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Respuesta de un aborigen a Toynbee
Redacté esta conferencia con motivo de la visita del historiador inglés y de sus increíbles y nefastas disertaciones. Fue pronunciada por primera vez el 21 de octubre de 1966, en el local de F.O.N.I.V .A. (Bs. As.) con el auspicio del Sindicato Argentino de Trabajadores Intelectuales y ante numeroso y entusiasta auditorio. Posteriormente, a comienzos de noviembre, fue repetida en la ciudad de Córdoba, en el Sindicato de la Madera, y con el auspicio de la revista Hostería Volante. En esa ocasión, un público formado en su mayor parte por trabajadores, apoyó los conceptos sobresalientes de esta respuesta y se sumó por tanto a mi campaña contra Toynbee. Finalmente, el 26 de noviembre, fue pronunciada en la ciudad de La Plata, en el local del Sindicato de Obreros y Empleados del Ministerio de Educación (provincia de Buenos Aires), auspiciada asimismo por la Hostería Volante, y ante un público numeroso y calificado. Hubiera sido mi deseo repetirla en los niveles universitarios y militares, en los que operó sin ambages el ablandamiento intelectual de este nuevo invasor inglés, Mr. Toynbee. Ello no ha sido posible, pese al esfuerzo de muchos argentinos de buena voluntad y pese a mi clara posición patriótica y nacional.
Por eso mismo, creo que ha llegado el momento de publicarla y difundirla en todos los ámbitos del país y del extranjero. Un grupo de jóvenes sin otro norte que el esclarecimiento y el servicio de los más altos intereses argentinos, ha tornado a su cargo esta edición, que se hace con el exclusivo y noble esfuerzo de los nacionales, precisamente de aquellos que piensan primero en el país y luego en los "esquemas" retóricos que vienen devastando las generaciones jóvenes desde 1930.
Deseo agradecer en esta breve nota a todas las organizaciones, sindicatos, gremios y personas que me apoyaron —y me apoyan— en esta labor de esclarecimiento, tan difícil en estos trágicos momentos de la Argentina. Esa labor tiene tantos riesgos como cualquier otra, con la ventaja de que si triunfamos en ella habremos dado un paso importante en la definitiva emancipación del pueblo argentino. Es en vano que el imperialismo inglés nos devuelva las Malvinas (o incluso que se las sustraigamos), si maneja los resortes de nuestra soberanía política o económica. Hasta qué punto ésta sea la verdad (de que el imperialismo domina esos resortes), es lo que demuestran palmariamente el viaje y las conferencias de Toynbee.
CARLOS A. DISANDRO
1
Es preciso primero explicar el extraño título de esta disertación, para que mi auditorio pueda ubicarse en los alcances de esta respuesta de un argentino libre al servidor de incalculables poderes superestatales y antinacionales.
Hace poco más de un mes, Arnold Toynbee, profesor en las universidades inglesas, empleado ilustre del imperio inglés y al parecer no menos ilustre propagandista del nuevo producto sinárquico del gobierno mundial, recorre el país en todas sus direcciones, en todos sus niveles, en todos sus estamentos; clamando contra la existencia de los gobiernos soberanos; exponiendo sus tesis pseudo-históricas sobre la necesidad de una concentración de poder yanqui-soviético para salvar al mundo del desastre; señalando la coyuntura que significa un supuesto respaldo religioso en el ecumenismo abstracto de estos últimos años; en fin, propugnando con verdadera audacia de un invasor, se cambie la mentalidad que defiende a las naciones, y más concretamente a nuestra Nación, por otra que la entregue, la traicione y la liquide en nombre de las profecías del señor Toynbee. Dicho en forma más esquemática y contundente: el señor Toynbee, delegado del poder inglés, colaborador de las instancias sinárquicas superestatales, quiere que en lugar de la sangre de los gauchos (que fundaron la patria) adoptemos sus espúreos principios, destructores de la soberanía argentina y su justicia, y que olvidemos y traicionemos nuestra tierra; quiere que la sangre y el suelo sean sustituidos por la opresión y la esclavitud, convenientemente dosificada por esta política sinárquica de planificaciones abstractas. A ello respondemos: ¡jamás!
Ha golpeado el señor Toynbee con esta propaganda que vende el producto del "gobierno mundial" para los argentinos, en todos los niveles: ha comenzado por los niveles de la juventud, por los institutos formativos de las FF. AA., por los estamentos intelectuales y religiosos; ha recorrido con rapidez y flemática tranquilidad inglesa, los cuatro rumbos de nuestra patria, y ha sido recibido, si no como un héroe de batallas todavía no ganadas, sí al menos como profeta de inminentes decisiones mundiales, que afectarían desde luego, de uno u otro modo, las soberanías nacionales. Y como profeta de nuestra destrucción ha recibido premios y honores, en esta desdichada tierra de los argentinos, igualmente noble en medio de su desdicha, igualmente expectante en su crucifixión inacabable.
No se ha oído —o por lo menos no he oído— ninguna respuesta a este invasor de la inteligencia y de la seguridad espiritual, que requieren la defensa y continuidad de la patria; pero estoy seguro que si alguna hubiera, coincidiría sustancialmente con estas modestas palabras, respuesta de un aborigen a un inglés invasor. Pues la dialéctica del señor Toynbee es verdaderamente férrea: o aceptamos la concentración de un gobierno mundial en manos de Johnson y Kosygin, o perecemos en el desastre bélico que es inevitable. El señor Toynbee es como se ve un ilustre sofista de ultramar: pues una u otra alternativa es nuestra destrucción. En el primer caso se trata de la opresión como destrucción; en el segundo, en cambio, se trata de la destrucción como opresión. La dialéctica del señor Toynbee se reduce pues a destrucción: nosotros no podemos aceptar los términos falaces de este sofista sinárquico. Debemos replantear las cosas en el lenguaje de las raíces mismas de nuestra entidad histórica, con la audacia de los gauchos que enfrentaron poderosas fuerzas imperiales del siglo XIX, y con la misma alegre y dionisíaca entrega a las instancias sublimes de una tierra que pugna por instalarse definitivamente en el reino de la justicia.
