Miguel de los Santos Taborga

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Miguel de los Santos Taborga Pizarro (1833-1905) fue un sacerdote, periodista, historiador y político boliviano que combatió al positivismo. Fue arzobispo de la actual Chuquisaca y miembro de la Real Academia Española (RAE). Se opuso a la invasión chilena del mar boliviano, favorecida por la masonería, y logró que la Santa Sede no reconozca esa ocupación.

Biografía

Retrato del arzobispo.
Raimundo, hermano de Mons. Taborga.

Nació el 5 de julio de 1833 en Sucre, hijo de Mariano Taborga Contreras y Ana María del Carmen Pizarro y Zaldúa, familia de alta clase social. Fue bautizado al día siguiente en la parroquia Santo Domingo, teniendo por padrino a don Tomás Genaro Barrón. Su abuelo por parte de madre fue el último presidente de la Real Audiencia de Charcas, Ramón García de León y Pizarro. Desde muy pequeño criticaba a la sociedad chuquisaqueña, señalando sus desvíos morales.

Sus hermanos se llamaban Fernando, Manuel Mariano, Carlos María, José Raimundo, José María, Justo Lorenzo, María Magdalena, Joaquín Simeón, José Marcelino y Juana. A sus 18 años, fundó la Sociedad Católica Literaria en San Felipe Neri. En 1852 fundó junto a Mariano Baptista (futuro presidente republicano) el periódico El Amigo de la Verdad. Participó también del periódico El Cruzado, fundado en 1868.

El 11 de enero de 1857 fue ordenado sacerdote a la edad de 55 años. Miguel gozó de tanta reputación, que formó parte de la delegación boliviana al Concilio Vaticano I (1869-1870) como secretario del arzobispo de La Plata (hoy arquidiócesis de Sucre), Pedro Puch y Solona. Luego de regresar a Bolivia, fue designado presidente del Congreso Nacional durante la Asamblea Constituyente de 1871. Más adelante, formó parte de la Convención Nacional en 1880. Tuvo 18 años de trayectoria en la política y participó de discusiones intensas contra Casimiro Olañeta y Casimiro Corral.

Su labor eclesiástica

Mapa de las diócesis de Bolivia. La actual arquidiócesis de Sucre (centro-sur) antes se llamaba La Plata o Charcas.

El 8 de mayo de 1898 fue designado arzobispo de La Plata, luego de haber renunciado 3 veces al puesto. Posiblemente Mons. Taborga haya sugerido que sea su sucesor el padre Sebastián Pifferi para el arzobispado de dicha jurisdicción eclesiástica, debido a que Pifferi sabía más que Taborga sobre los asuntos de la Iglesia en el oriente boliviano, y había necesidades que atender ahí.

Cierta ocasión, se produjo un episodio de severidad y una gran muestra del orden estricto con el que Mons. Taborga quiso cumplir su labor. En 1901, excomulgó a los escritores del periódico tarijeño El Ideal, lo cual causó mucho impacto al municipio de Tarija y generó división en los intelectuales, además de consternación en la ciudadanía.

El gobierno había otorgado demasiada protección a estos letrados, favoreciéndoles con puestos burocráticos, lo cual siempre cuestionó el Convento de San Francisco. Los habitantes de Tarija reaccionaron contra los intelectuales avalando la excomunión, debido al comportamiento escandaloso de estos. Entre otras cosas, los literatos solían ir a escuchar el sermón de la misa con lápiz y papel para deformar lo dicho y blasfemar.

Además, estos intelectuales convocaban a manifestaciones con pocos asistentes, y en ellas apedreaban al convento, después de lo cual los frailes llamaban a la policía. Los rebeldes invocaban a la libertad y relacionaban la confesión con la Inquisición y el clericalismo.

Cierto día, uno de ellos murió en una fiesta frente a un plato de carne mientras se reía. Y más adelante, un sacerdote que había dado un sacramento al médico excomulgado Leocadio Trigo, llegó a Padcaya sin habla y explicó con señas lo que había pasado.

