1492: Fin de la barbarie y comienzo de la civilización en América

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1492: Fin de la barbarie y comienzo de la civilización en América

El libro 1492: fin de la barbarie y comienzo de la civilización en América (tomo I) fue publicado en agosto de 2014 por Ediciones Buen Combate, y presentado ese mismo mes en el Colegio Público de Abogados de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por Antonio Caponnetto, conjuntamente con el autor, Cristián Rodrigo Iturralde. Meses después, en ocasión al Dia de la Hispanidad, fue presentado por el Dr. Carlos Pesado Palmieri en el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, en CABA, y luego en la localidad de Remedios de Escalada. El libro fue prologado por el Dr. Hugo Verdera. El libro ha sido vendido en todo Argentina y también en el exterior, y puede encontrarse en algunas de las grandes librerías de Buenos Aires, como Yenny.

Los primeros dos tomos del libro narran la situación en la que se encontraban los diversos pueblos precolombinos antes de la llegada de los españoles; señalando, entre otras cosas, la existencia de regimenes totalitarios, esclavismo, pueblos arrollados por las clases dirigentes, de guerras constantes, sacrificios humanos masivos, actos de canibalismo generalizado, etc. Para este trabajo, el autor se nutrió particularmente de autores indígenas, de recientes investigaciones, como así también de las crónicas de la época. Recientemente, ha visitado México a fin de poder traer nueva documentación, cual será añadida a una segunda edición del mismo.

Está previsto para el 2015 publicar el segundo tomo de la obra, y para el 2016, la tercera y última parte, dedicada exclusivamente al período español.

Prólogo del Autor

La cuestión de la conquista de América sigue siendo, indudablemente, un tema de actualidad. Para unos, su valoración negativa resulta indispensable para apoyar y justificar abiertamente la causa separatista del indigenismo vernáculo, y a la vez, desentender al continente de su filiación hispana y católica hasta hacer su causa antipática; con el claro objeto de someterlo, cual bastardo, a la dictadura del relativismo moral y religioso propuesto por los mandamás del Novus Ordo Seclorum. Para otros, en cambio, la rememoración de la pacificación americana constituye la última gran empresa del hombre medieval, cristo céntrico y moralista, totalmente contrario al espíritu eminentemente utilitarista propuesto por el renacimiento italiano del siglo XV, racionalista y antropocéntrico; del cual estuvieron imbuidos ingleses, franceses y holandeses -entre los principales- para sus conquistas; donde el valor de una región se medía de acuerdo a los recursos y beneficios materiales que de ella pudieran extraerse.

Entendemos que la intervención de España y la Iglesia en América supusieron la liberación del continente; rompiendo las pesadas cadenas de la mayoría oprimida por los grandes imperios y la tiranía de sanguinarios ídolos. Numerosos son los estudios sobre la acción de ejemplar civilización acometida por España, los pontífices y los misioneros, siendo particularmente digna de mención a este propósito las leyes indianas y su posterior codificación; legislación única y revolucionaria en su época que, entre otras cosas, abrazaba a los nativos de aquellas tierras como vasallos directos de la Corona, con los mismos o más derechos que los europeos; siendo casi todas sus instituciones y costumbres respetadas, menos, claro está, aquellas bárbaras, contra natura, como las del canibalismo y los sacrificios humanos. Es harto claro que la civilización cristiana resultó, primeramente, un beneficio a los mismos indígenas -como ellos mismos lo entendieron prontamente-; hecho demostrado en la cantidad de pueblos aborígenes que abrazaron como suya la causa, luchando codo a codo con los conquistadores españoles contra sus sojuzgadores.

Existen, afortunadamente, numerosas obras acerca de esta realidad, resultando de particular interés aquellas de don Vicente Sierra, Guillermo Furlong, Cayetano Bruno, Díaz Araujo, Héctor Petrocelli y Antonio Caponnetto, por mencionar unos pocos autores de fuste de nuestro país.

No obstante, creemos que para poder apreciar verdaderamente, en toda su magnitud, la obra española -que tan bien relatan los citados autores-, debemos necesariamente adentrarnos de una forma más o menos pormenorizada en los hechos anteriores a 1492, o sea: observar con detenimiento la situación en la que se encontraban los pueblos precolombinos. Es éste el motivo que nos llevó a investigar la América prehispánica. Solo así podremos entender la verdadera significación y extensión de la incursión española en el continente.

En esta primera entrega de la obra, concerniente al período precolombino, procuraremos adentrarnos en las profundidades de aquel Nuevo Mundo, como denominaron los hombres de su tiempo a las Indias Occidentales.

