Revolución francesa

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La toma de la Bastilla durante la Revolución Francesa
La Revolución francesa, también denominada Revolución en Francia por las ciencias políticas para denotar la naturaleza cosmopolita de los ideales de la revolución, fue un proceso social y político que se desarrolló en Francia entre 1789 y 1799 cuyas principales consecuencias fueron la implantación de ideas igualitaristas, precursoras del marxismo, el combate a la religión, la abolición de la monarquía absoluta y la proclamación de la República, eliminando las bases económicas y sociales del Antiguo Régimen. La masonería organizada fue la responsable de dicho suceso.

Si bien la organización política de Francia osciló entre república, imperio y monarquía durante 75 años después de que la Primera República cayera tras el golpe de Estado de Napoleón Bonaparte, lo cierto es que la revolución marcó el final definitivo del absolutismo monárquico y dio a luz a un nuevo régimen donde la burguesía, se convirtió en la fuerza política dominante en el país.

Antecedentes

En términos generales, fueron varios los factores que influyeron en la Revolución: a un régimen monárquico sucumbiendo a su propia rigidez en un mundo cambiante se unió el surgimiento de una clase burguesa que cobraba cada vez mayor relevancia económica que supo apoyarse en las clases más bajas, junto con la expansión de las nuevas ideas liberales y masónicas de igualdad que surgieron en esta época y que se ubican bajo la rúbrica de la Ilustración. Sostiene Toqueville que la revolución fue todo menos un acontecimiento fortuito. Si bien cogió al mundo por sorpresa, el historiador sostiene que fue la culminación de un arduo trabajo de diez generaciones de hombres.

Impacto político

La Revolución Francesa: antes y después sátira del dibujante francés Caran d'Ache, 1898, en pleno Affaire Dreyfus y al mismo tiempo que se funda Action Française. Aunque el Antiguo Régimen tampoco aparece como idílico, se muestra la situación contemporánea como un aumento de la opresión, que las mejoras técnicas no alivia, y a la que contribuyen el capitalismo financiero (el banquero con su sombrero de copa y su cartera), el masón (con su escuadra y plomada) y el judío (con su nariz curva).

Desde el punto de vista político, tuvo importancia la extensión de nuevas ideas en este periodo de Ilustración, tales como las expuestas por Voltaire, Rousseau o Montesquieu (como por ejemplo, los conceptos de libertad política, de fraternidad y de igualdad, o de rechazo a una sociedad jerárquica de modelo feudal, o las nuevas teorías políticas sobre la separación de poderes del Estado). Todo ello en base a una propaganda masiva fue rompiendo el prestigio de las instituciones del Antiguo Régimen y ayudaron a su derrumbe.

La innovación y la permanencia

Toqueville argumenta con razón que la revolución tuvo quizá poco de innovadora y mucho de destructiva. Se incurre pues en el error común de muchos historiadores creyendo que la revolución realizó la división de la tierra en Francia. De hecho, esta realidad es muy anterior a ella. Si se consultan los expedientes de las ventas de tierra en esa época se demuestra que la mayor parte de ellas fueron compradas por gente que ya poseía otras.

La Nobleza no controlaba la tierra mucho antes de que la revolución estallara- sostiene Toqueville.

Los estados generales

Los Estados Generales estaban formados por los representantes de cada estamento. Estos estaban separados a la hora de deliberar y tenían sólo un voto por estamento. La convocatoria fue un motivo de preocupación para la oposición, por cuanto existía la creencia de que no era otra cosa que un intento, por parte de la monarquía, de manipular la asamblea a su antojo. La cuestión que se planteaba era importante. Estaba en juego la idea de Soberanía Nacional, es decir, admitir que el conjunto de los diputados de los Estados Generales representaba la voluntad de la nación.

La centralización administrativa

La centralización administrativa es una institución del antiguo régimen y no, como se ha dicho reiteradas veces, obra de la revolución francesa ni del Imperio napoleónico.

