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Aspectos humanos que rodearon la campaña del Crucero Gral. Belgrano
El Capitán de Navío (RE) Héctor Bonzo da su testimonio invaluable sobre la Gesta de los Héroes y Mártires del Crucero ARA General Belgrano en Casa Patria el día 25 de abril de 2008.
Sumario
Recuerdos
Buenas noches. Cuando yo escuchaba las palabras anteriores y observaba el minuto de silencio, pensaba en la felicidad de aquellos hombres que están en el Belgrano, al ver que con una gran sensibilidad se los sigue recordando, se los sigue homenajeando. Creo que tantos mis tripulantes como yo, en ese sentido, tenemos por nuestros 323 héroes algo muy especial. Los recordamos en buena forma, no con pesadumbre, sino como "El Negro", "El Flaco", "El Alto"... Es una forma linda de recordarlos. Tenemos a nuestro lado a los deudos, a quienes perdieron un ser querido en la guerra, y a veces se piensa que a lo mejor cuando lo miran a uno dirán "¿por qué vos viviste y mi esposo murió?". Sin embargo, la reacción es diferente, la reacción es de agradecimiento, de consuelo.
Salto un poco en el tiempo, y vamos rápidamente hasta el día que llegamos rescatados a la base naval de Puerto Belgrano. Esa noche yo fui con mi segundo Comandante a una capilla, pero invitado, donde se estaba velando a un conscripto que había muerto en el avión que lo traía desde Ushuaia, muy quemado. El oficial de guardia del hospital se acercó antes de entrar, yo iba con mi segundo Comandante, todavía íbamos casi con la ropa mojada, se puede decir, y él me dice, como para prevenirme: "Señor, en la capilla ardiente está el padre del conscripto Pérez". Esto era una prevención para decirme a mi "no sé lo que puede pasar". Era el primer encuentro que yo iba a tener con una persona cuyo hijo había muerto en el Crucero ARA General Belgrano. Cuando entré, veo que una persona se me acerca, seguramente le habían dicho "ése es el Comandante", se pone enfrente mío y me da un abrazo. En ese abrazo él me dice: "Capitán yo tendría que estar mucho más triste de lo que estoy, pero ¿sabe qué pasa? Aquí en el bolsillo del corazón tengo una carta de mi hijo, que me escribió desde Ushuaia cuando ustedes entraron para reabastecerse y en la carta me dice ´Papá y mamá, cuídense mucho, yo me voy a defender la Patria´". Juro que eso sucedió. Claro, en esos momentos a mi me tembló el cuerpo, porque veía que tenía una persona que con el dolor de que ahí estaba el cadáver de su hijo, tenía eso adentro, que hace grande a las personas. Tenía respeto, tenía amor, tenía amor a la Patria, tenía orgullo por lo que había hecho su hijo. Ahora salgamos de esto que se los quise comentar porque pensando en los 323 cada tanto me surge una cosa así, como rindiendo un homenaje.
Hace 26 años
25 de abril
Bueno, hoy es 25 de abril. A esta hora hace 26 años estábamos con el Crucero ARA General Belgrano en el mar, llegando al norte de la Isla de los Estados. La Isla de los Estados es una pequeña islita que está al este de la provincia de Tierra del Fuego. Habíamos entrado a Ushuaia. Estábamos en el día 23 de abril. Yo había tomado la misión de tomar Ushuaia porque quería tener el buque al cien por cien de capacidad en cuanto a combustible y en cuanto a víveres, porque el 23 de abril yo pensé que la guerra era irreversible. ¿Por qué lo pensaba así? Claro, esto se los estoy diciendo ahora porque el 16 de abril habíamos zarpado de Puerto Belgrano y zarpamos para ir al conflicto que había en el sur. Pero no era una guerra todavía. Según cómo evolucionaran las conversaciones Haig, Thatcher, Galtieri y Costa Méndez, así se iban a desarrollar las cosas. El 23 de abril tomé conciencia de que la guerra era realmente el comenzar de la faena. La flota inglesa estaba llegando o estaba viniendo, acercándose a las Islas Malvinas y a Georgias del Sur. Eran 125 buques. La flota de mar argentina la componían 23 buques. La diferencia tecnológica era abismal. Pero estábamos con el proyecto, estábamos motivados por algo muy especial, y esto sobre todo va dirigido a los más jóvenes: la motivación, lo que voy a hacer, lo que estoy haciendo, el por qué lo hago, era fundamental en la vida que a nosotros nos tocó en ese momento y es fundamental en la vida diaria. Es un impulso que los va llevando, los va arrastrando. Bueno, así se estaba conformando a bordo un espíritu de buque y un espíritu de equipo que yo en 35 años de Marina, como tenía en ese momento, no había vivido. No éramos elegidos, éramos hombres. hombres a los cuales el destino nos hizo jugar este papel, y así fue como, desde el primer día, comenzó un adiestramiento feroz. Recorrimos todo el Litoral argentino, navegamos cerca de la costa, baja profundidad, para evitar posibles submarinos que quisieran acercarse, y así llegamos hasta el sur.