El 2 de mayo de 1901, el sacerdote jesuita inglés Kenelm Vaughn aseguró tener autorización de Mons. Taborga para llevar a Europa los restos del padre Julián de Lizardi (asesinado por indios chiriguanos el 17 de mayo de 1735). Esto no sin antes dejar los huesos de un brazo suyo en la catedral de Tarija. La población pidió a Mons. Taborga que se retracte de este permiso, pero él mantuvo el permiso.

Aun así, con miedo ante el descontento, el padre Kenelm ocultó los huesos en una petaca de cuero y fue con ellos en una mula. Cruzó por Taxara, Humahuaca, Jujuy y Tucumán, siendo bien recibido en dichos municipios argentinos. Cuando llegó a Buenos Aires, depositó los restos del padre Lizardi en el Colegio del Salvador, que pertenecía a la Compañía de Jesús.

Cierta ocasión, Mons. Taborga otorgó el permiso a Primo Arrieta, párroco del municipio Santiago de Macha, de facilitar el traslado de la bandera de Macha (primera bandera independentista de Hispanoamérica) a la capilla de Guadalupe en la ciudad de Sucre.

Su aporte como historiador

Otro retrato de Mons. Taborga.

Taborga abordó temas importantes en su labor historiográfica, como las protestas del rebelde indígena Juan Manuel de Cáceres. La reputación de Taborga como intelectual fue tan grande, que la RAE lo nombró su corresponsal en Bolivia al igual que a otros personajes destacados (como Belisario Boeto y Severo Fernández Alonso) entre 1876 y 1892.

Otro acontecimiento importante es que Mons. Taborga señaló las abundantes lagunas informativas y ambigüedades en la a la biografía oficial del independentista Eustaquio ‘Moto’ Méndez. Esta había sido escrita por Manuel María Urcullu, un jurisconsulto revolucionario, considerado ‘el único cronista altoperuano de la Guerra de la Independencia’. El arzobispo también escribió en otro libro sobre los recursos naturales de Bolivia:

Las telas de algodón que se tejían en el país procuraban la subsistencia a miles de personas de Chuquisaca y más todavía en Cochabamba. Era una industria tosca y rudimentaria, pero, que por lo mismo empleaba mayor número de brazos en los telares e hilados. Los tocuyos de que vamos hablando se enviaban en gruesas cantidades hasta Buenos Aires, de donde volvían pintados con labores y a venderse con el nombre de angaripolas en precio duplicado. Estos lienzos, las macanas y toallas de Moxos, eran casi el único tejido de algodón que se consumía en el país.

Taborga también publicó una lista de obispos que participaron en la construcción de la Catedral Metropolitana de Sucre. En esa lista, omitió a un importante obispo que otros mencionan, y es Fernán González de la Cuesta.

Sin embargo, un hecho que causa mucho interés es que Taborga parece haber sido reivindicador del Imperio Español (o al menos de su legado pasado), pues causó las rabietas del historiador independentista Eufronio Viscarra, quien tergiversa al arzobispo en un libro suyo sobre el tema. La referencia a la que cita Viscarra es el libro póstumo Estudios históricos de Taborga, en el que el arzobispo había justificado las acciones de algunos soldados realistas.

Entre estos soldados estaba José Manuel de Goyeneche, personaje acusado por la historia oficial de jugar al doble partido luchando al mismo tiempo por la causa del rey Fernando VII y las aspiraciones al trono de Carlota de Borbón. En ese libro, según Viscarra, Taborga atribuye al independentista Juan José Castelli haber violado el armisticio que hizo con los realistas. Esto a pesar de que el arzobispo admite que Goyeneche atacó primero a los patriotas en Guaqui el 20 de junio de 1811, tres días antes de que venza la tregua.