Toqueville descubrió que esta es la única parte de la constitución del antiguo régimen que ha sobrevivido a la revolución, porque era la única que podía acomodarse al nuevo estado social creado por ella. Así mismo la llamada "tutela administrativa" fue una invención del antiguo régimen monárquico. La libertad municipal sobrevivió en Francia al feudalismo. Cuando los señores no administraban ya los campos, las ciudades conservaban todavía el derecho de administración así mismas.

En Francia, la igualdad sostenida y defendida por los revolucionarios pasó de ser una bandera política más que un reclamo justo. Francia- sostiene Toqueville, fue la nación donde los hombres habían llegado a ser más semejantes entre sí en toda Europa, muchas décadas antes que la revolución. Lo mismo sucedía con las provincias francesas. No solo estas se parecían más entre sí, sino que dentro de cada una los hombres de las diferentes clases se aproximaban constantemente, a despecho de las diferencias de condición. Esto lo demuestra la lectura de los cuadernos de peticiones presentados por las diferentes órdenes en 1789. Se ve que quienes las redactaban diferían profundamente por los intereses, pero eran semejantes en todo lo demás.

La Asamblea Nacional

A pesar de todo esto y cuando finalmente los Estados Generales de Francia se reunieron en Versalles, el 5 de mayo de 1789 y se originaron las disputas respecto al tema de las votaciones, los miembros del Tercer Estado debieron verificar sus propias credenciales, comenzando a hacerlo el 28 de mayo y finalizando el 17 de junio, cuando los miembros del Tercer Estado se declararon como únicos integrantes de la Asamblea Nacional: en teoría, ésta no representaría a las clases pudientes sino al pueblo en sí. La primera medida de la Asamblea fue votar la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Si bien invitaron a los miembros del Primer y Segundo Estado a participar en esta asamblea, dejaron en claro sus intenciones de proceder incluso sin esta participación. La burguesía se hacía del poder.

Papel de la Masonería

Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 con el símbolo del "Ojo que todo lo ve".

En 1786, Ernst August von Göchhausen en su libro Revelaciones sobre el sistema político cosmopolita, denunció una conspiración masónica-illuminati-jesuita y predijo "inevitables revoluciones mundiales"[1] tres años antes de la Revolución Francesa. En 1791, el párroco francés Jacques François Lefranc en su libro Le voile levé pour les curieux ou les secrets de la Révolution révéles à l'aide de la franc-Maçonnerie (El velo destapado para los curiosos o los secretos revolucionarios de la ayuda francmasona) también sostuvo que la Revolución fue dirigida por la masonería. A inicios del siglo XIX, el sacerdote jesuita francés Augustin Barruel (Mémoires pur servir à l'Histoire du Jacobinisme)[2] y el erudito físico y masón escocés John Robison (Proofs of a Conspiracy against all the Religions and Governments of Europe Carried on in the Secret Meetings of Freemasons, Illuminati and Reading Societies) intentaron demostrar, independientemente el uno del otro y con información de primera mano, que la revolución francesa estuvo completamente dirigida en todo momento por sociedades secretas, especialmente los iluminados de Baviera y la Masonería, con vastos medios financieros a su disposición, con la meta de derrocar a la "Cristiandad" y a las instituciones tradicionales europeas. Estas sociedades secretas empleaban diversos métodos para reclutar personalidades de élite para sus fines. Asimismo, muy por encima de factores tales como la constante represión del Tercer Estado, de las sucesivas hambrunas y del mal manejo de la crisis que hizo Luis XVI, el factor predominante que habría desatado la revolución sería una preparación metódica del proceso revolucionario, cuyo plan fue trazado detalladamente años antes de su estallido, ya que para que se produzca tal proceso, serían requeridas principalmente dos cosas:

  • Un clima cultural e intelectual apropiado que alimente las fuerzas potenciales. Como una situación de grave alteración generalizada que obligue a la población a exigir un cambio. El clima que se necesitaba para la Revolución Francesa se generó en los años del enciclopedismo y la Ilustración, el cual era un movimiento de pensamiento iluminista.
  • Un grupo dirigente y de agitadores, que se encargue de organizar y movilizar a las masas para cumplir los objetivos deseados.

Se proponen, ante todo, tres pruebas:

La personificación de la Libertad de Delacroix usando el gorro frigio.

