El concepto de lo político

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(Texto original de 1932 del politólogo alemán Carl Schmitt, centrado en especificar qué es aquello de lo político.)


Lo político y el estado

Como primera premisa establece Schmitt que "el concepto de Estado supone el de lo político" (pág. 49), pero lo político no se agota en el estado. Un primer trabajo entonces para concretar qué es lo político está en distinguir lo político de lo estatal (del estado). Labor importante por cuanto "casi siempre lo "político" suele equiparse de un modo u otro con lo "estatal", o al menos se lo suele referir al Estado" (pág. 50). Advierte Schmitt de que en este tipo de equiparaciones se parte de la base de la no problematización del estado y de su naturaleza, lo cual, desde el punto de vista histórico, supone un reduccionismo. Y es que las determinaciones conceptuales de lo político que se agotan en la referencia al estado "se entienden, y tienen en esta medida su justificación científica, en tanto en cuanto el Estado constituye de hecho una magnitud clara e inequívocamente determinada, en neta contraposición a los grupos e instancias "no políticos", es decir, en tanto en cuanto el Estado mantenga el monopolio de lo político.

Así ocurría allí donde, como en el siglo XVIII, el Estado no reconocía "sociedad" alguna como antagonista, o al menos donde (como en Alemania durante el XIX y parte del XX) el Estado, como poder estable y distinto, se encontraba por encima de la "sociedad"" (pág. 53). Por el contrario, cuando la sociedad se organiza democráticamente, la anterior ecuación estatal=político se vuelve incorrecta, por cuanto el estado y la sociedad se interpenetran recíprocamente. Esto va acompañado de la emergencia de "un Estado total basado en la identidad de Estado y sociedad, que no se desinteresa de ningún dominio de lo real y está dispuesto en potencia a abarcarlos todos. De acuerdo con esto, en esta modalidad de Estado todo es al menos potencialmente político, y la referencia al Estado ya no está en condiciones de fundamentar ninguna caracterización específica y distintiva de lo "político"" (pág. 53).

Distinción amigo y enemigo

Para especificar lo político, Schmitt considera como única vía poner de manifiesto cuáles son las categorías específicamente políticas. Y esto lo hace buscando la distinción política específica, aquella a la que pueda reconducirse todo cuanto sea acción política. Y al igual que en el dominio de la moral la distinción última es la del bien y el mal, en el de la estética lo es la de lo bello y lo feo y en el de la economía la de lo rentable y lo no rentable, "la distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y enemigo" (pág. 56). Con esta distinción última logra Schmitt un criterio autónomo en la política que se corresponde con los criterios autónomos mencionados para los campos de la moral, la estética y la economía.

¿Qué es un enemigo político? "Simplemente es el otro, el extraño, y para determinar su esencia basta con que sea existencialmente distinto y extraño en un sentido particularmente intensivo" (pág. 57). Y esto último significa que "en último extremo pueden producirse conflictos con él que no pueden resolverse ni desde alguna normativa general previa ni en virtud del juicio y sentencia de un tercero "no afectado" o "imparcial"" (pág. 57). En virtud de la autonomía de esta distinción u oposición, amigo-enemigo, no debe ser confundida con las distinciones mencionadas para otros campos: "lo que es moralmente malo, estéticamente feo o económicamente perjudicial no tiene por qué ser también necesariamente hostil; ni tampoco lo que es moralmente bueno, estéticamente hermoso y económicamente rentable se convierte por sí mismo en amistoso en el sentido específico, esto es, político, del término" (pág. 57).

Ambos conceptos, amigo y enemigo, lo son en un sentido total. "Los conceptos de amigo y enemigo deben tomarse aquí en su sentido concreto y existencial, no como metáforas o símbolos; tampoco se los debe confundir o debilitar en nombre de ideas económicas, morales o de cualquier otro tipo; pero sobre todo no se los debe reducir a una instancia psicológica privada e individualista, tomándolos como expresión de sentimientos o tendencias privados" (pág. 58). Hay un criterio muy específico para delimitar con precisión qué es un enemigo: "enemigo es sólo un conjunto de hombres que siquiera eventualmente, esto es, de acuerdo con una posibilidad real, se opone combativamente a otro conjunto análogo. Sólo es enemigo el enemigo público, pues todo cuanto hace referencia a un conjunto tal de personas, o en términos más precisos a un pueblo entero, adquiere eo ipso carácter público. Enemigo es en suma hostis, no inimicus en sentido amplio; es πολεμιοϛ, no εχφροϛ" (pág. 59).