Volviendo entonces al principio. El día 25 de abril de hace 26 años estábamos al norte de la Isla de los Estados, en patrulla. No estábamos paseando, estábamos en patrulla, viendo si había algún acercamiento o algún problema. El crucero había ido al Sur, el crucero era el buque más poderoso de la flota de mar: cinco torres, cada torre tenía tres cañones, cañones de quince metros y seis pulgadas de calibre, unas cuarenta o cincuenta ametralladoras antiaéreas, cañones de cinco pulgadas, es decir, cuando disparaba y cuando caía la voz en el mar, era digno de ver. Emocionaba. A uno lo excitaba ver el poder de fuego que salía del buque. Porque el crucero tenía en la dársena un prestigio, un carisma únicos. Por ejemplo, todo los días venían a bordo hombres de otras unidades, venían amigos a bordo y venían a comer empanadas, a picar algo, a quedarse a ver cine o a hacer un conjunto folklórico. Es decir, era un buque muy querido. Siempre lo digo, si hay buques que tienen alma, el Crucero era uno de ellos. Yo y mis hombres así lo pensamos, así imaginamos y así queremos que sea.
Al salir de Ushuaia nos toca hacer el reabastecimiento. Navegamos por el Canal de Beagle, muy finito el Canal de Beagle. Uno va por el canal y no puede ir para un lado o para el otro. Tiene que seguir. Siguiendo las huellas, con el agravante de que a babor es costa argentina y a estribor es costa chilena. Al salir pasamos frente al destacamento naval de Puerto Williams, frente de Punta Arenas. De ahí fuimos al norte de unos témpanos, y cuando estaba saliendo llega un mensaje del Comando Superior que nos dice así: "Asignamos al grupo de tareas 79.3 del Belgrano - del cual yo era el Comandante - dos destructores y un petrolero". Estaban al norte de las Islas Malvinas. Hasta ese momento era mi buque solo. Claro, esa comunicación me hacía pensar que ya ratificaban un poco lo que yo había ya estimado: la guerra era irreversible. La distribución de las fuerzas estaba tomando un cariz ya de corte ofensivo. Yo había salido para el sur con la tarea de patrullar en la zona sur, de servir de contención si es que querían desembarcar en el continente, en la Patagonia. Cuidar que no vinieran buques por el Cabo de Hornos y por el Pacífico, y también servir de disuasión en el marco regional, porque no sabíamos lo que iba a pasar. Hasta ese momento Chile no había decidido dónde ponía las manos, si en la Argentina o en Inglaterra.
28 de abril
A partir del día 28 comenzaron a llegar los destructores. Eran el Piedra Buena y el Bouchard, y el buque tanque de YPF Rosales. El Puerto Rosales ya no existe. El Petrolero de YPF estaba apto para dar combustible a la flota de mar argentino. Así fue que en esos días tuvimos varios incidentes, como por ejemplo una lancha rápida que se acercaba sin distancia a conocer hacia la fuerza propia, una alarma roja de un avión que no respondía a nuestro pedido de identificación, una conmoción cerebral de un suboficial al caerse tres cubiertas hacia abajo, dos operaciones de apéndice. Son todas cosas que nos iban preparando, nos iban calentando en tomar decisiones. Por ejemplo, este suboficial cae y al ratito viene el segundo comandante con el médico de abordo y me dice: "Señor Comandante, tenemos un hombre con conmoción cerebral, no sabemos que puede ocurrir. Necesita ser desembarcado". Yo estaba sufriendo ahí una sangría programada y teníamos enfrente allá al enemigo, y aquí tenía un hombre con conmoción cerebral que debía desembarcar. ¿Cuál era la decisión más correcta? ¿Permanecer ahí en mi puesto o acercarme hacia la Isla de Tierra del Fuego para desembarcarlo en helicóptero? Tuve que pensarlo conmigo mismo, en eso que es la soledad del comando, como es la soledad también de personas en la vida civil, del jefe de empresa, el gerente, el director de una escuela, en donde uno tiene que tomar decisiones solo, porque los demás solo asesoran. La decisión mía fue acercarnos lo más rápido posible hacia la isla y desembarcarlo en helicóptero: estaba en juego la vida de un hombre. Tomada esa decisión, el buque zarpó de donde estaba y se dirigió a la Isla Grande. No habían pasado unas tres horas de navegación, cuando vuelve el segundo comandante y el médico, a bordo del comando, para decirnos que sorpresivamente, milagrosamente, el suboficial Ibarra había recuperado el conocimiento y estaba pidiendo, cuando se enteró de lo que se estaba haciendo, que por favor no lo desembarcáramos. Rápidamente volvimos con el buque al lugar dónde estábamos. Nos juntamos a comer en las reuniones de camaradería de todos los años y nos acordamos de este momento, en que él estuvo entre la vida y la muerte. Ibarra hoy está muy bien, se siente fenómeno, tiene una linda familia, pero esa es otra cosa.
