José María Velasco

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Cápsula de Orgullo e Identidad Nacional Mexicana, por Miguel Salinas Chávez.

José María Velasco

José María Tranquilino Francisco de Jesús Velasco Gómez-Obregón fue un gran paisajista mexicano, que nació en Temascalcingo, Estado de México, el 6 de julio de 1840. Hijo de Felipe Velasco y de Antonia Gómez, Provenía de una familia próspera y culta de tejedores, cuyo patriarca, el abuelo Ramón Velasco, llegó a ocupar diversos cargos públicos en su pueblo. En 1849 la familia Velasco, decide trasladarse a la Ciudad de México, al año siguiente, en una gran epidemia de cólera muere su padre don Felipe. José María estudió en la escuela La Divina Providencia, ahí descubrió su gusto por el dibujo, y conforme lo hacía se dio cuenta de que ésta era la actividad que más le interesaba en la vida.

En 1856, al terminar la escuela primaria, trabajó de tiempo completo con sus tíos en el negocio de rebozos que tenían en un mercado, sin embargo, jamás abandonó su intención de dedicar su vida al arte. Es así como un amigo de su tío y un estudiante de la Academia de Bellas Artes —de San Carlos— lo ayudaron llevándolo a esta institución, donde José María ingresó a los cursos nocturnos continuando con su trabajo durante el día. No fue sino hasta 1858 que se dedicó por completo al estudio del arte.

Aprovechando cada minuto del día, Velasco se daba tiempo para estudiar sus otras pasiones: zoología, botánica, geografía y arquitectura. Es así como, al entrar a la Academia traía ya un amplio bagaje de conocimientos científicos que le serían indispensables al momento de plasmar con tanto realismo y detalle la naturaleza en sus cuadros. En ese tiempo la Academia de San Carlos contrató en Europa maestros de gran nivel. Entre ellos al italiano Eugenio Landesio, considerado uno de los mejores paisajistas europeos. Landesio no tardó en descubrir el extraordinario talento de José María para dedicarse al paisaje y, como buen maestro, lo guió para hacer de él un gran pintor.

Llegó el día en que Velasco sustituyó a su maestro en dicha cátedra, y continuó con la práctica del italiano de salir de expedición con sus alumnos al campo para observar directamente la naturaleza y así plasmarla en sus obras.

En 1860 la Academia realizó un concurso de paisaje ofreciendo una beca al ganador. Con su Patio del ex convento de San Agustín, José María obtuvo el primer lugar ganando la beca. Desde entonces comenzó a pintar del natural, y a sus obras les añadía unas ocasiones episodios históricos y otras escenas cotidianas. Velasco fue cimentando su pintura sobre un dibujo detallado y preciso, con una visión profunda y científica de la naturaleza. Realizó infinidad de estudios a lápiz y bocetos al óleo sobre rocas, ríos, nubes, hojas y árboles. Después otros concursos lo llevaron a obtener medallas de plata y diplomas, y en el periódico Siglo XIX algunos artículos elogiaban sus dotes como pintor.

Despertó en Velasco un interés por la vida urbana, con sus atractivos y paseos públicos, creando así La Alameda de México, uno de los paseos preferidos de los capitalinos, donde representa a la aristocracia y al pueblo divirtiéndose por igual diluyendo las diferencias de clases en una imagen en la que el aspira a una sociedad sin diferencias donde todos tengan acceso a la belleza, la felicidad y la prosperidad.

A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX el México rural se trasformaba, y en los paisajes se incluían fábricas y trenes, emblemas del progreso que llevarían a México a convertirse en una nación moderna. Velasco fue el precursor en el registro de este progreso al pintarlo en sus lienzos. Dando gran importancia al poder del hombre en transformar su entorno natural a través de la tecnología y el progreso sin que esto vaya en detrimento de la naturaleza, sino al contrario, mostrando como un paisaje agreste y de difícil acceso se convierte en un camino a través del cual se abre paso el progreso y el ingenio del trabajo técnico mexicano.

Así pues en su obra El cabrío de San Ángel (1862) representó los altos muros de una fábrica con su gran chimenea, sin dejar de lado los elementos locales, representados por el pastor que guía a sus cabras, y por el maguey, elemento de la identidad geográfica rural.

El 4 de diciembre de 1864, último día de clases de la Academia, el emperador Maximiliano asistió a la entrega de premios, y en este evento Velasco recibió de manos del emperador una medalla de plata y un diploma por su obra La Caza.

Su producción profesional inició en 1868, al concluir sus estudios en la Academia, y se extendió durante 44 años, en los que llegó a pintar cerca de trescientas pinturas al óleo, además de acuarelas, litografías y pinturas en miniatura.

La Academia de San Carlos cambió su nombre por el de Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA), aunque se le continuó llamando Academia, y comenzó a depender directamente del gobierno, y como sugerencia del mismo, los artistas plásticos debían de tomar como fuente de inspiración los tipos, las costumbres y el paisaje mexicano, así como los personajes y sucesos del pasado prehispánico, plasmándolos con realismo. La idea era crear una conciencia e identidad propia basada en un pasado común del que todos los mexicanos por igual se sintieran orgullosos.

