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Agustín Barrere
Sumario
Juventud
Barrere era hijo de un matrimonio de franceses que habían emigrado a la Argentina. Cuando todavía era un niño, su familia dejó Sudamérica y retornó a su país de origen. Allí se formó como sacerdote en seminarios de la Congregación de Misioneros de la Inmaculada Concepción hasta que fue enviado a Roma para estudiar en la Pontificia Universidad Gregoriana, donde obtuvo un doctorado en filosofía y otro en teología. Fue consagrado presbítero en 1891.
Catolicismo social en la Argentina
Barrere desembarcó en la Argentina en 1894, instalándose en la provincia de Catamarca. Ayudó a organizar el Círculo de Obreros Católicos, una organización destinada a contener, asistir y capacitar a trabajadores para evitar que adoptasen ideas anarquistas.
En 1899 se mudó a la provincia de Tucumán, en donde ayudó a constituir un seminario para formar sacerdotes y promovió la creación del Colegio Sagrado Corazón, una escuela secundaria confesional destinada a educar en los valores cristianos a los hijos de las familias más poderosas. Por esos años, a través de las páginas del diario El Orden, mantuvo una polémica con el sindicalista izquierdista Adrián Petroni acerca de qué era lo que se debía hacer para mejorar las condiciones de vida de los obreros tucumanos.
Dejó la provincia norteña en 1909 para aficarse en la capital nacional. En 1913, junto a otros miembros de su congregación, participó de la fundacion del Colegio San Miguel.
Obispado de Tucumán
En 1930 fue designado como Obispo de Tucumán, en reemplazo de Monseñor Bernabé Piedrabuena, hombre del patriciado provincial que a raíz de una enfermedad había renunciado a su cargo en 1928.
Monseñor Barrere asumió una doble tarea como obispo: reorganizar su diócesis para asegurar la evangelización de todos sus rincones, y afianzar el vínculo entre laicos y clérigos para que la sociedad local no perdiese sus costumbres cristianas. Para lograr lo primero verticalizó a la estructura clerical tucumana, y les exigió a sus subordinados que se comportasen como verdaderos profesionales, cuya principal tarea era mostrarse ante la comunidad como ejemplares servidores de Dios. A su vez lanzó la revista La Semana Católica que servía para hacer llegar sus directivas a todas las parroquias de la provincia, creó la Obra de Vocaciones Eclesiásticas que ayudó a multiplicar el número de sacerdotes en la diócesis, y promovió la creación de un Seminario Regional en Catamarca bajo el control de la Sociedad del Verbo Divino, el cual asumió la misión de formar clérigos que tuviesen una visión ortodoxa del catolicismo pero sin perder la sensibilidad sobre las problemáticas locales.
En relación a los laicos, Monseñor Barrere ayudó a organizar a la rama tucumana de la Acción Católica Argentina. A través de ella se aproximó a los empresarios de la industria azucarera -el motor económico de la provincia- y consiguió que éstos financiasen generosamente a la Iglesia Católica. A cambio de su colaboración, el prelado alentó a eclesiásticos como Bernardo Rives y a laicos como Horacio Poviña para que estudiasen la cuestión obrera a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, y propusiesen políticas públicas que frenasen el avance del comunismo.
En 1936 acompañó a los políticos tucumanos que propusieron introducir la enseñanza de la religión en las escuelas de gestión pública de la provincia, pero su cruzada no tuvo éxito.
Posteriormente encontraría un aliado en el gobernador Miguel Critto, un hombre de la Unión Cívica Radical que era un católico fiel. Juntos inauguraron en 1942 a la imponente escultura del Cristo Bendicente, una obra de Juan Carlos Iramain emplazada en la cima del cerro San Javier, que recuerda que es Dios el único soberano.
Su talante conservador lo llevó a rechazar al nacionalismo revolucionario, pero aún así recibió con entusiasmo a la Revolución del GOU. Colaboró abiertamente con todos los interventores que tuvo la provincia.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Monseñor Barrere fue junto a Monseñor Caggiano uno de los prelados argentinos que ayudó a evacuar de Europa a muchos perseguidos políticos que estaban siendo víctimas del revanchismo judeo-masón en sus países de origen.
En 1946 el obispo recibió con calma el ascenso a la presidencia de Juan Domingo Perón, ya que si bien sabía de la tendencia obrerista del líder de las masas argentinas, también confiaba en que su compromiso cristiano no se rompería. Barrere falleció en 1952, sin llegar a ver como se desencadenaría después en la Argentina el conflicto entre el peronismo y el catolicismo.