Luis Reed

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Luis Reed Torres.

Luis Reed Torres es un historiador y periodista mexicano que, a la par de Salvador Borrego, es considerado uno de los principales escritores del revisionismo histórico en este país. Entre el 1 y el 3 de mayo de 2015 participó del Primer Congreso Internacional Identitario.

Biografía

Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM; en 2009 recibió un reconocimiento del Club Primera Plana por 45 años de ejercicio periodístico. Ha escrito cientos de artículos sobre historia, política y economía en diversos medios como El Sol de México y la antigua Cadena García Valseca, El Heraldo, Excélsior, Impacto y muchos más.

Asimismo, es autor de varios libros y ha sido catedrático de Historia del Periodismo Mexicano y conferenciante en diversos foros culturales tanto en México como en el extranjero.

Ha impartido igualmente varios diplomados sobre Historia de México a profesores con nivel Licenciatura en la UNAM. Luis Reed se caracteriza por su acuciosidad en la investigación y ha consultado diversos archivos y bibliotecas en busca de materiales inéditos para sus trabajos históricos. Entre otros, el Archivo General de la Nación, el Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional, el Archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el Instituto de Investigaciones José María Luis Mora, el Centro de Estudios de Historia de México CONDUMEX, el Fondo Reservado de la Univeridad Autónoma de Nuevo León, la Biblioteca Nacional de Francia en París y la Biblioteca Bancroft de la Universidad de California.

En los años 1990 y 1991. Luis Reed fue comisionado por el gobierno de México para localizar en Francia los restos desaparecidos de don José María Morelos, de acuerdo con diversas hipótesis que apuntaban en ese sentido.

Portada del libro El Libertador sin Patria de Luis Reed

Libros

  • El Libertador sin Patria


El libro que el amable lector tiene hoy entre sus manos no constituye ni pretende ser una biografía más de Agustín de Iturbide. Al menos no en la manera en que esto se entiende, es decir el repaso más o menos detallado de la vida de alguien. De hecho existen de mucho tiempo atrás documentados relatos que abordan de lleno el tránsito terrenal de este singular personaje nacido en la antigua Valladolid (hoy Morelia) el 27 de septiembre de 1783. Entre éstos destacan, sólo por mencionar algunos, los realizados por José Joaquín Pesado, Ezequiel A. Chávez, Alberto de Mestas, William Spence Robertson, Alfonso Trueba, Mario Mena, Andrés Barquín y Ruiz y Jaime del Arenal Fenochio.

En cambio de esto, he abordado un aspecto poco o nada estudiado, que si bien no asumo en modo alguno que haya desarrollado de manera integral (pues los textos insertados podrían multiplicarse y lo publicado aquí es por ende una antología), sí puedo afirmar, empero, que lo he trabajado de manera muy amplia en procura de no dejar dudas en cuanto a lo que sustenta: la demostración irrefutable del reconocimiento colectivo de Iturbide como Libertador de México durante un siglo --de 1821 a 1921--, a partir de la consignación en esta obra de los múltiples testimonios que sobre el particular legaron para la posteridad muchos importantes personajes de las más diversas ideologías y/o posturas políticas. Encontramos así relevantes insurgentes, liberales radicales, ardientes republicanos, católicos devotos y monarquistas convencidos, que sobre todo en las significativas fechas de 16 de septiembre --inicio de la lucha independentista-- y 27 de septiembre --entrada del Ejército Trigarante en la ciudad de México-- participaron como oradores en los diversos actos cívicos programados al respecto a lo largo y ancho del país. Todos con un común denominador por delante: el reconocimiento de don Agustín de Iturbide como Libertador de México, sin perjuicio, claro está, del emocionado recuerdo de los primitivos combatientes de 1810, y el convencimiento pleno de que a raíz del asesinato de Iturbide el camino de la nación se extravió y es hora que sigue sin encontrársele.

En otras palabras, se ratifica aquí lo que no pocas veces otras voces han sostenido: Agustín de Iturbide no es héroe de secta o de facción, sino figura nacional que merece, sin la menor duda, el reconocimiento sincero y actual del pueblo mexicano a su obra ingente, tanto más cuanto que tras su abdicación, exilio y muerte el país se precipitó por un despeñadero de tensiones y contiendas fratricidas que anularon su proyectada grandeza.