Lo anterior es bastante evidente en lo que se refiere a la relación entre distintos estados. Hay que decir que en el interior de cada estado el concepto de lo político sigue construyéndose mediante esta oposición antagónica, amigo-enemigo, si bien relativizada por el propio estado, unidad política organizada que encierra en sí todas las oposiciones. La práctica política en el interior de un estado puede derivar por ello hacia la guerra civil.

La posibilidad de la conversión de los antagonismos religiosos, morales, étnicos o religiosos en antagonismos políticos

Schmitt sostiene la convertibilidad de un antagonismo religioso, moral, étnico o económico en un antagonismo político. La condición es que tal antagonismo sea capaz de agrupar a los hombres en amigos y enemigos. "Todo antagonismo u oposición religiosa, moral, económica, étnica o de cualquier clase se transforma en oposición política en cuanto gana la fuerza suficiente como para agrupar de un modo efectivo a los hombres en amigos y enemigos" (pág. 67).

No deja dudas con respecto a la posibilidad de que una comunidad religiosa se convierta en una unidad política: "una comunidad religiosa que haga la guerra como tal, bien contra miembros de otras comunidades religiosas, bien en general, es, más allá de una comunidad religiosa, también una unidad política" (pág. 67). Y sigue precisando: "sería también una magnitud política con sólo que ejerciese de un modo meramente negativo alguna influencia sobre ese proceso decisivo, si estuviese por ejemplo en condiciones de evitar guerras por medio de la correspondiente prohibición a sus seguidores, esto es, si poseyese la autoridad necesaria para negar efectivamente la condición de enemigo de un determinado adversario" (pág. 67).

Idénticos razonamientos pueden ser aplicados en el caso de las agrupaciones efectuadas con motivo económico (organizaciones empresariales, sindicatos o, más ampliamente, clases). "También una "clase" en el sentido marxista del término deja de ser algo puramente económico y se convierte en una magnitud política desde el momento en que alcanza el punto decisivo de tomar en serio la lucha de clases y tratar al adversario de clase como verdadero enemigo y combatirlo, bien de Estado a Estado, bien en una guerra civil dentro del mismo Estado" (pág. 67). Y es que "lo político puede extraer su fuerza de los ámbitos más diversos de la vida humana, de antagonismos religiosos, económicos, morales, etc. Por sí mismo lo político no acota un campo propio de la realidad, sino sólo un cierto grado de intensidad de la asociación o disociación de hombres" (pág. 68).

Refutación de la teoría pluralista del estado

Schmitt discute y refuta la teoría pluralista del Estado, aquella que sostiene que cada individuo desarrolla su vida en el marco de numerosas vinculaciones y asociaciones sociales (familia, comunidad religiosa, sindicato, nación, etc.) sin que se pueda decir que alguna de estas asociaciones es la decisiva y soberana. Su crítica fundamental es que "sigue sin respuesta la cuestión de cuál es la "unidad social" (…) que decide en caso de conflicto y determina la agrupación decisiva de amigos y enemigos" (pág. 72). Esto para sostener que tal papel corresponde al estado: "la unidad política es por su esencia la que marca la pauta, sean cuales sean las fuerzas de las que extrae sus motivos psicológicos últimos" (pág. 73). Y es que el estado "cuando existe, es la unidad suprema, esto es, la que marca la pauta en el caso decisivo" (pág. 73). Más allá de esto concluye que "en realidad no existe ninguna "sociedad" o "asociación" política; lo que hay es sólo una unidad política, una "comunidad" política. La posibilidad real de agruparse como amigos y enemigos basta para crear una unidad que marca la pauta, más allá de lo meramente social-asociativo, una unidad que es específicamente diferente y que frente a las demás asociaciones tiene un carácter decisivo" (pág. 74).

El enemigo interior

El Estado, como unidad esencialmente política, tiene la atribución inherente del ius belli, es decir, determinar quién es el enemigo y combatirlo, llegado el caso. Esto por lo que hace al exterior. En lo referente al interior, el Estado, dada su función básica de pacificar el territorio sobre el que impone su ordenamiento jurídico, puede determinar quién es el enemigo interior. Y esta determinación adopta varias formas (proscripción, destierro, ostracismo, etc.) que siempre implican el sentido de declarar a alguien enemigo dentro del Estado. Ahora interviene la actitud de este enemigo del estado: "según sea el comportamiento del que ha sido declarado enemigo del Estado, tal declaración será la señal de la guerra civil, esto es, de la disolución del Estado como unidad política organizada, internamente apaciguada, territorialmente cerrada sobre sí e impermeable para extraños" (pág. 76).

