Bóer

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La "Vryheidsvlag" (Bandera de la Libertad), registrada en 1995 en la Oficina Sudafricana de Heráldica como la bandera del Afrikaner Volksfront.[1]

Los bóer o afrikáner (también llamados bóers, afrikaanders, afrikaaners, burghers, Boervolk u holandeses del Cabo) son un grupo étnico blanco de origen principalmente holandés y germano, que entre 1830 y 1850 emigraron desde territorios africanos controlados por los británicos hacia tierras despobladas de Sudáfrica y Namibia. Su cultura se distingue por profesar la religión calvinista y poseer su propia lengua, el afrikáans, que es una variación criolla del holandés.

Los bóers tendieron a evitar zonas densamente pobladas por kaffires, bosquimanos y hotentotes, estableciéndose en lugares abandonados y despoblados debido a la limpieza étnica denominada Mfecane, llevada a cabo por el rey tribal zulú Shaka durante la invasión zulú contra otras tribus de la región, principalmente los joisán. Con su esfuerzo y habilidad para los negocios, y a pesar de estar sometidos a infinidad de peligros, los bóers establecieron prósperas granjas en tierras deshabitadas. En la actualidad, los descendientes de este pueblo están desamparados por los gobiernos locales y a menudo son asesinados y sus tierras usurpadas en el contexto del genocidio bóer.

Etimología

El término Boer (que se pronuncia buur) deriva de Voortrekker, que es una palabra en afrikáans que significa "los que avanzan primero" o "pioneros" y a menudo se usa para referirse a los granjeros blancos en general.

El primer uso del que se tiene constancia del término afrikaner data de los disturbios de 1707, en el transcurso de los cuales un joven de Stellenbosch, de 17 años y llamado Hendrik Biebouw, afirmó, tras oír su sentencia de expulsión de la colonia, que era un africaander, y que prefería morir víctima de las culebras del desierto antes que abandonar África.

Origen

La comunidad afrikáner tuvo su origen en la colonización neerlandesa del área del Cabo de Buena Esperanza, que comenzó a mediados del siglo XVII y conllevó una lenta pero constante inmigración hacia África del Sur de colonos europeos procedentes fundamentalmente de Holanda, pero también de Francia y del Norte de Alemania.

Desde Ciudad del Cabo y sus comarcas circundantes, los bóer comenzaron a emigrar progresivamente hacia el Este y el Norte, penetrando en las extensas praderas y sabanas del interior de África. Tras vencer la resistencia de los bantúes y de las tropas imperiales británicas, los bóer lograron establecer varias repúblicas independientes que sin embargo fueron aplastadas por el Reino Unido durante la Segunda Guerra de los Bóers.

No obstante los afrikáneres pronto lograron sobreponerse a la derrota y se hicieron con el control de la nueva Unión Sudafricana, dominio británico fundado en el año 1910 como federación de las colonias del Sur de África. De este modo, en pocas décadas se cortaron los últimos vínculos jurídicos e identitarios que unían a Sudáfrica con Gran Bretaña y tras las elecciones de 1948, el Partido Nacional, bastión de las más puras esencias bóeres, llegó al poder. Durante los cuarenta años siguientes, el dominio de los afrikáneres alcanzó su apogeo: sus símbolos nacionales y su ideología fueron los que dieron forma a la nueva república sudafricana.

Tras el fin del Apartheid, los afrikáneres, que constituyen tan sólo el 10% de la población de Sudáfrica, han quedado reducidos a una minoría desprovista de buena parte del poder político, pues éste ha pasado a manos de los líderes del ANC, mayoritariamente negros de etnia xhosa.

Historia

Primera expansión de los holandeses en El Cabo, Siglo XVII.

Comienzos de la colonización

En 1652, el holandés Jan van Riebeeck, oficial de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales (VOC), estableció en el Cabo de Buena Esperanza una terminal de reabastecimiento para barcos comerciales, azotados por la enfermedad y la muerte. Con el tiempo, esta humilde estación llegará a ser Ciudad del Cabo. Van Riebeeck organizó hábilmente la incipiente colonia, que en adelante sería administrada, no por la República Neerlandesa, sino directamente por la Compañía, en un modelo político parecido al de algunas colonias inglesas en Norteamérica. La VOC introdujo esclavos de Madagascar y Malasia, construyó una fortaleza, un taller de reparación de barcos y un hospital, y para obtener víveres recurrió a los indígenas hotentotes. A pesar de que la VOC no tenía intenciones de colonizar la zona, en 1657 aceptó el asentamiento de un grupo reducido tras tener problemas a la hora de obtener grano de la población hotentote local. En 1665, la comunidad holandesa, sueca y alemana todavía era muy reducida: había sólo 82 hombres y 8 mujeres. Hubo también judíos en la apartada colonia, ya que poco antes de su constitución, Holanda había recibido una oleada de refugiados judíos que huían de los pogromos acaecidos durante la rebelión de Chmielnicki (o Khmelnytsky), una insurgencia cosaca en la actual Polonia. Muchos de estos judíos llegaron desesperados y aceptaron convertirse al protestantismo para poder conseguir un empleo con la VOC. En 1669 había judíos bautizados en la colonia de El Cabo, como Samuel Jacobson, un pastor, o David Heilbrom, establecido en la estratégica isla de Robben al norte de la colonia. Como los estatutos de la VOC no dejaban que los judíos fuesen empleados de la misma (aunque sí accionistas o directores), estos individuos serán criptojudíos hasta que la llegada de los ingleses en 1805, con sus políticas igualitaristas y su libertad de religión, les permita salir a la luz.

Con el paso de los años, el emporio comercial de la Colonia del Cabo creció y necesitó un espacio vital agrario y ganadero para poder subsistir. Con ese objetivo, se liberó de sus contratos a varios trabajadores de la VOC para que pudieran establecer granjas, arraigarse a la tierra y ponerla a producir alimentos. El objetivo era que la colonia fuese autosuficiente. Estos "burghers (ciudadanos) libres" serían conocidos como bóers ("granjeros" en holandés), comenzaron a ascender por el río Liesbeek y finalmente continuaron alejándose de la costa. Estaban destinados a romper con sus orígenes marítimos y comerciales y abrazar el modo de vida continental y productivo, produciendo una importantísima ruptura en la colonia que señala la clave de la geopolítica: el enfrentamiento entre potencias telurocráticas y potencias talasocráticas.