Por su parte, el historiador masón Louis Blanc señaló que la mayoría de los revolucionarios eran masones, nombrando en la logia "des neufs soeurs" Dominique Joseph Garat, Jacques Pierre Brissot, Bailly, Nicolas de Condorcet, Camille Desmoulins, Nicolas Chamfort, Danton, Christophe Antoine Gerle dicho Dom Gerle, Rabaud Saint-Etienne, Alexandre Pétion, y en la logia "de la Bouche-de-Fer": Claude Fauchet, Goupil de Préfern et Nicolas de Bonneville.[4] André Baron denunció la mano directa de la logia masónica "les amis réunis" sobre los crímenes del Reinado del Terror[5] nombrando ante los masónes Jean-Louis Carra,[6] François Babeuf y Robespierre y con el autor Jean-Emmanuel Le Coulteux de Canteleu citó Jacques-René Hébert, Jean Paul Marat, Joseph Le Bon, Saint-Just.[7][8] Augustin Barruel señala que los verdugos que asesinaban prisioneros durante el Reinado del Terror practicaban el saludo masónico entre ellos.[9]

  • En segundo lugar, existió en Francia, poco antes de la Revolución Francesa, una logia de francmasones, la cual se hizo llamar de manera muy similar a la orden de Adam Weishaupt, "Les Illuminés".

Por otro lado, en el siglo XIX, el escritor Charles Louis Cadet de Gassicourt explicó la acción subterránea de las sociedades secretas en la revolución francesa[10] y el padre Nicolas Deschamps denunció una conspiración masónica detrás de la Revolución Francesa[11] al igual que el historiador Alfred François Nettement.[12]

En 1827, Sir Walter Scott publica los nueve volúmenes de su monumental Vida de Napoleón Bonaparte, donde el popular escritor escocés afirma también que la revolución francesa fue ejecutada por los iluminados de Baviera y financiada por "los cambiadores de dinero de Europa".

Al comienzo del siglo XX, los libros del historiador francés Augustin Cochin, escritos desde un punto de vista sociológico, señalaron a la masonería como una de la principales fuerzas de instigación de la revolución[13] al igual que el periodista Maurice Talmeyr varios años después.[14]

Albert Pike, en su libro Morals and Dogma of the Ancient and Accepted Scottish Rite of Freemasonry,[15] en el capítulo dedicado al grado 30º, retoma la tesis de que la francmasonería habría inspirado y organizado secretamente la Revolución Francesa:

A Lodge inaugurated under the auspices of Rousseau, the fanatic of Geneva, became the centre of the revolutionary movement in France, and a Prince of the blood-royal went thither to swear the destruction of the successors of Philippe le Bel on the tomb of Jacques de Molai. The registers of the Order of Templars attest that the Regent, the Duc d'Orleans, was Grand Master of that formidable Secret Society, and that his successors were the Duc de Maine, the Prince of Bourbon-Conde, and the Duc de Cosse-Brissac.[16]

Artículo de opinión

La guillotina cumple 227 años, por Denes Martos

El conjunto de hechos anteriores y posteriores al 14 de Julio de 1789 en Francia constituyen un cúmulo de sucesos a los que se supone que debemos recordar con gran emoción y respeto; casi diría que hasta con alguna eventual lágrima en los ojos. La cuestión es que, cada vez que se menciona la Revolución Francesa, los grandes demócratas – incluyendo a la izquierda revolucionaria – ponen cara de circunstancias y hacen como que rinden homenaje a la Libertad, Igualdad y Fraternidad, una trilogía que se considera fundacional de toda democracia pero que hoy, como lema oficial del Estado, sobrevive tan sólo en dos países: Francia... y Haití.

Sin embargo, detrás de los grandes festejos y conmemoraciones se esconde una realidad brutal que contradice no solo la famosa trilogía sino hasta el románticamente heroico cuadro de la Madame Liberté guiando al pueblo con los pechos desnudos pintado por Eugène Delacroix casi medio siglo más tarde. No deja de llamar la atención que el día de esa famosa revolución se festeje justo aquél 14 de Julio cuya historia alevosamente tergiversada ya ha sido rectificada por docenas de historiadores sin que el mundo demoliberal se dignara tomar nota de las enormes distorsiones que se difunden y se enseñan en las escuelas desde hace 227 años.