Es preciso además aclarar el segundo término del título de esta disertación. He mostrado en rápido trazo, sin rencor y sin afecto, la fisonomía de un historiador inglés que sirve a su gobierno y a su estirpe y que cree servir a la verdad y a la justicia, promoviendo una desmovilización de la inteligencia argentina, propugnando la sustitución de sus ideales de soberanía y justicia, un desarme de sus más hondas instancias espirituales y culturales. El otro término del título es el aborigen, el que, desprovisto de aquel respaldo que dan los ingentes recursos financieros o de poder, advierte sin embargo con claridad fulgurante que en las batallas en proceso, no terminadas ni ganadas todavía, es preciso congregarse en torno de los principios absolutos de nuestros ideales nacionales, consolidar la capacidad crítica de las mentes juveniles, aspirar a la justicia con los humildes y los nobles, a fin de que de una vez para siempre haya en esta tierra incambiable y sagrada un pueblo, definitivamente emancipado, una Nación definitivamente purificada de la innoble adherencia de invasores más o menos sutiles y eficaces, y un Estado, definitivamente soberano, que sirva también definitivamente la continuidad entitativa de la Nación el despliegue fundacional de un pueblo libre y el rostro concreto e inconfundible de una tierra entrañable. Todo lo contrario, pues, de lo que propugna Toynbee. La respuesta comporta, pues, la más extrema contraposición y en el nivel de la inteligencia la más despiadada guerra. Salvo que nosotros no queremos la destrucción, sino la fundación definitiva y soberana del Estado Argentino.
El concepto de aborigen supone el vínculo originario con una tierra insustituible. Aborigen de la tierra cordobesa, comprovinciano del ilustre Lugones, que cayó trágicamente para servir a su doliente patria, debo defender esta tierra que me otorgó el destino y salvar las verdaderas instancias políticas de su soberanía. Debo, además, como con la madre, defender su rostro de las inicuas bofetadas de los salteadores internacionales y cuidar de sus manos sufridas y dolientes, para que al menos la virtud de tanto silencioso engendramiento no caiga en la farsa de hijos descastados e impíos. Este primer aspecto de aborigen es pues el lado maternal y entrañable que me une desde la sierra cordobesa a toda la dimensión conmovedora de nuestra tierra argentina, y que por ello nos congrega y consolida como hijos de un mismo seno maternal.
Pero se equivocaría quien en estas luchas confundiera este lado telúrico con el indigenismo de un pasado abolido; pues se es también aborigen en los ámbitos del espíritu, pan poder enfrentar esta vasta confabulación contra la Nación, que es entitativamente espíritu, o no es nada. En este otro lado del término aborigen, soy y somos nacidos en la lumbre de Grecia, en la línea divisoria de su humanismo político, enfrentado a la barbarie y al poderío asiáticos. Pues Grecia fundó la polis, creó la condición de ciudadano libre de un estado libre, y derrotó aquella barbarie en los campos de Maratón y Platea, y en las azuladas ondas del mar de Salamina. Allí nació la ciudad, la nación, la conformación justa de un hombre libre, la lumbre política que cobija a los nacidos de una misma tierra. En estas instancias pues el inglés imperialista representa la barbarie de las satrapías persas, y el cordobés aborigen de esta tierra y esa lumbre configura a su vez la claridad helénica, la decisión indomable de volver a vencer en otros campos de Maratón o Salamina. Y en esto también el señor Toynbee, aunque munido de un vasto saber histórico, es delegado de Jerjes o sus sátrapas, y el argentino modesto, de una esforzada voluntad de saber, es hijo de aquellos héroes de las Termópilas, protegido de aquellos dioses que fulguraron en las lanzas griega; camarada de aquellos que entonaron inspirados por las musas, las palabras del himno que dice Esquilo al recordar la derrota de los persas: "Cuando el día hubo llenado la tierra con claridad resplandeciente, se oye resonar del lado de los griegos, un sonoro clamor, semejante a un canto y cuyo estridente grito repercutía en las rocas de la isla. El temor se apodera entonces de los bárbaros persas, pues los griegos no cantaban para huir, sino para lanzarse al combate, llenos de coraje y de audacia, en tanto que el clarín inflamaba con su estridor todo el frente griego. Al mismo tiempo, bajando con un ritmo acompasado y en conjunto los remos de las naves, golpean en cadencia las aguas profundas del océano, y de pronto se lanzan contra los persas con asombrosa rapidez. Al mismo tiempo se podía oír un enorme canto: Id, hijos de Grecia, liberad a vuestra patria, liberad a vuestros hijos y mujeres, los santuarios de los diosa de vuestros mayores y las tumbas de vuestros antepasados; ahora la lucha es por el todo."
Este ha de ser ahora nuestro coro, este nuestro cantó, y en las últimas palabras de los griegos se resume la lucha definitiva. Las repito en el lenguaje de los dioses, en el heleno lenguaje: nun hyper pámton agón. Ahora la lucha es el todo por el todo.
En síntesis, pues, el señor Toynbee sería un inglés de las satrapías sinárquicas que quieren abatir a la Nación; y el aborigen que le contesta sería un cordobés de la Hélade, que quiere la continuidad entitativa de la Nación, la instauración de su justicia y su humanismo, la memoria imborrable de la sangre que la fundó.
2
He de pasar ahora a exponer sumariamente el sistema histórico de Toynbee, para que puedan advertirse mejor las consecuencias falsas que el inglés saca de su historia esquemática y ajedrecística, y para que se entienda también el sentido de mi respuesta. Advierto que no puedo referirme —ni he de referirme— a problemas de conocimiento histórico positivo, pues ello no interesa a la cuestión sustancial. Por lo demás, Toynbee maneja una impresionante masa de datos, una babélica hechología a la que pretende poner orden según un sentido universal derivado de ciertas constantes de los fenómenos históricos. Y a fin de no explayarme innecesariamente en este asunto, divido la cuestión en cuatro momentos: 1) lo que podríamos llamar su filosofía de la historia; 2) luego el método de su retorno al pasado, que denominaremos "fenomenología estructural"; 3) la valoración ética de personajes, acontecimientos o culturas; 4) y finalmente, el carácter del conocimiento histórico, capaz de condicionar una previsión o profecía del futuro. Son estos dos últimos aspectos los que nos interesan en particular, en vista de las conferencias pronunciadas en nuestro país por el señor Toynbee, y sobre todo en vista de las conclusiones que extrae respecto de la soberanía nacional o la comunidad internacional, o el carácter del poder, etcétera.