Para la década de 1670, la VOC empleaba a los hotentotes como mano de obra y fuente de información sobre el terreno, en ocasiones llegando a mezclarse racialmente con ellos. A cambio de grandes cantidades de brandy y tabaco, los hotentotes proporcionarían ganado a los colonos y les enseñarían a moverse y sobrevivir en el nuevo entorno africano, al que los europeos no estaban acostumbrados. Con el tiempo, algunos colonos se adentrarían hacia el interior del territorio, pasando a ser pastores itinerantes (trekboeren) o agricultores y artesanos de frontera (grensboeren). Estos granjeros no podían ya contar con la protección de los soldados de la VOC, por lo que se armaron y en adelante se ocuparon de su propia seguridad, sentando las bases para una sociedad altamente móvil y telúrica (continental). En los primeros comienzos de los bóers, había pocas mujeres blancas y muchos de ellos tomaron esposas hotentotes o esclavas malayas o de Madagascar, engendrando a la casta kleurlinge (coloureds en inglés, o "coloreados"), que en el futuro Apartheid tendrían su propio estatus social. Más despectivamente, a estos mezclados se les llamaría basters: bastardos. Los colonos holandeses, al parecer, no tenían el sentido de la exclusividad racial tan desarrollado como los colonos ingleses de Norteamérica, o bien el clima más suave de Sudáfrica producía una relajación de la conciencia étnica tradicional.

La expansión europea

Desde la llegada holandesa hasta el dominio inglés. Inmigración europea, tráfico de esclavos, migraciones internas de tribus nativas y guerras xhosa.

En 1679, un nuevo gobernante, el comandante Simon van der Stel (que tenía un cuarto de sangre hindú procedente de Goa), incrementó la colonización holandesa, estableciendo nuevos asentamientos, como Stellenbosch, un poblado 50 km al este de Ciudad del Cabo donde la colonia abandonaba definitivamente su carácter comercial, marítimo y esclavista por un estilo continental, autosuficiente, agro-pastoral y productivo. El comandante estimuló la inmigración de Europa, especialmente holandesa, para poblar estos nuevos proyectos.

En 1688 llegaron más protestantes a la colonia, esta vez hugonotes (rama francesa del calvinismo) que habían huido a raíz de la revocación del Edicto de Nantes por Luis XIV y que pretendían empezar desde cero en una nueva tierra prometida. Las autoridades de la VOC, temiendo que los hugonotes pudiesen actuar como quinta columna de Francia en un futuro, llevaron al cabo una política de asimilación, convirtiendo el holandés en el idioma oficial en iglesias y escuelas y dotando a la población blanca de cierta homogeneidad cultural. Estos franceses serían posteriormente los artífices de los célebres vinos sudafricanos.

Con el tiempo también llegarían escandinavos, irlandeses, escoceses, flamencos, valones, alemanes y frisios. Los mercenarios contratados por la VOC habían sido en un principio alemanes protestantes del Norte, incluyendo veteranos de la Guerra de los Treinta Años, que se agregaron con los demás al leve sustrato portugués presente en la zona desde el Siglo XV. En este conglomerado de europeos étnicos, se acabaría imponiendo el idioma holandés, que acabará adquiriendo sus propias peculiaridades y se denominará afrikaans. Aquellos que lo hablaban y lo consideraban su herencia serán conocidos como afrikáner.

A partir de 1779, los colonos europeos comenzarían a entrar en conflicto al Este con los xhosa, una etnia bantú. De 1779 a 1879, se lucharán numerosas guerras, conocidas como las Guerras Xhosa, las Guerras Kaffir o las Guerras de la Frontera del Cabo. Para finales del Siglo XVIII, los bóers, un pueblo insignificantemente pequeño, habían ocupado un territorio más grande que Francia. Desde El Cabo había miedo a perder el control de estos colonos y la VOC intentó implantar magistrados en las dos repúblicas, pero causaron una revuelta bóer y la Compañía tuvo que desistir.

En 1707 el censo de El Cabo arrojaba el número de 1.779 burghers. En 1750, ya ascendían a 5.500. Según Sudáfrica se iba llenando de holandeses a lo largo del Siglo XVIII, también comenzaron a llegar las señales de la nueva ideología iluminista-liberal: para 1772 ya se había establecido en El Cabo la primera logia masónica. Entretanto, el empuje de los bóers hacia el interior se había expandido enormemente. Primeramente se habían dirigido hacia el Norte, hasta que la tierra se tornó árida y desértica. Después la expansión siguió a través del Gran Karoo (zona semi-desértica) hacia el Este. Cien años tras el establecimiento del primer asentamiento holandés, los bóers ya comenzaban a aventurarse en expediciones dispersas más allá del río Orange, a unos 800 km de El Cabo. Entonces el empuje se detuvo: al Norte, había desierto, en el centro los bosquimanos comenzaban a oponer resistencia y en el Sureste encontraron un nuevo enemigo con una mentalidad mucho más guerrera que los pueblos khoisán: los xhosa, una etnia de origen bantú. El Gran Río Fish se convirtió en la frontera entre el mundo bóer y el mundo xhosa, aunque debido a su escaso caudal en Invierno, eran frecuentes las razzias en ambas direcciones, especialmente para robar ganado. Los bóers se vieron lo bastante libres como para establecer un par de repúblicas: Swellendam y Graaff Reinet.

La ocupación británica no fue aceptada de buen grado por las repúblicas bóers independientes, que se alzaron en armas contra los ingleses ―sin éxito, debido a la falta de una logística organizada y a la presión de los bantúes. Sin embargo, aquí reverdeció el antagonismo entre los bóers continentales-autosuficientes del interior y las autoridades imperialistas marítimas-comerciales de la costa. Aunque los bóers descendían de grandes navegantes, se habían convertido definitivamente al estilo de vida continental. Este antagonismo entre bóers del interior e ingleses de la costa acabará dando lugar a las guerras anglo-bóer o guerras bóers.

