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Jesús de la Helguera
Jesús de la Helguera, cuyo nombre completo es Jesús Enrique Emilio de la Helguera Espinoza, nace el 28 de mayo de 1910 en Chihuahua, México, fue hijo de Álvaro de la Helguera García, un inmigrante español y de María Espinoza Escarzaga. Vivió su infancia en Ciudad de México en la colonia Portales y posteriormente en Veracruz. A los siete años el joven Helguera abandona México con su familia a causa de la revolución mexicana, estableciéndose en España. Radicado inicialmente en Ciudad Real, pasa a Madrid.
Ya desde temprana edad dio muestras del genio que poseía. A los 9 años el director de la escuela primaria en que estudiaba le dio la responsabilidad de ser maestro de dibujo y encargarse de realizar ilustraciones y mapas que facilitaran el aprendizaje.
A los 12 años ingresó a la Escuela de artes y Oficios, para de allí pasar a la prestigiosa Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y completar su formación, donde estudió con los maestros Marcelino Santamaría, Manuel Benedito y Julio Romero Torres entre otros.
Trabajó afanosamente en Madrid y Barcelona como ilustrador, hasta que consiguió una plaza de maestro de artes plásticas en Bilbao.
Se casó con Julia Gonzáles Llanos y tuvieron dos hijos: María Luisa y Fernando. Dos años después del estallamiento de la Guerra Civil Española, optó por regresar a México arribando por barco a Veracruz hacia finales del año 1938.
Al llegar a México trabajó para la revista "Sucesos para Todos" y a partir de 1954 para la editorial Galas de México, empresa que aún conserva la propiedad de varios de sus cuadros originales. Señalaba el pintor Antonio Sierra, director en ese entonces de la revista Sucesos para Todos, que debido al contrato de exclusividad con la editorial Galas, se le impedía hacer trabajos para otras compañías, por lo que optó firmar como María Luisa Helguera, para evitar problemas legales con la señalada editorial.
Posteriormente y hasta su muerte, trabajó como artista exclusivo de Cigarrera La Moderna, S.A. de C.V., empresa que se publicitaba en calendarios que tanta fama cobraron durante el México de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX.
Casi no había casa o negocio popular en México que no tuviera un calendario de Jesús Helguera, los comerciantes daban a fin de año como regalo a sus clientes un calendario y que mejor que éste fuera ilustrado con una bella reproducción de las pinturas de Helguera Jesús Helguera cada año recibía un guion literario en el que se le especificaba el tema, lugar, personajes a representar y los elementos componentes del cuadro; una vez que se discutía y se aprobaba, él lo interpretaba y le imponía su sello personal.
Para lograr esas bellas pinturas, Helguera se desplazaba por todo México buscando los sitios ideales para su obra, su equipo de trabajo tomaba gran cantidad de fotografías de paisajes, flora y fauna, artesanías, arquitectura, eligiendo los lugares “perfectos” los menos afectados por el progreso, las pequeñas casitas rurales que evocaban armonía y antiguas costumbres del México que ya se ha ido pero que aún se perpetúa en sus obras.
De regreso en su taller, Helguera hacía los bocetos a lápiz o con pluma atómica, examinaba cuidadosamente las fotografías y empezaba a crear su obra. En ese taller nació el mito de nuestra nacionalidad; valientes guerreros y bellas princesas aztecas, Hidalgo, Morelos, Cuauhtémoc, Guerrero, próceres de nuestra nación cobraron vida gracias al excelso dibujo que también recreó las tradiciones, valores y sentimientos del mexicano, enmarcados en paisajes como la huasteca potosina y tamaulipeca, las montañas de Guerrero o Michoacán y los hermosos paisajes fluviales de Veracruz, Tabasco y Chiapas, entre otros. Helguera apuntaló a su manera el sueño del tradicionalismo reproduciendo los escenarios o reinventándolos a placer, dotándolos de idilio y belleza. Él agregó a la encomienda de la Cigarrera su espíritu catequista, que proyectó un sueño moral iniciado en la regeneración física de la raza y prolongado en la exaltación de las creencias ancestrales, el México prehispánico, en los que se relata parte de la historia de nuestra nación y las pinturas religiosas, en las que encontramos rostros llenos de fe y esperanza.