Como es habitual en los historiadores independentistas, lo más probable es que esta observación de Viscarra sea una malinterpretación de lo que dice Taborga. Además, parece ser un intento desesperado de hacer ver como contradictorios y mentirosos a los escritores que no repiten la historia oficial, que nos habla de una independencia patriota contra un imperio malvado. No obstante, eso solo podrán confirmarlo o refutarlo los historiadores contrastando fuentes.

Cruzada contra el positivismo

Mons. Taborga fue uno de los enemigos más acérrimos de esta corriente filosófica en Bolivia, junto al presidente Mariano Baptista Caserta. Este último, en su folleto a favor de la educación religiosa escolar, titulado Por la libertad de enseñanza, decía: «El Estado que quiere sustituirse a esos santos poderes es usurpador; porque éstos no vienen de la sociedad, antes la constituyen. Son elementos extrínsecos, pre sociales, donde beben su legitimidad las instituciones». Baptista acusó a la intromisión laica en la instrucción religiosa como ‘desoladoras doctrinas’ que llevaban a ‘conclusiones bastardas en el orden moral’.

Por su parte, Mons. Taborga publicó un libro titulado El Positivismo, sus errores y falsas doctrinas. Dedicó esta obra a los padres de familia y a los jóvenes, y designó a los difusores de esta corriente de pensamiento como ‘secta materialista’. Asimismo, afirmó que la historia nos enseñaba que la teología y metafísica no conformaban un mundo aparte, sino que coexistían como fuentes paralelas al conocimiento humano, es decir, que eran igualmente válidas a las ciencias físicas, a diferencia de lo que creían los positivistas.

Por esta razón, aseguró que era inútil e imposible rechazar lo que no pueda someterse a la experimentación científica. En consecuencia, señaló al positivismo como la negación de la libertad humana y manifestación pura de ateísmo.

Su mayor polémica la alcanzó con Benjamín Fernández, apodado ‘el Comte boliviano’, un pensador liberal potosino que defendía las ideas positivistas de Auguste Comte. Fernández estudió en Sucre y fue discípulo de Manuel María Caballero, filósofo cruceño que alarmó a los católicos de la capital.

Retrato de Benjamín Fernández, por Valeria Rodríguez.

En junio de 1858, Fernández se recibió como abogado y viajó a Europa para estudiar el sistema educativo del viejo continente. Al regresar a Sucre, se hizo amigo de Santiago Vaca Guzmán, ‘uno de los hombres más inteligentes de la época’, pensador liberal que había sido exiliado en 1871 por una campaña periodística que lanzó contra el gobierno.

Manuel María Caballero.

Vaca Guzmán sostenía las ideas de Caballero y decía: «No existe fiera más cruel y más sanguinaria que la criatura humana bestializada por el fanatismo religioso». Era demócrata y se le considera el principal teórico del liberalismo boliviano.

Santiago Vaca Guzmán.

Fernández divulgó las ideas positivistas en la cátedra, ya que era profesor, además de escritor y periodista. Defendía el advenimiento del progreso mediante la técnica y el triunfo de la industria.

La gran polémica entre Taborga y Fernández se suscitó en torno a la ceremonia de instalación de cursos del Liceo Libertad en 1877. El principal antecedente para esto fue la Ley de Libertad de Enseñanza, emitida en noviembre de 1872. De acuerdo a esta ley, el Estado se debía ocupar solo la educación primaria; del resto, se encargaba la Iglesia Católica.