Entretanto, el año 1800, había ya 40.000 colonos europeos, de los cuales una minoría eran bóers. En la Convención de Londres de 1814, Holanda cedería formalmente la Colonia del Cabo (Cape Colony) a Inglaterra. La derrota de Napoleón había cambiado muchas cosas: Gran Bretaña quedaba consagrada como dueña indiscutible de los mares y su único verdadero rival, el Imperio Español, sería desmantelado en cuestión de décadas por las intrigas inglesas, que tenían en la Masonería una herramienta de subversión. Holanda se había convertido en un satélite inglés y la finanza internacional había sido tomada por la familia Rothschild en una audaz maniobra especulativa tras la Batalla de Waterloo.[2]

La hostilidad británica y la Matanza de Slagtersnek

En 1815, la población bóer llegaba ya a 27.000 y empezaron a sucederse acontecimientos que incrementaron el malestar de los bóers. Para empezar, los funcionarios británicos eran celosos propagadores de la Ilustración que parecían ver a los hotentotes como el arquetipo del "buen salvaje" de Rousseau, y comenzaron a importar docenas de misioneros anglicanos cada año, dedicados a evangelizar y educar a los indígenas para integrarlos en la sociedad europea y equipararlos a los afrikáner. Desde el principio se hizo claro que estos misioneros habían llegado a Sudáfrica cumpliendo una agenda impuesta desde arriba. En todas las disputas judiciales que tenían lugar entre amo bóer y sirviente hotentote, las autoridades británicas se ponían invariablemente del lado del sirviente, con los misioneros (quienes, igual que los masones, tenían al rey de Inglaterra como máxima autoridad) apoyando enérgicamente a los hotentotes. Más aun, cuando un bóer era llamado a juicio para responder ante una alegación de abuso por parte de su criado, significaba que debía abandonar a su familia durante semanas enteras, dejándola indefensa y a merced de ataques. Asimismo, el Imperio Británico, sabiendo que no podía confiar en los afrikáner, comenzó a reclutar hotentotes para imponer sus leyes en la colonia.

Monumento a la matanza de Slagtersnek.

Uno de los resultados de esta política fue la matanza de Slagtersnek ese mismo año, cuando una patrulla de soldados coloreados (pandoere) mandados por un teniente blanco, asesinó a Frederik Bezuidenhout, un grenboere (bóer agricultor) que vivía en la frontera más alejada, dura y aislada de la colonia. Johannes, el hermano del asesinado, juró liberar al país de los tiranos, y junto con sesenta hombres más, se alzó en armas contra las autoridades en un intento de vengar la muerte de Frederick. La insurrección acabó rodeada por las autoridades imperiales, Johannes murió en una escaramuza y cinco de sus compañeros fueron condenados a muerte. Otros 34 insurgentes, entre los cuales había veteranos de las Guerras Xhosa, serían castigados de otros modos, incluyendo obligados a presenciar la ejecución de sus compañeros. La pena debía ser llevada al cabo en el mismo lugar donde los granjeros habían pactado la rebelión, pero en el momento de ser ahorcados, cuatro de las sogas se rompieron. En vez de conmutarles la pena, como era la costumbre en esos casos, se volvió a ahorcarlos, esta vez con éxito. Los bóers de la frontera interpretaron la rotura de las sogas como una protesta de Dios ante las ejecuciones, y en adelante celebrarían el 9 de Mayo, aniversario del acontecimiento.

El Imperio Británico, inmerso en una nueva oleada de liberalismo, siguió dificultando la vida a los bóers. Una nueva oleada migratoria reflejaría el nuevo estado de cosas en 1820, con la llegada a Port Elisabeth de cinco mil colonos ingleses, incluyendo judíos. La intención de las autoridades era mandar a estos uitlanders (foráneos, extranjeros) hacia el Este del país, hacia lo que hoy es Mozambique, para que contuvieran la agresiva expansión de los pueblos bantúes. Así se fundó Albany, un islote de habla inglesa en un mar de habla afrikaans. En 1822 el inglés fue declarado único idioma válido para el gobierno y los tribunales, y seis años después se prohibió el holandés en las iglesias y la administración. Además, por primera vez, se declaró la libertad de culto y los judíos pudieron "salir del armario" practicando su religión en público y rompiendo aun más la homogeneidad cultural. Los bóers también veían que la protección de los soldados británicos no era suficiente para contener los ataques y robos de ganado por parte de los xhosa en torno al río Kei, y que tendrían que poder ocuparse ellos mismos de su propia seguridad.

Londres comenzó a introducir derechos para la población indígena y en 1833 colmó la paciencia del resto de europeos étnicos cuando abolió la esclavitud ―la logia de Ciudad del Cabo no perdía tiempo. Todos los esclavos debían ser emancipados; el Imperio Británico pagaba una indemnización a los amos, pero era muy reducida y, además, había que viajar a Londres para cobrarla. Muchos esclavos libertos no tenían otro modo de ganarse la vida y recurrieron al hurto. A esto se añadieron varios conflictos fronterizos con los xhosa en el Este en 1834 y el aumento del precio de la tierra, así como una sequía. Incluso la mismísima Iglesia Holandesa Reformada empezó a ser vista como un intento de retomar el control por parte de la antigua oligarquía comercial de El Cabo, y empezaron a surgir nuevas opciones religiosas, como los doppers, un pequeño y estricto grupo de puritanos caracterizados por su austeridad en la vestimenta, en el habla y en el culto religioso y que, aunque pocos en número, tenían una gran cultura y llegarían a ejercer una influencia desproporcionada en tiempos futuros.

