Mammón

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The Worship of Mammon de Evelyn De Morgan (1909).

Mammón es un término utilizado en el Nuevo Testamento para describir la avaricia material o el enriquecimiento feroz a costa del prójimo.

Etimología

Mammon es una palabra aramea que significa «riqueza», pero tiene una etimología confusa; los eruditos han sugerido conexiones con el verbo «confiar» o un significado de la palabra «confiado», o con la palabra hebrea ‘matmon’, que significa «tesoro». También se utiliza en hebreo con el significado de «dinero» (ממון). La trascripción griega para mammon, es μαμωνάς (mamonás), y puede verse en el Sermón de la montaña (durante el discurso sobre la ostentación) y en la parábola del administrador injusto.[1]

Personificación

Mammon representado por Collin de Plancy en su Dictionnaire Infernal

Usos en la Biblia

«No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen y donde ladrones minan y hurtan, sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón [...] Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a Mammón».
—Mateo 6:19-21.24.

En la Biblia, Mammón se personifica como símbolo de las riquezas en Lucas,[2] y Mateo.[3] En algunas traducciones aparece como Mammón, pero en otras se traduce como «abundancia deshonesta» o equivalentes, dando así a entender que lo que quiso decir Jesús fue que «No podéis servir a Dios y a las riquezas» en el sentido de estar esclavizado al amor al dinero.

Edad Media

Durante la Edad Media, Mammón fue personificado comúnmente como el demonio de la avaricia, de la riqueza y de la injusticia]. Así Pedro Lombardo (II, dist. 6) dice:

Riquezas es llamado por el nombre de un diablo, a saber Mammón, para Mammón es el nombre de un diablo, por quien las riquezas conocidas son llamadas según la lengüeta siria.

En la obra medieval inglesa Piers Plowman (Pedro el Labrador) también se cita a Mammón como deidad. Nicolás de Lira comenta respecto al pasaje en Lucas:

Mammon est nomen daemonis. (Mammón es el nombre de un demonio).

Mammón es similar al dios griego Hades, y el dios romano Plutón (Véase: Plutocracia), en su descripción, y es probable que esté hasta cierto punto basado en ellos, especialmente puesto que Plutón/Hades era el custodio de las abundancias de la tierra. Santo Tomás de Aquino describió metafóricamente el pecado de la avaricia como "Mammón, que era ascendido desde el infierno por un lobo, viniendo inflamar el corazón humano con su avaricia".

Así mismo, se hace alusión a él en el Paraíso perdido de John Milton, en donde se le ve como un ángel que, gozando de los privilegios de estar en el cielo, lo único que contempla de sus bellezas es el oro con el que están manufacturadas las calles de la ciudad divina. En la versión de Milton, se alía con Satanás y Belcebú para luchar contra los ejércitos de Dios. Según el texto, fue el encargado de sembrar en el hombre la codicia de excavar la tierra para extraer de ella sus tesoros.

Modernidad

Hasta el momento no se ha encontrado ningún rastro de cualquier dios de Siria con tal nombre, y la identificación literaria común del nombre como un dios de la avaricia proviene probablemente de la obra de Edmund Spenser (1552-1599) The faerie Queene (La Reina de las Hadas), donde Mammón supervisa una cueva de la abundancia. Textos últimos del ocultismo como el Dictionnaire infernal de Plancy describen a Mammón como embajador del infierno en Inglaterra. Para Thomas Carlyle en su Evangelio del Mammonismo, Mammón se convirtió en simplemente una personificación metafórica del materialismo del siglo XIX. Asimismo, Rubén Darío utiliza la expresión "culto de Mammón" como metáfora del culto al dinero. En su poema A Roosevelt, dice sobre EE.UU.: "Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón", simbolizando con ello que la fuerza militar de EE.UU. iría de la mano con un afán de riquezas o con la entronización del dinero como un valor moral.[4]

Según el papa Benedicto XVI en su homilía de la catedral de Velletri, pronunciada el 23 de septiembre de 2007, «la palabra que usa el evangelio de Lucas 16.13, para decir dinero - Mammona- es de origen fenicio y evoca seguridad económica y éxito en los negocios. En definitiva -dice Jesús— hay que decidirse: "No podéis servir a Dios y al dinero". Por consiguiente es necesario una decisión fundamental para elegir entre Dios y mammon, es preciso elegir entre la lógica del lucro como criterio último de nuestra actividad y la lógica del compartir y de la solidaridad».[5]

Mammonismo

Mammon - Dedicado a sus seguidores (1885), de George Frederick Watts. Decía el pintor: "la prosperidad material se ha convertido en nuestro verdadero dios, pero nos sorprendemos al ver que la adoración de esta deidad visible no nos hace felices". Mammon era el demonio de la codicia en la Europa medieval. El mammonismo es la gran enfermedad del mundo moderno; a través de la élite financiera, domina el horizonte mental de las masas. Sus armas son la banca privada, el dinero-fiat sin respaldo real, la deuda y el interés.

Ochocientos años antes de Cristo el profeta Amos condenaba a los negociantes que prestaban dinero. "Aumentáis los precios, alteráis las balanzas, obligáis a los pobres a venderse por un par de sandalias".

El economista alemán Gottfried Feder dedicó un estudio específico a la servidumbre del interés del dinero:

El mammonismo es la grave enfermedad que todo lo alcanza e invade, de la cual padece nuestro actual mundo civilizado y, más aún, toda la humanidad. Es una epidemia devastadora, como un veneno corrosivo.