1) En cuanto a su filosofía de la historia, elaborada sus¬tancialmente en el lapso que media entre las dos guerras mundiales —y tal vez como contraparte del sistema histórico de Spengler— se edifica sobre dos principios determinantes: el primero puede ser denominado la dialéctica del "desafío" y la "respuesta" cuya coherencia y unidad dinámica condicionan al hombre y a la historia entera. El segundo principio se refiere a la posibilidad de clasificar las civilizaciones y culturas con la misma precisión con que se clasifican plantas o animales. La historia es una historia natural de las civilizaciones donde el método comparatista puede permitirnos trazar la trama de la historia universal. Para Toynbee no hay en la historia otra cosa que estímulos evolutivos o involutivos, y respues¬tas promotoras, con mayor o menor fuerza de concentración, o declinantes con mayor o menor celeridad. No debe pues pensarse en "ideales" en normas absolutas en una justicia trascendente. etc. En esto Toynbee es hijo indudable y exacto del empirismo inglés que así como construyó el imperio sobre una vasta proyección de fuerzas contrastantes —lo que en lenguaje más vulgar podría llamarse una vasta piratería—construyó los fundamentos del conocimiento sobre la base del dominio: dominio del hombre sobre las cosas, pero sobre todo dominio del hombre sobre el hombre; es hijo además del positivismo del siglo XIX (responsable de estos desastres del siglo XX), y como consecuencia propugnador de una cierta forma de evolucionismo historicista y fáctico, que se desentiende en absoluto de la herencia más profunda del pasado greco-cristiano.
En fin, en cuanto a la historia universal, no debe pensarse ni en una Providencia, ni en una paternidad divina, ni en una justicia, que siendo trascendente y siendo puntualmente justa es vencida por la misericordia, preparando una manifestación del espíritu desconocida para los hombres. No hay pues historia universal en el sentido greco-romano-cristiano. El universalismo de Toynbee es puramente fenomenológico, una fenomenología crudamente positivista, que el inglés enfrenta quizá a la fenomenología idealista de un Hegel y otros. Es por ello que puede en cierto modo coincidir con el ala izquierda de la fenomenología hegeliana, en cuanto a la liquidación de la tradición europea, en la búsqueda de un nuevo punto de partida, que sea como una nueva etapa de la historia universal. Si para esto es necesario liquidar las naciones, sus instancias soberanas, sus estamentos espirituales, habrá que hacerlo con la misma tenacidad con que ha sido liquidado el imperio ruso, la Europa central, etc., etc. A riesgo de salirme del plan expositivo y a riesgo de alargar la cuestión, eso explica la propaganda que hace Toynbee del gobierno universal o mundial, en momentos en que Inglaterra parece empeñada en disolver su antaño poderoso imperio colonial ultramarino. Pero no hay contradicción: una y otra cosa son como partes de un párrafo que debe ser escrito con sus distintas pausas, signos y letras, a fin de conseguir el objetivo último y definitivo: el verdadero imperio sinárquico, donde Inglaterra tenga, por supuesto, su margen de intervención promotora.
2) En segundo lugar, hemos hablado de una fenomenología estructural, que Toynbee practica como quien entreteje un tapiz, o como quien traza un organograma: lejana derivación de las nociones hegelianas de la historia, esta concepción de Toynbee conduce forzosamente a limitar los trasfondos creadores del espíritu, y a interpretar en forma restringida las figuras verdaderamente condicionantes de la historia. La historia fenomenológica de Toynbee se opone sustancialmente a la historia filosófica de un Tucídides o un Tácito, o a la historia sapiencial de un San Agustín.
En esta fenomenología estructural no hay entidades de valoraciones más o menos seguras, sino funciones históricas de aquel esquema "desafío-respuesta". La historia es una cierta animalidad superior, regida por un principio de absoluta racionalidad, que puede o no puede ser aceptada por el hombre. Pero esa racionalidad, tecnificada y dosificada, pasa a constituir el objetivo a ser impuesto a todos los hombres: no hay más instancia superior al hombre que el hombre mismo, y por tanto se debe contraponer a la antigua fórmula homo homini lupus (el hombre lobo del hombre), esta otra fórmula que subyace en las elucubraciones de Toynbee: homo homini dominus (el hombre dueño del hombre). Hemos llegado, pues, a un punto en que el decurso de la historia de la civilización occidental y su impacto en las restantes contexturas del mundo moderno, impone establecer una fenomenología política, cuya racionalidad nos salve de los peligros destructivos, y nos haga pasar a una nueva etapa. Toynbee agita pues el infierno de la guerra atómica, extrema forma del homo homini lupus, para hacernos aceptar la solución sinárquica del gobierno mundial, entona forma del homo homini dominus. Sería insensato desconocer que el pensamiento de Toynbee converge con vastas transformaciones sociales, económicas y religiosas: así, por ejemplo, su ecumenismo histórico es una forma temporal y política del ecumenismo religioso, pseudo universalista, contrario a las tradiciones más hondas de las estirpes; sus tendencias planificadoras coinciden con los esquemas políticos y económicos de los señores del mundo, y su vaga referencia a poderes extrahumanos resulta la mejor expresión para este deísmo cruel, que ha liquidado a los dioses concretos. Toynbee afirma esto con una audacia, y estaría por decir con una desfachatez increíble, como si fuera profeta de un nuevo y definitivo Evangelio, al cual además debemos plegarnos con gusto o por la fuerza. Así dice, por ejemplo (en la conferencia pronunciada en la Universidad de La Plata): "las diversas naciones, civilizaciones y religiones tienden hoy en día a fusionarse en una sola comunidad y al hacerlo contribuyen cada una de ellas con sus experiencias y sus hazañas a acrecentar el acervo común de la humanidad". Y en otro párrafo: "Es necesario que los hombres comprendan que deben agruparse en una sola familia para poder evitar el suicidio en masa de la era atómica".
3) En tercer lugar hemos señalado que en ese método comparatista, en esas estructuras o funciones históricas, Toynbee propone frecuentemente valoraciones éticas, que son por lo general antitradicionales, en ese empeño por demoler lo que reste de un obstáculo a los planes de unificación mundial, y en nombre de una pretendida exactitud que controla la significación última de los hechos. Esto explica en sustancia el contenido fundamental de las conferencias actuales de Toynbee, en lo que atañe a la perduración de las naciones, o de sus gobiernos, o de sus soberanías o de sus idiosincrasias políticas, etcétera.
