Jordán Bruno Genta

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Jordán Bruno Genta

Jordán Bruno Genta nació en Buenos Aires, el 2 de octubre de 1909 y murió el 27 de octubre de 1974. Fue un escritor y filósofo nacionalista católico argentino, profesor de filosofía y letras durante 40 años. Incursionó en el periodismo y escribió numerosos libros de amplia difusión. Fue rector del Instituto Nacional del Profesorado (en Buenos Aires).

Primeros años

Bruno Genta nació el 2 de octubre de 1909, festividad de los Santos Ángeles Custodios. Pero la familia en cuyo seno vio la luz estaba muy lejos de asociar dicha festividad con el nacimiento de su segundo hijo varón. En efecto, el padre, Carlos Luís Genta, era un ateo empedernido, anarquista más por modalidad que por ideología, anticlerical impenitente. Admirador de cuanto heresiarca famoso registraban sus conocimientos de historia, le impuso a su hijo el nombre de Jordán Bruno, en homenaje a Giordano Bruno, el monje herético que acabó sus días en la hoguera. Huelga decir que ni Jordán Bruno ni sus otros dos hermanos recibieron el bautismo. Este llegaría bastante más tarde cuando, ya adultos, cada uno pudo bautizarse según diversas circunstancias y por caminos distintos.

De la madre, Doña Carolina Coli, no tenemos demasiados datos. Sabemos, sí, que era una mujer de singular belleza, muy enferma y que murió joven a causa de una enfermedad del corazón. Buscando un clima más benévolo para la salud de la madre, la familia se trasladó a Mar del Plata. Pero el mal era, por entonces, incurable y el final previsible no tardó en llegar. Jordán Bruno contaba sólo trece años a la muerte de su madre.

Carlos Luís era el dueño de una pastelería que funcionaba en la misma casa de la familia, en la calle Malabia, del barrio de Palermo, en la hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En algún colegio de esa zona hizo Jordán sus estudios primarios. La Escuela Secundaria, en cambio, la cursó en el Colegio Nacional Mariano Moreno, célebre por la proverbial rebeldía de sus alumnos. Allí tuvo como celador alumno (lo adelantaba en un año) al que, con el tiempo, sería Presidente de la Nación, Arturo Frondizi.

Durante los años del Secundario lejos estuvo de ser un estudiante metódico y disciplinado. Sobresaliente en todo conocimiento que le interesara, se sentía subyugado por lo grande y lo distinto. Así admiró a su profesor de Literatura, Baldomero Fernández Moreno, que le transmitió muy poca información libresca pero le hizo amar la poesía y contemplar la belleza. No siendo su vocación las letras, sin embargo el poeta fue el profesor que más lo marcó en esta etapa. Díscolo y brillante fue líder en su grupo. Solía hacerse frecuentes "rabonas" para ir a jugar al billar o al fútbol. Un año en el que el Rector acortó el límite de faltas, tuvo que rendir todas las materias. El Mariano Moreno era un colegio revoltoso, como dijimos; y Genta era revoltoso y, en ocasiones, lideraba las "revueltas".

El estudiante universitario

Al finalizar los estudios secundarios, ya asomaban en Genta los rasgos de su carácter: una inteligencia poderosa, una pasión inflamada y una fuerza de liderazgo que cautivaba a quienes se acercaban a él. Por aquella época lo atraían tanto el ideario marxista cuanto su praxis. Así ingresa en la entonces Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Estamos alrededor de los años 1926, 1927.

Por aquel entonces, en la Facultad de Filosofía, la enseñanza oficial se ajustaba estrictamente a los cánones del positivismo científico más radical. Sin embargo, comenzaban también los cuestionamientos al positivismo. Las figuras de Coriolano Alberini y Alejandro Korn, se elevaban sobre la chatura de una vida académica adocenada. Alberini, sobre todo, tuvo una decisiva influencia en la formación intelectual de Genta. El escéptico Alberini fue, aún sin saberlo, el magnífico y providencial instrumento de la gracia que sacaría a Genta del marxismo iniciando, así, el camino de su transformación intelectual.

Fue en esta época que Genta conoció a una condiscípula, María Lilia Losada, joven estudiante, hija de una familia española tradicional y católica, de quien se enamoró perdidamente y para siempre. Al finalizar los estudios de grado, se casaron, en Buenos Aires, el 15 de febrero de 1934, en condiciones más que precarias pues él, enfermo de tuberculosis avanzada, se vio forzado a retirarse a las sierras de Córdoba (único remedio por entonces conocido para tan grave mal) y ella, abandonados sus estudios, lo siguió dispuesta a sostener la nueva casa con el magro sueldo de maestra rural.

El retiro serrano. El descubrimiento de la Filosofía Clásica. El primer magisterio

Después de un breve paso por La Calera, el matrimonio se instala en una casa en la localidad de Bialet Massé. Precisamente allí y en Cosquín funcionaban por aquel entonces los hospitales para enfermos tuberculosos.

Poco más de un año duró este retiro serrano. Fue un tiempo decisivo en la vida de Genta. Durante el largo y obligado reposo se sumergió en la lectura de los clásicos, especialmente, Platón y Aristóteles. Huelga aclarar que en aquella Universidad de su primera formación, ambos filósofos eran desconocidos e ignorados: la filosofía, en el mejor de los casos, comenzaba con Kant.

A la vez que su salud se restablecía, las lecturas le abrían, paulatinamente, un universo desconocido y fascinante. Crece su entusiasmo. Poco a poco, casi imperceptiblemente, se va operando en él una extraordinaria conversión intelectual. Restablecido por completo, hacia principios de 1935, marcha a Paraná donde inicia su carrera docente en la Universidad Nacional del Litoral y en el Instituto Nacional del Profesorado de Paraná. Dicta allí las cátedras de Lógica y Epistemología, Crítica del Conocimiento, Sociología y Metafísica (todas ellas ganadas por concurso de oposición y antecedentes). De esta época son los primeros trabajos: Sentido y crisis del cartesianismo (1937), Los problemas fundamentales de la Filosofía(1938), Sociología Política (1940), Curso de Psicología (1940), La sociología y la política en Hegel (1941).

En todos ellos resalta lo que podemos llamar un pathos metafísico, una vehemente y robusta reivindicación de la Metafísica. Es en estos años que lee la obra del filósofo francés Jacques Maritain, Distinguir para unir o los Grados del Saber, a la que dedica un comentario bibliográfico en el que puede leerse: "En esta obra actualísima culmina un movimiento renovador y se retoma el hilo de la meditación rectora de Occidente, ya dos veces consumada en Aristóteles y en Santo Tomás. El vigor perenne de la filosofía realista se evidencia, tanto en su fuerza asimiladora y progresiva, cuanto en su resistencia victoriosa a todas las negaciones del idealismo y del materialismo" (Maritain y la rehabilitación de la inteligencia, copia fotostática sin mención de fuente ni fecha; circa 1939). El camino hacia el pleno encuentro con el Doctor Angélico ya se ha iniciado y no tendrá, de ahora en adelante, pausa alguna.

La Fe y la Patria

Junto con esta notable transformación intelectual, que en Genta se cumple por una vía estrictamente filosófica, se va preparando otra transformación, que vendrá después, más ésta de carácter sobrenatural porque tiene que ver, directamente, con la obra de la gracia. Es en Paraná, en efecto, donde se producirán dos encuentros fundamentales. Primero, el encuentro con la verdadera historia argentina gracias a la lectura de los autores revisionistas cuyas obras conoce en la biblioteca del que fue su eminente y dilecto amigo de esta época, el Dr. Álvarez Prado. Junto con estas lecturas y sus descubrimientos históricos, se va perfilando su opción política fuertemente identificada con las expresiones más relevantes del Nacionalismo Argentino que desde las primeras décadas del siglo XX venía ejerciendo una creciente presencia en la vida política nacional bajo la influencia de los acontecimientos europeos.