29 de abril
El día 29, un día después, recibo otro mensaje del Comando Superior, que me decía que tenía que desplazarme hacia el este en procura y en acercamiento a la flota inglesa, que había llegado ese día al este de Puerto Argentino, o sea al este de las Malvinas. Porque en un principio se pensaba que cuando la flota viniera su destino podía ser Georgias o Malvinas. Decidieron por Malvinas. El lugar donde se acercó la Fuerza de Tareas inglesa era Puerto Argentino, Puerto Stanley para los ingleses. Pero yo me debía dirigir hacia el este acercándome al lugar donde estaba la Fuerza de Tareas inglesa. El Crucero no tenía misiles Exocet, sí tenía una artillería que alcanzaba los 23 kilómetros. Pero los destructores sí tenían misiles Exocet. Entonces se armó un plan de batalla donde los destructores iban a largar primero los Exocet, después venía el Crucero para rematar a los ingleses que estuvieran averiados. La cuestión es que salimos, empezamos a navegar, el tiempo empezó a ponerse bastante frío, mucho frío, diez grados bajo cero, olas de siete u ocho metros, mucho viento, cien kilómetros por hora, y nosotros navegábamos hacia el este. A las seis de la tarde de ese día, estamos hablando del día 1º de mayo, sábado 1º de mayo, entrábamos dentro de los radios de acción de la aviación inglesa embarcada en los portaviones. Nuestra artillería era pobre en relación con la velocidad de los Harriers, pero evidentemente era molesta. Estábamos preparados para todo. Entonces, a las seis de la tarde, yo ordené combate. Combate significa que el cien por cien de la tripulación está en combate. El cocinero, el mayordomo, todo el buque en combate. Los únicos dos que no están en combate son el Comandante y el segundo Comandante. ¿Por qué? Porque recorren, ven cómo está la gente, los alienta, tiene una visión directa de la respuesta que está teniendo de la tripulación. Así lo hicimos a las seis de la tarde cubrimos el combate. A medida que avanzaban nuestros buques el peligro era mayor. Estábamos más cerca de la flota inglesa. Claro, yo no sabía por qué me dirigía hacia allí, yo sabía que tenía que ir hacia ese lugar.
Los mensajes recibidos por todas las unidades y que mandaba el Comandante de la Flota eran solamente lo que le interesaba a quien iba dirigido, y no explicaba otras cosas para evitar interceptaciones no convenientes. Después me enteré la razón por la cual yo iba, cuando terminó la guerra. Esa noche, a las dos o tres de la mañana, me llega otro mensaje, en el cual se me ordenaba suspender la operación que había iniciado y retrotraer las fuerzas del buque hacia una posición de espera que estaba más al oeste. Así fue como a las 6:30 de la mañana del día 2 de mayo, yo dí la vuelta con mi buque y me dirigí hacia esa estación de espera. Acá debo decirles algo. El día 1º de mayo, sábado, había habido un bombardeo sobre Puerto Argentino. Eran los aviones ingleses que habían decolado de la Isla Ascensión, prestada por los norteamericanos a los ingleses. De ahí habían salido los aviones que bombardean el día 1º de mayo a Puerto Argentino.
Usar las armas
Yo en mi buque tenía órdenes a partir de ese momento de usar mis armas contra todo aquel que se considerare enemigo. Lo que yo no sabía en ese momento, cuando me estaba dirigiendo hacia el este, es que ahí, en las proximidades, estaba el submarino Conqueror. Él me avistó el 1º de mayo a la mañana, cuando yo estaba haciendo el combustible en el Puerto Rosales en el mar. Él me había escuchado viniendo de Georgias con rumbo directo por órdenes de Londres, y 80 kilómetros antes de verme a mi, él me escucha. Escucha el sonido de las hélices del mar a 80 kilómetros de distancia y ahí se da cuenta que en la otra posición está el Crucero, o un grande, porque todavía no había visto que era el Crucero. Era un grande. Pero cuando Londres le dice al submarino Conqueror, que estaba en Georgias, que se dirija hacia ese punto, a esa posición de longitud, Londres sí sabía que ahí estaba el Crucero. ¿Quién se lo dijo a Londres?... Signo de interrogación. Los documentos ingleses están guardados, bien guardados durante 30 años más. Dentro de 30 años vamos a saber lo que muchos sospechamos y no podemos constatar...