Como ejemplo claro de estas conclusiones éticas del señor Toynbee puede tomarse el ejemplo de Jesús y su obra redentora. En el volumen VI de Estudio de la Historia (consagrado a lo que Toynbee llama la Desintegración de las Civilizaciones), examina el problema de los "salvadores" y distingue cuatro formas "picas, en la última de las cuales ubica a Jesús. Luego, en un laborioso apéndice titulado Christus patiens, pretende destruir definitivamente el contexto de la fe de los Evangelios, y más concretamente de la Fe heleno-cristiano¬católica. Y, sin embargo, hemos visto que Toynbee maestro de la antifé, es llamado a las universidades católicas, en donde presuntamente se custodia la fe al servicio de la nación y de la estirpe (o simplemente al servicio del hombre y las tradiciones argentinas), del mismo modo que Toynbee, enemigo de la soberanía nacional es llamado a adoctrinar a nuestros jefes militares, custodios de nuestra soberanía. Los ejemplos podrían multiplicarse: sólo comprobaríamos una vasta conspiración de la que Toynbee es instrumento ejecutor a niveles decisivos de la inteligencia y la cultura.
4) Finalmente el carácter del conocimiento histórico, capaz de condicionar una previsión o profecía del futuro, y en este caso del futuro general de la humanidad, y más particularmente de su comunidad política, cultural y científica. Y ésta es una consecuencia lógica del empirismo pragmático de Toynbee: así como el conocimiento empírico de la naturaleza ha generado la tecnología moderna, así el conocimiento empírico de le historia (o del hombre en la histeria) genera una cierta tecnología de la conducción. Esta expresión "tecnología de la conducción" debe ser traducida a la jerga de los sinarquistas: cambio de mentalidad, proceso de cambio, integración y desarrollo, ecumenismo pacifista mundial, gobierno mundial, política expansionista, técnica de las decisiones de gobierno, etc. La unión de la tecnología científica (que ha dado por ejemplo la fisión nuclear, o el desarrollo de los vuelos espaciales) y de la tecnología humana (como ciencia de la conducción) darían según Toynbee el paraíso sobre la tierra: pero para ello debemos renunciar a la alegre pertenencia a nuestra tierra y a nuestra memoria histórica, para confiar en brazos de estos señores del mundo, que de este modo nos perdonarán la vida, a fin de que gocemos de ese futuro de hormiguero, planificado, plastificado y plenificado con la precisión de máquinas computadoras.
El señor Toynbee no cree en la providencia de Dios ni en la pertenencia del hombre a instancias espirituales superiores y decisivas; cree en cambio, en la providencia de los señores del mundo (hombres al fin y al cabo), en la beatitud que ellos, como por una voluntad divina, crearán para todos los hombres. El señor Toynbee no cree en la libre comunidad internacional, fundada en la soberanía equilibrada y consciente; cree en cambio en la soberanía superestatal, dirigida por hombres, cuya única ley sería la tecnología de conducción. Y como dice el antiguo adagio latino in cauda venenum, aquí se ve, en estas instancias prácticas, terriblemente prácticas del inglés Toynbee, cuál es el objeto de todas sus disquisiciones y de su supuesta ciencia de la profecía histórica. Se trata en una palabra de ablandar y desmovilizar las resistencias respecto de tales señores del mundo, si es que existen o han de existir: para ello, como si fuéramos niños, nos amenaza con el castigo de la bomba atómica (si no aceptamos), o con los caramelos de la beatitud de los señores del mundo (si aceptamos). El esquema no puede ser más simple, y demuestra además el grado de estupidez de que nos cree dotados, a nosotros y a otros ciudadanos de esta vasta y sufrida tierra.
El señor Toynbee que ha clasificado al animal humano en los vastos hormigueros que según él se han venido sucediendo sobre la tierra, sólo confía en las conclusiones de sus organigramas, funciones y tipos culturales, que en definitiva son manifestaciones del hombre mismo; para eso destruye toda idea superior y promotora: la idea de un Dios personal, de un estado político como término de una conciencia creadora; de una cultura espiritual, esfuerzo de los más hondos trasfondos del hombre mismo. Prefiere la idea de un hombre mecánico y tecnológico, desprovisto de todo idealismo, que no sea el de los señores del mundo; carente de toda fe, que no sea la de las bondades proféticas de Toynbee; quebrado en su voluntad soberana y entregado a la conducción de una sociedad esclavista, con pretensiones de ser una sociedad salvífica. Pues Toynbee se considera un "salvador", dentro de esos salvadores que examina en el volumen VI de su obra. Se considera empero más inteligente, pues combina todas las expresiones redentoras con la suprema ciencia de la tecnología política y el supremo instrumento del miedo y la pavura, frente a la bomba atómica: a ésta la manejan precisamente los señores del mundo, en manos de quienes nos quiere entregar el inglés invasor que nos visita en son de conquista histórico-cultural. No puede darse una colección de despropósitos mayores ni una befa más sangrienta a nuestra condición de hombres libres, responsables de nuestro destino, aunque tomara un rumbo equivocado; no puede darse mayor confusión de los valores eternos e intemporales con los valores espúreos y limita¬dísimos de un inglés, sofista de ultramar, que nos hace caminar por la planchada hacia el abismo de los tiburones, y que nos promete liberarnos, si nos entregamos al abismo de las hienas. Una sola respuesta cabe a este desafío: JAMÁS.
3
He mostrado sumariamente algunos aspectos fundamentales del pensamiento histórico de Toynbee, sobre todo aquellos que no están explícitos en su utilería conceptual y en su confesado y nefasto agnosticismo. Quiero referirme por último a algunos temas más determinados de sus múltiples conferencias a los aborígenes de estas tierras y a su trabajo en pro de la sinarquía mundial.