Fernández se expresaba en su periódico La Libertad y Taborga lo hacía mediante El Cruzado. En el Nº33 de su periódico católico, Mons. Taborga expresaba:

(El incidente) deja sentir esas funestas tendencias y criminales trabajos dirigidos a extraviar la inteligencia de la juventud. El hecho, como nos ha sido relatado, es el siguiente: concurrieron a solemnizar el acto de instalación el inspector general, las autoridades políticas y militares del departamento y algunos individuos particulares. Terminado el discurso inaugural y leído el reglamento interior que se dispone a los profesores del instituto, el señor inspector hizo notar en la gravísima circunstancia de haberse consignado en dicho reglamento un artículo que daba la más absoluta libertad al profesor para enseñar cualesquiera doctrinas que tuviese por conveniente transmitir a sus alumnos, sin que haya autoridad que pueda ejercer el derecho de inspección al respecto. Tal artículo, opuesto a las creencias y leyes de nuestro país, fue muy justamente observado por el inspector, quien en cumplimiento de su deber, no podía permitir que simples particulares asociados para la instrucción de la juventud se atribuyesen por sí y ante sí la facultad de abrogar las leyes y disposiciones vigentes en tan delicada tarea.

Posteriormente, en el Nº34, hizo un llamado de alerta a los padres:

Por ahora, nos limitamos a advertir a los padres de familia de que la instrucción está no solamente maleada, sino constantemente pervertida, particularmente en el Instituto Libertad. Cuantos datos hemos recogido de las doctrinas sobre ciencias políticas, especialmente que hasta aquí ha enseñado alguno de los profesores que en dicho establecimiento tiene una parte activa y principal, no pueden ser peores. Desde luego, no habiendo concurrido jamás a las clases del indicado profesor, tenemos que atenernos al testimonio de otros, pero nos creemos bien informados para aseverar lo que llevamos dicho.

Fernández reaccionó escribiendo:

El Cruzado, fantasma de edades pasadas, es un anacronismo, permanece estancado en medio de la barbarie del siglo XIII, mientras que la sociedad, evolutiva por naturaleza, ha llegado al siglo XIX. El Cruzado perseguiría todavía a Haydn, atormentaría a Campanella, flagelaría a Pinel, aprisionaría a Galileo, encarcelaría a Pascal, a Molière, a Montaigne. Mientras que la ciencia triunfante con las confirmaciones de la experiencia levanta estatuas a esos genios, asienta sobre los trofeos de sus grandiosos descubrimientos el edificio de su poder, los señores cruzados acechan aquel establecimiento de nuestra libertad, porque en él se procura enseñar ciencia en vez de teología. La libertad de enseñanza tiende a la investigación de la verdad, la cual excluye a la intolerancia.

Taborga le respondió de la siguiente manera:

El catolicismo no envejece ni muere, y El Cruzado, que sigue su bandera, es siempre viejo y siempre nuevo como el catolicismo. El profesor (Fernández) es el mismo, no más que un rezagado del siglo XVIII, del siglo impío e incrédulo. Toda la ciencia se contiene en la teología: Dios es la verdad y la verdad por esencia, y la verdad suma y absoluta. Pretender apartar a Dios de la ciencia es, pues, pretender nada menos que apartar a la ciencia de la verdad. Para que las ciencias sean ciencias, tienen que llegar a ese centro donde todo se reúne, a ese foco que condensa todo rayo luminoso: Dios. Los padres de familia no quieren profesores que anden todavía tras la investigación de la verdad: quieren profesores que posean la verdad, que la conozcan y que puedan transmitirla a sus hijos.

Para Benjamín Fernández, la libertad de enseñanza plena estaba en la libertad de doctrina, pero para Taborga eso era absurdo, debido a que la Ley del 22 de noviembre brindaba libertad de profesorado, no de impartir doctrinas cegadas, como el positivismo. Según esta doctrina, la ciencia reemplaza a la teología, aunque en realidad, según indicaba Taborga, la verdadera ciencia incluye teología.

Otra polémica giró en torno a los periódicos El Orden y La Capital. El primero, fundado en 1889 por Fernández, era la voz del Partido Democrático y de tendencias liberales; defendió la candidatura del masón Gregorio Pacheco contra la del católico Mariano Baptista. El segundo, fundado en 1890 por Mons. Taborga, defendió al ultramontanismo contra el espíritu liberal, la masonería y el positivismo.