Pero al encuentro con la Patria y el Nacionalismo va a suceder el otro encuentro, el de la Fe. Es el mismo Álvarez Prado, a la sazón Profesor del Seminario Diocesano, quien lo pone en contacto con singulares personalidades del clero católico local, con lo que dará comienzo el largo proceso de conversión religiosa. Son años fecundos, de progresiva maduración intelectual, política y religiosa: en 1940 recibe el Bautismo; y en el mismo día, su esposa y él, hacen su matrimonio por la Iglesia.

Pero son, también, aquellos, años decisivos, grávidos de acontecimientos internacionales que repercuten fuertemente en nuestro país. La Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial, después, van condicionado la política nacional. La oposición entre los partidarios de la entrada argentina en la guerra y los que se oponen a ella, en pro de la neutralidad, tensiona de tal manera la política interna que la estabilidad del gobierno constitucional entra progresivamente en crisis. La salida militar aparece en el horizonte. En estas circunstancias inicia Genta una relación estrecha con las Fuerzas Armadas. En 1941 pronuncia, en el Círculo Militar de Buenos Aires, una célebre conferencia, La formación de la inteligencia ético-política del militar argentino, verdadera pieza antológica de una educación castrense centrada en las virtudes heroicas y en la imitación de los grandes arquetipos guerreros. En 1943, ya producido el movimiento revolucionario del 4 de junio de ese año, vuelve a disertar en la misma tribuna, esta vez con una conferencia sobre La función militar en la existencia de la libertad, que reafirma la misma línea doctrinal de la anterior. La educación militar fue una preocupación constante de Genta: sin duda, ella tiene en estas dos piezas oratorias, su punto de partida.

El Gobierno instalado a raíz del antedicho movimiento militar lo designa Rector Interventor en la Universidad Nacional del Litoral. Su gestión fue breve y estuvo signada por grandes conflictos y duros enfrentamientos con los grupos más radicalizados de la izquierda universitaria. Quedan, como testimonios de este paso por la función pública, una serie de escritos, recogidos, después, en un volumen, Acerca de la libertad de enseñar y de la enseñanza de la libertad (1945) donde se contienen las grandes líneas del pensamiento pedagógico de Genta.

Retorno a Buenos Aires. Ostracismo y segundo magisterio

Al cesar en su cargo de Rector Interventor de la Universidad Nacional del Litoral, en mayo de 1944, Genta clausura el ciclo iniciado en 1935 al que hemos denominado su primer magisterio. En esa fecha se traslada a Buenos Aires donde asume el Rectorado del Instituto del Profesorado Secundario, el 6 de junio de 1944. En la ocasión pronuncia un discurso, Misión del Profesorado Argentino, otra notable pieza en la que señala la urgente necesidad de restaurar la inteligencia de los docentes argentinos, afirmándola en el cultivo de la sabiduría perenne. En agosto de ese mismo año inaugura la Escuela Superior del Magisterio, tal vez la más importante de sus realizaciones pedagógicas.

Pero los acontecimientos políticos no son favorables para Genta. Su enfrentamiento con el Gobierno militar, especialmente con Perón que desde hacía tiempo venía manejando con habilidad los hilos del poder, se acentúa de manera vertiginosa. El 2 de abril de 1945, al inaugurar el año lectivo del Instituto, un grupo de provocadores, al servicio del gobierno, intenta interrumpir el acto académico. Si bien no logra su propósito, el objetivo central está logrado: apartar a Genta de todo cargo oficial. En mayo de ese mismo año el Gobierno dispone, por decreto, la cesantía de todos los cargos docentes. Se inicia, de este modo, un largo ostracismo que, con algunas variantes, se mantendrá hasta la muerte.

Pero curiosamente, es en este ostracismo donde Genta va a cumplir su segundo magisterio cuya fecundidad y riqueza admiran. Tras un fracasado intento de fundar una Universidad privada, la Universidad Libre Argentina, se recluye en su casa donde funda una Cátedra Privada de Filosofía. La lección inaugural de esta Cátedra, dictada el 15 de abril de 1946, lleva por título Rehabilitación de la inteligencia. A esta época corresponden sus obras más maduras y meditadas: El filósofo y los sofistas, La Idea y las ideologías, que recogen los cursos sobre Platón (tres años); siguen los Cursos sobre San Agustín (tres años), recogidos en varios escritos no publicados; finalmente, la Lectio, sine die, de Tomás de Aquino. No son ajenas a este período algunas publicaciones históricas: La Masonería en la historia Argentina (1949), Correspondencia entre San Martín y Rosas (1950), San Martín, doctrinario de la política de Rosas (1950) y otros escritos y opúsculos de diversa temática. En 1950 funda el periódico Vita Militaris, de franca oposición al Gobierno, del que sólo se editan ocho números. Producida la Revolución Libertadora, en 1955, funda otro periódico, Combate, cuyas ediciones cesaron en 1967.

Durante este segundo período de su magisterio se va completando su conversión religiosa. En 1952 recibe, por vez primera, la Eucaristía sellando, así, su encuentro personal, definitivo, con Jesucristo por cuya Gloria y Reinado batallará y vivirá hasta el último día.

La Guerra Revolucionaria. El último magisterio

Al iniciarse la década de los años sesenta aparece en la escena política argentina un fenómeno singular, la Guerra Revolucionaria, fenómeno convulso y sangriento que se extenderá por espacio de casi veinte años. Este acontecimiento imprime un giro en la vida y en la obra de Jordán B. Genta. Hemos visto de qué modo la Fe y la Patria se hicieron en Genta un solo amor desde el comienzo mismo de su conversión. Toda su tarea filosófica estuvo, desde siempre, unida indisolublemente al compromiso, militante, por la Argentina. Fue un filósofo en el más estricto y propio sentido del término, y fue, por sobre todo, un filósofo cristiano; su periplo intelectual, lo hemos visto, testimonia el itinerario intelectual de una mente filosófica que busca la verdad hasta llegar, por último, a la Verdad Encarnada. Pero por imperio de las circunstancias, movido por un ejercicio poco usual de la virtud del patriotismo, abandonando en cierto modo la tranquilidad de la vida académica, no tuvo reparos en descender a la arena política toda vez que la Patria se lo reclamara. A decir verdad, este reclamo de la Patria -al que respondió con singular solicitud por su salvación y por su supervivencia- se acentuó y se hizo dominante en los años de este tercer período de su magisterio.

Por cierto, nunca abandonó la vida contemplativa; por el contrario, ella se fue acentuando y enriqueciendo porque la acción política de Genta se nutrió, siempre, de la contemplación. En este sentido fue la suya un modelo de vida mixta, en todo conforme a la enseñanza del Doctor Angélico. Pues bien; hay en este magisterio último una preocupación central por el comunismo, inspirador y ejecutor de la Guerra Revolucionaria. Fruto de esta preocupación es su importante obra Libre examen y comunismo (1960) donde analiza, en su raíz teológica, el fenómeno comunista: "el comunismo marxista -escribe- se reduce a una cuestión religiosa fundamental". A medida que la guerra subversiva se intensifica, Genta advierte la necesidad de preparar, espiritual y doctrinariamente, a quienes son, por naturaleza, los guardianes de la Ciudad asediada. Las Fuerzas Armadas. A ellas van dedicados, de un modo casi exclusivo, los esfuerzos de este magisterio final.

En 1964 ve la luz Guerra Contrarrevolucionaria (cuya redacción original en fascículos data de 1962), texto de formación política destinado a los cuadros de la Fuerza Aérea, primero, y a las otras armas, después. Al año siguiente, 1965, agotada rápidamente la primera, aparece la segunda edición. Al mismo tiempo se multiplican los artículos periodísticos cuyo número supera el centenar. En 1969 publica una Edición crítica del Manifiesto Comunista. Siguen Seguridad y desarrollo (1970), Principios de la Política (1970), la tercera edición de Guerra Contrarrevolucionaria (1971), El Nacionalismo argentino (1972) y, su último libro, Opción política del cristiano (1973). Son escritos de urgencia, redactados al correr de la pluma, con citas de memoria (era ésta prodigiosa), respondiendo al pedido apremiante de grupos civiles y militares, especialmente destinados a las Fuerzas Armadas pues Genta advertía, muy lúcida y claramente, que sobre éstas recaería el peso principal de la Guerra Contrarrevolucionaria. Súmese, además, una actividad ininterrumpida de conferencista y los viajes continuos por el interior de la República; todo ello sin descuidar, desde luego, los cursos de filosofía que dictó hasta pocos días antes de su muerte.