La gran prensa ha informado ampliamente de esta copiosa actividad de conferenciante, sin que se haya podido leer en ningún órgano periodístico la más leve crítica al inglés ablandador. Por el contrario, la imagen del conferenciante, el texto o el resumen de sus profecías amenazadoras, o de sus disquisiciones sorprendentes se nos imponen con nitidez en los más variados gestos, afirmaciones o reportajes. Al ruido creciente de las conferencias y coloquios se suma el ruido de la propaganda, encargada de subrayar las bondades del producto importado por el señor Toynbee. La cantidad e intensidad del ruido no tiene parangón en los últimos tiempos. Debemos consolarnos sin embargo: según la demonología antigua, cuanto más ruido hace un diablo, tanto menos eficaz puede resultar su presencia, por lo que siempre resultan más operativos los diablos silenciosos. Si hemos de juzgar pues, por el ruido coaligado de conferencias, coloquios y reportajes, pertenece éste a la cohorte de diablejos menores y fácilmente identificables.
Desde la llegada del historiador a nuestros puertos, un profuso programa de conferencias, mesas redondas, agasajos y visitas se ha sucedido sin interrupción. Y ello no tiene nada de extraño, dada la tradicional hidalguía de los argentinos. Pero ya en ese programa, digno de una ilustre autoridad, en el capítulo universidades nacionales se repite incansablemente el mismo tema: ¿para qué estudiar historia? El señor Toynbee se ha propuesto convencer a los aborígenes de que en "ese" estudio de la historia reside la panacea política de segura salvación, la nueva religiosidad de la inteligencia fenicia, el nuevo estatuto del hombre liberado de los "prejuicios" nacionales y religiosos. Esa conferencia-tipo (que fue además distribuida en algunos casos en ejemplares mimeografiados) fue repetida unas ocho o diez veces, palabra más, palabra menos. Con ello se transparenta la intención de golpear el frente juvenil e intelectual, mediante una acción vastamente concertada. Por eso mismo como parte de un programa de Defensa Nacional, pido al Presidente de la República me permita dar esta conferencia en todas las universidades nacionales para responder al historiador Toynbee, a quien considero verdadero invasor de la inteligencia argentina. Sería una contraposición justa, y además una prueba del esquema dialéctico del mismo Toynbee: DESAFÍO/RESPUESTA.
Por otra parte los temas allí considerados han sido abundantemente tratados por Toynbee en los últimos volúmenes de sus obras, y luego retomados en varias ocasiones; en primer lugar, en 1952, en audiciones de la B.B.C. de Londres, lecturas reunidas en un tomo con el título El mundo y el Occidente (Madrid, Aguilar, 1955). Luego en tres conferencias pronunciadas en la Universidad de Mc Gill (Montreal, Canadá), y cuya traducción se publicó en Buenos Aires el año pasado (El experimento contemporáneo con la civilización occidental, Emecé, 1965). Finalmente en recientes conferencias pronunciadas en Brasil y Uruguay, cuyo detalle omito, y donde seguramente ha repetido los mismos argumentos. Desde el fin de la segunda guerra mundial, Toynbee ha pasado a dirigir, con verdadero fervor religioso, la propaganda por un gobierno mundial, por el control de la natalidad, por la distribución mundial de alimentos, o a esclarecer los tópicos que se refieren a los acuerdos entre Oriente y Occidente. Por eso su programa político —suficientemente conocido— puede considerarse un programa concentracionista, sobre la base de lo que él reconoce como imperios actuales, a semejanza del imperio romano, por ejemplo, es decir, EE. UU. y Rusia Soviética (ellos desde luego son para nosotros, o por lo menos para quien habla, pseudos imperios, vastas concentraciones de poder esclavista, ejercicio de una filosofía política que significa lisa y llanamente la destrucción del hombre).
Toynbee, en cambio, que no cree en ninguna instancia suprema, como buen agnóstico, cree en el poder de los Estados Unidos y de la Rusia Soviética; los hace poderes "salvíficos", prontos a consagrarse a la causa de la humanidad y a concretar de modo brillante las extraordinarias profecías del inglés Toynbee. Y así dice con gran claridad en aquellas conferencias de Canadá: para esta concentración absoluta de poder mundial debemos contar con los dos puestos a sus ocupantes la máxima concentración del poder personal, o sea, la presidencia de EE. UU. y la presidencia del presidium de la Unión Soviética (la cita es textual).
El segundo frente que ha golpeado Toynbee, con ciertas variaciones temáticas ha sido el de las universidades privadas particularmente, claro está, las universidades católicas. Y aquí con hábil gesto conciliatorio, apoyándose para esto en las gestiones de Paulo VI por la paz en Vietnam ha insistido en la necesidad de un reparto equitativo del poder, en algo así como una previa chinoización o indianización del Asia, como una etapa de modulación hacia formas universales de control, en que todos los grandes estén presentes. Este punto ya había sido considerado por Toynbee en varios artículos y manifestaciones, singularmente en un trabajo titulado "La doctrina Johnson" y publicado por el diario La Nación, el 13 de junio de 1966. En este segundo frente embarcado como sabemos en un ecumenismo de dimensiones planetarias. Que hace de trasfondo para la vasta concertación mundial que quiere Toynbee, éste se propuso hacer de pedagogo, en su sibilino tema "Cómo prepararnos para ser ciudadanos del mundo", desarrollado en la Universidad del Salvador. Allí las instancias jesuíticas, que vibran de simpatía ante los planteos sinárquicos, mundialistas y superestatales, encontraron el maestro, capaz de ofrecer una supuesta doctrina histórica y un supuesto poder de previsión, apto para entusiasmar a los mediocres, pero deleznable y espúreo para formar a los héroes.
Finalmente, el tercer frente fue el de los institutos militares, en donde el inglés hizo desde luego preferentemente el planteó tecnológico, deslizando sin embargo su virus antinacional: la tecnología unifica la tierra entera, produce un impacto de la civilización occidental en todo el planeta y obliga a adoptar nuevas formas institucionales. Esas nuevas formas atañen al futuro inmediato de la humanidad, abocada según Toynbee al suicidio universal o a un acuerdo efectivo que establezca una autoridad eficiente sobre el mundo, y a cuyas órdenes obedezcan de grado o por la fuerza las naciones del orbe. Vuelve entonces el profeta a sus ya conocidos tópicos: u opresión de la destrucción u opresión de los señores del mundo. Pero siempre de opresión se trata.