A las 6:30 de la mañana, entonces, yo con mis buques y los destructores vamos a la estación de espera, el área "Ignacio". La gente había soportado esa noche, esa tardecita, sobre todo la gente que estaba en cubierta, esos vientos huracanados, esos fríos de diez grados, quince grados bajo cero, esa llovizna fría. Estaban tomando mate, estaban comiendo un sanguchito o algo para poner sostenerse en sus puestos. Lo que ví en las recorridas por los puestos de combate fue la respuesta de mis hombres, y yo les puedo asegurar, y eso ustedes lo van a palpar también, lo van a saber, lo van a comprender, cuando miran a los ojos de sus hijos, a veces parece que las miradas en las respuesta de ellos podemos saber qué es lo que están pensando. Yo veía en la respuesta de los hombres, que estaban ahí, algo como diciendo: "Aquí estamos Señor Comandante. Diga lo que usted diga, nosotros lo cumpliremos". Y fíjense que lo que yo les estoy diciendo no es algo hipotético. ¿Por qué? En la tarde del 1º de mayo, cuando nos íbamos dirigiendo hacia el este, yo tuve la necesidad de reunirme con toda la plana mayor de mi buque. La plana mayor eran suboficiales y jefes oficiales. Éramos 56. Yo llevaba en ese momento 1.093 tripulantes. A esos 55 les comuniqué que a las 18:30, por supuesto hacía dos horas que ya era de noche. En ese momento del año y en esa latitud viene muy rápido la noche. El crepúsculo vespertino a las 4:30 ya empieza a amanecer. Entonces, me enfrenté con los otros 55 oficiales, menos tres que estaban de guardia y a los que no los quise tocar porque a ellos les iba a decir exactamente algunas cosas que no sabían y que yo sí sabía, como por ejemplo, que nos enfrentábamos con los buques ingleses, que les pedía la adhesión total, que les pedía la mayor voluntad, que le transmitieran a la gente eso que yo les estaba diciendo y muchas otras cosas, más o menos habrán sido quince minutos. Pregunté si había algo que querían aclarar y no hubo nadie que me pidiera aclaración.
Me retiré a mi camarote pensando en los aspectos humanos en todo esto, en las reacciones de los hombres, en lo que había visto hasta ahora, cómo sería la reacción cuando viniera el momento preciso de guerra o el combate o una tragedia. No había otra cosa, no había una vuelta a puerto, no había un encuentro con la familia, no había un descanso, ya estábamos. Estábamos solos. Solas nuestras almas y nosotros éramos los dueños y los responsables del mantenimiento del buque y de la salvación de los hombres. Me retiro a mi camarote, viene mi segundo Comandante, el Capitán Galazi y me dice: "Señor necesito hablar con usted". "Como no". "Mire Señor, yo le vengo a expresar que después que usted se fue, yo me quedé a hablar con los oficiales y le traigo a usted lo que ellos me dijeron que le comunicara: Señor, cualquiera sea su decisión, será cumplida hasta sus últimas consecuencias". ¿Ustedes saben lo que es recibir esa información?. Uno ya siente que no está solo, que mucha gente lo respalda, que mucha gente está detrás. Eso es algo que no me voy a olvidar nunca, ese momento es una imagen que tengo en la cabeza y quedará conmigo hasta que me muera.
Levantar el combate
Transitamos toda la mañana y a las 10 del 2 de mayo ordené levantar el combate, porque la gente había estado en combate toda la noche, toda la tardecita anterior. Entonces, se pasa a cubrir de combate a crucero de guerra. Crucero de guerra es una situación que es la normal en guerra, en que un tercio está cubriendo combate, pero un tercio está descansando y un tercio está manteniendo en buque.
A las diez de la mañana levanto combate, paso a cubrir crucero de guerra y seguimos navegando. Más o menos a las 15:15 entro en el área Ignacio, que era el área de espera donde yo tenía que permanecer. La atravieso. A las 16:00 debía salir, ahí pegar la vuelta y mantenerme evolucionando dentro de esa zona.