En general, los bóers veían la Ilustración como una "revolución" contra su Dios y su forma de vida. Muchos afrikáner, especialmente los bóers, habían desarrollado una cultura aristocrática, dominante y cuasi-feudal, consideraban que la equiparación de kaffires (negros) y blancos violaba la ley de Dios y decidieron huir de las imposiciones de Londres igual que sus antepasados habían huido de las imposiciones del Vaticano siglos atrás. El calvinismo tenía esa vena de independencia, libertad, rebelión e identidad de grupo, según la cual, si no te gusta la república que te gobierna, te marchas con tu gente y fundas tu propia república. En 1835, los bóers fueron consecuentes con sus ideas y comenzarían a emigrar, posiblemente lamentando dejar en manos de los ingleses una vasta tierra que habían conquistado ellos. Esta gran emigración es denominada el "Gran Trek".

El Gran Trek

Mapa de las rutas del Gran Trek, las cuales constituyen la columna vertebral geopolítica de Sudáfrica.

Durante la década de 1830, en las familias bóers se habla mucho de alejarse de los británicos y de los kaffires o cafres (negros bantúes, especialmente xhosa y zulúes) debido a las impopulares políticas de Londres y a las Guerras Xhosa (o Kaffir Wars) en las fronteras del Este, que según la mentalidad afrikáner, estallan una y otra vez porque los británicos son incapaces de mantener segregados a los blancos de los negros. En secreto, las autoridades bóers mandan kommissie (comisiones) para explorar las tierras norteñas e informar sobre las posibilidades de emigrar allí. Dos de ellas dan da informes favorables sobre Transorangia (al norte del río Orange) y sobre Natal, que además tenía un excelente puerto natural, por lo cual de 12.000 a 15.000 hombres, mujeres y niños, conocidos luego como voortrekkers ("itinerantes de vanguardia", "aquellos que se mueven hacia adelante" o "pioneros") emprenden la épica marcha.

Bandera de los voortrekkers.

La migración de los bóers hacia el interior del continente fue una iniciativa privada muy valiente que mostró hasta qué punto estos hombres y mujeres daban más importancia a la libertad que a la seguridad y la comodidad. Las tierras adonde se dirigían estaban totalmente inexploradas y sin cartografiar, a menudo carecían de salidas marítimas (con lo cual no podían depender del comercio internacional, viéndose forzados a vivir sobre el terreno y a ser autosuficientes) y se encontraban habitadas por tribus hostiles. Transorangia no era conocida salvo por miembros de las etnias locales gricuas y algunos pastores y cazadores bóers, mientras que la región del Transvaal (más al norte del río Vaal) era una incógnita total, sabiéndose sólo que era territorio de la tribu matabele, bajo un rey tribal llamado Mzilikazi —lugarteniente renegado del famoso líder zulú Shaka (quien había llevado a cabo una limpieza étnica denominada "Mfecane", durante la invasión zulú, que mató de 1 a 2 millones de aborígenes sudafricanos, especialmente de raza joisán). Esta migración masiva de los bóers en las décadas de 1830 y 1840, es conocida como el Gran Trek (Groot Trek), y fue toda una malla de rutas y migraciones que cruzó la cadena montañosa Drakensberg (comparable a los Pirineos, con varios picos de más de 3.000 metros) y cubrió desde la costa de Mozambique hasta Zimbabwe.

Los primeros grupos en partir son los comandados por Louis Tregardt y el cazador Hans van Rensburg, veterano de las Guerras Xhosa. Ambos grupos no tardarán en discutir y dividirse, en una manifestación típicamente sectario-calvinista. El grupo de Van Rensburg tiene por objetivo llegar a lo que hoy es Mozambique, pero es rodeado a orillas del río Limpopo por un grupo de cafres muy superior en número. Tras resistir los asaltos de la marea humana durante algún tiempo, el pequeño grupo se queda sin munición, tal y como había advertido Tregardt, y es totalmente masacrado. El otro grupo cruza el río Orange en 1835, con tan mala fortuna que para cuando llega al asentamiento portugués de Lourenço Marques (actual Maputo, capital mozambiqueña) en 1838, buena parte de su ganado ha caído por la mosca tse-tsé y la mitad de su gente ha muerto de malaria. A pesar de la hospitalidad de los portugueses, la mujer de Tregardt morirá de malaria en el fuerte, y él la seguirá seis meses después. Los sólo 26 supervivientes serán evacuados por mar a Port Natal.

Hendrik Potgieter, primo de Van Rensburg, abandona la Colonia del Cabo a finales de 1835 con 200 seguidores. Su objetivo es dirigirse a Lourenço Marques con fines comerciales, pero no llegan muy lejos, ya que son atacados por mil matabeles, y varios voortrekkers son asesinados. Quedó claro que los Matabele iban a ser un obstáculo importante en el camino de este grupo.

Batalla de Vegkop

Monumento a la Batalla de Vegkop.

El 16 de octubre de 1836, la partida de Potgieter recibe noticias de la aproximación de un ejército matabele. Tras haber intentado negociar sin éxito, son atacados, y ante la abrumadora superioridad numérica del enemigo, los bóers, saliendo de su laager de 50 carros, emprenden una táctica defensiva que rinde buenos resultados. Sin embargo, la marea enemiga rodea completamente el laager. Los bóers abren fuego sin descanso. Se sabe que incluso un niño de 12 años, Lucas van Rensburg, y otro de 11, Paul Kruger, entran en combate. Llegan al cuerpo a cuerpo con el empleo de las armas blancas más usadas: lanza, cuchillo y hacha (ni los zulúes usan arco y flecha, ni los bóers usan bayonetas). Por primera vez, un asalto matabele fracasa y se retira, pausa que es aprovechada por los bóers para sacar más pólvora y limpiar las armas. Un segundo asalto matabele es rechazado a duras penas y queda concluida la Batalla de Vegkop. 33 hombres y 7 niños han derrotado a una fuerza matabele muy superior, matando a quinientos y perdiendo sólo dos vidas, aunque los kaffires se han llevado todos los caballos y ganado. Tras la batalla, los bóers juran recuperar sus pérdidas.