Feder explica que el mammonismo ha de entenderse, por una parte, como el poder mundial del dinero, y por la otra, como una concepción de la vida orientada exclusivamente a los valores materiales, con la caída de todas las normas morales

La tesis del préstamo a interés es el invento diabólico del supracapitalismo. Sólo ella posibilita la indolente vida de zángano de una minoría de poderosos del dinero, a costa de los pueblos creadores y de su capacidad de trabajo, es ella quien ha llevado a la sociedad a vivir contrastes abismales.


El quebrantamiento de la servidumbre del interés del dinero significa la restauración de la libre personalidad, la salvación del hombre de la esclavización y también de la fascinación mágica en que su alma fue enredada por el mammonismo.

El capital prestamista es tan infinitamente superior frente a todo gran capital industrial (dedicado a producción), que las grandes potencias del dinero sólo pueden ser enfrentadas eficientemente mediante el quebrantamiento de la servidumbre del interés del capital prestamista.

En 1932, cuando todavía esa desproporción no era tan grande como ahora, el capital prestamista era veinte veces mayor al capital industrial, tan sólo en Alemania. De esta manera el pueblo estaba pagando 12,000 millones de marcos por intereses, anualmente Ahora todos los pueblos viven aplastados -entre otros factores- por el pago de los intereses de su deuda. Si se quita este lastre, explica Feder, es posible abolir numerosos impuestos, propiciar las inversiones, elevar la producción, dar miles y miles de puestos de trabajo y alcanzar un nivel de vida superior.

El consumismo como ritual de culto a Mammón

El consumismo es la promiscuidad de la economía, el modo que tiene la casta dirigente moderna de robarles a los trabajadores el dinero que les sobra, y de multiplicar las rentas del capital prestamista. En un gran centro comercial, lo primero que se ve son docenas de complementos: bolsos, perfumes, joyas, gorros, adornos, zapatos. Estos complementos, ninguno de los cuales es necesario, están hechos a base de quemar recursos (muchos de ellos tóxicos) en diversas zonas del planeta. Muchos de estos recursos se aseguran mediante guerras que devoran seres humanos y más recursos. Los objetos de moda están fabricados en la otra punta del mundo empleando mano de obra prácticamente esclava, a menudo menores de edad que trabajan en condiciones infrahumanas y cuya esperanza de vida no pasa de los 40 años. Para traer el flamante producto a Occidente, es necesaria una buena cantidad de petróleo. Para distribuirlo a los diversos centros comerciales, se necesita más petróleo. (Huelga decir que, para asegurar el petróleo, también se producen guerras). Para venderlo a un precio mucho mayor que lo que costó elaborarlo y transportarlo, es necesaria una industria publicitaria, mediática y especulativa que se traga cantidades inmensas de capital, desviando talentos y energía creativa hacia un sector terciario hipertrofiado y obeso. Y finalmente, cuando el producto pasa de moda (de lo que enseguida se ocupa la publicidad, ya que eso acelera el ritmo del consumo), pasa a formar parte de una enorme cantidad de basura que contamina el medio.

Ninguno de los pasos de este ciclo ha producido riqueza real, tangible y perdurable para el pueblo, sino beneficios abstractos (papel-moneda, dinero fiat, cifras digitales de unos y ceros en los circuitos eléctricos de un banco) para una codiciosa élite capitalista —que usa estos beneficios de forma fraudulenta para adueñarse de la riqueza real (recursos, medios de producción, fuerza de trabajo, formación, instituciones, etc.) producida por otras personas.

Está muy claro que este ciclo vampírico de producción no es sostenible y no es en absoluto necesario para la economía de un país, sino para la economía de una casta parasitaria. A esta casta no le interesa que la ropa sea sencilla y que dure toda la vida sin deteriorarse ni pasar de moda, que el individuo extraiga sus placeres y satisfacciones de actividades 100% gratuitas, o que los hábitos cotidianos de la sociedad sean austeros y sencillos. Para evitar esto, la élite capitalista se asegura de alimentar el consumismo con una feroz e histérica publicidad audiovisual.

Gracias a la publicidad, a la naturaleza misma del sistema económico, a los valores materialistas y a las inseguridades del hombre moderno, se han generado una serie de fenómenos insólitos y grotescos. Vemos cincuentonas desvencijadas, obesas, con transtornos digestivos, retención de líquidos y consumidoras de medicamentos, paradas ante escaparates, contemplando objetos inútiles, poco menos que con la baba colgando. Vemos hombres jóvenes con la vida por delante, que se hipotecan alegremente para comprar un zulo a 8 veces su valor real, o que se endeudan ansiosamente para comprar un BMW que estarán pagando todavía cuando esté en el desguace. Vemos niñas de 13 años gastándose el poco dinero que tienen en alcohol, ropa y maquillaje. ¿Qué tipo de valores produce una sociedad que se comporta así? Estamos confiriendo cualidades pseudo-divinas a los objetos y especialmente al dinero, lo cual es un problema espiritual grave, ya que plasmamos trozos de nuestro propio ser en cosas perecederas, en lugar de en la tierra, las ideas y otras personas. Es un pasaporte para el olvido. Estamos concediendo una importancia desmesurada al envoltorio del paquete (ropa, apariencia vivienda), en lugar de al contenido (cuerpo, mente, espíritu, vida, desarrollo, evolución), que es lo verdaderamente importante. Raro es el individuo que no cuida su coche más que su propia salud, o que no vigile la ropa que lleva puesta antes que las formas de su cuerpo, o que no está mucho más limpio por fuera que por dentro. Buena parte de la población tiene la mente y el cuerpo reventados, pero lo que más le preocupa es su protagonismo en la orgía consumista de esta civilización antinatural e inhumana. Son los esclavos de nuestro tiempo, máquinas de consumir a quienes el Mercado se ha metido en el bolsillo.

Referencias

Artículos relacionados

Enlaces externos