El rancho

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Rancho – Ilustración de Germán Burmeister

Arquitectura gauchesca

Los antiguos moradores de nuestra querida Pampa, han ido desapareciendo paulatinamente. Conforme el progreso ha ido extendiendo sus brazos en dirección a la llanura anchurosa los ranchos han ido convirtiéndose en taperas primero y en ruinas luego.

Allí, en aquel panorama infinito donde la Naturaleza depositara sus gérmenes vitales y que era el albergue de esa raza que agoniza, sólo puede verse en toda su extensión un épico romance campero.

El rancho, vivienda de gauchesca arquitectura, donde formó su nido de amor el paisano argentino con su china, también va desapareciendo. ¡Cuantos recuerdos acuden a nuestra memoria al hallarnos frente a una de esas moradas camperas! El cuadrito espiritual y pintoresco formado por los gauchos y sus chinas, cuando a la sombra saludable del alero cantaban estilos y tomaban mate acompañado de las sabrosas tortas fritas, era el encanto del terruño.

Admiramos este paisaje sublime y nos sentimos subyugados por las bellezas de nuestra campiña en el pasado. ¡Cómo nos sentimos felices al contemplar el paisaje envuelto con el manto del crepúsculo!. Extasiados ante su leyenda, nos descubrimos.

Payadores y cantores entonárosle sus himnos y sus loas. En la guitarra de Gabino como en la de Nava, Bettinoti, Vázquez e Hildago, han sollozado las armonías camperas y han germinado las trovas sentimentales. Y esa ventana del rancho por donde muchas veces se asomó la china, traviesa y picaresca, para invitar al paisano a tomar un matecito, también dice muchas serenatas que fueron prez y gloria del pasado.

Los árboles, la tranquera; todo nos ofrece algo sublime, formidable, que ha ido desmoronándose al impulso de la piqueta del progreso.

Esta obra, genuinamente criolla, donde los amantes corazones palpitan al compás de un bordoneo hecho en la guitarra con maestría, y el sonoro repique de las espuelas nazarenas halagaron el alma de las mozas de aquel tiempo, tiene su página en nuestro corazón de criollos no regenerados.

Frente a un rancho pintoresco, obra magna de nuestro paisano argentino, nos hemos detenido un momento para tomar impresiones. Nuestro informante nos dice que aunque viejo, ha sido templo de halagadores idilios, y que varias criollitas –hijas de un viejo tropero del pago- formaron en él sus nidos en las tibias mañanitas de primavera. Por esa tranquera hizo su entrada triunfal el paisano, montado sobre su pingo escarceador, luciendo lujoso apero y mejor chapeado. De allí, también, la hija menor del tropero, solía despedirse de su amado, un hidalgo trovador de la Pampa, agitando su pañuelo blanco en alto, y que al ser besado por la brisa, se identificaba con la cinta celeste que adornaba su trenza de pelo negro, formando los bellos colores de la patria. Hoy, al evocar este recuerdo, partiendo las entrañas de la tierra, se aparece la silueta de Santos Vega, gallardo habitante de las Pampas Argentina, para señalarnos el ocaso, abismo terrible donde fueron sepultados todos los encantos del terruño, a un grito del progreso y a un puntapié de la civilización.

Y extasiados ante su leyenda, nos descubrimos…..