Últimas lecciones y muerte

En el año 1974 se celebró el VII Centenario de la muerte de Santo Tomás. Fue ese uno de los años más trágicos de la historia argentina contemporánea. Un país en llamas. Sangre y fuego por doquier. Los asesinatos y los atentados terroristas eran cosas cotidianas. Comenzaron, entonces, para Genta las amenazas de muerte. Pero nada detuvo su actividad. Siguió enseñando y se preparó para contribuir a la celebración del Centenario del Angélico. En agosto de ese año viaja a la ciudad de Córdoba donde dicta una conferencia sobre Santo Tomás y la realidad nacional.

El clima político se torna, en los meses siguientes, cada vez más grave; las amenazas se intensifican: son "puntuales", cada semana. El 26 de octubre, dicta su última conferencia. Exalta la vida contemplativa. Reivindica el sentido egregio y originario de la Universidad como el lugar propio de la inteligencia. Elogia la grandeza de los siglos cristianos. Evoca la Argentina heroica de la Confederación. Y concluye con estas palabras que son su testamento: "Lo que necesita un pueblo es Teología y Metafísica".

A la mañana siguiente, último domingo de octubre, antigua Festividad de Cristo Rey, sale de su casa camino a Misa. Un comando guerrillero lo mata de once balazos. En el momento de su asesinato se desempeñaba como regente del Instituto de Enseñanza Privada Santa Rita. La organización guerrillera Ejército Revolucionario del Pueblo-22 de Agosto -fracción escindida en 1973 del Comité Militar de la Capital Federal del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP)- se atribuyó la responsabilidad del asesinato. Cayó sobre el asfalto haciendo la señal de la Cruz.

Textos

Nuestra definición

(Extractado de "Combate", año I, Nº 1, pp.1-2. - Buenos Aires, 8 de diciembre de 1955)

  1. Somos católicos y queremos serlo en todo, en el pensamiento, en la decisión, en los afectos, en las pasiones, en las preferencias, lo mismo en la conducta pública que en la privada.
  2. Y dentro de la universalidad de esa filiación divina, somos nacionalistas, con un nacionalismo atemperado por un catolicismo, tal como fue siempre el auténtico nacionalismo argentino. Declaramos que la posición nacionalista, así definida, es un deber ineludible de la hora, una exigencia perentoria y la única política prudente en las actuales circunstancias de la Patria, aunque más no fuera que por una razón de subsistencia: el potencial relativo de la República se encuentra pavorosamente disminuido tanto moral como materialmente; y tan solo una política de deberes y sacrificios extremos, de afirmaciones sustanciales, nos permitirá resistir la presión de los poderosos de la tierra y salvar, al menos, la identidad de nuestro ser nacional, de nuestra individualidad histórica.
  3. Somos jerárquicos en todo. Queremos ver restablecidas las jerarquías espirituales y naturales que están profundamente subvertidas por la acción masónica y comunista; esto es, por el liberalismo o laicismo en todas sus formas, protestantismo, judaísmo, espiritismo, materialismo, pragmatismo, existencialismo, feminismo, muchachismo y obrerismo.

Queremos ver restablecida la primacía espiritual de la Iglesia católica; tanto en el derecho escrito como en las costumbres de la República; primacía que deben reconocer incluso los no católicos por razones históricas indiscutibles.

Queremos ver establecida la autoridad del padre, del educador, del artesano, del labrador, del empresario y del superior jerárquico en todas las instituciones y actividades de la Nación, naturalmente sobre la base de la responsabilidad y de la justicia debida a los subordinados. Queremos una familia fundada en el vínculo indisoluble del matrimonio; esto es, una familia para varones y mujeres libres y fieles, capaces de prometer y de aceptar todas las consecuencias de sus actos personales.

Queremos a Cristo en las escuelas y universidades oficiales para que se aprenda la verdadera libertad; pero rechazamos esa libertad falsa y falaz que declaman masones y comunistas para ser ejercida por una masa ignorante, presuntuosa, descreída y envenenada por el resentimiento marxista, aunque tenga título universitario.

Queremos hacer comprender a nuestros compatriotas que es una aberración mediatizar la real Soberanía de Dios a una ficticia soberanía popular.

Nosotros, católicos, creemos en el Pecado Original y en sus derivaciones en la Sociedad y en el Estado; de ahí la necesidad de la divina asistencia que buscamos en Cristo y en su Iglesia que prolonga la Encarnación en el tiempo, también para resolver las cuestiones sociales y políticas. Rechazamos en cambio como una burda ficción la bondad natural del hombre, sobre la cual descansa la pretendida soberanía popular.

No somos antidemocráticos y, por el contrario, nos entusiasma la idea de una democracia verdadera; pero ésta exige, por lo menos, una comunidad virtuosa, un pueblo jerarquizado en el bien común. Y nos resistimos a admitir que haya personas razonables que crean seriamente en esa posibilidad siquiera inmediata para nosotros.

No es verdad que exista una tradición democrática en nuestra joven República, porque es notorio que hasta el año 1912 no practicó jamás el sufragio universal ni intervino activamente en política en su inmensa mayoría. Hasta entonces gobernaron bien o mal caudillos populares que no surgieron de las urnas o representantes genuinos de la oligarquía liberal y fraudulenta.

Es igualmente notorio que los dos únicos ensayos democráticos –Yrigoyen y Perón– degeneraron en insoportables tiranías demagógicas y la segunda, todavía amenazante, ha sido mucho peor que la primera.

Hasta aquí la democracia argentina sólo ha existido en retórica de los hombres públicos y de los maestros de escuela, aparte de su registro en la letra de las constituciones nacionales y provinciales. Tal es el balance histórico de un régimen político, al que no faltan todavía insensatos que no vacilarían en sacrificarle la Patria misma, respondiendo a una consigna típicamente masónica:

¡Que se hunda la Patria con tal que se salve la democracia liberal!

¿Es posible que no se advierta la rebelión ostensible del personal subalterno de todas las instituciones de la República?

¿Es posible que no se advierta que el divorcio y el laicismo escolar, comportan la total descristianización de la sociedad argentina?

¿Es posible que no se advierta que el obrerismo y el muchachismo constituyen la anticipación dialéctica de la subversión del personal subalterno de las Fuerzas Armadas de la Nación? Conscientes de la descomposición masónica y comunista que ya amenaza la existencia misma de la Patria, nosotros, católicos nacionalistas y jerárquicos, emprendemos la lucha por Cristo y por la restauración de la Patria en Cristo.

Queremos que cada cosa vuelva a su lugar propio, a fin de que haya paz duradera en el orden justo, queremos la Caridad en todo.

No queremos, en cambio, ser populares porque queremos ser siempre verdaderos.

Y rogamos a Cristo, Nuestro Señor, y a su Madre, la Santísima Virgen María, Nuestra Señora, que nos conceda el coraje de la verdad en todas las circunstancias de la vida.

El deber de la hora

(Extractado de "Combate", año II, Nº 23, p. 2 - Buenos Aires, 6 de diciembre de 1956)

Es público y notorio que el descontento, la ingratitud y la subversión aumentan día a día. La implantación forzada y progresiva de un laicismo integral –so capa de neutralidad–, más la especulación sobre soluciones electorales imposibles, han llevado al gobierno revolucionario a la impopularidad extrema, a la vez que asistimos a un pavoroso resurgimiento peronista.