Cuando en mi ya lejana infancia cursaba los años escolares de primaria y en mi adolescencia los de secundaria, invariablemente escuché que Agustín de Iturbide era un personaje nada recomendable: cruel, traidor, oportunista, ambicioso y pillo, que de ribete se había hecho coronar a la fuerza Emperador. He de confesar aquí que, a diferencia de otros individuos de la historia mexicana de los que también se me referían horrores sin cuento pero a los que por alguna ignota en ese momento no supuse tan malévolos (y qué bueno que así haya sido), la figura de Iturbide se me antojaba en extremo desagradable y repelente. Así de intensa y efectiva había sido la inoculación sufrida por mí de aquellas interesadas afirmaciones en apariencia irreprochables.

Hubo de pasar algún tiempo --no mucho, por fortuna-- para que tuviese acceso a interesantes y trabajadas obras históricas, debidamente enriquecidas con fuentes puntualmente citadas que también más tarde tuve oportunidad de consultar, para que cambiase radicalmente mi criterio sobre el tema que voy tratando. Y si a esto agrego que acudí luego a archivos y bibliotecas en busca de nuevas fuentes primarias que ampliaran y redondearan el conocimiento sobre Iturbide, huelga decir que el viraje fue completo.

El lector atestiguará en este libro la general e incontrovertible popularidad de Iturbide, debida a su rápido y competente manejo de la situación política que encaró en 1821 y que derivó en la independencia de México, y asistirá a la entusiasta y vibrante remembranza con la que el Libertador fue evocado a lo largo de todo un siglo, para finalizar con el brutal atentado cometido en perjuicio de la verdad histórica que borró a don Agustín de la memoria de los mexicanos. De hecho, a Iturbide se le asesinó dos veces: una, física, el 19 de julio de 1824, en Padilla, Tamaulipas; otra, cívica --y sin duda más proditoria que la anterior--, el 7 de octubre de 1921, en la Cámara de Diputados.

Algunos párrafos de este trabajo los he aprovechado anteriormente cuando me he ocupado del proceso de independencia, pero en el presente volumen se hallan sumamente ampliados y enriquecidos, cuando no cambiados, con nuevos elementos de consulta que refuerzan las afirmaciones asentadas. Por lo demás, es claro que el libro contiene infinidad de datos casi o enteramente desconocidos que estoy seguro constituirán variadas sorpresas para el lector, incluso una carta de 1822 de don Vicente Guerrero a Iturbide, que aquí se publica completa por primera vez, y en la que el caudillo suriano reconoce en don Agustín de Iturbide al verdadero Padre de la Patria.

Obvio es decir que si este esfuerzo de investigación contribuye a rectificar y/o ratificar criterios y a restaurar la verdad histórica, tan flagrantemente violentada y atropellada en este país, así como a reparar una asombrosa y perdurable injusticia que se ha extendido ya durante casi un siglo y cuya principal víctima ha sido el propio pueblo mexicano, habrá cumplido su propósito.


Portada del libro Los conocí de cerca
  • Los conocí de cerca


Durante casi 55 años don Salvador Borrego y yo cultivamos una amistad íntima, nacida desde los lejanos días que el afamado autor de Derrota Mundial fundó y dirigió el periódico El Sol de México, de la antigua Cadena García Valseca. Así, la vida me deparó atestiguar el inusitado éxito de aquella publicación desde una trinchera privilegiada: la Mesa de Redacción del propio diario, donde aquel hombre, de trato formal sobrio vestir y estructurada y analítica mente, confeccionaba cotidianamente la edición a partir de las diversas notas informativas, obtenidas por un excelente grupo de reporteros, que se le hacían llegar para tal efecto.

Esta remembranza propia que hoy aparece versa sobre aquella época, y si bien se trata de manera sucinta, lo aquí asentado es suficiente para aproximar al lector al ambiente y a las relaciones humanas y profesionales que prevalecían en aquel grupo de competentes tundemáquinas -encabezados con singular destreza por Borrego- que dejaron una imborrable huella de éxito en la historia del periodismo mexicano contemporáneo.

Sirva este texto de modesto homenaje a mi entrañable amigo y maestro Salvador Borrego Escalante, decano del revisionismo histórico en el mundo y con quien sostuve innumerables conversaciones de todo tipo de temas a lo largo de casi once lustros, pero también de sentido recuerdo a una pléyade de personajes que igualmente me distinguieron con su cariño y me brindaron sus experiencias y vastas luces intelectuales.

Obras

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