En El Orden, Fernández publicó:

Se ha violado la Constitución cancelando derechos, imponiendo penas infamantes, fusilando por delitos políticos. Se ha atentado contra la libertad de imprenta, se ha destruido la libertad de enseñanza, se han sancionado privilegios odiosos. No es todo eso lo peor: se aviva el fanatismo religioso, se provocan rivalidades de doctrinas, se azuzan los ciudadanos los unos contra los otros, favoreciendo a estos, y persiguiendo y anatemizando a aquellos. Se violan las tumbas, se profanan los cadáveres, se excomulgan publicaciones.

La respuesta de Taborga fue:

Al encasillar la presunción propia dando ínfulas de sabio, no dejáis de la boca los nombres de ‘ciencia’, ‘progreso’ y ‘libertad’. Escupís sentencias, pronunciáis oráculos. Lo que quisierais es retozar, seguir corrompiendo y extraviando las ideas sin que nadie os inquiete ni moleste. Lo que leéis no es vuestro pensamiento, no tenéis juicio propio ni jamás se os conoció un solo acto de crítica.

Fernández le contestó defendiendo los principios fundamentales del comtismo: el valor de la ciencia, el determinismo, el progreso del espíritu humano y el método positivo. En consecuencia, Taborga acotó:

El positivismo no es un progreso ni el ateísmo y el materialismo son ideas nuevas, sino errores viejísimos presentados hoy bajo el mentiroso nombre de ‘ciencia’. ¿Y de qué libertad habla el redactor? ¿Qué es la libertad para quien constantemente enseña a sus alumnos que no existe libre albedrío, que el hombre es movido en sus acciones precisamente por aquel objeto que inclinaba la balanza de su voluntad? Si el libre albedrío es una quimera, levantemos bien alto la bandera de la fatalidad, las leyes están demás. Rasguemos nuestros códigos: nadie es culpable, nadie es responsable. ¡Abajo los tribunales! Apodérense cada uno de lo que pueda, domine el más fuerte, ¡viva el derecho de la fuerza! Y vos, que acabáis de negar el libre albedrío, añadís que la libertad es una realidad.

Fernández insistía en la doctrina de Comte, lo cual indica su falta de originalidad y la constante repetición de lo ajeno. Además, involucró una contradicción evidente, ya que se escudaba en la oda a la libertad sin dar cabida al libre albedrío del que nos habla la fe católica.

Fernández atacaba al clericalismo, pero según sus propias palabras, no era enemigo de la religión. En sus cursos del Liceo Libertad y en sus artículos de prensa, sostuvo que había que luchar contra el conservadurismo, que trataba de explotar los sentimientos religiosos para hacerlos servir a los intereses terrenales de los hombres, de la Iglesia y de los políticos. En este sentido, aseguraba que las creencias conformaban hechos de conciencia íntima. Todo esto lo decía, por supuesto, ignorando lo que enseñaba la Iglesia y, por tanto, atacando argumentos imaginarios.

Adicionalmente, según sus propias palabras, Fernández no era ateo, sino agnóstico. Taborga lo calificaba de impío, herético, materialista y ateo. En cierto momento, Fernández reconoció que la ciencia solo podía conocer la realidad dentro de lo que actúa nuestra experiencia personal, pero que detrás de la realidad empírica está lo incognoscible, la realidad última a través de la que nada puede decirse (agnosticismo).

A pesar de todo ello, Taborga insistía lo siguiente:

Respecto de nuestra patria, las doctrinas positivas son demasiado materialistas, demasiado ateas, demasiado groseras para que lleguen a dominar en el grado y modo que vosotros esperáis, pero no por eso dejan de ser un funestísimo mal para este pobre país, donde la falta de instrucción y de estudios serios darán cierta boga, aunque sea efímera, a los absurdos principios del positivismo.

Defensa del mar boliviano

Feria de Pascua en la plaza principal de Sucre (1870).