El asesoramiento de los viejos políticos liberales y, en especial, de los socialistas, ha sido funesto para el gobierno. Hubo un tiempo en que las directivas masónicas podían hacer impunemente diputado, senador y hasta ministro a un socialista de la especie Palacios, Justo, Repetto, Pinedo, Dickmann, Ghioldi. Hoy el intento encuentra dificultades insuperables porque las masas son arrasadas por la dialéctica comunista (marxismo revolucionario que ha dejado atrás al socialismo evolutivo controlado por la masonería); y porque el peronismo si bien absorbió a ciertos nacionalistas, no consiguió anular al nacionalismo católico e hispano que se viene afirmando desde hace más de treinta años y cuya gravitación ideológica se ha hecho sentir a través de la enseñanza religiosa, del revisionismo histórico y de la lucha con nuestro secular colonialismo económico.

No se llegará a la compresión plena de lo que viene ocurriendo en la Patria, desde Caseros, hasta que no se vea que las cuestiones políticas, sociales, económicas y culturales están pendientes de la fundamental cuestión religiosa.

Dicha cuestión se plantea desde los orígenes de nuestra patria, según un dilema inexorable: Catolicismo o Masonería. La misma penetración comunista es subsidiaria del retroceso institucional de lo católico en favor del predominio masónico, y, por otra parte, el único antídoto eficaz contra el comunismo, es el catolicismo.

Nuestro colonialismo económico se ha desarrollado a la sobra de la Masonería y, en particular, de la Masonería inglesa que ha multiplicado sus filiales en todo el país a partir de su Logia madre "Excelsior".

Para explotar pacífica, metódica y duramente al "granero y al frigorífico del mundo"... británico, había que descatolizar, desarraigar, descastar a las futuras generaciones argentinas. Había que barrer con el temor de Dios, con el patriotismo vigilante, con los escrúpulos de conciencia, con la conformidad en la pobreza. Se trataba, pues, de eliminar a Cristo de la Constitución del Estado, de la familia, de la escuela, de la Universidad, de la fábrica, del cuartel. Y la verdad es que se ha venido cumpliendo en forma progresiva, este programa liquidador de la Patria: el liberalismo, laicismo o humanismo (nombres diversos de la misma negación masónica), es el fundamento ideológico del colonialismo económico de la Argentina oficial a partir de Caseros.

La existencia del Gran Buenos Aires con su monstruosa concentración de población y de riqueza a expensas del interior con sus casi tres millones de kilómetros cuadrados, es la prueba palmaria de que un principio extraño viene dominando la política nacional. La red de ferrocarriles y de caminos evidencia que todo ha sido hecho en vista del puerto de ultramar y en contra del interés nacional y de las necesidades de la Defensa. No se requiere ninguna capacitación técnica especial para apreciar lo que significa en la era atómica, una concentración de la tercera parte de la población y de las dos terceras partes del comercio y de la industria en un solo punto vulnerable al máximo como es el Gran Buenos Aires.

El general San Martín no podría escribir en 1956, la carta que le envió a Dickson en 1845, demostrando que todo poder naval anglo francés no podría doblegar jamás la resistencia argentina. Es que ocupar o arrasar la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores no comportaba entonces reducir a la impotencia al país entero. Hoy estamos inermes y expuestos a ataques demoledores tanto externos como internos.

Hasta la llegada de Perón al poder, se venía desarrollando ese predominio laicista y colonial en contra de lo católico y nacional; pero en la década peronista llegó al paroxismo la concentración de masas nativas y extranjeras con la radicación de casi todos los nuevos establecimientos industriales y comerciales en el área del Gran Buenos Aires. Por aparentes razones electorales y teatro demagógico, Perón acentuó la línea antinacional de la oligarquía falaz y descreída y del radicalismo insolvente. Decimos aparentes porque las razones verdaderas están en las maquinaciones del Poder Oculto.

Se han creado una serie de problemas artificiales e insolubles: vivienda, transporte, agua y energía. Siempre nuevos motivos para asegurar y perpetuar el colonialismo.

Tan sólo una política de Verdad y de sinceridad puede salvar a la Patria, sacándola del callejón sin salida donde nos han metido masones y marxistas.

Hay que volver a Cristo y volver a la tierra. Hay que descentralizar la industria y el comercio. Hay que redistribuir la población y desarrollar las economías regionales. Sobran tierras y fuentes de agua y de energía para resolver todos los problemas económicos y sociales en función del Bien Común. Hay que pensar en la Patria y no en las elecciones; hay que pensar en la defensa nacional y no en los intereses oligárquicos de dentro y de fuera; hay que pensar en lo que se debe a Dios y a la Patria, y no en seguir adulando a las masas proletarias y estudiantiles; hay que pensar en jerarquizar las cosas y en poner cada una en su lugar propio, y no en seguir confundiendo y desquiciándolo todo.

Hungría mártir y herida nos señala el deber ineludible de la hora: Aferrarse a la Cruz, trabajar hasta el límite de las fuerzas y disponerse para luchar contra los enemigos del Occidente Cristiano.

Conferencia

(Conferencia dictada en Buenos Aires, en ocasión de la celebración del VII Centenario de Santo Tomás de Aquino, el 26 de octubre de 1974, en la víspera de su muerte. Sirva pues este magnífico texto como su Testamento Político)

Señoras y señores

Vivimos una hora grave, solemne y decisiva. Acaso sea mejor para los hombres, y en especial para los cristianos, tener que vivir peligrosamente, expuestos a morir en cualquier momento. Digo que acaso sea mejor, porque aún antes del Cristianismo, el verdadero fundador de la Filosofía en Occidente, que fue Sócrates, enseñó que la Filosofía es una preparación para la muerte. Y nosotros adoramos a un Dios hecho hombre, crucificado por amor, en la figura del fracaso y de la muerte. No hay, pues, otro modo de llegar a la Vida verdadera, que recorrer el itinerario de Nuestro Señor Jesucristo.

En este VII Centenario de la muerte de Santo Tomás de Aquino, evocamos a la personalidad que más acabada, cumplida y perfectamente ha realizado la forma más alta de actividad humana, que es la vida contemplativa. Por eso comenzamos nuestro homenaje al Doctor Angélico exaltando, haciendo el elogio, de esa actividad contemplativa, que es la más activa, la más fecunda y aún la de mayor proyección práctica que exista, precisamente en estos momentos de idolatría de todas las formas del hacer, del trabajo manual, del experimento, de la técnica. No es que tales cosas no sean importantes y necesarias para la vida del hombre; pero sólo son conocimientos y verdades que sirven simplemente para usar; son conocimientos y verdades para esta vida que pasa, no tienen significado por sí mismas para la Eternidad. El hombre está hecho para la Eternidad, y este paso en la vida mortal es, estrictamente, un lugar de prueba y de testimonio.

¿Cómo pensaba Santo Tomás de Aquino en ese siglo XIII que es la luz de la Cristiandad, en ese siglo XIII donde el hombre unido a Dios en Cristo alcanzó las cimas y todas las cumbres de la santidad, del heroísmo, de la sabiduría, del arte, en manifestaciones que, aunque haya análogas en otros tiempos, adquirieron en ese siglo su síntesis prodigiosa, síntesis de lo humano y de lo divino, del mundo de la naturaleza y de la Gracia, de la Sabiduría Natural y Sobrenatural, de la Prudencia y de la Caridad, lo mismo expresada en una Catedral Gótica, que en la Suma Teológica, que en la Divina Comedia del Dante, o que en la vida de esos santos realmente admirables, como San Francisco de Asís, como San Buenaventura y sobre todo, como el Doctor Angélico? ¿Qué era la política para Santo Tomás? Sabiduría. Sabiduría esencial, no pura sabiduría, sino sabiduría práctica, una sabiduría que es la ejecución en lo concreto, en lo existencial, en la obra del hombre, de la Sabiduría Metafísica y de la Sabiduría Teológica.

Platón había enseñado que los filósofos eran quienes debían gobernar. Debemos entender, en realidad, que sin filosofía, sin verdadera sabiduría humana y divina no es posible realizar el fin propio del gobierno político, no es posible realizar el Bien Común temporal en orden al Bien Común trascendente, no es posible servir adecuadamente en la acción prudencial los fines de la persona humana y la grandeza de la Nación que es el lugar natural, casi tan natural como la familia, en que se despliega la personalidad del hombre hacia su fin último y trascendente.