No tendría esto excesiva importancia, o en todo caso se restringiría notablemente a una cuestión académica, si el mundo y el país no estuvieran en instantes excepcionales. Las teorías históricas y las profecías del señor Toynbee nos tendrían sin cuidado, o a lo más señalaríamos nuestras discrepancias académicas con el profesor inglés. Pero desdichadamente es otro el problema, más grave más espeso y más decisivo. Por eso parece oportuno alertar a los argentinos, consolidar sus ideales seculares, proponer instancias fundacionales, que enfrenten la confabulación, el miedo y la barbarie; en fin, recurrir a los más hondos recursos de la estirpe el suelo, la tradición y el coraje, para llevar adelante la empresa del espíritu nacional, la fundación de un estado nuevo, que salve a la nación y la integre definitivamente con un noble pueblo emancipado y soberano.
En los tres frentes enumerados se mezcla una violenta acción de guerra psicológica, especialmente perceptible en el nivel universitario. La universidad argentina destruida y dividida desde 1955, sigue representando el objetivo de primera prioridad para las fuerzas antinacionales y superestatales. En las universidades nacionales. entregadas en 1955 a las fuerzas bolcheviques, y en 1958 a una espúrea coalición, imaginada por el señor Frondizi, la prédica del señor Toynbee tiende a consolidar un saber tecnológico-político, una tecnocracia mundialista, sin atingencia con la tierra, la tradición o la historia: en las universidades libres, nacidas al calor del entreguismo de los años 1955 y 1958, la prédica del señor Toynbee tiende a coincidir con aquellos aspectos de transformación y cambio, visibles en muchos estamentos religiosos. Sus doctrinas antitradicionales, que se difunden en momentos de verdadera conmoción espiritual resultan un eficaz veneno para la pureza de la fe católica, y por ello un verdadero diluyente de la trama íntima del ser argentino. Lo señalo enfáticamente, porque cuando se trata de salvar la tierra y la nación nada debe ser óbice para su defensa. Quienes le abren las puertas a este invasor de la inteligencia siguen la línea táctica que comenzó en 1955: la táctica de Corea, es decir, la profunda escisión de la unidad espiritual y nacional de los argentinos.
En fin, en la formación de los oficiales de nuestro ejército, su prédica vastamente fundada en interminables disquisiciones empíricas, tiende a subrayar el predominio del contexto bélico-tecnológico, en detrimento del soldado humanista socavando de este modo uno de los fundamentos de la vocación militar.
El señor Toynbee sin embargo, es un gigante con pies de barro, poderoso en su contextura internacional, pero débil en sus fundamentos espirituales y humanísticos. Es además signo del imperio inglés decadente que quiere integrarse, claro está en el imperio mundial sinárquico, que con tanta pasión defiende Toynbee.
Esos pies de barro pueden advertirse en tres cuestiones decisivas con cuyo breve examen termino esta disertación: Ellas son: 1) la noción de hombre; 2) la concepción empirista de la historia; 3) la noción de poder. He de referirme sucintamente a cada una de ellas.
Toynbee maneja una empobrecida noción del hombre, y siendo tan empirista destruye el contexto de un hombre riquísimo en instancias y en posibilidades institucionales. No es esa noción la heleno-cristiana, que se caracteriza por dos notas fundamentales: inspiración y transfiguración. En la inspiración, según los griegos, se transparenta el nivel celeste de las musas que procuran que los hombres sean algo más que vientres; por eso ellas sostienen simultáneamente al verdadero poeta y al verdadero gobernante. Por eso la obra del gobernante, es decir, la obra política es del reino de la inspiración, es absoluta y diáfanamente fundacional en la medida en que instaura la justicia o promueve las más hondas creaciones espirituales. Por eso la polis griega significa el modelo absoluto de toda sociedad, que busque una armoniosa construcción en que el hombre no sea el lobo del hombre ni el hombre dueño del hombre, sino el hombre partícipe de la justicia alentado en sus fuerzas creadoras pronto a distinguir la diferencia entre el heroísmo y la cobardía la belleza y la fealdad la verdad y las apariencias. Por eso, el hombre que propugna Toynbee es antihelénico: es fenicio, en el más crudo significado del término.
En la transfiguración a su vez el hombre cristiano busca la perduración entitativa y su coronación celeste y transtemporal. Allí encontramos una lumbre que nos reconforta y consuela, para aceptar el destino y cumplirlo con entereza.
Tampoco es la noción de hombre que maneja Toynbee la romano-medieval, o la romano-germánica que se constituye por una poderosa alianza entre la máxima objetividad y la máxima subjetividad. No hay hombre más audaz que éste, pero tampoco más contenido y humilde, más confiado, fervoroso y decidido. En esa doble instancia heleno-cristiana y romano-gótica descansa Europa, América y el mundo; en esa doble raíz se apoya lo más entrañable de nuestra Nación. La destrucción de esas raíces significa la sustitución de la Nación por otras instancias y. otros fundamentos. La destrucción de esas raíces significa, lisa y llanamente, el perecimiento de la Nación.
Toynbee en cambio nos propone un hombre mecánico que salga de las manos de los sociólogos historiadores y planificadores, como un plástico, apto para sufrir los estímulos de los señores del mundo y dóciles a sus proyectos de escala planetaria. Quiere un hombre determinado por técnicas biológicas, por esquemas de integración y desarrollo, con que hoy todo se resolvería: integración en un estado mundial y desarrollo según un humanismo ecumenista racionalista y ateo que ha olvidado las instancias más profundas y más entrañables del corazón humano. Integración y desarrollo mundialistas, que so pretexto de justicia, destruye la armonía de la justicia; so pretexto de previsión y futurismo esclaviza el mundo interior de los hombres, y so pretexto de caridad los empuja a una vasta masa amorfa gobernada por los privilegiados que planifican. Si para todo ello, el estímulo más fructífero ha de ser la propaganda por la paz entonces oiremos que hasta las piedras, convenientemente preparadas, gritarán -paz paz"; si el estímulo, en cambio, ha de ser la guerra, no trepidarán en desatarla, y entonces servirán a las mil maravillas las profecías del señor Toynbee. Pues paz y guerra son en estas circunstancias, meros instrumentos de gobierno según escalas planetarias, ya en vigencia en el mundo según recursos operativos de increíbles efectos institucionales y culturales. La guerra con que nos amenaza Toynbee es un motivo tan innoble como la paz que pueden dictar sin cambiar de estrategia los señores de la guerra. Por eso mismo la absurda fe que predica Toynbee —que es en realidad una anti-Fe— puede ser la fe de los ilotas o de los ilusos, pero nunca coincidirá con el reclamo más hondo de la inteligencia y del corazón; su paz y su guerra nos tienen sin cuidado, porque no son ni la paz ni las guerras verdaderas.