Con su obra, Velasco participó en la conformación de esta conciencia y de este orgullo por ser mexicano al plasmar la belleza de nuestro país. El 15 de septiembre de 1868 fue nombrado profesor de perspectiva de la Academia y más tarde Velasco se casó con doña María de la Luz Sánchez Armas, con quien tuvo trece hijos, de los cuales sobrevivieron ocho. Landesio fue su padrino de boda.

Velasco iba a la Villa de Guadalupe y hacía algunas excursiones cercanas: subiendo las laderas de los cerros y observando el paisaje desde esos lugares fue como descubrió la belleza del Valle de México, con toda la claridad de su aire y la presencia imponente de los grandes volcanes con sus cumbres nevadas. A partir de entonces comenzó a realizar sus obras de esta zona del territorio nacional, captando las amplias vistas y plasmando con gran fineza los detalles.

En 1875 Velasco pintó una de sus obras cumbre: El Valle de México desde el cerro de Santa Isabel, pintó el Cerro Gordo, el Tepeyac, la Villa de Guadalupe y las calzadas que unen a la Ciudad de México, y al fondo la Sierra del Ajusco y el lago de Texcoco y a la lejanía la majestuosidad de los volcanes.

Se dice que ante esta obra, Eugenio Landesio exclamó que no se podía lograr nada más perfecto. Esta obra lo hizo merecedor del primer premio en una exposición montada en Filadelfia, Pensylvania, con motivo de la celebración del Centenario de la ciudad, y también de una medalla de plata recibida de manos del presidente Porfirio Díaz. Una de sus obras fue regalada al Papa León XIII y hasta la fecha permanece en el Vaticano.

La contribución de José María Velasco al arte nacional no sólo se dio en el género del paisaje y en sus panorámicas del Valle de México, también fue un hombre interesado en las ciencias naturales y sociales. Siempre le gustó el estudio de la arquitectura, la antropología, la botánica, la geología y la paleontología. Una serie de estampas dibujadas con todo detalle sobre la evolución de la flora y la fauna terrestre y marina, lo convirtió en una fuente de estudio de la ciencia en México y lo llevó a ser nombrado presidente de la Sociedad Mexicana de Historia Natural en 1881.

En sus obras las figuras humanas son secundarias. Lo más importante para Velasco era la belleza del paisaje nacional visto a través de los ojos de un mexicano así creó obras maestras que le valieron su consagración, tanto en México como en Europa.

Con su obra Catedral de Oaxaca (1887), se ve su interés por revalorizar la arquitectura colonial. Velasco entendía que la identidad de México no sólo se fincaba en su pasado prehispánico, sino también en su pasado colonial y así nos lo hizo saber con sus pinturas.

En 1889 Velasco viajó a Francia a la Exposición Universal de París (mayo-octubre), encabezando a la delegación mexicana y llevando 60 cuadros suyos. Su obra despertó tal admiración que el gobierno francés le otorgó la condecoración de la Legión de Honor.

En 1897 realizó otra de sus grandes obras, Cañada de Metlac (El Citlaltépetl), una zona entre Orizaba y Córdoba, donde se deja ver el Velasco naturalista y científico, pues realizó con gran detalle un magnífico estudio de la vegetación. El ferrocarril constituye la novedad de este cuadro, pues muestra la atracción que sentía por el progreso irrumpiendo en la tranquilidad del paisaje.

En 1903 desafortunadamente el arquitecto Antonio Rivas Mercado solicitó la destitución de Velasco de su cargo como profesor de perspectiva, esto le trajo gran tristeza y los pequeños paisajes que pintó en esta época reflejan su estado de ánimo, situación que ya nunca pudo superar.

José María Velasco falleció el 26 de agosto de 1912, dejando una abundante producción pictórica de primerísima calidad. Él nació para captar y plasmar la belleza del paisaje mexicano que nos lleva a sentir siempre una enorme nostalgia cuando estamos frente a sus cuadros, ante la representación de ese México tan lejano, lleno de luz y transparencia. Fue un maestro y ejemplo de generaciones de pintores que tomarían de modelo el paisaje mexicano.

Velasco profundamente católico y con claras posiciones políticas, le tocó vivir los tiempos de Juárez y Maximiliano, de Lerdo y de Díaz, una etapa constante de desencuentros entre las diferentes fuerzas políticas del País. Sin embargo, sus paisajes plasman instantes de tranquilidad de la nación mexicana en medio de estos tiempos turbulentos que nos transportan a un espacio y un tiempo entrañables: el México del siglo XIX.

En medio de la sórdida realidad de estos últimos años, sin duda es estimulante y un gran consuelo mirar los cuadros de Velasco y aspirar a un México en paz, de progreso e igualdad y orgulloso de su pasado.

Nadie como Velasco supo plasmar la belleza inigualable del paisaje mexicano, razón que le ha otorgado un lugar privilegiado en la historia del arte mexicano. Su excelente trabajo obtuvo el reconocimiento universal, poniendo el arte mexicano a la par del europeo.

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