La existencia política de un pueblo requiere que tome decisiones acerca de quien es amigo y quien es enemigo

La existencia política de un pueblo requiere que posea la capacidad de decidir quién es el amigo y quién es el enemigo. Esto es fundamental: "si no posee ya capacidad o voluntad de tomar tal decisión, deja de existir políticamente. Si se deja decir por un extraño quién es el enemigo y contra quién debe o no debe combatir, es que ya no es un pueblo políticamente libre, sino que está integrado en o sometido a otro sistema político" (pág. 79).

El no asumir estos requisitos, por otra parte, tiene su precio. "Si un pueblo tiene miedo de los riesgos y penalidades vinculados a la existencia política, lo que ocurrirá es que aparecerá otro pueblo que le exima de unos y otras, asumiendo su "protección contra los enemigos exteriores" y en consecuencia el dominio político; será entonces el protector el que determine quién es el enemigo, sobre la base del nexo eterno de protección y obediencia" (pág. 81). La alternativa es clara por tanto: o existir políticamente, con todo lo que ello conlleva, o ser sometido por otro pueblo y estado. "Sería además equivocado creer que un pueblo cualquiera está en condiciones de apartar de sí la distinción entre amigos y enemigos por medio de una declaración de amistad universal o procediendo a un desarme voluntario" (pág. 81).

Refutación de la idea de un estado mundial

Schmitt también ataca la absurda idea de un estado mundial. Toda teoría del estado es pluralista, en tanto en cuanto el mundo político es un pluriverso (no un universo). "Por su esencia la unidad política no puede ser universal en el sentido de una unidad que comprendiese el conjunto de la humanidad y de la tierra. Y si la totalidad de los diversos pueblos, religiones, clases sociales y grupos humanos en general llegara a unirse y acordarse hasta el extremo de que hiciese imposible e impensable una guerra entre ellos; si en el seno de un imperio que abarque toda la tierra se hiciese efectivamente imposible e impensable para todo tiempo una guerra civil; si, en consecuencia, desapareciese hasta la eventualidad de la distinción entre amigo y enemigo, en tal caso lo que habría sería una acepción del mundo, una cultura, una civilización, una economía, una moral, un derecho, un arte, un ocio, etc., químicamente libres de política, pero no habría ya ni política ni Estado" (pág. 83).

Advertencias acerca del concepto de humanidad

A continuación siguen una serie de oportunas advertencias acerca del concepto de humanidad. La humanidad no es un concepto político, no existiendo para ella unidad o comunidad política y careciendo incluso de estatus político. La humanidad no hace guerras, pues carece de enemigos, al menos en el planeta. De hecho, humanidad es un concepto que excluye el concepto de enemigo. Su mención a la hora de un conflicto no deja de ser oportunismo y deseo de obtener cierta supremacía moral u ética por parte de un contrincante sobre otro: "cuando un Estado combate a su enemigo político en nombre de la humanidad, no se trata de una guerra de la humanidad sino de una guerra en la que un determinado Estado pretende apropiarse un concepto universal frente a su adversario, con el fin de identificarse con él (a costa del adversario), del mismo modo que se puede hacer un mal uso de la paz, el progreso, la civilización con el fin de reivindicarlos para uno mismo negándoselos al enemigo" (pág. 83).

Más allá, la utilización por una parte en un conflicto del término humanidad puede anunciar la llegada de la crueldad e inhumanidad más extrema. "Aducir el nombre de la "humanidad", apelar a la humanidad, confiscar ese término, habida cuenta de que tan excelso nombre no puede ser pronunciado sin determinadas consecuencias, sólo puede poner de manifiesto la aterradora pretensión de negar al enemigo la calidad de hombres, declararlo hors-la-loi y hors l´humanité, y llevar así la guerra a la más extrema inhumanidad" (pág. 84). Modificando la fórmula de Proudhon: "el que dice humanidad está intentando engañar" (pág. 84).