Un comando de 107 voortrekkers liderados por Potgieter marcha después sobre Mosega, la "capital" matabele, y el 17 de enero de 1837, arrasan el poblado, incendiando los kraals (grupos amurallados de chozas), matando a todos sus habitantes —incluyendo mujeres y niños— e incautándose de un botín ganadero de 7 mil cabezas, sin perder los blancos un solo hombre. El kraal militar en Kapain todavía resiste con el jefe tribal Mzilikazi. En su camino, la partida de Potgieter encuentra los despojos del grupo masacrado y recibe noticias de una expedición de caza seriamente diezmada por otro ataque. Poco después, 340 bóers se lanzan contra el complejo militar matabele y, tras nueve días de encarnizados combates y persecuciones, expulsan a la tribu de Mzilikazi a lo que hoy es el sur de Zimbabwe.

La Matanza de Bloukraans

Monumento a la matanza de Bloukraans.

En 1837, Piet Retief, descendiente de hugonotes franceses que fue elegido gobernador y jefe militar de otro grupo de voortrekkers, tras cruzar los Drakensberg finalmente llega a la anhelada región de Natal, la cual tenía el inconveniente de ser propiedad del jefe tribal zulú Dingán (que ascendió al poder nueve años antes tras matar a su hermanastro, el célebre jefe zulú Shaka), por lo que Retief intenta negociar de forma pacífica la cesión de algunas de sus tierras a los voortrekkers. Así, el 5 de Febrero de 1838, Retief y Dingán firman un tratado que concedía a los bóers tierras en Natal. Sin embargo, el rey Dingán ordena masacrar a traición al grupo de Retief suceso que se conoce como la Matanza de Bloukraans o "Gran Asesinato". No es de extrañar que, aun hoy, Piet Retief sea considerado el mártir por excelencia de la causa voortrekker y que el incidente haya contribuido tanto al racismo y la desconfianza de los bóers.

Después de eso, los impis (batallones) zulúes marchan sobre los campamentos bóers a los pies de los montes Drakensberg y a orillas del Bloukraans. En la medianoche del 17 al 18 de Febrero de 1838, mientras los blancos (principalmente mujeres, niños y ancianos) duermen, los zulúes caen sobre ellos en un frente de 9 km. Los campamentos están dispersos y, debido a la escasez de hombres jóvenes, mal defendidos, son presa fácil para los impis de Dingán. El pequeño campamento de la familia Liebenberg es tomado rápidamente y todos sus habitantes son asesinados mientras duermen. Las familias Bester, Moordspruit, De Beers, Botha, Smit y Breytenbach sufren la misma suerte. En el campamento de los Bezuidenhoot, el padre, Daniel Peter, al despertarse se encuentra con una lluvia de lanzas. Su madre, mujer y hermanas son masacradas. Malherido, consigue escapar luchando a través de la marea zulú para avisar a los campamentos vecinos. Gracias a eso, muchos de ellos forman laagers inmediatamente y pueden repeler el ataque enemigo salvándose de la carnicería y abatiendo a muchos zulúes.

A la mañana siguiente, el panorama es desolador. Los cadáveres bóers se cuentan por docenas. En su diario, Anna Elizabeth Steenkamp describe un vagón con 50 cadáveres, la mayor parte niños; los de abajo dan la impresión de estar ahogados en su propia sangre. Las bajas han sido devastadoras: 41 hombres, 56 mujeres, 185 niños y 200 criados ―sin contar los hombres, muchachos y criados asesinados junto a Retief. Además, los zulúes han saqueado los vagones y robado la friolera de 25.000 cabezas de ganado y 2.000 caballos, condenando a los bóers a la hambruna y a la inmovilidad estratégica. En adelante, el macabro y triste lugar será conocido como Weenen ("llorando").

En los momentos posteriores al trágico suceso, el Gran Trek entero titubea en su avance y empiezan a cundir desmoralizadores debates sobre la conveniencia de abandonar el proyecto y volver a la relativa seguridad de la tutela británica. Algunos bóers vuelven a cruzar los Drakensberg retrocediendo a sus antiguas tierras. El resto queda fortalecido en su determinación, gracias, entre otras cosas, a las palabras de ánimo pronunciadas por las mujeres ―especialmente por las viudas, que no están dispuestas a vivir de la caridad en El Cabo y que siguen acariciando el sueño de habitar un Estado propio e independiente: un Volkstaat.

Otro líder bóer, Gert Maritz, que ya había advertido a las familias sobre la posibilidad de ser atacadas, organiza los campamentos en tres laagers inexpugnables y manda mensajes para recibir refuerzos. Pronto se les suman varias familias más, lideradas por Piet Uys y Potgieter (ya cubierto de prestigio por su derrota de Mzilikazi). Ahora los voortrekkers de Natal cuentan con mil personas en total y puede pensarse en la aniquilación del ejército de Dingán —sin lo cual no creen poder sobrevivir en esas tierras—, en extraer venganza por los muertos inocentes y en recuperar sus cabezas de ganado, tan importantes para la supervivencia de su gente. Con eso en mente, en abril de 1838 se organiza un comando de 347 hombres y muchachos. Gert Maritz ordena que el comando estará al mando de Uys y Potgieter por igual. Un mando poco firme y poco claro. La dividida unidad es guiada hacia Dingane por un zulú desertor en el que no confían plenamente, considerándole posible agente enemigo… y con razón: en Italeni, cerca de la "capital" de Dingán, el comando cae en una emboscada de siete mil zulúes y es masacrado. Piet Uys cae muerto y su hijo adolescente Dirkie es asesinado al intentar rescatarlo. Potgieter puede escapar maltrecho dejando atrás los vagones de Uys, en un episodio que lo hará ser criticado por su gente —injustamente— como cobarde.