Cómo se construye un rancho

Primero se buscan seis troncos de árboles, lo más derecho posible, que tengan por lo menos el grueso de un fuerte muslo de hombre y rematen en su extremo en una horca (horqueta). Cuatro de ellos deben tener de 8 a 9 pies, los otros dos de 14 a 16 pies de alto. Quien no tiene tiempo y ganas de buscar estos palos en el monte, los encarga a un gaucho experto. No obstante, en las poblaciones mayores, como Santa Fe y Paraná, hay también existencia en depósito, donde se pueden comprar estos horcones en 3 a 5 pesos, pues algunos hacen el negocio de buscar los palos en el monte y llevarlos al mercado. Cuando se han traído los palos al lugar de la obra, se ponen verticalmente 2 a 3 pies en la tierra, de los más cortos uno en cada una de las cuatro esquinas, los más largos en el medio de las paredes de los frentes. La tierra de los hoyos, en los cuales se encuentran los horcones, se pisan lo más firme posible; se cuida de que tengan exactamente la misma altura y se procura que estén perfectamente verticales. Si la casa tiene más de 12 a 15 pies de largo, el número de soportes o columnas debe ser aumentado, más o menos de manera que por cada 12 pies se coloque uno. Una casa de 24 pies de largo tiene, por lo tanto, seis horcones chicos y tres grandes, una casa de 36 pies de largo tiene 8 horcones chicos y cuatro grandes y así sigue en la misma proporción. Cuando se han colocado las columnas, se ponen tirantes horizontales en las horcas y se atan bien con tiras de cuero vacuno, de modo que no puedan moverse en las horcas. Para el tirante más alto o sea la cumbrera se elige con preferencia un tronco de palmera, y por esta causa se llama por lo general "la palma". Estos troncos de palmera se traen río abajo, de Corrientes, del Gran Chaco y Paraguay, donde en tierras bajas, pantanosas y húmedas crece la especie más meridional de las palmeras grandes de estas regiones, la Copernicia cerifera, que es un árbol de 25 a 30 pies de alto, cuyo tronco llega a 8-9 pulgadas de grueso y se usa casi exclusivamente para cumbreras. Después de colocar los tres tirantes horizontales, se ponen sobre la palma delgados pares cuadrangulares, que sobresalen a lo menos 1 ½ pie de los tirantes longitudinales inferiores; se perforan encima de la palma y se unen con ella por medio de un fuerte clavo de madera, de tal manera que forman tijeras. Por esta misma razón se llaman "tijeras". También estos pares se atan con tiras de cuero vacuno y después se colocan encima de ellos alfajías horizontales para soportar el techo de paja. Para estas alfajías se toman preferentemente fuertes cañas de 1 ¼ a 1 ½ pulgadas de diámetro, para cuyo fin se cultiva en el país la caña grande sudeuropea (Arundo donax) en lugares apropiados. Las alfajías se llaman por esta causa "cañas". El techador ata en forma usual el techo, confeccionado de una paja fina y resistente, expresamente destinada para este objeto, la cual se ha secado cuidadosamente al aire con mucha anticipación. El techo se ata también con tiras de cuero vacuno o con una especie de cabo de zapatero, que se puede comprar en los almacenes. El albañil construye las paredes con adobes o ladrillos cocidos, o, si para la compra de ambos faltan medios, coloca palos, uno inmediato al otro en el suelo, los ata arriba, en el tirante y rellena los vacíos con tierra humedecida. La misma sirve también de argamasa. Se limpia de césped una parte de suelo; se hace un pozo; se le hecha agua y se pisa la tierra suelta con los pies, transformándola en una pasta, que en todas partes se usa como argamasa y también para revocar paredes. Cuando este revoque de barro se ha secado debidamente al aire, se le da una fina mano de cal blanca. En la misma forma se procede en el interior de las habitaciones. Si se quiere cubrir el piso con ladrillos, éste se alisa debidamente, y se ponen los ladrillos sobre él, afirmándolos también con argamasa de tierra. Cuando no se pueden comprar ladrillos, el piso se alisa y se pisa de la mejor manera, usándolo en esta forma.

Mi casa –dice Germán Burmeister- construida de la manera indicada, tenía treinta pies de largo, 14 pies de ancho y, en el borde del techo, 8 pies de alto. Llevaba, por lo tanto, nueve horcones, ya por estar dividida en dos partes. Los muros de la habitación se hacían de ladrillos. En lugar de la ventana se hizo un postigo y además una puerta. Los dos se confeccionaron nuevos. Después de terminar todo, había gastado sólo 95 pesos. No obstante, si hubiera tenido que comprar nuevo todo el material necesario, me habría costado más del doble, quiere decir, lo menos 200 pesos. Los ladrillos cuestan por lo general 12 a 15 pesos por mil. El techo se encarga al tanto. En todas partes hay techadores, que se procuran, ellos mismos, los materiales necesarios, cobrando el trabajo por pies cuadrados. Por lo general, se calcula un real por pie cuadrado. De acuerdo a esta tarifa el techo de mi casa habría costado nuevo, sin los pares, unos 50 pesos y yo había pagado solamente 40 por el techo, pues tenía dos años y era, por lo tanto, aún bastante nuevo, fuera de todo material de construcción. De esto se puede inferir, cuán ventajosa era toda la compra. Nadie quería creer que el techo podía transportarse entero, y menos admitir que podía llevarse íntegro sobre la casa nueva. Pero todo fue bastante bien. Buscamos un aparejo y sobre palos colocados encima de los tirantes lo alzamos cómodamente hasta la palma. Cuando estaba arriba, mi hijo puso nuevos clavos por los agujeros viejos de las tijeras. A veces dio un poco de trabajo ajustar debidamente entre sí los extremos de los pares, pero, poco a poco se pudo hacer. Cuando estaban afirmados los horcones con los tirantes, el techo se llevó arriba cómodamente en una mañana.

Chacarera del Rancho

(Letra y música: Hermanos Abalos)

Cuando chacareras comienzo a cantar
¿cuál ha de ser, cuál ha de ser?
La chacarera del rancho señor
claro que sí, claro si pues


Dentro mi rancho colgao un horcón
tengo un violín, tengo un violín
es de algarrobo también de mistol
hecho por mi, hecho por mi.


Algo medio chico es mi rancho tal vez
para los dos, para los dos
ya me estoy haciendo cerquita el Salao
uno mejor uno mejor.


Yo li hecho al rancho un alero especial
para bailar, para cantar
para darme el gusto y allí vidalear
de navidad a carnaval.


Un hornito i'barro mortero y fogón
tengo además, tengo además
y a mi negra chura que sabe matear
para que más, para que más.


Si alguna huahuita pudiera tener
¡uy que feliz, uy que feliz!
pero como dicen que Dios proveerá
ya ha de venir, ya ha de venir.

Enlaces externos

Fuente

  • Burmeister, Germán – Cómo se construía un rancho en 1858 – Buenos Aires (1942).
  • Manco, Silverio – El Rancho – Leyendas Americanas.
  • Oscar J. Planell Zanone / Oscar A. Turone – Patricios de Vuelta de Obligado.