Una de las leyendas de la mitología de la Revolución Francesa nos cuenta que el 14 de julio de 1789 el pueblo de París, no pudiendo soportar más la opresión monárquica, salió a las calles y comenzó una revolución tomando por asalto la Bastilla, una lóbrega prisión en dónde el régimen encerraba en condiciones inhumanas a los buenos ciudadanos revolucionarios, víctimas de una represión tan brutal como injusta.

La verdad es que las cosas ocurrieron de un modo muy diferente. Por de pronto, la Revolución Francesa no comenzó con el asalto a la Bastilla. En realidad, nunca hubo tal asalto. La Bastilla se rindió y fue entregada por su comandante, Bernard de Launay, luego de algunos desórdenes y tiroteos previos en los que se sepa, no murió nadie. Pero, si bien es cierto que hubo al menos algún grado de violencia en la rendición de la Bastilla, lo que sí ya es ficción pura es su supuesto carácter de mazmorra del pueblo en dónde el régimen encerraba a los revolucionarios republicanos. En realidad, hacia fines del siglo XVIII ni siquiera había una cantidad importante de prisioneros en la fortaleza. En 1782 la cantidad total de presos ascendía a diez; en mayo de 1788 a veintisiete, cifra que descendería abruptamente a nueve entre diciembre de 1788 y febrero de 1789. El 14 de julio de ese año los revolucionarios de París apenas si pudieron hallar y liberar a siete presos en total.

Para colmo, la Bastilla nunca fue una prisión para criminales comunes sino, más bien, una especie de cárcel de lujo para personajes de la nobleza que habían cometido la torpeza de incurrir en alguno de los "delitos de caballero" tales como no pagar sus deudas, matar a alguien en un duelo, acostarse con la esposa de algún poderoso, o ser políticamente demasiado irrespetuosos. La prueba de ello es la lista de los detenidos. Sería algo larga de tratar en detalle pero podríamos mencionar al mariscal de Bassompierre, al duque de Richelieu (resobrino del cardenal), al cardenal Rohan y unos cuantos más, incluyendo al "conde" Cagliostro, un charlatán italiano cuyo verdadero nombre fue José Balsamo y que se hacía pasar por nigromante, vidente y taumaturgo dotado de poderes misteriosos y sobrehumanos. Como detalle irónico no deberíamos dejar afuera al mismísimo marqués de Sade a quien los revolucionarios no encontraron en la Bastilla por tan sólo una cuestión de diez días: el 4 de julio de 1789 el sádico marqués había sido encerrado en un manicomio. Fue una suerte. Con eso la vanguardia proletaria de la Revolución Francesa se salvó del dudoso honor de haber iniciado su gloriosa gesta liberando a uno de los psicópatas más célebres y degenerados de todos los tiempos.

Entonces ¿por qué iba el populacho de París a tomar la Bastilla y matar a de Launay luego de que se rindiera y a pesar de que le habían prometido que respetarían su vida y la de sus hombres? La respuesta es simple: los líderes de la revuelta apuntaban a hacerse de las armas y las 25 toneladas de pólvora que había en el lugar. Y lo consiguieron. Pero aún así, la Bastilla fue solo un episodio menor. Lo que siguió después fue mucho más grave y por cierto que, en innumerables casos, no tuvo absolutamente nada de heroico.

La verdad es que la Bastilla es un símbolo, pero no un símbolo de la revolución. Es el símbolo de la capacidad de ciertas personas para crear mitos que luego se difunden por medio de la irrestricta manipulación histórica y educacional – a lo cual en nuestros días se suma la distorsión mediática – con lo que se tergiversa el pasado de millones de personas que terminan creyendo que ese pasado falsificado forma parte de su tradición.