En una palabra pues la noción de hombre propuesta por el inglés hace descansar todo en el privilegio de pertenecer a una secta de conductores, munidos de tan absoluto poder por razones misteriosas que el racionalismo de Toynbee no puede explicar. En lugar de la santidad y el heroísmo, en lugar del genio político o artístico, preséntanse ahora unos hombres que asumen el papel de "señores del mundo", ante cuyas instancias deben caducar las naciones. En lugar de los antiguos dioses, colmados de lumbre y benéfica amistad, debemos aceptar ahora estos nuevos olímpicos: los tecnócratas de la paz o de la guerra; en lugar de la antigua beatitud celeste, es preciso colaborar para la beatitud de las máquinas electrónicas; en lugar de la libre unión de las naciones es preciso ponerse a construir este nuevo hombre, dirigido por Toynbee y los maestros de Toynbee. No puede darse mayor despropósito que semejantes fundamentos, y no puede ser más nítida la vasta esclavitud que se proyecta.
De aquí nace al mismo tiempo la concepción empirista de la historia, cuyos acontecimientos definen por un puro azar el rumbo para la voluntad de los hombres. Como la historia, según Toynbee nos ha llevado a la encrucijada de la guerra atómica, debemos aceptar el señorío de quienes la propugnan, sumándonos a la paz que, con la amenaza de esa guerra, dictan, dirigen y explotan. La sabiduría pues consiste para Toynbee en someterse a ese carácter empírico fáctico superior a nuestro arbitrio, y en establecer por un nuevo acto empírico el rumbo a seguir. Si para ello es preciso entregar a lo que entendemos por patria, nación o estirpe; cambiar tradiciones y metas, tolerar dominios o invasiones, la historia lo señalará con su proceso empírico, tal como en las circunstancias del presente. Por eso Toynbee predica la religión de la no violencia, precisamente para convencernos de que siempre será mejor la paz de los señores de la guerra, la paz de los pólipos socialoides o bolchevizados, la paz que dicta el terror, suscitado por los amos del mundo.
A la estrechísima y empobrecida concepción del hombre corresponde está restringida concepción de la historia: ella no salva ni condena simplemente es un decurso ciego al que debemos acomodarnos.
Finalmente, la noción de poder. Quizá sea éste el punto más venenoso en la prédica disolvente de Toynbee y en su profetismo para uso de los sinarcas mundiales. Pues el poder ha tenido tres caracteres o tres formas desde la antigüedad hasta el siglo XIX: el pontifical o religioso el poder militar o decisionista el poder institucional o fundacional, o, como diríamos en términos modernos, el poder civil. Pero ninguna de esas formas fue efecto de logias esotéricas sino armoniosa coincidencia de una tradición y un espíritu creador. Por eso cuando Toynbee compara la situación contemporánea 'de Occidente con la constitución y consolidación del imperio romano, comete imperdonable error o difunde siniestra confusiones, que sólo pueden significar presión de una propaganda inhumana y calculadora.
En efecto, hoy el poder tiene dos notas que Toynbee oculta con destreza: es esotérico y es tecnocrático. En sus formas ocultas, esconde las verdaderas tendencias de una dominación cruel y sin límite; en sus formas tecnocráticas, destruye las instancias humanas (por ejemplo la patria y la nación), preparando vastos recursos de consolidación y explotación. Por ello el poder de EE. UU. y el de la Unión Soviética —tan elogiados por Toynbee— tienen caracteres absolutamente destructivos, inaceptables para las estirpes libres, para la sangre generosa y para una conciencia que no se edifique sobre la mentira y la traición. El poder de EE.UU. constituye un pseudo imperio, cuya trama capitalista pretende una conducción tecnocrática sobre las viejas y derruidas manifestaciones del liberalismo. El poder soviético, a su vez es otro pseudo imperio, cuya trama socialista-comunista se ha erigido sobre los nefastos resultados de guerras inicuas y de planes siniestros. En ninguno de esos poderes puede confiar en ningún sentido nuestra sufrida tierra; nuestro deber, en cambio, es preservarla, protegerla y transmitirla incólume, como un bien sagrado e intocable.
Ahora bien, Toynbee pretende unir estos dos falsos imperios modernos, como en una síntesis dialéctica, para otorgarnos así un supuesto poder imperial que promueva nuevos rumbos a la historia contemporánea, tal como ocurrió en la antigüedad con el imperio de Augusto; Toynbee pretende pues servir a los caracteres esotéricos y tecnocráticos de ese poder en construcción que se llama sinarquía, para lo cual es preciso ablandar todas las instancias nacionales.
En la noción de hombre, en la noción de una historia empírica y en la concepción del poder advertimos los verdaderos trasfondos del historiador inglés: es un esclavista tecnocrático que sondea y juzga sobre las resistencias espirituales, sobre la capacidad crítica y sobre el carácter o la voluntad nacional de los argentinos. Si fuéramos a juzgar por las instancias oficiales, por las repeticiones indecorosas y por los agasajos que se le tributan a quien mide la profundidad y vigor de nuestras resistencias morales, parecería todo perdido. Pero no es así, y es ésta la gran confusión de los tecnócratas, la gran fisura de sus falsos poderes imperiales.