Entonces, a las 16:01 es cuando se escucha la primera explosión. La explosión me toma a mi subiendo la escala al puente de comando. Yo había salido de la sala de criptografía. Yo pasaba casi todo el tiempo en el puente, pero a veces bajaba para ir al baño, para comer algo o para dormir. Había salido de la sala de criptografía porque los mensajes se daban a bordo encriptados, había una guardia de tres oficiales que se encargaba de desencriptarlos y luego se los daba al Comandante, que era el único que los podía ver. El Comandante decidía quiénes podían tomar conocimiento de esos mensajes. Había mensajes que no convenía que tomara todo el mundo conocimiento, había mensajes que convenía que el jefe de operaciones o el jefe de artillería tomara el conocimiento. Siento la explosión. Por el olor a acre, el olor ácido que invadió al buque, a los pocos segundos de la explosión me di cuenta que era un torpedo. Había pegado en el casco. Lo que no sabía era la magnitud de las secuelas que podían tener esa explosión. Digo esto porque hay gente que estaba en cubierta principal que escucha el ruido, escucha la explosión y piensa que a lo mejor es la explosión de una "Santa Bárbara" propia, o que era una bomba de aviación. Claro, estaban un poco lejos del epicentro del golpe. Cuando yo siento ese olor ácido, ese olor penetrante, acre, y la inclinación que empieza a tomar el buque inmediatamente, porque el buque se para, es como quien va en una lancha rápida y de golpe choca contra un barco de arena, se frena. Así fue lo que pasó. Fue como si tuviera retrocohetes que se escapan y lo frenan al buque de golpe. El Crucero tenía 13.000 toneladas de desplazamiento, 183 metros de largo, son dos cuadras, era una mole. Frenar eso era algo muy, muy serio. Sin embargo, el buque queda frenado. A los saltos llego hasta el puente y, cuando estoy llegando al puente, escucho la segunda explosión.
Un segundo torpedo, que le pega en la proa al buque. Yo no lo alcanzo a ver eso, pero sí la gente que estaba en el puente. Cuando yo llego, lo primero que me dicen "Señor, una columna acaba de subir hacia arriba, una columna de agua muy, muy grande". Y cuando cae… cuando cae la columna, le faltaban al buque 15 metros de la proa. 15 metros se habían ido al agua. Cuando estoy ya en el puente de comando, inexplicablemente los plexiglás que rodeaban el puente estaban todos intactos, como si no hubiera pasado nada. Compruebo que en todo el buque la energía quedó extinguida, las luces apagadas, había chorros de petróleo, de vapor, tuberías quebradas, estructuras totalmente dadas vueltas. A partir de ese momento es entonces donde yo creo que se vienen los momentos más trágicos, los 60 minutos más tremendos que se pudieron vivir a bordo. La linterna, ese elemento que nosotros en la casa lo tenemos como cualquier otro, ahí, en las cubiertas bajas pasó a ser la diferencia entre la vida y la muerte. Habíamos practicado incluso el abandono del buque con las luces pagadas, porque el adiestramiento que tenía la gente era el máximo. No podía haber otro adiestramiento superior a ese y aún hoy lo dicen los hombres. Gracias a ese adiestramiento nosotros estamos vivos. La cola en la paja, las puteadas en el momento del adiestramiento estaban a la orden del día, pero se fueron dando cuenta del valor de ese adiestramiento.
Zafarancho de combate
Nosotros en la Marina estamos acostumbrados a que cuando salimos de la etapa de adiestramiento, decimos "a las 10 de la mañana: zafarrancho". Zafarrancho es imaginar que se produce algo y, entonces, se quiere ver la respuesta de la gente para eso que se ha producido. Hay zafarrancho de combate, zafarrancho de abandono, zafarrancho de incendio. En el crucero teníamos esta metodología. A la hora de la comida, estaba la gente comiendo, zafarrancho. A los 2 de la mañana estaba la gente durmiendo, zafarrancho. A las 5 de la mañana estaba la gente ya descansando, zafarrancho. Eso molestaba, molestaba hasta el momento que fue necesario. Hoy es el día que dan bendiciones por ese adiestramiento, pero sigamos con aquello.
En el puente de comando yo tenía solamente una comunicación con la central de control de avería. Se habían cortado todas las comunicaciones. No había parlantes. Hacíamos correr la voz o usábamos megáfono de mano.
El buque se estaba inclinando a razón de un grado por minuto. A su vez, estaba penetrando en el agua. Se inclinaba y surgía. Claro, la velocidad de eso hacía que yo evaluara si era necesario abandonar o no abandonar el buque, porque el tiempo cada vez estaba peor. La gente estaba inclinada sobre una cubierta. Si los mandaba al agua, si ordenaba el abandono, iban a parar a una balsa. Esa balsa, con las previsiones de una tempestad como tuvimos esa noche, podía ser desastrosa. Entonces, por eso el afán de mantenerlos a bordo, mantenerlos unidos, juntos, dándose ánimo uno a otro. Era muy fuerte, pero también era fuerte lo otro: ¿y si el buque se daba vuelta y se llevaba los 1.093 abajo? Era un tema. Era la decisión más importante. Yo en el puente veía salir por las puertas que daban a la cubierta principal a los que estaban en cubiertas bajas. No sabía el daño que había hecho el torpedo en cuanto a lo humano. No sabía en ese momento que con la explosión del primer torpedo habían muerto 270 marinos. Hubo 23 que fueron trasladados heridos al continente y se murieron allí. Están enterrados en un cementerio de la Patria.