La Política es sabiduría y propio del sabio es ordenar, juzgar, y del prudente obrar la verdad. Obrar la verdad en vista del Bien Común. Por eso es que el Príncipe, el Gobernante, el Presidente, el Jefe de Estado, como se quiera llamar, es un delegado de la Inteligencia Divina y de la Voluntad de Dios, él es un reflejo en la tierra de la Paternidad Divina. Porque toda autoridad natural, toda autoridad legítima, toda autoridad que está al servicio de su fin específico y propio, es un reflejo de la Paternidad de Dios, una forma de paternidad. Resulta un contrasentido que el cristiano rece todos los días al Padre que está en los Cielos, lo celebre, le rinda homenaje de adoración y luego degrade esta palabra, tan noble, tan alta, tan aquilatada, tan remontada, degrade esta idea del Padre y hable despectivamente del paternalismo y de las formas paternalistas de gobernar, o de enseñar, o de conducir a los hombres. ¿Qué otra cosa que un padre ha de ser el padre de familia, ha de ser el maestro que educa, ha de ser el jefe que comanda al Ejército, ha de ser el jefe de un Estado? ¿Qué otra cosa sino la figura de un padre que glorifica la Gloria del Padre que está en los Cielos, aquí en la tierra?

Además, esa soberanía, ese señorío, esa potestad que ejerce el gobernante en la tierra, viene siempre, única y exclusivamente, de Dios. Y éste ha de gobernar en nombre de Dios para el bien de los gobernados. Porque la primera exigencia, el primer deber del oficio del que gobierna, es el olvido de sí mismo para entregarse al Bien Común.

Nosotros hemos perdido el sentido de que la Política es sabiduría, porque está ejercitada por esa virtud de la prudencia, que es la sabiduría práctica, que es obrar la realidad, que es obrar la verdad en orden al fin, al Bien Común. Y hemos olvidado, también, que no hay soberanía, que no hay autoridad que no proceda de Dios. Hemos caído en la aberración —no es solamente error, es una aberración— de confundir la sabiduría práctica, que es la Política, con una habilidad, con una habilidad más. Y hemos sustituido la Soberanía de Dios por esa aberración satánica que es la soberanía popular. Esto nos explica la acumulación de las ruinas que son el producto, en rigor, de este imperio de la mentira; y la mentira, siempre, originariamente, es cosa de Satanás.

Santo Tomás de Aquino tenía delante de sus ojos, fue su comensal y su consejero, nada menos que a San Luís, Rey de Francia, el espejo, el modelo, el arquetipo de lo que ha de ser un príncipe cristiano en la tierra. ¡Qué varón fue, qué varón de Cristo, qué varón del servicio y del sacrificio! Este San Luís hizo posible, en ese reino de Francia, la realización del trato del hombre más remontado, más deferente, más solícito que se haya conocido en la tierra por obra de un rey. Vivió toda la vida inclinado sobre los pobres, los desvalidos y los menesterosos. Hay gente que cree que la justicia social y la asistencia social son inventos contemporáneos. Este Rey, durante más de treinta años, salvo el tiempo que demoró en la Cruzada, diariamente, casi siempre vestido de paisano para que no se supiese que era él, sin ostentación, humildemente, en silencio, iba a asistir a los pobres, a los enfermos, a los más enfermos, personalmente cuidaba a los leprosos, atendía sus heridas, les daba los mejores manjares en la boca. No un día, ni dos días, sino largos años.

¡Qué tiempos aquellos! Había un Rey que tenía poder de decisión (las decisiones eran exclusivamente suyas) rodeado de consejeros, una auténtica aristocracia de los mejores, y había también una participación, una participación del pueblo, propiamente democrática, que tenía una intensidad y una magnitud realmente admirables. ¡Ay, de que se le negara a alguien, sobre todo si era pobre, sobre todo si era alguien que sufría, sobre todo si era alguien que tenía de qué protestar, de qué quejarse, o de qué necesidad ser aliviado, ay que se le negara la llegada ante este Rey! Cuando salía por los caminos de Francia, llevaba siempre consigo una pequeña escolta, no para su seguridad, sino para que le ayudara a atender, y todos podían acudir a él. Eso que se llama hoy el derecho de peticionar, fue costumbre, sobre todo en este reino, y la costumbre es la ley, la ley natural hecha historia.

San Luís hizo de su reinado, no solamente imperio de la Verdad, de la Caridad, de la Justicia; vivió la glorificación del pobre y fue uno de los pobres. Este Rey, era, como Nuestro Señor Jesucristo, al modo de Él, a imagen de Él, el primero que actuaba como el último; era el primer servidor, real, efectivo, entero, completo, cada día, en todas las situaciones. Dirán, claro está, era santo; sí era santo y en él esplendía el Reino de Cristo, la vida de Dios, la Gracia Santificante, en todos sus pasos, en toda su vida. ¡Qué príncipe!, él encarnaba el gobierno ideal para Santo Tomás: una integración de monarquía, uno que decide, de un consejo de los mejores, o sea una aristocracia, y de una participación activa de algún modo de todos los que integran la multitud, incluso en el sentido de poder elegir y ser elegidos, pero cuando la elección es una cosa discreta, razonable, prudente, cuando los que eligen son pares que eligen uno entre los pares. Son pares en la vecindad, pares en el oficio, pares en la función; porque no se puede elegir entre los mejores, nunca, si no se los conoce, si no se sabe de qué se trata en la elección. No nos vamos a demorar más en San Luís, en quien tenía Santo Tomás delante la viviente expresión de lo que ha de ser un príncipe viviente en la tierra.


Veamos lo que ocurre en la realidad nacional nuestra en el día de hoy. El gobernante, el hombre público que ha tenido más gravitación en la historia argentina, gravitación decisiva en los últimos treinta años, el ex presidente Perón, ha sido evidentemente el más hábil, el más consumado en habilidad, el más exitoso y triunfal en lo personal, el pragmático por excelencia, el hombre del éxito y del triunfo. Esto es indiscutible. Él es una expresión de habilidad; sabiduría, ninguna y, por lo tanto, ni caridad, ni verdadera justicia. El es la expresión, y el producto de la soberanía popular, verdadera omnipotencia del número. El ha sido plebiscitado, como nadie lo ha sido en la historia. Y porque el tiempo es breve voy a referirme a los resultados. Porque en política lo que cuenta no son las intenciones, pueden ser las mejores, yo no las discuto, es cosa de Dios, lo que cuentan son los hechos, son los resultados. ¿Cuál es la herencia del más popular, del más plebiscitado, del más hábil de todos los políticos que ha tenido la Patria? Primero, un vacío pavoroso de poder, que es lo que está soportando la Patria en este momento. ¿Cuál es la prueba, la evidencia de este vacío de poder? La inseguridad radical y total de la vida y de los bienes de los ciudadanos de la República.

