagloria. A metros del escenario ya no era posible ni ver ni escuchar nada.

Ego y avidez que exhiben algo más: ciertas dosis de cinismo. Si no invierte en equipos de imagen y de audio para que puedan ver y escuchar cien o doscientos mil espectadores, ¿por qué los convoca?

Miles y miles no ven ni escuchan. Se arremolinan para descontrolarse. Solari vende descontrol. En Olavarría se vio claro. Apretujándose unos con otros y en la confusión cuerpos que vuelan por el aire y cuerpos de pronto pisoteados. Y también muertos. Los muertos son parte de la cultura ricotera.

El Indio Solari es un ícono que se pretende contracultural y que se ha vuelto millonario vendiendo esa contracultura. Cultura anarco-autoritaria: todo se puede. Juntar 300 mil personas sin controles y si hay problemas desentenderse. La culpa es de las autoridades o de los medios, que venden pescado podrido.

La entrada para el recital decía: “Usted asume los riesgos inherentes a este tipo de evento”. Detrás hay un extraordinario Poncio Pilatos aunque la seguridad es una responsabilidad de la Provincia. El intendente Galli, del Pro, también se exculpó. Buscaba dar un golpe de efecto para su imagen y de la Ciudad. Alguien lo convenció o él se convenció de que iba a lograrlo con el recital. Hasta aceptó salir como “fiador” de los productores de Solari.

En 2015 había protagonizado una de las mayores sorpresas al destronar a la dinastía Eseverri. Galli tiene llegada directa a Vidal, quien envió ayer a Olavarría a su ministro de Seguridad, Cristian Ritondo. Apenas 5 de las 20 bancas del Concejo Deliberante le pertenecen a Galli y hay quienes quieren echarlo.

Se pueden buscar mil excusas y mil acusaciones. Si hasta Aníbal Fernández salió en defensa de su amigo Solari. Está todo dicho pero no todo. Estela de Carlotto exculpó también a Solari como había exculpado a Callejeros en Cromañón. Muy nuestro, como las vaquitas, las responsabilidades siempre son de otros.


Entre el hacinamiento, el lucro y la fiebre musical: crónica de la noche del Indio Solari en Olavarría, por Daniel Mecca

—¡Dale, dale, es para adelante!

—¡No, no, es para allá, para allá!

—¡Hay que retroceder, no ven que está todo bloqueado!

Una de las puertas principales del predio de Olavarría. La desesperación empezaba a crecer. Los de atrás empujaban para salir. Los de adelante no tenían salida. Algunos se subían a los árboles y daban indicaciones: para allá, para allá. Paren, paren, paren, que hay chicos. Chicas empezaban a desmayarse. Empezaba a faltar el aire. Estaba todo bloqueado de gente. Otros se subieron al techo de tejas de una casa, 10 o 15 personas en el techo. Surrealista. No había un cartel. No había un solo organizador que guiara. Ninguno. Salimos, con Martina, mi novia, del tumulto. Nos logramos poner al lado de un árbol para que ella —una de las que le había bajado la presión— pudiera respirar mejor. Se caía del mareo. Unos chicos le ofrecieron agua. Otra señora le dio un chicle para que la levantara. A nuestro lado se puso una mujer con su nene a upa, la mirada del nene y su miedo.

Vayamos para atrás, hay que salir de acá. Pudimos volver al predio. Sobre uno de los costados, el derecho (mirando hacia el escenario), habían roto, alguien, una de las tablas perimetrales. Nos metimos. Logramos salir, con otros, por un terreno baldío, en la oscuridad, entre los matorrales y el barro, y luego subirnos a las vías y caminar. Éramos cientos caminando por unas vías hasta que pudimos empalmar por una de las calles y salir. Era la una y media de la madrugada. Mientras caminábamos por las calles de Olavarría se empezaban a escuchar las ambulancias. Vimos pasar cuatro o cinco juntas.