Entonces, yo veía salir por las puertas de la cubierta principal a estos hombres que venían de abajo, que habían pasado las mil y una porque estaba todo oscuro. Ustedes piensen que había cuatro cubiertas hacia abajo que estaban totalmente oscuras y la explosión había matado a la gente que estaba de guardia en la máquina y arriba a todos los que estaban en las cubiertas superiores, porque se confina la explosión en la coraza y comienza a subir, y sube hasta el comedor, donde se estaba por producir el cambio de guardia, a las 16. Las guardias son de 8 a 12, de 12 a 16 y de 16 a 20. La gente estaba tomando mate, estaba tomando la merienda, la cantina estaba abierta. Los que estaban ahí, según el testimonio de ellos, ven que una bola de color rojo estaba ahí adelante, se estaba acercando. Era el aire incandescente producido por el calor de la explosión, y venía avanzando hacia ellos... y lo que voy a contar es algo tan evidente como que lo pudimos ver después: cuando la bola se empieza a acercar, la gente que estaba ahí se tapa la cara para cuidar los ojos, para cuidar la boca, y la bola los atraviesa y les quema todo el cabello, les quema las orejas, les quema los tobillos, gravemente les quema los tobillos, porque tenían medias de nailon. El nailon se derritió por el calor, pero se derritió sobre la piel. Les produjeron quemaduras gravísimas. Casos así los vimos después de que fuimos rescatados. En el hospital había gente que estaba totalmente calva, con las orejas totalmente quemadas, las manos quemadas. Era tan cierto lo que había sucedido...
El abandono
A las 16:23 yo consideré que el buque no tenía más salvación y ordené el abandono. El único que puede ordenar el abandono en un buque es el Comandante. ¿Que había pasado entre las 16:05 y las 16:10 hasta las 16:25 con la gente?. Se había ordenado por los parlantes, se había hecho correr la voz y la gente estaba cubriendo los puestos de abandono, todo organizado. Ahora la gente estaba en sus puestos de abandono, las balsas habían sido arrojadas al agua, se habían inflado, porque se inflan solas, son auto inflables, estaban amarradas al buque. Eran como un collar anaranjado rodeando el buque pero la gente y, aquí viene lo mas importante que ustedes deben saber, la gente durante veinte minutos permaneció en sus puestos de abandono ayudándose, dándose ánimo mutuamente y ninguno entró en pánico. Ninguno dijo "sálvese quien pueda", y créanme que la situación daba como para cualquier cosa. ¿Teníamos miedo? claro que teníamos miedo. Todos tenemos miedo, pero cada uno se lo dejó adentro, por eso no hubo pánico, por eso no hubo contagio. Con que hubiese entrado en pánico un solo hombre, hubiese contagiado al resto. Eso fue lo que ayudó a que el abandono se hiciera en orden. Fue maravilloso.
A las 16:23, el Comandante, entonces, da la voz de abandono del buque. Habían pasado 23 minutos del primer torpedeamiento. Estamos hablando de que el buque tenia una inclinación de mas o menos veinte grados, y veinte grados en un buque es como ochenta grados acá en tierra. Es impresionante. Uno se resbala. Además, las cubiertas estaban empetroladas por el petróleo que había salido. Había escapes de vapor. Un desastre. La gente se estaba ayudando ahí y hubo casos yo diría heroicos. Me retrotraigo a la época antes de zarpar de Puerto Belgrano, estamos hablando del 12 de abril.
Nosotros teníamos a bordo una cantina. Una cantina es como un kiosco. Vende hojitas de afeitar, caramelos, cigarrillos, fósforos, esas cosas, lapiceras, biromes, cartitas, cosas que hacen al bienestar de la gente. La cantina estaba regenteada por dos civiles, los hermanos Ávila, eran dos civiles. El día 12, con el segundo Comandante los llamamos a los hermanos Ávila y les dijimos directamente lo siguiente: "La zarpada que vamos a hacer ahora de navegación, no es de adiestramiento, es una zarpada de guerra. Ustedes no tienen por qué venir a bordo, no están obligados, de manera que se van a quedar en tierra. Tenemos dos cabos principales que van a asumir la función de ustedes. Ellos van a atender la cantina muy bien". Respuesta de los hermanos Ávila: "No señor. ¡No nos haga esto! Nosotros hace ocho años que somos cantineros del Crucero. Lo queremos tanto como usted... ¡queremos zarpar con ustedes!". Sus argumentos eran tan sólidos que se quedaron con nosotros. Pasaron los días y llegamos a este momento que yo antes nombré. La gente reagrupándose en los puestos de abandono. Uno de los hermanos Ávila estaba en el puesto de abandono. Lo busca a su hermano, recorre los puestos de abandono y no lo ve. Entonces se da cuenta que su hermano debe haber quedado abajo, que no puede salir y entonces les dice a los de la balsa "voy a buscar a mi hermano" y se va corriendo para bajar. Los demás de la balsa le dicen "no, no vayas. No vas a poder salir". Los dos hermanos Ávila son dos de los 323 héroes del crucero... Ese es el aporte civil que también tuvo el Crucero General Belgrano. Díganme si esa actitud de ese hombre no es heroica, como la de otros.