Esta invasión, que viene de más atrás, sí, pero esta invasión como el pez en el agua, en el seno de toda la población y de todas las instituciones, del terrorismo subversivo, no es una novedad, es la expresión argentina de un terrorismo que ya lleva un siglo y que ha ganado más de la mitad del mundo. ¡Qué curioso!, los hábiles, explicaban el nacimiento del terror en la Argentina porque el pueblo no votaba. El pueblo votó, y votó masivamente, y el terrorismo continúa cada vez más eficaz y la cuota de sangre fresca, de secuestros y de ruinas, se acumula diariamente. Y hasta nos han llegado a anestesiar; la gente no siente como si le pasara a ella, o a los que ama, cuando muere el prójimo acribillado por sorpresa, alevosamente. Sigue la vida como siempre; seguimos el proceso de institucionalización que nadie va a interrumpir, como si no pasara nada, como si no fuera nada. Y claro está, ¡qué golpe de habilidad, qué obra maestra!, reunir en una masa electoral a todos, izquierdas y derechas —derechas liberales—, católicos y ateos, terroristas y hombres pacíficos, sumados todos llegaron con todo. Pero la historia documenta que cada vez que se ha tenido como compañero de ruta al comunismo, finalmente ese comunismo se ha quedado con todo. Ellos, los comunistas, a la sombra del peronismo, llegaron al gobierno y al poder. No es extraño, pues, que en toda institución pública, en todo organismo de seguridad, en cualquier parte estén ellos; porque la guerrilla no en cuanto a la finalidad, pero sí en cuanto al modo de proceder, es un poco como era la Caballería en el tiempo medieval: hay uno que pelea y hay veinte, cincuenta que lo asisten, en todas las formas de la asistencia. Y están en todas partes, y a veces son adolescentes, y jóvenes, y hombres maduros y están en todos los lugares. Esta ha sido la obra maestra de la habilidad. Cabalgaron al costado del populismo, llegaron al gobierno y al poder. La primera ley votada por el Parlamento plebiscitado fue sacar de la cárcel a todos los que se habían dedicado a matar. ¿Para qué? Para continuar matando. Le preguntaron a un guerrillero en Ezeiza cuando bajaba del avión que lo traía de Rawson: — "Y usted, ¿qué va a hacer ahora? —Continuar la obra". Respuesta razonable, lógica, prudente. Y ahora de pronto matan a alguien, y el ídentikit establece que es uno de esos a quienes el Parlamento y el Gobierno le dieron libertad. Esto es grave, terriblemente grave.

No hay poder, donde el poder es incapaz de la tranquilidad en el orden y asegurar la paz social. ¿Qué paz social tenemos, qué encuentro nacional? A mí me duele cuando veo morir al hombre de armas, sin combatir; me duelen más, todavía, los discursos que se pronuncian ante los cadáveres. Solamente quiero recordar aquí —y rendirle mi homenaje como a la expresión de todos los hombres de armas y agentes de seguridad que van cayendo— quiero recordar, repito, a uno, el coronel Iribarren, Jefe del Servicio de Inteligencia en Córdoba, asesinado hace casi dos años. ¿Saben lo que me contaba un oficial que había servido con él? "El Coronel nos reunió un día, a oficiales y suboficiales del servicio y nos dijo: —Yo no les puedo dar custodia a ustedes, por lo tanto, yo, el Jefe, no tendré custodia". (APLAUSOS.) Y fue a la muerte. Acribillado, como podría haber sido cualquiera de sus hombres. Yo en él veo al soldado. Y sobre todo al Jefe, cuyo primer deber es cuidar a sus hombres. Comprendo que el Jefe en combate, en guerra, se proteja porque tiene que conducir las operaciones, pero rehusar la guerra, mantener esta situación de esperar a que lo maten a uno al salir de casa o al entrar en casa, eso, no lo entiendo. No entiendo que los Jefes se rodeen de seguridad y dejen desnudos y desamparados a sus subordinados, no lo entenderé jamás.

Hay otra cosa, para que veamos el contraste del tiempo de Santo Tomás y del que nos toca vivir. En su Tratado sobre el Reino, en el Libro II, capítulo III, glosando a Aristóteles, el maestro de aquellos que saben en el orden natural, dice Tomás estas palabras: "Es más, si son los propios ciudadanos los que se dedican al comercio, la ciudad tendrá las puertas abiertas a muchos vicios; pues, como lo que prevalece en los negociantes es el afán de lucro, con el uso del comercio entrará la avaricia en los corazones de los ciudadanos, de donde resulta que todo es venal en la ciudad, y, al faltar la buena fe, se abre el camino al fraude; dado de lado el bien común, cada uno busca su propia utilidad; al tributarse a todos por igual el honor de la virtud, mengua el interés por ella. Total, que en una ciudad así no podrá menos de sufrir un detrimento la convivencia civil" (1) . Es decir, no es que el mercader, el traficante, el hombre de negocios no desempeñe una función necesaria para la vida de la Ciudad y del Estado; pero no debe, no debe interferir ni participar en la vida política. Cuando Aristóteles trazó la topografía de la ciudad ideal, puso la plaza de la libertad en un extremo y la del mercado en el otro extremo; y si un ciudadano se dedicaba a mercar, durante todo ese tiempo no podía ejercer sus derechos civiles ni políticos. Cuando dejaba de traficar y quería volver a la vida política, había necesidad de un tiempo purgativo, de una purificación de los hábitos contraídos en la tarea de lucrar.

Pero, ¿qué pasa en la Argentina, digamos, treinta o cuarenta años a esta parte? Todos los conductores de la economía han sido, casi sin excepción, hombres de negocios o abogados de los mercaderes, desde los tiempos de Prebisch y Pinedo, pasando por Alsogaray y terminando con Krieger Vasena y con Gelbard. Dirán que ahora lo han sacado, ha renunciado Gelbard, y han nombrado a un hombre que, evidentemente, no es un hombre de negocios, eso es evidente (2). Pero, hay que esperar los hechos. ¿Qué va a suceder con estas ruinas en que estamos?

Yo no soy economista, por eso de esto voy a decir dos palabras de sentido común: que cada persona piense lo que valía un departamento el año pasado y lo que vale ahora, lo que valía un auto nuevo o usado el año pasado y lo que vale ahora, lo que valía un traje el año pasado y lo que vale ahora, o un par de zapatos, o los alimentos. Y entonces uno se da cuenta de que estamos siendo arrollados por una inflación galopante, vertiginosa, sin control alguno, como un caballo desbocado, que va despojando al pueblo argentino, porque la inflación, sobre todo esa inflación, cuando llega a ese ritmo, es despojo. Y por eso leemos: balance comercial, diferencias en el presupuesto de gasto e ingreso. Resulta que ya el déficit de este año son veinticinco mil millones de pesos nuevos y con este aumento de salarios inevitable, llegará a treinta mil millones. ¡A treinta mil millones de pesos nuevos y a tres billones de pesos! ¿Qué significa eso? Significa endeudamiento, hipoteca, dependencia, entrega de la Patria (APLAUSOS).


Pero ahora quiero referirme a un problema principal, más principal todavía que la economía: el problema de la Educación y de la Universidad. Porque la manera mejor de arrasar la Nación es destruir su inteligencia dirigente y llevarla, al mismo tiempo, a la servidumbre irremediable en el orden material, a pesar de las enormes riquezas naturales y de todo tipo que Dios le ha concedido. Santo Tomás de Aquino era un universitario. Fue primero discípulo nada menos que de San Alberto Magno, en Colonia y en la Universidad de París. Obtuvo el título de lector, o sea glosador de las páginas bíblicas; después el título de Bachiller de Sentencia, o sea comentador de los libros de Pedro Lombardo. Y, finalmente, Maestro de Teología, Maestro de Teología en la Universidad de París. Uu magisterio fue su palabra y sus obras son el monumento pedagógico, el monumento docente más formidable que existe sobre la tierra. ¿Qué era la Universidad entonces? La Universidad era, ante todo, la Cátedra Magistral. La Universidad era el maestro, la Universidad es el maestro. El maestro que enseña, y hace discípulos y hace escuela. Los grandes discípulos que fueron grandes maestros, siempre se sometieron al largo estudio y a la disciplina rigurosa. Piénsese que un Aristóteles fue veinte años discípulo de Platón. No estaba urgido por la autonomía, porque la autonomía nace de la autoridad del saber.

Las Universidades en el siglo XII, en el siglo XIII y en adelante, surgían porque había un maestro o varios maestros de Teología, de Derecho, de Artes, de lo que fuere. Y en torno a ese maestro concurrían alumnos, que eran doctos muchos de ellos, de todas las naciones. Porque todavía había Europa y había la Cristiandad. Y porque, además, la Universidad arraigaba en una tierra histórica, en una tierra cultivada por el espíritu y la sangre de generaciones solidarias de un destino universal.

