Falcata

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Reproducción de una falcata ibérica

Una falcata es un tipo de espada de hierro prerromana que utilizaban las tribus íberas y celtas de la Península Ibérica antes de la conquista romana.

Posiblemente habría influido en los diseños posteriores de la gladius (la espada corta de las tropas romanas), especialmente en el gladius hispaniensis, cuya evolución tendería hasta la característica forma recta de la hoja. De todos modos es posible que esta influencia sobre las armas cortas romanas viniera dada por la espada de antenas, también frecuente en la Iberia prerromana, y de origen celta.

Pese a que su forma sugiere que se usaba como arma de filo (a manera de machete), la frecuente presencia de contrafilo en los ejemplares recuperados (el filo del borde contrario al filo principal, que ocupa cerca del tercio más próximo a la punta) parece apuntar que también era posible su uso como arma de estocada.

La hoja presentaba a veces estrías en el filo no cortante, que permitirían aligerar el peso del arma, así como decorarla en damasquinado o ataujía, llenando las incisiones realizadas en la hoja previamente con hilos de plata. Un bello ejemplo de esta técnica puede constatarse en la falcata de Almedinilla.

La calidad del acero que servía para la construcción de las armas hispánicas fue alabada por los cronistas romanos, que quedaron sorprendidos por su capacidad de corte y su flexibilidad, una de las características más apreciadas y buscadas en la manufactura de las mismas. El acero se sometía a un tratamiento de oxidación (enterrando las planchas bajo el suelo de dos a tres años) eliminando así las partes más débiles del mismo. La hoja se realizaba forjando tres láminas y uniéndolas en caliente, de las cuales la central presentaba una prolongación para la empuñadura, desplazada normalmente hacia un lado respecto al eje de simetría de la espada, y con forma de cabeza de caballo o de grifo. La empuñadura iba decorada con cachas de hueso o marfil, y se solía unir la cabeza del animal a la guarda con una cadenilla.

Como nota curiosa que refleja las cualidades de estas armas queda el hecho de que, después de las primeras batallas en la Península Ibérica, se dio la orden a las tropas romanas de reforzar con hierro los bordes de sus escudos, posiblemente para contrarrestar la potencia de corte de las falcatas, muy superior al de las espadas rectas y los sables.