Al agua
Bueno, toda la gente se tira a las balsas. Las balsas, excelentes, son como colchones. Algunos lo hacen tirándose, otros caen al agua. El contacto del cuerpo caliente con el agua a cero grados, evidentemente, eso es muy fuerte. Mucho murieron evidentemente por eso. Una persona dura no más de cinco minutos hasta perder todo tipo de movilidad y muere. Yo estaba en el puente. Cuando veo que la maniobra se está terminando, comienzo a bajar. Bajo hasta la cubierta principal. El buque, ya casi era de noche, tenia una inclinación de 25 grados, casi 30, y con un espíritu de hacer algo por los hombres que estaban en el agua, tomé un cuchillo, corté algunas sogas que agarraban algunas de las balsas que habían desembarcado de repuesto en Puerto Belgrano, porque el buque también podía servir como buque hospital, como buque logístico, porque tenía mucha capacidad interior, y entonces llevábamos balsas para 1400, 1500 personas y nosotros éramos 1000, 1090. Bueno, ese afán de decir que tengan algo más delante, para agarrarse de algo, estaba cortando y escucho una voz detrás mío, una voz que dice: "¡Vamos, Señor Comandante!". Y claro, con el estrés que yo tenia, con la emoción de todo lo que estaba pasando, pensé que me estaba chiflando el coco o que la mente me estaba jugando una mala pasada. ¿Cómo podía ser si se habían ido todos? ¿Cómo podía ser que alguien…? Sería una ilusión. Me doy vuelta y miro que había un individuo parado ahí, con la capucha, con la "parca", se llamaba parca al saco de agua, que me sigue gritando "¡Vamos, Señor Comandante!".
Entonces yo pensé que evidentemente no me estaba engañando. Entonces le grito, con todo el viento, el ruido de las explosiones que se estaban produciendo al salir, el contacto del hierro caliente del buque con el agua fría producía explosiones. Le digo de mala manera: "¡Abandone el buque!". Porque él tenia todo el derecho de abandonar, y la obligación de abandonar. Yo iba a decidir si me iba o me quedaba. Yo tenia la responsabilidad del buque y créanme, se los digo como amigos, créanme en ese momento mi vida no me interesaba nada. En ese momento yo les puedo asegurar que es lo mismo que si ustedes se encontraran en un momento determinado y uno de sus hijos esta por caer y usted se larga para salvarlo porque no le importa su vida. Él me dice "¡No, Señor Comandante!", y veo que no puedo torcerle esa idea. Le grito "acompáñeme, vamos hasta la proa a ver si hay algún herido o una persona que necesite ayuda médica". Entonces, vamos caminando, el buque estaba lleno de petróleo, nos resbalábamos, llegamos hasta proa, vemos que no hay nadie y volvemos hacia el centro. No lo reconocí al hombre, porque ya era bastante de noche y estaba con la capucha. Le dije de nuevo: "¡Abandone el buque!", y él me contesta: "¡No, Señor, si usted se queda yo también!". Llegó entonces el momento en que yo no podía hacer nada por el buque ni podía hacer nada más por la gente y le prometo a él que después de él yo me iba a tirar. Entonces él se hizo la señal de la cruz, se acercó a la borda. La borda estaba levantada porque por estribor el buque estaba inclinado. La banda de babor ya estaba metida en el agua, entonces no podíamos salir por babor y por estribor estaba hasta arriba. Estaba todo el casco hundiéndose, así que había que largarse por el costado, y nos amarramos a unas sábanas, unas frazadas, y ahí se tiro al agua. Comenzó a nadar hacia las balsas que estaban por allí esperando a dos figuras humanas que estaban a bordo, que no sabían quienes eran pero que estaban moviéndose. Nadé 60, 70 metros. No sé cómo, pero nadé. Había tres balsas que me intentaron subir a bordo, me subí a una de ellas y a los 10 minutos veo el buque hundirse totalmente.