No hay verdadera Universidad allí donde la inteligencia no se desprende, no se proyecta en la trascendencia y no alcanza el nivel de las verdades universales, esenciales, naturales y sobrenaturales. La Universidad es, ante todo, el maestro y los discípulos. Como decía Alfonso el Sabio: "Ayuntamiento de maestros y estudiantes". O como decían los universitarios de París en 1220 (perdónenme el latín, yo estudié latín, pero sólo sé latines, pero esto vale la pena) nos decían "Universitas magistrorum et scolarum"; la Universidad es eso, la corporación de los maestros que enseñan y conducen y de los estudiantes que aprenden para adquirir, a su vez, con el tiempo, la autoridad del saber, que es también el derecho a enseñar.

Pero, además del maestro, además de la inteligencia cultivada al más alto nivel en cualquiera de los grados del saber y de la verdad y además de la tierra histórica, del hogar nacional, que es el hogar natural de la Universidad, hay algo más que es lo primero y principal, la causa eminente, la causa más noble, la influencia más decisiva que levanta la Universidad: la Iglesia de Cristo. La Iglesia de Cristo, porque ella es el hogar universal donde la Doctrina de la Verdad se enseña, tiene su magisterio, en la Cátedra de la Unidad (APLAUSOS).

Frente a este modelo de Universidad, a esta Universidad cuyo centro es la Cátedra Magistral, ¿qué podemos ofrecer nosotros, hoy, como Universidad nacional? Perdonen la referencia personal, soy universitario, lo fui como estudiante y egresado, como profesor universitario, incluso fui interventor de una Universidad Nacional, eso sí, hace, treinta años porque me echaron, gracias a Dios. Si no me hubieran echado no hubiera podido consagrar mi vida a lo primero y principal que es el ocio contemplativo. Ocio contemplativo que no es ocio de muerte y de inmovilidad, sino el más activo, el más esforzado. Porque, ¿cómo puedes tú comentar, como puede, hoy, el docente comentar a Platón y Aristóteles, a Agustín y a Tomás e, incluso, a los filósofos modernos, si es un "profesor taxímetro", como es el profesor hoy, el último proletario de la Patria? (APLAUSOS).

La Universidad fue, desde el tiempo de la Organización Nacional, cada vez más promovida hacia el laicismo radical y configurada en el tiempo de Avellaneda como un conjunto de escuelas profesionales. Después viene el año 18: la revolución marxista en la Universidad; o sea, la Universidad aparece penetrada y dominada por un espíritu y por una mentalidad liberal y marxista, y regida por un gobierno populista tripartito. Claro que esto no se realizó nunca cumplidamente, hubo altos y bajos, que uno ha vivido, pero evidentemente esa mentalidad, ese espíritu y esa subversión intrínseca del gobierno universitario se fue ahondando progresivamente a lo largo del tiempo.

Pero hay que reconocer una cosa: no se había conseguido nunca, hasta ahora, destruir la Cátedra Magistral; había sí, malos profesores, de enseñanza mínima, un descenso de los estudios, pero en todas las facultades había maestros. Yo tuve el honor de rendir mi concurso de oposición para profesor adjunto de Sociología en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales y Políticas de Rosario cuando era decano un Rafael Bielsa, y presidente del tribunal era otro maestro que se llamaba Coriolano Alberini. Los jóvenes de hoy, claro está, no pueden conocer el significado, la proyección de estos maestros, pero eran maestros. Los había en Medicina, los había en Derecho, en Ciencias Económicas, en Agronomía, en Veterinaria, los había en Filosofía, los había en Letras, los había en todas las carreras. Había siempre la Cátedra Magistral que, en alguna medida, salvaba la dignidad de los estudios. Porque, repito, sin el maestro que sabe, que verdaderamente sabe y es capaz de llevar el saber que profesa al más alto nivel y a la más alta exigencia, no puede haber Universidad. Eso poco que quedaba, cada vez menos, fue arrasado por el gobierno más popular de la historia argentina. Desde el 25 de mayo del año pasado hasta ahora ha sido el arrasamiento, la masificación, la nivelación, la eliminación de todo tipo de selección, de todo tipo de enseñanza magistral. Los pocos profesores que quedaron se convirtieron en supervisores de ayudantes que tenían, cada uno, un grupo: enseñanza grupal, coloquial. Lo más personal que hay, que es la acción docente, enseñar y aprender convertido en una cosa colectivizada, socializada. Se consumó, así, la destrucción de la Cátedra Magistral y de todo espíritu de selección. La Universidad es selección, la Universidad es exigencia, la Universidad es rigor; la Universidad no es para los ricos, ni para los pobres, es para los capaces, sean ricos o pobres (APLAUSOS).

Todo eso ha sido arrasado. Y claro, ahora viene la reacción, sobre las ruinas viene una reacción. Hay un intento en la Universidad Nacional de Buenos Aires que trata de restablecer la selección, de restablecer la cátedra, la autoridad, al fin, todo lo que fue arrasado por ellos mismos. Porque yo me pregunto ¿qué dijeron cuando los Puiggrós eran nombrados rectores de la Universidad? ¿Cuál fue su protesta, cuál fue su reacción? Ahora la culpa la tienen toda Cámpora y Taiana. Cámpora, que hay que reconocer, era una alfombra... Todos los días (APLAUSOS Y RISAS), todos los días iba a Gaspar Campos a pedir instrucción de lo que tenía que hacer. Hombre más dócil, obediente y fiel no se puede pedir (RISAS). Bueno, pero me interesa una cosa para terminar. Las nuevas autoridades, en los esfuerzos que se quieren hacer, invocando el nacionalismo y el catolicismo, tienen un inconveniente, que es la Ley Universitaria. Esta Ley Universitaria, 20.654, fue sancionada por el actual Parlamento por unanimidad y promulgada por Perón el 25 de marzo de 1974. La institucionalización de la Universidad es esta ley, todo lo demás es retórica; esta es la Ley para los normalizadores, no hay otra ley.

Me voy a ocupar solamente del título primero, donde se fijan los fines, los objetivos y las funciones de la Universidad Nacional. Dice así en su artículo segundo: "Son funciones de la Universidad: a) Formar y capacitar profesionales y técnicos con una conciencia argentina, apoyada en nuestra tradición cultural, según los requerimientos nacionales y regionales de las respectivas áreas de influencia". No aclara en qué consiste la conciencia argentina y cual es la tradición cultural. Si se pregunta a un liberal cuál es la tradición cultural de la República Argentina, va a responder siguiendo el esquema dialéctico de Sarmiento, "Civilización y Barbarie", que todo lo de España es barbarie y lo demás, lo que viene después, es progreso. Va a hacer un esquema de la conciencia histórica argentina típico de los llamados "Mayo-Caseros". Si se pregunta a un católico, hablo de un católico que lo sea de veras, entonces él exaltará, claro está como corresponde, como debe ser, la obra fundadora de España en América que es el más grande (APLAUSOS), el acto de generosidad más grande de la historia que ha podido ofrecer un Imperio. España, se llevó a sí misma, lo mejor de sí misma a todas las tierras que descubrieron sus navegantes, que recorrieron sus conquistadores y sus soldados, que evangelizaron sus sacerdotes. Piénsese en Córdoba, fundada en 1573. La ciudad se construyó alrededor de la Iglesia, y como expresión del verdadero pueblo tuvo su Cabildo. Y a los pocos años se levantó ahí una Universidad como la de Salamanca, o Valladolid, en medio del desierto, para enseñar Teología y Filosofía y Derecho. Porque una cosa es manejar lo material, para eso hace falta matemática y experimento y técnica, pero para conducir las almas hace falta Teología, Metafísica y hace falta Derecho. ¡Qué realismo el del español!

Cuando pienso en el legado de España —yo procedo de italianos, que al final somos lo mismo en el origen, en la historia—, pienso que nos trajo la Religión de Cristo, lo único que realmente libera al hombre, eleva al hombre, exalta al hombre, lo devuelve a la unión con Dios, a la imagen de Dios. ¿Nos damos cuenta de lo que es esta lengua castellana que hablamos nosotros, la riqueza de esta lengua, la fuerza expresiva de esta lengua, lo mismo en el lenguaje directo, que en el lenguaje indirecto, analógico, metafórico que en el lenguaje de la paradoja? El privilegio de hablar esta lengua, de ahondar en esta lengua las esencias y los valores universales de la cultura, es realmente un regalo y un obsequio que no tiene precio, como no lo tiene la Religión de Cristo (APLAUSOS). Y además las instituciones fundamentales del Orden Natural.