Habíamos entrado exactamente a las 21.30 al predio. Salimos desde Capital Federal a las 10.30 y llegamos pasadas las 19. Tuvimos que dejar el auto a unos 6 o 7 kilómetros. Por Avenida de los Trabajadores y Pringles. Olavarría, en sus ingresos principales, estaba colapsada. La caminata de ingreso fue caótica, con tramos directamente de aplastamiento. No vi puestos sanitarios. Nos movíamos en zigzag. Era, literalmente, una marea de hacinados. Los brazos cansados. Los pará, pará, pará. Los dale, dale. No hubo, en todo el trayecto, nadie de organización, salvo en los últimos metros. Entramos por la puerta 3. No nos pidieron las entradas. Habían liberado los molinetes. Las entradas se vendían hasta último momento, a las 20, en la puerta ante del recital. Afuera seguían avanzando. Miles queriendo entrar.

Dentro del predio nos ubicamos entre las últimas torres de sonido. Estábamos apretados, pero no aplastados. A las 22 se apagaron las luces. Rugía Olavarría. Empezaba el recital. Los grandiosos acordes de Barba Azul vs. El Amor Letal. Crecía el sonido, la lírica, la delicada oscuridad solarista: el reo semental se va a licuar en la prisión. La distorsión lenta de la guitarra, ese riff. Después Porco Rex: por esta vez se va a dejar llevar por su alma. El aire febril.

Desde el celular nos enteramos de los muertos, por los portales de noticias, yendo hacia el auto. Avisé a la redacción sobre lo que estaba pasado a la salida. Desde los balcones los vecinos guiaban a la gente. Que es por esa calle, agarrá luego la otra, que aquella se llama. Los pies llenos de barro. Caminamos las 70 cuadras hasta donde dejamos el auto: pegado a la puerta de una casa, sobre su jardín, donde pudimos. Horas antes, al llegar, le preguntamos al dueño si lo podíamos dejar ahí. El hombre, incluso, ofreció que lo metamos dentro de su garaje y no lo querés dejar adentro, mirá que no hay problema. La solidaridad de Olavarría. A las 2:55 mandamos mensajes a la familia, que estamos bien, que hubo muertos. Llegamos al auto y esperamos. Vayamos al hospital para tener más información. Fue imposible. El camino para avanzar estaba bloqueado de autos.

Esperamos para salir hasta pasadas las seis de la mañana. Estaba amaneciendo. Habíamos hecho el intento una hora antes, pero no se pudo: todo embotellado. En la salida de Olavarría había chicos y chicas haciendo dedo (como en el viaje de ida, decenas de ellos, coreando la ruta, rogando por subir a cualquier vehículo). Ahora era la madrugada del domingo y corría el frío. Ya en la ruta nos desviaron pasando la localidad bonaerense de Las Flores. Hubo un accidente grande en la 3, hay que pegar la vuelta y agarrar otro camino, dijo un policía. La ruta estaba —un poco— más tranquila a media mañana, al mediodía. Algunos motoqueros dormían al costado del camino. Llegamos cerca de las dos de la tarde del domingo.

La fiesta se ha convertido en hacinamiento. Claro, es mejor incurrir una vez por año en los costos de un recital, y reunir la facturación que dejan 300.000 personas, a distribuirlas en el curso de varios recitales. Es mejor gastar una sola vez en publicidad, vigilancia privada y otros gastos, aunque ello implique amontonar indignamente a una multitud en una ciudad sin condiciones para albergarla. A la responsabilidad del productor privado –en este caso el propio Solari- se suma la del Estado –intendentes, gobernadores. La ecuación fatal se combina con los dealers, que encuentran un mercado gigantesco para una producción y tráfico que no podría desenvolverse sin la complicidad del Estado”.

Basta de muertes en recitales. Basta de país Cromañón. Lo que debía ser una celebración de las sienes ardientes —por otro lado va la extraordinaria obra artística del Indio y los Redondos, una estética para la historia, la hermosa sonoridad de la sombra— termina, otra vez, bajo las condiciones del lucro, el tesoro y su muerte. Si esa moneda hablara.

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