Las balsas
Ahí comenzó una etapa que era la de las balsas. Es una parte muy interesante, pero sería exigirle demasiado tiempo y paciencia a ustedes. Entonces me gustaría remarcarles algún punto nada más. El líder en cada balsa era el más antiguo, el que tenía más antigüedad. Eso fue algo que a mi me impactó. ¡Que disciplina! ¡Que orden! ¡Que fuerza para poder afrontar una cosa así y aún mantener el respeto! En una de las balsas había un hombre que estaba muy mal y se muere. Por la ley del mar, una ley no escrita pero muy tradicional, el cuerpo se arroja al agua, porque ese cuerpo ya no presta ningún servicio y además psicológicamente es malo. El jefe de la balsa le pregunta a los demás integrantes, y quiero decir, entre paréntesis, que había balsas de más o menos 22 integrantes y lamentablemente había otras de tres, y digo desgraciadamente porque a la hora del rescate los tres hombres habían muerto congelados por la falta de calor humano que producen 20 hombres dentro de una balsa cerradita... fíjense lo que significa el calor humano. Bueno, muere entonces el Cabo Escobar, y es ahí cuando el jefe de balsa dice: "Yo pienso que el cabo debe permanecer con nosotros". No se sabía si serían rescatados, si vendría el rescate al otro día, pero los 20 tripulantes restantes de la basta, dijeron "Sí, Señor". El Cabo Escobar finalmente fue subido al buque de rescate, muerto fue llevado a Ushuaia y está enterrado en el cementerio de Rosario, y es ahí donde la esposa y los hijos le pueden llevar una flor.
Ustedes preguntarán qué fue de ese hombre que estuvo con el Comandante hasta último momento. Pasados dos días llegaba el buque de rescate, patrullando porque el avión sobrevoló tres días y empezó la ansiedad. "Ya vienen para rescatarnos". Aparecieron los buques de rescate, la alegría tremenda, a mi me levantan, me rescatan en la última balsa del grupo. Por casualidad, la balsa mía fue la última que fue recatada y el buque de rescate fue el Aviso Gurruchaga, que es como remolcador de mar de la Marina, que tiene 60 tripulantes y fíjense la diferencia al lado del General Belgrano, que tenía 1093. Y me levantan y pongo los pies en la cubierta y no me responden las piernas, porque por la posición fetal en que uno se mantenía en la balsa y, además, con tanto movimiento y el agua que nos estaba permanentemente mojando, todos los músculos se entumecieron. Cuando me depositan en cubierta, si no me agarran me caigo redondo. A los minutos ya estaba recuperado, ya podía moverme bien, pero el Comandante del buque me dice: "Señor, por favor, le ofrezco mi camarote para que se pueda dar un baño caliente, comer algo", y le dije que antes de hacer eso, porque yo sabía que cuando llegara ahí me iban a poner la pichicata, una cosa para bajar la tensión, ahí fue cuando le dije que primero prefería bajar a ver a mi gente, porque sabia que el Gurruchaga había levantado mucha gente. Entonces bajé y cuando llegué, por supuesto, que todos estaban gritando vivas al Belgrano y demás. En ese momento viene un suboficial y me dice: "Señor, el suboficial Barrionuevo, que estuvo con usted hasta último momento, viene para aquí para darle las gracias". En ese momento me di cuenta quién era ese hombre. Sí, el suboficial primero Barrionuevo. En ese momento nos dimos un abrazo, no nos dijimos ni una palabra. Todo lo decía ese abrazo.
Sucedió ayer
Bueno, han pasado 26 años. Yo les estoy contando esto porque es como si hubiese sucedido ayer. Lo tengo tan presente y lo voy a tener presente hasta el día que me muera. No sólo es un sentimiento mío, es de todos los tripulantes. El año pasado nos juntamos en Puerto Belgrano por los 25 años. Éramos más de 500, con sus familias, con sus hijos. Todos los años hacemos una reunión de camaradería y el tema obligado es el Crucero ARA General Belgrano. Pareciera que uno quisiera sacárselo de encima, olvidarse de eso, y no es así. Vuelve, y vuelve en el buen sentido.
Conclusión: los valores que se jugaron en esta historia son desconocidos por gran parte de la sociedad. Es un problema de responsabilidad. Los valores de lealtad, de compañerismo, de amor a la Patria... ¡Qué valores! ¡Qué valores que hubo en el año 1982 en el Belgrano! Por eso, agradezco la atención con la que han escuchado mis palabras. Me siento muy reconfortado y a gusto con ustedes. No se crean que todas mis conferencias son así, hoy hablé de esta manera porque ví que realmente estaban atentos, realmente sentían lo que les narraba. Permitánme decirles, entonces, que hoy para mí ustedes también pasan a ser parte de mi tripulación, la tripulación del Crucero General Belgrano. ¡Muchas gracias!