Por fin, si se le pregunta a un comunista cuál es la conciencia argentina va a decir que la historia argentina es la historia de la lucha de clases, el feudalismo y la burguesía, y ahora el proletariado contra la burguesía y contra el imperialismo.

En consecuencia, en una cosa tan importante y trascendente como una Ley Universitaria, no se puede hablar genéricamente, vagamente, ambiguamente, indeterminadamente; hay que precisar de qué conciencia argentina se trata, de qué tradiciones se trata, porque de lo contrario se está engañando, mistificando, poniendo en manos de cualquiera, y de los mayores destructores, este instrumento. Pero para terminar hay algo en el texto de la ley que es definido y preciso, lo único definido y preciso; dice así: "Promover, organizar y desarrollar la investigación y la enseñanza científica y técnica pura y aplicada, asumiendo los problemas nacionales y regionales, procurando superar la distinción entre trabajo manual y el intelectual". Esto es marxismo puro: el hombre es un animal que trabaja, se hace trabajando, transforma la sociedad trabajando; el hombre es un animal que produce bienes útiles. Y además agrega Karl Marx: "todo trabajo humano es trabajo igual". Pero la Universidad no es una comunidad de trabajo en el sentido de la manualidad, es una comunidad para la contemplación de la Verdad, para la investigación de la Verdad, para la meditación esencial; y, aún en el plano del laboratorio, del experimento, aún allí señorea la contemplación. Porque, ¿qué diferencia hay entre un mero empírico que sabe hacer una cosa, que sabe componer una máquina a partir de sus piezas diseminadas, qué diferencia hay entre ese mero empírico, ese mero manual y uno que posee el arte? El que posee el arte sabe hacer lo mismo que el manual y, además, lo principal: sabe por qué, sabe la razón de lo que hace. Es lo que decía San Agustín: "Soy superior, no por fabricar cosas bien proporcionadas, porque también las fabrican las hormigas y las abejas, soy superior porque conozco las proporciones".

En toda enseñanza hay un ascenso en el saber desde el conocimiento empírico, la generalización de la experiencia, el conocimiento de las leyes exactas y experimentales que rigen los fenómenos del Universo, hasta el conocimiento del orden de las causas y de las analogías metafísicas, el conocimiento poético, que tiene el mismo objeto que es manifestar las esencias del conocimiento metafísico, y finalmente el conocimiento de Dios en el razonamiento de los datos revelados de nuestra Fe para culminar en la experiencia mística que es parecerse a Dios mismo.

Esta escala por donde nos conduce la inteligencia, es una escala de contemplación de la Verdad. La acción está subordinada a la contemplación en todos los terrenos. Hasta en el obrero que hace una silla, una mesa, se halla en él un despertar, el despertar de la pasión curiosa, de la pasión intelectual. No se va a limitar a hacer el instrumento útil, va a ser capaz de darle una forma, de hacer esplender ahí una riqueza, una riqueza interior, un sentido espiritual.

La manualidad es un instrumento. Los monos tienen cuatro manos; un mono chimpancé de hoy con esas cuatro manos hace lo mismo que hacía un mono hace diez mil años y el último mono que haya sobre la tierra no hará más con las cuatro manos que lo que hace un mono hoy. Esas manos no le sirven más que para agarrarse, para mondar una banana, para poner un cajón sobre otro; de ahí no pasa, no podrá pasar nunca, porque le falta el alma inmaterial, el alma inteligente y capaz de querer. Pero a la mano del hombre, instrumento tan claro, Aristóteles la llamó "órgano de los órganos" porque la inteligencia ha hecho de ella un prodigio, la ha hecho algo universal, la ha hecho servir a los fines universales de la mente. Qué cosa egregia es. Claro está, por ejemplo, que en un poeta, en un pintor, hay un hacer, hay una técnica, hay una manualidad; pero alguien puede pasar la vida tratando de combinar los colores, de aprender la técnica del dibujo, de la pintura y no llegar a ser jamás un artista capaz de expresar la belleza. Se puede pasar la vida estudiando la técnica de hacer versos, todos los metros, sin poder jamás hacer una poesía. Porque, como decía Leonardo, "la pintura es cosa de la mente", es la inteligencia inmaterial, es una acción inmaterial, un influjo intencional, es una presencia del espíritu la que transforma, la que hace que el instrumento sirva para decir las razones de las cosas (APLAUSOS).

Dos palabras ahora acerca del proyectado curso de ingreso que es realmente de una improvisación y ligereza inigualadas, aunque haya buena intención. ¿Cómo va a haber un año común, para todas las carreras? Que haya un año preparatorio con Filosofía, sí, y que en los sucesivos años, aún en las carreras más técnicas haya una integración cultural, histórica, literaria, claro que sí. Porque los profesionales argentinos tienen que ser patriotas, y tienen que ser cultos. Pero no se puede dar una indigestión de Filosofía de entrada o pretender en un solo cuatrimestre que el pobre muchacho o chica que va a seguir Ingeniería, Ciencias Exactas, Ciencias Biológicas, Agronomía, Veterinaria, compense la endeble Matemática, Física y Química que lleva del Nacional. Realmente, cada cosa en su lugar. El orden es lo primero, la proporción; saber lo que hay que dar, cómo darlo.

Pero termino aquí, y ahora termino de veras, diciendo cuál es la Argentina que yo quiero, cuál es la Nación que yo quiero. Es una Nación como aquella que ya existió, como aquella de 1848, 49, 50, cuando las más poderosas potencias del mundo, Inglaterra y luego Francia, una con Southern, la otra con Lepredour, firmaron con Arana, con Juan Manuel, los tratados más honrosos de la historia argentina (APLAUSOS).

Yo quiero una Nación como aquella en la que un día todo el pueblo porteño fue convocado al puerto, y ante ese pueblo de varones y mujeres fuertes, entró en la rada la fragata inglesa Sharpy, arrió el pabellón inglés, enarboló el pabellón argentino y lo saludó con veintiún cañonazos (APLAUSOS).

Esa Argentina de señores, que obligaba a un trato de señores a los poderosos de la Tierra. ¡Comparad la riqueza de aquella Argentina tan pobre, con la pobreza de esta Argentina tan rica! (APLAUSOS).

Y por último, en esa Nación que fue y vuelva a ser, otra vez, una tierra de señores donde haya un trato de honor para todos sus "habitantes, quiero ver levantarse la Universidad en torno a la Cátedra Magistral, en torno a la Cátedra del maestro de sabiduría divina y humana, de ciencias y de arte, de experimentación y también de manualidades. Pero ¿a efectos de qué? De asegurar la formación renovada de legítimas superioridades, de modelos, de ejemplos, de personalidades ejemplares, que son las que realmente levantan a un pueblo al más alto nivel de cultura, porque el más alto nivel de cultura lo da la presencia de modelos y de ejemplos. Los laboratorios son para el cálculo y el experimento, para las ciencias que sirven para el uso de las cosas y el dominio instrumental del Universo pero no nos sirven para ser hombres ni para cumplir nuestro destino de hombres en el último fin.

Lo que necesita un pueblo es Teología y Metafísica, sobre todo cuando es un pueblo que procede, que viene de la Civilización de Cristo, de los griegos y de los romanos. Nada más (APLAUSOS).

Notas

(1) De Regimine Principum, II, 3, 104.

(2) Se refiere al Dr. Gómez Morales, Ministro de Economía que sucedió a Gelbard.

Obras

  • Acerca de la libertad de enseñar y de la enseñanza de la libertad (1945)
  • La idea y las ideologías (1949)
  • Libre examen y comunismo (1961)
  • Guerra contrarrevolucionaria (1964)
  • Edición crítica del "Manifiesto comunista" (1969)
  • Testamento político (editado en 1984)

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