La Guerra del Pacífico entre Bolivia y Chile fue escenario de un fuerte combate jurídico, diplomático y ético entre la masonería (tanto chilena como boliviana) y la Iglesia Católica. Mons. Taborga no fue ajeno a esta batalla, pues en su obra Oración por la patria escribió:

Señor, Dios de los ejércitos y de las batallas, apiádate de nosotros. Si es grande nuestro pecado, más grande es tu misericordia. / Apiádate de este pueblo y sálvale de las manos de sus enemigos y de tantos males que le rodean. / Señor, Señor, con mi espíritu atribulado me vuelvo a Ti, para pedirte que cesa ya la calamidad que nos aflige. Si no escuchas propicio mi plegaria, borra mi nombre del número de los vivientes.

Durante la Guerra del Pacífico, Mons. Orrego, obispo de La Serena (Chile) elogió la ocupación del Litoral boliviano por el ejército de su país. Al conocer estos comentarios, Mons. Taborga le envió un memorial el 23 de abril de 1879, en el que reafirmó la soberanía boliviana sobre Atacama y los límites con Chile. Dijo:

¿Cómo creer que hay un Obispo que ignora hasta dónde se extiende el territorio de su jurisdicción? ¿Cómo persuadirse que a los cuarenta años de que se fundó la diócesis de La Serena y a los diez años que vos ocupáis esa sede, aún no conozcáis los límites de vuestra jurisdicción?

Si vuestra diócesis no tuviera un territorio bien demarcado, ¿qué clase de Obispo seréis vos, Monseñor? ¿Sólo hoy procuráis conocer bien los límites septentrionales de nuestra jurisdicción? … ¿Pero qué os impedía conocerlos mucho antes? ¿No era ésta una obligación estrictísima? ¿No era una obligación de conciencia?

Aseguró también que a la luz de la moral, era condenable cualquier guerra promovida para robar recursos naturales, y prosiguió acotando: «Cuando contra toda razón y derecho suscribís a la usurpación más inicua hecha por la fuerza bruta, ¿de dónde, Monseñor, sacará fuerzas vuestra palabra para condenar la usurpación del patrimonio de San Pedro?». Más adelante, prediciendo las consecuencias de la guerra, señaló: «Es bien claro que la agresión chilena no se resolverá con la pluma, pero no es menos claro, Monseñor, que ni con todo el ejército de la Rusia podéis adquirir jurisdicción sobre un solo palmo de territorio boliviano».

En el mismo documento, Mons. Taborga detalló cómo varios documentos de valor geográfico e histórico habían sido manipulados en Chile para favorecer su invasión sobre Bolivia, entre ellos:

  • Juan Ignacio Molina, Compendio de la historia geográfica, natural y civil del Reino de Chile (1776)
  • José María de Salas y Quiroga, Compendio de la historia antigua (modificada en 1846, erróneamente atribuido a Jacinto de Quiroga)
  • Pedro de Córdova y Figueroa, Historia de Chile (dejada incompleta en 1751 y publicada con modificaciones en 1862)
  • Miguel de Olivares, Historia militar y civil y sagrada de Chile (publicada en 1758 y modificada en 1864)
  • Miguel de Olivares, Historia de la Compañía de Jesús en Chile (publicada en 1738 y modificada en 1874)

Varios escritores chilenos se esforzaron en propagar la mentira a sus compatriotas, entusiasmados por la invasión sobre Atacama. En respuesta a ello, se publicó en Bolivia varios documentos que pusieron al descubierto la falsificación de archivos por parte de Chile. Entre los documentos que Mons. Taborga señala como adulterados están:

  • Pedro Mariño de Lobera, Crónica del Reino de Chile (publicado en 1594 y modificado por el padre Bartolomé de Escobar en 1865)
  • Vicente Carvallo Goyeneche, Joaquín de Villarreal y Cosme Bueno, Colección de historiadores de Chile y documentos relativos a la historia nacional (publicado en 1861 y modificado en 1876)
  • Testimonios de Cristóbal Suárez de Figueroa (publicados en 1613 y modificados en 1864)
  • Joaquín de Villarreal, Informe hecho al rey nuestro señor Don Fernando el VI por sobre contener y reducir a la debida obediencia los Indios del Reino de Chile (publicado en 1752)

Estas publicaciones comprueban que la frontera chilena con Bolivia empezaba en el río Salado o valle de Copiapó y que el desierto de Atacama perteneció siempre Bolivia. Luego de demostrar su tesis, Mons. Taborga concluye: «Está pues demostrado que el verdadero móvil de la conquista del litoral boliviano por parte de Chile, ha sido la posesión de las riquezas de dicha región y no, como se trata de persuadir al pueblo chileno: “la reivindicación del territorio”». Y sobre la apropiación chilena de Atacama, el arzobispo apunta: «Gracias a la inventiva chilena, la palabra reivindicación será desde hoy aceptada en el mundo como sinónimo de felonía y usurpación”.

Por razones de seguridad nacional, durante la guerra había cierta colaboración forzada entre todo tipo de elementos en la diplomacia boliviana. Por ejemplo, luego de su manifiesto de 1882, el general masón Eliodoro Camacho envió una carta a Mons. Taborga afirmando lo siguiente:

Durante aquel consejo militar unos jefes apoyaban mi idea, otros opinaban a favor de una retirada y otros, en fin, se declararon sin el derecho de pensar y sólo con el deber de obedecer. El General en Jefe no hacia manifestación alguna, pero con movimientos de cabeza y una que otra palabra entrecortada, mostraba su decidido propósito de retirada.

Yo por mi parte insistía, apoyado por varios, en que él y yo fuésemos a Pozo Almonte. De norte a sur existían los puntos de Camarones, San Francisco (Dolores) y Pozo Almonte, ocupados, respectivamente, por el ejército boliviano, el chileno y el perú-boliviano. La unión del primero con el tercero no podía verificarse sin exponerse a un choque desventajoso con el segundo, que estaba en el centro.

Muerte

Plaza del Teatro de Sucre en 1900.

Mons. Taborga falleció el 12 de diciembre de 1905 a los 72 años, dejando un testamento. En 2019, en homenaje a su legado, el Museo de la Catedral de Sucre abrió la cripta donde descansan sus restos. El cuerpo de Mons. Taborga mantiene la vestidura con la que falleció, aunque se conserva 80% del mismo debido a profanaciones.

Era normal en la época que la osamenta se envuelva en estaño cubierto con cal y sellado con latón, para después ser depositado en un ataúd de madera que fue imposible de salvar. Para exhibirse, el cuerpo del arzobispo fue sometido a una desinfección especializada en nuevo ataúd de madera con cubierta de vidrio.

El escritor Carlos Medinacelli dijo sobre Mons. Taborga: «Conocía, como buen latinista y lector de los clásicos españoles, todos los recursos del idioma para escribir en una elegante y castiza forma, como bíblica riqueza de imágenes y apóstrofes, como hemos dicho, semejantes a los del profeta hebraico».

Obra

Si bien su obra escrita se encuentra relativamente dispersa, estas publicaciones son aquellas de las que se dispone abiertamente datos hasta el momento:

  • Idea general de una introducción a la historia de Bolivia
  • Aclaraciones sobre el 25 de mayo
  • Investigaciones históricas sobre la triple misión de Goyeneche
  • Crónica de la revolución del 8 de septiembre (1887)
  • Oración por la patria
  • Crónica de la Catedral de Sucre
  • Biografía del reverendo padre Mariano Jacobo M. Ramallo
  • Documentos inéditos para la historia de Bolivia (1891)
  • Un capítulo de la historia de la época colonial (1905)
  • El positivismo, sus errores y falsas doctrinas (1905)
  • Estudios históricos (1908)

Bibliografía

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