Relación entre los tipos de teorías políticas y del estado y las valoraciones antropológicas

Seguidamente, relaciona Carl Schmitt las teorías políticas y del estado existentes con la antropología que subyace a cada una de ellas, que distingue, en lo fundamental, si el hombre es bueno por naturaleza o malo por naturaleza, es decir, no problemático o problemático. Muchas teorías que parten de la bondad natural del hombre (es decir, carácter no problemático del hombre en la construcción política) son liberales (preocupadas ante todo por la no injerencia del Estado) o anarquistas. Y así observa que: "el radicalismo hostil al Estado crece en la misma medida que la fe en la bondad radical de la naturaleza humana" (pág. 89).

Ni el anarquismo ni el liberalismo han logrado establecer una verdadera teoría del estado ni de lo político; el liberalismo a lo más que ha llegado ha sido a elaborar una doctrina de la división y equilibrio de los poderes del estado, para controlarlo. De aquí se sigue "que todas las teorías políticas propiamente dichas presuponen que el hombre es "malo", y lo consideran como un ser no sólo problemático sino "peligroso" y dinámico" (pág. 90). Frente a una deriva psicologicista del problema, con la emisión de calificaciones acerca de optimismos y pesimismos en tal o cual teoría política o en tal o cual autor, Schmitt propone "ser consciente de hasta qué punto son diversos los supuestos "antropológicos" que subyacen a cada ámbito del pensamiento humano" (pág. 92). Por esto el pensamiento político es incoherente con todo tipo de optimismo antropológico: "y desde el momento en que la esfera de lo político se determina en última instancia por la posibilidad real de que exista un enemigo, las representaciones y argumentaciones sobre lo político difícilmente podrían tomar como punto de partida un "optimismo" antropológico. Junto a la posibilidad de enemigo tendrían que renunciar también a toda consecuencia específicamente política" (pág. 93).

Efectos de la ideología liberal en las ideas y representaciones de lo político

Pasa ahora Carl Schmitt a analizar el efecto del liberalismo, como ideología y praxis triunfante, en las ideas y representaciones de lo político. Es importante la siguiente precisión: el liberalismo existe como política liberal, pero no hay, debido al individualismo que lo caracteriza, una teoría positiva propia del estado y de la política.

Y así, el liberalismo se dedica a elaborar los conceptos políticos, haciéndolos oscilar siempre entre la ética (espiritualidad) y la economía (los negocios). "El pathos ético y la objetividad económica materialista se unen en toda expresión típicamente liberal y confieren un rostro diferente a cada concepto político" (pág. 99). Schmitt aporta aquí varios ejemplos. La lucha se transforma en el liberalismo, por el lado económico, en competencia, y por el lado espiritual, en discusión. La distinción entre los dos opuestos guerra y paz se transforma en la dualidad existente entre competencia eterna y eterna discusión. El pueblo como unidad política pasa a ser público, interesado culturalmente, o personal laboral o empresarial y masa de consumidores.

Destaca la existencia de un ámbito considerado autónomo que no se somete a estas mutaciones propias del liberalismo: las normas y leyes de lo económico. "Que producción y consumo, precios y mercado poseen su propia esfera, y no pueden ser dirigidos ni por la ética ni por la estética, ni por la religión ni, menos aún, por la política, ha sido el dogma más infalible de la era liberal, uno de los pocos verdaderamente indiscutidos" (pág. 100).

Pero por muchas teorizaciones que el liberalismo haga de los conceptos políticos, éstos siguen teniendo una concreción política: "dado que, como queda dicho, la realidad concreta del ser político no se rige por estos órdenes ni por series de normas abstractas, sino que lo que ocurre siempre es que hombres o asociaciones concretos dominan sobre otros hombres y asociaciones igualmente concretos, también aquí, desde un punto de vista político, el "dominio" de la moral, del derecho, de la economía y de la "norma" poseen siempre y sólo un sentido político concreto" (págs. 100-101).

Estas construcciones polarizadas en torno a la ética y la economía no van a erradicar ni al Estado ni a la política. "El que los antagonismos económicos se hayan vuelto políticos, y el que haya podido surgir el concepto de "posición de poder económica", no hace sino demostrar que el punto de emergencia de lo político puede ser alcanzado a partir de la economía exactamente igual que a partir de cualquier otro ámbito" (pág. 105).

Bibliografía

  • El concepto de lo político, Carl Schmitt. Alianza, Madrid, 2009.

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