Laicismo

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El laicismo es la corriente de pensamiento secularista que sostiene que la administración del Estado debe estar firmemente distanciada de toda influencia religiosa. En principio los laicistas sólo proponen permanecer políticamente imparciales ante las diferentes expresiones religiosas de una sociedad, evitando asociar al Estado a una de ellas; sin embargo, dado que también postulan la supremacía del poder gubernamental frente a toda autoridad religiosa, los laicistas son propensos a degenerar en posiciones antirreligiosas.

Concepto

El laicismo se construye a partir de la idea de libertad de pensamiento: dado que el Estado no tiene legitimidad suficiente para imponerle a cada individuo un modo específico de pensar, se sigue que éste debe constituirse de modo neutral, lo que implica privilegiar la racionalidad (característica común a todos los individuos de la especie humana) y desestimar las religiones, ya que éstas, aunque pretendan ser universales, en realidad no lo son. De ese modo el Estado pierde su capacidad de fijar objetivos sociales particulares y se limita a hacer cumplir un conjunto de normas mínimas que garantizan la convivencia entre las personas, lo que significa que no promueve valores morales de manera colectiva sino que deja esa tarea a diversas organizaciones de la sociedad civil o incluso a los propios individuos.

El Estado laico, en principio, se distancia tanto de las diversas confesiones religiosas como de los negadores de la religión, puesto que no existe para promover el ateísmo o el agnosticismo, sino solamente para evitar que las decisiones políticas se tomen bajo una perspectiva religiosa (la cual es, por naturaleza, parcializada). Sin embargo, al mismo tiempo el Estado laico está obligado a desestimar todo aquello que tenga un origen religioso y que pretenda afectar su normal funcionamiento, lo que lo conduce a habituales confrontaciones con individuos y organizaciones religiosas a los que puede tanto forzar a hacer algo que va en contra de sus creencias como impedirles hacer algo que coincida con sus creencias.

A raíz de esto el laicismo le facilita a las fuerzas secularistas (como, por ejemplo, la masonería) su tarea de promover el odio y/o la indiferencia religiosa. Uno de los principales ámbitos bajo dominio estatal que utilizan los laicistas secularistas para articular su agenda antirreligiosa es el de la educación.

Artículo de opinión

Las trampas del laicismo en la educación, una amenaza a la libertad (fragmento), por José Antonio Bielsa, en La Espada y la Cruz, 15 de junio de 2018 (on line) [1]


"El docto pedagogo P. Ramón Ruiz Amado, S. J., en su esclarecido libro de conferencias intitulado Los Peligros de la Fe en los actuales tiempos (1905), alertaba de dos tipos de laicismo en la educación, invariablemente nefastos para el cultivo integral y la formación del hombre, a saber:

1) El laicismo positivo (o la escuela contra Dios), de carácter directamente blasfemo e impío, “que -en palabras del autor- educa a los niños en el odio a los ministros del Señor, en el escarnio de las cosas santas, en el desprecio satánico del mismo Criador”; y

2) El laicismo negativo (o la escuela sin Dios), fundado en una tibieza enclenque y miserable, puesto “que -al decir de Ruiz Amado- no enseña a aborrecer a Dios, pero tampoco enseña a amarle; que no predica el odio al sacerdote, pero no le infunde la veneración debida; que no reniega manifiestamente del Cristianismo, pero no se preocupa por formar en el corazón del educando, los sentimientos cristianos” (p. 137).

Leídas y asimiladas estas definiciones, y a ciento trece años de su impresión, uno se estremece al comprobar qué distantes quedan los tiempos del benemérito P. Ruiz Amado de los nuestros: en poco más de un siglo, España ha dado la espalda a este tipo de graves cuestiones, que cree estimar “superadas”. Escuelas públicas, pero también concertadas e incluso privadas de signo religioso, unas en mayor grado que otras, caminan en la misma dirección: el borrado definitivo de Dios Trino del humano horizonte, en un Estado que se dice aconfesional, pero que a efectos prácticos nada tiene que envidiar a los laboratorios laicistas más tenebrosos, de los que la antaño católica Francia es hoy tristísimo ejemplo.

La amenaza laicista, en cualquier caso, presupone una gran amenaza a la libertad del hombre, por cuanto implica las siguientes lacras, en cuyas trampas totalitarias la multitud ciega e inculta está cayendo:

a) La educación laicista rebaja la dignidad del hombre dotado de un alma inmortal que perfeccionar y salvar, a la escala del animal bípedo privado de ésta, aferrado a sus limitaciones corporales, instintivas o meramente bestiales.

b) La educación laicista fija sus fines en la(s) inteligencia(s) del sujeto, al tiempo que omite de su plan el sano cultivo de la voluntad y el corazón humano; ¿acaso podría bien-formarse el corazón del niño con una educación sin Dios?

c) La educación laicista apela a la razón (llenándose la boca “en nombre de la razón”), mas incurriendo en toda clase de atropellos e imposturas contra la mismísima razón, de modo que su presunto racionalismo es poco menos que un impulso irracional salido de su ignorantismo sectario y cristófobo.

d) La educación laicista niega a Dios para así humillar al hombre, depreciándolo cual nulidad accesoria, tabla rasa no creada por Dios y para Dios, sino para los fines depredadores del Estado.

e) La educación laicista destruye lenta pero inexorablemente los principios de solidaridad propios de la Verdad Católica, creando a lo sumo una multitud enajenada de resentidos, ególatras y abandonados a su suerte. La negación de Dios conlleva a su vez la negación del alma humana, la negación de la familia con todos sus vínculos naturales, la negación de la patria como unidad soberana plena de sentido, la negación en suma de la prístina realidad misma.

f) La educación laicista atenta contra el libre albedrío del hombre, perdiendo las almas en las tinieblas del determinismo animal o las conductas predeterminadas impuestas por el sistema manipulador a partir de las éticas ateas de temporada (la voluntad como árbitro de nuestras acciones deliberadas pasa a quedar alienada en las coyunturas laicistas dominantes).

g) La educación laicista no educa para la obediencia sino para la grosera libertad. Al abolir el principio jerárquico del plan educativo, al fomentar el burdo relativismo del “todo sin Dios”, la educación laicista dinamita la Ley Eterna y con ella los cimientos del Derecho Natural, emanados de dicha Ley.

h) La educación laicista, en consecuencia, no educar para la verdadera Libertad, sino para el servilismo, entendiendo dicho servilismo como real servidumbre y sumisión hacia lo contingente e inferior. [...]

El laicismo educativo de nuestros días, harto radicalizado, implica una clara mixtura de laicismo positivo y laicismo negativo: la escuela sin Dios convive con la escuela contra Dios. Por ende, el dualismo laicista analizado por el P. Ruiz Amado ha quedado, de este modo, superado y atravesado por un laicismo radical propicio para la destrucción del pueblo español (en base a su apostasía social, desencadenada tras las previas agresiones laicistas).

Como podemos vislumbrar, el laicismo en la educación no es tanto una garantía como un menoscabo, un triunfo como una trampa, una conquista cuanto un retroceso. Conviene decirlo alto y claro: el laicismo en la educación es una amenaza a la libertad, puesto que como ya dijo nuestro llorado maestro, “la enseñanza irreligiosa es contraria a las relaciones trascendentales del hombre y, por lo tanto, al hombre mismo” (Mella).".

Referencias

  1. "Las trampas del laicismo en la educación, una amenaza a la libertad" ahorainformacion.es (Consultado el 16 de julio de 2018).

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