La moraleja de esta nueva derrota parecía ser "se necesita un mando unificado y un líder fuerte". Aquí los bóers debieron empezar a abandonar su fiera ansia de independencia y libertad a toda costa, para empezar a abrazar formas de obediencia y organización de tipo estatal y militar. El hombre que encarnó este deseo resultó ser Andries Pretorius, un granjero y líder voortrekker que infundió confianza en los agotados bóers y que fue escogido para liderar el comando de castigo contra el ejército de Dingán. El 16 de Diciembre de 1838, tras haber prestado un voto religioso dirigido por el pastor Sarel Cilliers (que rompió con las autoridades religiosas de El Cabo para ayudar a su gente a tener su propia volkskerk o iglesia nacional), 470 bóers con 64 vagones logran la victoria contra un ejército de doce mil zulúes, causándoles tres mil bajas en la Batalla del Río Ensangrentado (Bloedrivier, o Blood River), así llamada porque el río Búfalo se tiñó de rojo. Después de recuperar el antiguo tratado de la cartera de cuero del pobre esqueleto de Retief, los bóers proclaman, con toda legalidad, su primer volkstaat: Natalia.

Las repúblicas bóer

Banderas de las repúblicas de Goshen, Stellaland, Nieuwe Republiek, Transvaal (ZAR), Transorangia y Natalia.

Tras haber conquistado enormes territorios sudafricanos, el puñado de colonos europeos llamados voortrekkers estableció varias repúblicas soberanas. En un antiguo enclave costero portugués, nace la República de Natalia (1839), el primer volkstaat afrikáner, con capital en Pietermaritzburg, así llamada en homenaje a Piet Retief y Gert Maritz. Esta república, con un magnífico puerto natural (Port Natal, la actual Durban), incomodaba a los ingleses, obsesionados con no permitir que nadie les disputase la hegemonía en el Índico, de modo que en 1843, la jovencísima república fue fagocitada mezquinamente por Londres después de que los afrikáners se negasen a aceptar una guarnición británica en su puerto. Si los bóers pretendían enriquecerse en el interior, tendrán que utilizar un puerto inglés para dar salida a sus mercancías, lo cual colocará a su comercio bajo dominio británico de facto. El resto de salidas marítimas están bloqueadas por los territorios xhosa y zulúes, con lo que los ingleses se ufanan de haber completado el cerrojo litoral. En cuestión de décadas, Natalia recibirá una fuerte inmigración inglesa e hindú que la acabará convirtiendo en la región más británica de Sudáfrica. Lo que los bóers conquistan, los británicos se lo adjudican: un magnífico negocio para la Corona. Los hindúes llegarán en masa para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar y alarmarán a las autoridades de Orange, que promoverán leyes para que no puedan entrar en su país. Estas leyes durarán hasta finales de los años 80 del Siglo XX. Hoy, la provincia de "KwaZulu-Natal" es la más hinduizada del país.

Los bóers sienten un asco instintivo a someterse a cualquier forma de imperialismo y de poder que no proceda de ellos mismos, sea romano, español, católico o británico. Así que de nuevo, los bóers preferirán la emigración y el futuro desconocido antes que vivir como súbditos del imperio conocido, de modo que se desplazarán al Norte, hacia territorios arrasados por la Mfecane zulú, cruzarán el río Vaal y se establecerán allí. En 1848, el Imperio Británico declaró territorio de la Corona todo lo que había entre los ríos Orange y Vaal, pero la fiera resistencia política bóer y el todavía escaso interés económico y estratégico de la región lo harán dar marcha atrás —ya habrá tiempo para anexiones más adelante. Al año siguiente, se establece la primera sinagoga en Ciudad del Cabo.

Más al Norte, los bóers fundarán en 1852 la República de Sudáfrica (más conocida como Transvaal o por sus siglas afrikáners ZAR), cuyo mismo nombre sugiere cierta pretensión de hegemonía regional. En 1854, otro movimiento bóer fundará al Sur, entre los ríos Vaal y Orange, el Estado Libre de Orange (o Transorangia), donde las tensiones entre británicos y bóers eran más fuertes. Las capitales, respectivamente Pretoria (en honor a Andries Pretorius) y Bloemfontein, serán las únicas ciudades de cierta entidad, el resto de los dominios bóer consistirán en fincas rurales, granjas enormes y espaciadas, vastos espacios vacíos, núcleos indígenas y muy baja densidad de población. En Pretoria, que acaparará el prestigio y la hegemonía política en el mundo afrikáner, gobernará un presidente junto con el Volksraad (Consejo del Pueblo, de 24 miembros) e incluso se constituirá una iglesia de Estado escindida de las autoridades de la Iglesia Neerlandesa Reformada de Ciudad del Cabo.

Las minúsculas repúblicas de Goshen (nombre sacado del Antiguo Testamento) y Stellaland, que acabarán uniéndose, representaban el embrión de un nuevo expansionismo bóer hacia el Oeste en rivalidad con el Imperio Británico, y serán un factor desencadenante de las Guerras Bóer. La Nieuwe Republiek (Nueva República), con capital en Vryheid (libertad) será fundada mucho más adelante (1884) por mercenarios bóers y británicos, tras ayudar a una facción zulú a derrotar a otra; acabará siendo anexionada por la ZAR. Todas estas repúblicas fueron reconocidas diplomáticamente por todas las potencias de la época, incluyendo el Imperio Británico, que probablemente veía con buenos ojos que otros mostrasen la iniciativa de organizar los territorios que él no podía, y que sus mercancías llenasen los puertos ingleses que, a fin de cuentas, monopolizaban todas las salidas marítimas que los bóers necesitaban para exportar, con lo cual en teoría estaba todo bajo control. En todas estas repúblicas afrikáners estaba prohibida la esclavitud, pero a la vez sus constituciones establecían la segregación racial.

Semblanza del boervolk

Una representación de un voortrekker típico. Nótese su vestimenta y su arma.