No es tarea sencilla, por cierto. Pues no tratamos aquí con una o dos culturas particulares, sino con cientos de estas; muchas veces radicalmente disímiles; enfrentadas y/o envueltas en encarnizadas e interminables guerras, batallas, vendettas. No puédese, entonces, generalizar en torno a esta materia o atribuir a unos pueblos cosas que fueron propios de otros. Algunas de estas sociedades fueron más complejas que otras. Algunas tuvieron algún grado de desarrollo técnico y sentido de justicia, otras vivían en la barbarie total; algunas convivían en asentamientos urbanos sometidos al déspota de turno, otras vivían en las montañas, bosques o selvas, librados a su suerte, y así podríamos seguir ad infinitum.

Naturalmente, por razones lógicas de espacio y tiempo, no podremos detenernos en cada una de estas culturas, por lo que optaremos -a fuer de hacer la obra lo más didáctica y dinámica posible- en centraremos en los elementos que todas ellos tuvieron de común: lo primitivo; llámese guerra, desesperanza, excesos, superstición, etc.

Haremos especial paréntesis en los pueblos más importantes del continente, como los incas, mayas y aztecas, aunque sin dejar de lado completamente a otros pueblos ajenos a la influencia de éstos, como los caribes, guaraníes, chibchas, charrúas o araucanos, entre otros. Iremos penetrando, gradualmente, en el modus vivendi de aquellas sociedades que vivían, mayormente, divididas entre ricos y pobres, sumisos y opresores, nobles y plebeyos. ¿Cuáles eran sus creencias y costumbres, vicios y virtudes, yerros y aciertos, leyes –cuando las tenían-?

Para aquellos desprevenidos, tal vez sea conveniente ponerlos en aviso, desde este mismísimo instante, que la América prehispánica que creen conocer, no es tal. No busquen en este ensayo una América atiborrada de rimbombantes colores –como sugieren los estandartes indigenistas-, pues no los hallaran. Aquella fantasía roussionana, como llamaba Alberto Caturelli al ficticio paraíso terrenal que imaginaron algunos historiadores, no existió jamás. Un autor insospechado, como el antropólogo Marvin Harris, refiriéndose principalmente a los aztecas, se ve forzado a reconocer que:

En ningún otro lugar del mundo se había desarrollado una religión patrocinada por el estado, cuyo arte, arquitectura y ritual estuvieran tan profundamente dominados por la violencia, la corrupción, la muerte y la enfermedad. En ningún otro sitio los muros y las plazas de los grandes templos y palacios estaban reservados para una exhibición tan concentrada de mandíbulas, colmillos, manos, garras, huesos y cráneos boquiabiertos

Empero, podemos prometer luz, mucha luz sobre estas páginas; que jamás es suficiente cuando su beneficiaria es la verdad histórica. Y para ello nos valdremos de toda la documentación y evidencia disponible hasta la fecha, sin desdeñar ninguna por cuestiones de simpatía o afinidad. Así, recurriremos no solo a las crónicas de los conquistadores y misioneros, sino a las mismas fuentes indígenas -códices, iconografía, memoriales- y a la evidencia científica dispuesta por la arqueología y la antropología –que no hace más que confirmar cuanto dijeron los primeros cronistas americanos-.

El nombre que hemos elegido para intitular esta primera parte es políticamente incorrecto, lo sabemos. Pero… ¿Cómo llamar a aquellas culturas -que no civilizaciones- que declaraban nulo el valor de la vida y la dignidad humana, ejecutando y torturando incluso a niños?

La Historia de la América precolombina es, en general, una historia triste, gris, de sufrimiento, viciada de indecibles torturas, de agobiantes guerras e intrigas, de costumbres contra natura, de canibalismo, de sumisión, de superstición, de desesperanza, de despotismo…, que hará recordar no pocas veces a la barbarie y utilitarismo de los regímenes comunistas y de las potencias democráticas aliadas nacidas al calor de la II gran guerra. No obstante, será el lector quien juzgará.

Antes de terminar esta notícula introductoria, debemos señalar que a pesar de haber constituido la brutalidad, en menor o mayor escala, una característica propia y generalizada en casi todos los pueblos del continente, no haríamos justicia a la verdad si dejásemos de mencionar la valentía en grado heroico y honorabilidad de la que usaron no pocos soldados y principales indígenas, principalmente entre tlaxcaltecas, totonecas y texcocanos, combatiendo con denuedo el yugo opresor e imperialista de los aztecas y de distintos dictadores aliados o anteriores a estos. Encontramos numerosos y conmovedores relatos de lealtad y desinteresado arrojo entre españoles e indígenas, donde unos salvaban la vida de los otros y viceversa, incluido algunos casos memorables como aquel donde un tlaxcalteca, y luego un texcocano, salvaron la vida del mismísimo gran capitán Cortes. La acción libertadora de España y los misioneros no se vió privada de suntuosos y generosos gestos de reciprocidad por parte de los indígenas aliados a la causa de la libertad y de la Civitas Dei católica.

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