En algunas de sus pinturas más celebradas: El flechador del sol, Amor indio, Grandeza azteca, Guerrero azteca, La leyenda de los volcanes, Helguera, mucho antes de la moda «embellecedora» de lo prehispánico, algo supuso: sin el añadido de la gracia física, el pasado indígena sería irrecuperable.
Aunque su obra está repleta de detalle, colorido y contenido metafórico, Helguera, manejó una sola idea de conducta permisible: el respeto por las tradiciones y por su gente.
Entre sus famosas obras destacan Grandeza Azteca y La leyenda de los Volcanes de 1941. Cuantos mexicanos no guardamos en nuestra memoria. La leyenda de los volcanes en los que podemos admirar las imponentes figuras de las dos montañas sagradas que custodian el Valle de México: el Popocatépetl y el Ixtaccíhuatl.
Helguera como pintor tuvo una gran aceptación entre la clase media de nuestro país, pues las imágenes de sus cuadros y calendarios los hacían volver a recordar aquellas imágenes que tanto les habían gustado y que había visto a través de las películas que quizá les recordaban al novio vestido a la usanza charra tipo Jorge Negrete, Pedro Infante, Luis Aguilar etc. llevándole serenata a la dueña de sus amores. Las mujeres que Helguera pintaba nos hacen recordar la belleza de las divas de la época de oro del cine mexicano.
Ese ambiente tan parecido al cine mexicano que Helguera representaba en sus obras, el charro, el mariachi, la torre de alguna iglesia, las pintorescas casitas, los huertos floridos, esos elementos tan simbólicos y tan llenos de identidad mexicana era la imagen del México que las autoridades querían proyectar en la época del más candente nacionalismo: un país de gente alegre, de hombres valientes con carácter recio, de mujeres bellas, virtuosas, dulces y sonrientes; una nación muy colorida y, sobre todo, próspera. Era una imagen de un mundo ideal, un mundo colorido que quien no lo tenía, lo soñaba e idealizaba.
Elia Espinosa, escritora, poeta y crítica, decía que si Helguera fue capaz de plasmar de manera tan clara los ideales del nacionalismo mexicano fue gracias a la sólida formación que adquirió principalmente en España. Uno de sus maestros, Julio Romero de Torres, además de cultivar una técnica impecable y un sentido de la expresión muy claro, fue autor de muchas obras de carácter costumbrista. No obstante, la paleta de colores vivos y contrastantes que Helguera utilizó en sus obras debió adquirirla en México al descubrir el país que lo había visto nacer, inspirado no solamente en su rico paisaje natural sino también en su vasta artesanía y en sus usos y costumbres.
Helguera fue un pintor con una calidad más allá de un “simple” ilustrador de calendarios, y lo podemos ver en sus obras magníficas con una composición de gran calidad expresiva que no dejan lugar a dudas de que fue un excelente pintor. Desgraciadamente se desconoce el paradero de muchas de sus pinturas.
Helguera no tan afortunado económicamente, fue un católico ferviente, admiró a los muralistas, se consideró parte de un engranaje industrial y se aceptó como pintor de almanaque sin que esto pareciese afectarlo. Siempre fue modesto en su manera de ser, jamás se sintió artista ni pretendió exhibir sus originales, quizá por eso no ha sido lo suficientemente valorado, razón por la cual su obra debería seguir presente en los hogares mexicanos, darlo a conocer a las nuevas generaciones, apreciar la forma en que ilustró nuestros valores.
Jesús Helguera, falleció el 5 de diciembre de 1971, pero su legado de más de seiscientas pinturas está vigente y aún nos sigue despertando imágenes e ilusiones de aquellas leyendas e historias convertidas en arte para todos. Helguera fue un artista que convirtió su obra en símbolo de mexicanidad.