Es muy arriesgado dar cifras exactas, pero los datos disponibles indican que, entre los 5 años que van de 1789 a 1794 murieron miles de personas – centenares de miles y hasta quizás cerca de un millón si consideramos a los muertos en los campos de batalla. Aún sin contabilizar a estos últimos, estamos hablando de un orden de magnitud de decenas de miles de muertos teniendo en cuenta tan solo a los que fueron masacrados por el "furor popular" de la muchedumbre, a los que murieron en circunstancias irregulares y a los que terminaron decapitados por ese siniestro aparato que sí es el verdadero símbolo de la Revolución Francesa: la guillotina.

El 25 de Marzo de 1792, la Asamblea Nacional francesa adoptó la decapitación como método de ejecución de las sentencias de muerte. Para realizar las ejecuciones, un médico llamado Joseph Ignace Guillotin recomendó el aparato que al final terminó adoptando su nombre aún cuando él no fue su inventor como cuenta la leyenda popular. Lo que hizo Guillotin fue recomendar un aparato conocido que ya tenía sus antecedentes en Escocia, Italia y otros países.

Joseph Ignace Guillotin nació en 1738 en la ciudad de Saintes, en la región de la Nueva Aquitania francesa. Al principio fue un jesuita docente pero luego abandonó la Orden y se dedicó al estudio de la medicina. Recibió su diploma de médico en 1770 y 18 años más tarde ocupó una cátedra en la universidad de París. En 1789 se convirtió en diputado por París en la Asamblea Constituyente. En el momento de la redacción del nuevo Código Penal fue partidario de la igualitarización del castigo, es decir: que al momento de la sentencia no se tuviese en cuenta la posición social del reo. El 1º de Diciembre de 1789 propuso que se reemplazara el cruel método de la horca por la decapitación "indolora" que, según su opinión, le evitaría al reo el sufrimiento en sus últimos minutos. Según él, su propuesta estaba inspirada en sentimientos humanitarios.

La construcción del aparato le fue encargada a un carpintero constructor de pianos y después de ponerlo a prueba con animales y con cadáveres del Hospital de Bicetre lo instalaron en la Plaza de Grève el 25 de Abril de 1792. El dudoso honor de inaugurarlo lo tuvo un tal Nicolas Jacques Pelletier, un simple delincuente común. Después de eso, instalada en lo que es hoy la Plaza de la Concorde, la guillotina subió y bajó muchas, muchas, veces.

Durante el Terror – 1793-1794 – el total de condenas de muerte y de ejecutados con la guillotina en toda Francia fue de 16.594 personas entre las cuales se encuentran tanto el rey Luis XVI y la reina María Antonieta como el mismo Robespierre, el promotor principal de ese terror. Pero eso es solamente el saldo del Terror "legal" porque la violencia directa ejercida por la muchedumbre, las ejecuciones sumarias y las muertes en las cárceles representan algo así como 35.000 a 40.000 víctimas que se suman al número de decapitados "legalmente" por la guillotina.

Que el buen Joseph Guillotin terminó muriendo decapitado por el mismo aparato que ayudó a imponer por "cuestiones humanitarias" es otro de los mitos de la Revolución Francesa. Estuvo cerca, eso es cierto. Sólo la caída de Robespierre lo salvó de perder la cabeza en el patíbulo. Pero la verdad es que falleció en 1814 a los 75 años, en París y ¿quién sabe? Quizás hasta se arrepintió de haber hecho la recomendación que hizo.

Porque lo realmente curioso de la Revolución Francesa que en muchas partes se festeja con gran pompa y ceremonial, es que fue una revolución fracasada como proyecto político. Pensada en círculos masónicos y otras asociaciones por toda una pléyade de "librepensadores" como un proyecto destinado a eliminar la monarquía, esa revolución – después de un baño de sangre de 11 años – desembocó en la aventura imperial de Napoleón. En otras palabras: los revolucionarios franceses guillotinaron a un rey y apenas 11 años después terminaron siendo gobernados por un sujeto que resultó ser un emperador.

No obstante, es cierto que los inspiradores intelectuales de la Revolución Francesa tuvieron éxito como impulsores de la revolución cultural cuyos efectos terminarían barriendo la casi totalidad de los regímenes monárquicos de Occidente. Una prueba más de que la revolución cultural siempre precede a la revolución política.