4
El destino nos ha puesto en una tierra concreta, en un momento inconfundible: las dificultades que enfrentamos son a veces ingentes y se acrecientan por momentos. En torno nuestro, vastas concertaciones mundiales despliegan sus falanges, sus técnicas, sus hombres, sus recursos. Sepamos en esta guerra sin pausa conservar nuestra claridad crítica, para derrotar a estos profetas, cuyos esquemas no alcanzan a medir nunca la profundidad creadora de los hombres y cuyos juicios son muy débiles para sondear las ignotas predilecciones de la Providencia, sus designios incomprensibles, pero de todos modos suscitantes y dispensadores. En todo caso es preferible este acto de confianza existencial —en lo que somos y tenemos— antes que ser devorados por los ídolos vacíos de este historicismo sospechoso y espúreo. Recordemos que un individuo concreto o muchos individuos podrán alcanzar una felicidad personal en el sistema sinarquista de hormiguero; pero no por eso la ruina entera de la patria dejará de afectarlos de alguna manera o dejará de ser una traición nefasta y un dolor entrañable; mientras que a la inversa en una patria dichosa y soberana, que sabe armonizar su historia y la del mundo; que da lo que debe, pero es celosa también de lo que debe cuidar, cualquier clase de infortunio es más tolerable y más fructífero, cualquier sacrificio es una honda instancia renovadora para los que nos sucedan en el decurso de los siglos. La historia nos impone, en este sentido. contra lo que afirma Toynbee un mandato muy claro: no sólo conservar lo que nuestros mayores procuraron, sino acrecentarlo en un nuevo empuje fundacional, que sea testimonio de otras raíces humanas no contaminadas por el fariseísmo y el filisteísmo, por el corrosivo y deleznable saber de los Toynbee y Compañía, por la orgullosa desmesura de los tecnócratas.
Por eso mismo, mi respuesta comporta no sólo una discrepancia teórica o académica, fundada en sólidas razones filosóficas, religiosas y patrióticas. Significa también un sucinto programa nacional, vigente en cuatro términos decisivos: tierra, pueblo, nación y estado. La tierra es intransferible, incambiable; es la sede sagrada y luminosa que nos sostiene con indecible ternura, con vigorosa gravedad, que nos empuja con ancestrales mandatos a ser fieles hasta el fin. El pueblo es una alertada conciencia creadora, que busca manifestarse y vigorizarse en una armoniosa estructura política. La Nación es la empresa espiritual histórica, de la que depende la continuidad política en un mundo difícil y contradictorio, un mundo en que los sinarcas como Toynbee pretenden conducirnos a la plasticidad de esclavos dóciles y productivos. En fin, el estado es el recurso consciente de la soberanía y la justicia, su extrema claridad fundacional, su hondo sentido de servicio y de humanismo político.
Por ello frente al programa sinárquico de Toynbee que es en síntesis la disolución del Estado Nacional. Propugnamos el advenimiento de un nuevo estado, de caracteres fundacionales que salve la tierra y la Nación, las libere de los invasores y los inicuos personeros de poderes superestatales; que configure al pueblo como indestructible unidad histórica, y que consagre la Nación como la intocable medida de un destino fervoroso, hondamente creador y suscitante, consolidada según instancias de una justicia verdadera e inviolable, en fin, una Nación que no devore a sus hijos, sino que los eleve a la más alta posesión de los bienes humanos y su conciencia política.
Propugnamos pues contra Toynbee, sus personeros o sus mandantes, sus poderes o sus recursos, un estado fundacional, que reconquiste la tierra de los argentinos para los argentinos; que despierte los trasfondos dormidos de la conciencia política, restaure sus instancias erosionadas, consolide las fuerzas creadoras de un pueblo libre. En fin un estado fundacional y soberano que emprenda al nivel de la Nación Argentina, que debe ser para nosotros indestructible y sagrada, una obra absolutamente nueva en cuanto al vigor de sus trazos y al designio de sus ejecutores, a fin de expulsar sin tardanza a los que corrompen el alma nacional, la hacen sierva de intereses deleznables o quieren convertirla en herramienta de una vasta conspiración esclavizadora. Nuestra respuesta a Toynbee es pues: guerra total al invasor, consolidación de la justicia entitativa de la Nación, instauración de un estado fundacional, forjado por los argentinos, con la alegre consagración de la tierra argentina. Ese es nuestro destino, esa nuestra empresa, esa nuestra definitiva formulación política.
APENDICE
A LA OPINIÓN PÚBLICA:
El Sindicato Argentino de Trabajadores Intelectuales ha enfrentado la prédica disolvente y las doctrinas nefastas del historiador inglés Arnold J. Toynbee, organizando una conferencia que pronunció el ex profesor del Centro de Altos Estudios del Ejército, Dr. Carlos A. Disandro, titulada "Respuesta de un aborigen a Toynbee".
El conferenciante demostró la peligrosidad, la falacia y el contenido espúreo de las disertaciones del enviado inglés. Al término de la disertación, se resolvió emitir una declaración, firmada por el conferenciante y un numeroso grupo de argentinos, de todas las condiciones, profesiones y oficios, declaración dirigida al señor Presidente de la República, a las FF. AA. y a todos los patriotas de nuestra querida tierra. La declaración dice así:
El historiador Arnold J. Toynbee, delegado de poderes superestatales ha hecho una vasta propaganda en todos los medios universitarios, en los institutos formativos de las FF. AA., etc., con el propósito de socavar los fundamentos espirituales y políticos de nuestra soberanía nacional.
Los fundamentos filosóficos, religiosos, históricos y éticos del señor Toynbee son por lo demás endebles, espúreos e interesados en una línea política de esclavitud y sometimiento que los argentinos libres, firmantes de esta declaración, no pueden admitir ni tolerar.
Se ha dado, además, la circunstancia inaudita de que el historiador Toynbee ha repetido su propaganda en todas las universidades nacionales, atacando el frente juvenil argentino y pretendiendo diseminar una vasta acción de ablandamiento y desmovilización de la inteligencia argentina.
El disertante, Dr. Carlos A. Disandro, ha respondido con claridad meridiana a ese ataque y ha explicado sucinta¬mente las razones de esta "operación Toynbee" en momentos tan difíciles para el país y para los argentinos.
En consecuencia, este Sindicato Argentino de Trabajadores Intelectuales, y los argentinos libres de un estado libre que signan esta comunicación, se dirigen al señor Presidente de la República y a los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas para que, en nombre de la dignidad nacional, befada por el señor Toynbee, en nombre de la Defensa Nacional, a la que nos debemos todos los argentinos, dispongan la repetición de la conferencia del Dr. Disandro en las Universidades nacionales y en los altos institutos formativos de las FF. AA. Será justicia, pues es la respuesta de un argentino libre, en defensa de la patria y para la formación de nuestras juventudes.
Buenos Aires, 21 de octubre de 1966.
Publicado por Editorial Montonera (La Plata, marzo de 1967)