El bóer era, ante todo, un tipo duro. Sus antepasados ya llevaban dos siglos viéndoselas con las tribus africanas cuando los Estados europeos comenzaron a abrirse paso en el continente en el Siglo XIX. De estirpe principalmente germánica y céltica, sano, bien alimentado, acostumbrado a vivir en la intemperie, gran cazador, excelente carnicero y con un enorme conocimiento del terreno, sus habilidades de rastreo, orientación y supervivencia en muchos casos las había aprendido de las tribus bosquimanas indígenas, del mismo modo que los colonos norteamericanos las aprenderían de los indios nativos. Debido a su dieta principalmente cárnica, los bóers eran descritos (por ejemplo, por los ingleses) como un pueblo de gente a menudo alta y grande. Utilizaban sombreros de ala ancha para protegerse del Sol y de la lluvia, usaban cráneos de buey como banquetas y en poco más de un par de generaciones, sus antepasados se habían hecho resistentes a las enfermedades africanas. El bóer formaba parte de una vanguardia de colonización y civilización en un continente salvaje y primario, una tierra donde aun se mataba con la lanza, la flecha y el cuchillo, donde ni las mujeres ni los niños podían esperar piedad y donde la diplomacia y la intriga estaban fuera de lugar, muy lejos de la civilizada Europa. El bóer era también desde el principio un gran jinete, un buen tirador y un excelente combatiente (especialmente guerrillero), y a los 13 ó 14 años ya se le consideraba lo bastante hombre como para irse de "comando" con sus padres y hermanos mayores.

Las mujeres bóer eran de armas tomar en un sentido totalmente literal, ya que agarraron el fusil y el cuchillo no pocas veces. Sabían dónde encontrar agua, cómo preparar un animal para ser cocinado, conocían las plantas comestibles de su entorno y desde pequeñas se ocupaban de cuidar a sus hermanos menores. En muchos momentos de desesperación y flaqueza, fueron ellas las que animaron a sus hombres a seguir adelante. Industriosas y sufridas, estas mujeres preferían ser madres a amantes, trabajadoras activas antes que mantenidas pasivas, respetadas antes que deseadas. A los veintipocos años ya formaban su propia familia y a lo largo de sus vidas lloraron amargamente la muerte de muchos padres, hermanos, hijos y esposos asesinados por las tribus bantúes. En más de una ocasión, tuvieron que presenciar la tortura, violación y muerte de sus hijos e hijas a manos de los bantúes antes de sufrir ellas la misma suerte. La suya era una vida de tragedias, sueños quemados y corazones rotos, pero de la unión de estos hombres tan machos y estas mujeres tan hembras nació un pueblo fuerte y curtido, con una voluntad férrea de sobrevivir: la humanidad indoeuropea en su máxima expresión.

También deberíamos dar gran importancia al imaginario colectivo del tipo humano protagonista de la historia, en este caso, a la "ideología bóer", ya que al siglo siguiente esta ideología cristalizará en sociedades secretas afrikáner y en el sistema de castas del Apartheid. El bóer era esencialmente un WASP, es decir, blanco, anglosajón (la antigua invasión anglosajona de Gran Bretaña partió de costas holandesas entre otras) y protestante, y esto define en buena medida su mentalidad. Profundamente religioso, el bóer se identificaba con el Antiguo Testamento leído en clave germánica; ésa era su mitología: la historia de un pueblo itinerante y pastoral, en busca de una tierra prometida en la que asentarse, negándose a dejarse dominar o asimilar por los pueblos que lo rodeaban, combatiendo a docenas de tribus hostiles, escapando de los imperios opresores y siguiendo el mandato de un Dios al que rezaban y cantaban con devoción ―aunque, como buen protestante, el bóer nunca destacó en arte material, sino que sublimaba su espiritualidad en la música, la oratoria y el trabajo, sabiendo que nada le sería dado gratis y que todo lo que quería lo alcanzaría sólo mediante el esfuerzo. Los bóers no se identificaban con el trasfondo, mucho más pacífico y universalista, del Nuevo Testamento, sino que consideraban que estaban repitiendo la historia del Éxodo; sus enfrentamientos con las tribus indígenas llevaron a algunos a pensar que ellos eran el nuevo "pueblo elegido" y que el hombre blanco era la creación más elevada de Dios, hecha "a imagen y semejanza" del Señor.

A pesar de su fama tosca, rural y simplona, la realidad es que, gracias a la Biblia, los bóers tenían un altísimo índice de alfabetización para la época, su constitución física era mucho más sólida que la del campesino europeo promedio y, como los puritanos en Estados Unidos, estaban familiarizados también con los autores de la antigüedad europea clásica. Aborrecían cualquier forma de gobierno (oficiales de la VOC, autoridades imperiales británicas, incluso la mismísima Iglesia Reformada Neerlandesa) que no emanase de ellos mismos, ya que se veían como un pueblo dominante, despreciaban toda burocracia y su pensamiento político puede ser descrito como verdaderamente democrático y libertario, con una intensa pasión por la independencia, la familia, la autosuficiencia y la soberanía individual. En muchos sentidos, su ideología se aproximaba bastante al anarquismo.

En la sociedad protestante ―especialmente la rígida y militante sociedad calvinista― no existía una figura comparable al católico hidalgo "pobre pero con honra", ni tampoco instituciones de caridad comparables a las del mundo católico, donde se velaba por proteger o subvencionar anti-eugenésicamente a personas que a menudo eran incapaces de condición, con el objetivo de mantener bolsas sociales adictas, estómagos agradecidos, ingenieros sociales y redes de Inteligencia a pie de calle. ¿Cómo iba un hombre a ser amado de Dios si era incapaz de prosperar por sus propios medios, si no era capaz de trabajar en equipo o si era indeseable para sus semejantes? Esta mentalidad protestante tendió a engendrar sub-castas de "basura blanca", individuos que quedaron fuera del orden colectivo, que carecían de la más elemental cultura y que involucionaron a lo largo de generaciones de endogamia. Sin embargo, el resto del cuerpo social estaba libre de controles oficiales, tenía una extraordinaria autosuficiencia económica y una sólida cohesión tribal.

En el Antiguo Régimen, las sociedades católicas eran mucho más liberales socialmente que las protestantes: las fiestas abundaban, el vino corría y el carnaval, heredero de las saturnales y bacanales romanas, permitía la manifestación controlada del caos orgiástico-dionisiaco acumulado a lo largo del año ―que si había algún desliz, una oportuna confesión podía ponerle remedio. En el mismísimo Vaticano, por lo demás, se esculpieron dioses y diosas paganos en diversos grados de desnudez y, para mantener la "paz con Dios", se instauraron órdenes religiosas de frailes y monjas, que encerrados en sus monasterios y conventos, realizaban todos los sacrificios religiosos necesarios para redimir al resto de la sociedad de sus pecados.