Porque no es cuestión de olvidarlo: la Revolución Francesa como tal fracasó, pero sus ideales y principios ya habían triunfado con la Revolución Norteamericana que la precedió en 1776 y, después de ser aceptados por prácticamente todo Occidente, no pocos de sus principios – y sobre todo de sus métodos – resucitaron 128 años después con la Revolución Bolchevique de 1917. Tanto Marx como Lenin fueron grandes estudiosos de los hechos de 1789/99 en Francia. Pero, así y todo, la aventura soviética terminó fracasando igual que la francesa, solo que duró algunos años más y se llevó una masa de cadáveres mucho mayor que hoy los rusos mencionan como "nuestros 20 millones". Veinte millones en los que falta contabilizar los ucranianos muertos de hambre durante el Holodomor y todos los que murieron por las represiones salvajes en los países ocupados por los soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial. Para no hablar de los muertos por las versiones china, camboyana, cubana y algunas otras que fueron producto de la misma ideología.

Y otra cosa más: en la cuestión del costo en vidas humanas tampoco deberíamos dejar afuera a los norteamericanos que se adelantaron en 13 años a los franceses. Porque los yanquis, entre una guerra y otra, incluyendo una Guerra Civil propia, también tienen en su haber unos cuantos millones de cadáveres.

Es que pocas personas se han dado cuenta de que eso de la Libertad, Igualdad, Fraternidad es una consigna revolucionaria que terminó siendo descuartizada y secuestrada. Los demoliberales monopolizaron la adoración a la libertad y los marxistas la idolatría a la igualdad.

Lástima grande que, en el proceso, la fraternidad terminó siendo abandonada en medio de un enorme charco de sangre.

Considerándolo todo, siempre me he preguntado una cosa: realmente, ¿qué es lo que hay para festejar el 14 de Julio?

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Referencias

  1. Ernst August von Göchhausen, Enthüllungen des Systems der Weltbürger-Politik, Rom, 1786.
  2. Su socio literario Jacques-François Lefranc también compartió esa opinión en su libro Le voile levé pour les curieux ou les secrets de la Révolution révelés à l'aide de la franc-maçonnerie al igual que Pierre-Joseph de Clorivière en Etudes sur la Révolution y Antoine de Rivarol en Histoire de la révolution
  3. Fulcanelli, El misterio de las catedrales. Colección: Ensayo Filosofía Debolsillo. Barcelona: Debolsillo. ISBN 978-84-9759-514-8.
  4. Louis Blanc, Histoire de la Révolution, éditions de Bruxelles, II, p.72
  5. André Baron, Les Sociétés Secrètes, leur crime depuis les initiés d'Isis jusqu'aux Francs-Maçons modernes, p.290
  6. André Baron, Les Sociétés Secrètes, leur crime depuis les initiés d'Isis jusqu'aux Francs-Maçons modernes, p.319
  7. André Baron, Les Sociétés Secrètes, leur crime depuis les initiés d'Isis jusqu'aux Francs-Maçons modernes, p.310
  8. Jean-Emmanuel Le Coulteux de Canteleu, Les sectes et les sociétés secrètes, Paris, 1863, p.169
  9. Augustin Barruel, Memoria para servir a la historia del Jacobinismo, segunda edición, 1803, t.V, p.134
  10. Charles Louis Cadet de Gassicourt, Le Tombeau de Jacques de Molay, ou Histoire secrète des initiés anciens et modernes, templiers, francs-maçons, illuminés et recherche sur leur influence dans la révolution française, Paris, 1797
  11. Nicolas Deschamps, Les Sociétés secrètes et la société ou philosophie de l'histoire contemporaine, Avignon, 1874-1876, t. 2, p. 132
  12. Alfred François Nettement, Nouvelle histoire de la révolution de 1789, p.459 Texto en línea en francés
  13. Augustin Cochin et l’interprétation du processus révolutionnaire, por Bernard Dumont en el sitio Catholica
  14. Maurice Talmeyr, La Franc-maçonnerie dans la révolution française, Le Trident
  15. edición disponible en proyecto gutenberg.org
  16. Capítulo XXX KNIGHT KADOSH (en inglés)