La sociedad calvinista, en cambio, había abolido el mundo monacal y del alto clero, pero a cambio impuso una estricta militancia religiosa a todos sus miembros. Todo el mundo debía conocer la Biblia bien, eso de esculpir dioses paganos no estaba en concordancia con la palabra de su Dios, confesarse no valía para borrar una falta, no existía el colorido aire festivo del mundo católico y el carácter social era más bien tirando hacia lo apolíneo y sobrio. En vez de cultivar minorías altamente ascéticas e iluminadas, los calvinistas querían que toda la sociedad adoptase cierto grado de ascetismo para poder hablar con Dios "de tú a tú", sin intermediarios. A diferencia del mundo católico ―que era un orden jerárquico por castas, debido a una gran diversidad étnica y social―, los calvinistas procedían de zonas étnicamente bastante homogéneas y no veían la necesidad de una jerarquía por castas más allá del simple reconocimiento social y la lealtad entre hombres libres.

Padre e hijo bóers practican tiro con rifle en Orania. Hasta hoy, los bóers han conservado los rasgos idiosincrásicos de un pueblo que se niega a ser exterminado.

En cuanto al modo de vida de este esqueje del árbol europeo, era muy similar al de las primeras sociedades indoeuropeas de la estepa eurasiática, desplazándose en caravanas compuestas de vagones de madera tirados por bueyes y alimentándose de la ganadería, la caza, la pesca y la recolección. Siendo una tribu nómada, la agricultura, propia de sociedades sedentarias, no se encontraba en la base de su sustento, y por tanto su dieta carecía de cereales, azúcares refinados y similares. Una familia bóer típica poseía varias cabezas de ganado, un carro cubierto, una tienda de campaña y varias armas de fuego. Las mujeres iban dentro de los vagones, los niños o criados los conducían y los hombres iban montados a caballo alrededor de la caravana, explorando en busca de amenazas o lugares idóneos para pasar la noche. Este régimen de marcha les permitía hacer 8-15 km en un día. En situaciones de peligro, formaban con los carros un laager (círculo fortificado); los hombres se colocaban en el exterior a modo de barricada, y las mujeres, ancianos y niños en el interior protegido. Estos fortines improvisados podían levantarse con gran rapidez y constituyeron verdaderos castillos móviles. En ocasiones, mandaban hombres a Ciudad del Cabo para comprar pólvora, pieles, marfil, cera de abejas, café, herramientas agrarias o para organizar matrimonios. Perfectamente comparables a los vaqueros norteamericanos o a los cosacos rusos, los bóers, a diferencia de los primeros, no han tenido ninguna publicidad, y a diferencia de los segundos, ya no se encuentran apoyados por ningún Estado. A pesar de ser claves en la conquista y pacificación de vastos espacios africanos, el mismo Imperio Británico les acabaría dando la espalda, abandonándoles a su suerte y apropiándose de sus conquistas.

Monumento de un Voortrekker ahuyentando y defendiéndose de atacantes zulúes. Berlín, 2006.

Estos vanguardistas, equivalentes a los pioneros puritanos en Estados Unidos, son conocidos como voortrekkers, y sentaron las bases de un sentimiento popular que en el Siglo XX acabaría absorbiendo incluso a los "holandeses del Cabo": la identidad del boervolk o pueblo bóer. En la psique colectiva de este pueblo acabaría formándose toda una mitología en la que tenían enorme importancia los traumatizantes encuentros con los indígenas a la hora de justificar el posterior Apartheid ―algo muy similar a lo que pasó tras la invasión indo-aria de India con la implantación del sistema de castas 3.300 años antes.

Todavía en pleno Siglo XXI, los afrikáner de origen bóer se encuentran entre los mercenarios más cotizados por las compañías militares privadas, especialmente en África, donde su actuación (por ejemplo, en el Congo) decidió el auge y la caída de regímenes políticos enteros a lo largo de toda la Guerra Fría.

Genocidio bóer

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Militantes negros antiblancos pidiendo la muerte de los granjeros blancos bajo el lema "¡mata al bóer, mata al granjero!".

En 2010, mientras el mundial de fútbol se jugaba en Sudáfrica, la comunidad internacional seguía mirando hacia otro lado ante la barbarie que año tras año se lleva a cabo en el país africano. La alarmante ola de criminalidad (50.000 homicidios por año, proporcionalmente, 8 veces más que en Estados Unidos) y la nueva legislación creada por el ANC, que prohíbe a los blancos ocupar numerosos puestos de trabajo, ahora reservados a los negros, están empujando a miles de blancos a abandonar el país. Desde el fin del Apartheid en 1994 hasta la actualidad ya han emigrado casi un millón de blancos. Los altos índices de delincuencia y la creciente sensación de que el ANC no ha sabido gobernar bien el estado, no hacen más que agravar la incertidumbre.

Los blancos asesinados en Sudáfrica se cuentan por decenas de miles en las ultimas décadas permaneciendo silenciado por todos los medios de comunicación mientras día tras día continúan siendo asesinados hombres, mujeres y niños en el país. Desde 1994, unos 850.000 sudafricanos blancos (un 16% del total) han emigrado, sobre todo a Reino Unido y Australia ante el incremento de la inseguridad y de las medidas de discriminación antiblanca por parte del gobierno.

La población se agita cantando el himno antiblanco Kill the boers (Matad a los "blancos") animados por políticos populistas de la ANC como Julius Malema siguiendo el ejemplo de Peter Mokaba, mientras miles de granjeros sufren las consecuencias de esta situación desmedida y silenciada o minimizada.

Referencias

  1. South African Bureau of Heraldry (1995) Afrikaner-Volksfront flag, consultado el 28 de julio de 2006
  2. Nathan Rothschild se había hecho dueño de la economía británica, poseía lazos privilegiados con familiares suyos en Frankfurt, Viena, Nápoles y París, numerosos agentes en otros países (incluyendo en España) y no tardaría en extender su poder también por Sudáfrica.

Fuentes

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