Auxilio Azul
Historia
Al producirse el Alzamiento Nacional en julio de 1936, el territorio español quedó dividido en dos zonas: una controlada por el bando republicano y la otra controlada por el bando nacional. Esa situación generó que, de un lado y del otro, hubieran miles de ciudadanos que no coincidían ideológicamente con las autoridades al mando. Mientras que los nacionales neutralizaron de manera mayormente pacífica y responsable a esos opositores de su autoridad, los republicanos, en cambio, dieron rienda suelta a la barbarie contra los que no coincidían con ellos, masacrando de ese modo a muchísimas personas y robándoles sus pertenencias.
En ese clima de hostilidad, muchas mujeres se organizaron en Madrid -pero también en Valencia, Murcia y Alicante- para brindarles apoyo a quienes estaban siendo perseguidos por los grupos de tareas y los escuadrones de la muerte que operaban las chekas. Así nació el Auxilio Azul, reuniendo inicialmente a mujeres que pertenecían o que simpatizaban con la Sección Femenina de Falange Española de las JONS. Pronto se sumaron también mujeres provenientes del Socorro Blanco, de la Acción Católica y de otras organizaciones similares, como también señoras y señoritas que nunca habían militado en ningún tipo de movimiento pero que sentían que no podían permanecer en la pasividad mientras su país era destruido.
El principal método de reclutamiento que tenía el Auxilio Azul era el de la amistad: las mujeres pertenecientes a la hermandad concurrían o ayudaban a organizar celebraciones religiosas clandestinas, y luego del evento hablaban con las asistentes para comentarles sobre su red de socorrismo. Con ese método rápidamente sumaron a una gran cantidad de miembros (se estima que, para el final de la guerra, el Auxilio Azul contaba con más de 6.000 afiliadas).
A finales de octubre de 1936 las pandillas rojas capturaron a María Paz Martínez Unciti, mientras se dirigía en compañía del joven perseguido Emilio Franco con rumbo a la Embajada de Finlandia para ayudarlo a solicitar asilo en su edificio. Esa muchacha madrileña tenía 18 años, era hija del fallecido militar Ricardo Martínez Unciti y militante falangista, y había sido una de las fundadoras de la organización clandestina. Al enterarse de ello, los chequistas la torturaron y la violaron para extraerle más información, pero ella se negó a hablar. En consecuencia fue fusilada. Cuando sus compañeras supieron de la suerte de Martínez Unciti, decidieron agregarle a su hermandad el nombre de su amiga caída y reorganizarse para gozar de mayor protección ante una eventual persecución.
De esa manera el sistema de reclutamiento se volvió mucho más estricto, y el trabajo de campo adquirió una dimensión cada vez más celular, por lo que muchas mujeres que participaban del Auxilio Azul no tenían idea de la verdadera dimensión que tenía la red clandestina.
Rafaela de Castro, María González Tablas y Mendizábal, Melchora Gutiérrez Monje y Carina Martínez Unciti fueron sus principales dirigentes. Manuel Valdés Larrañaga operó como su supervisor.
Actividades
Las mujeres del Auxilio Azul realizaron toda clase de actividades detrás de las líneas enemigas durante los años que duró la guerra. Aunque se las recuerda principalmente por participar de operaciones para ocultar perseguidos y ayudarlos a escapar de la zona republicana consiguiéndoles documentos falsos, también fueron fundamentales a la hora de asilar a jóvenes que no querían marchar hacia el frente de batalla, alimentar y abrigar a los prisioneros políticos, contrabandear medicamentos, armas y periódicos, atender a los niños huérfanos de las familias españolistas, custodiar bienes valiosos (desde banderas falangistas o carlistas hasta documentos incriminatorios, pasando por objetos de lujo y recuerdos personales), y chantajear a jueces, policías y militares para salvar vidas. También fue importante su actuación como agentes de enlace entre quienes estaban detenidos y quienes eran emisarios del bando nacional.
Otra valiente tarea con la que cumplieron las mujeres del Auxilio Azul fue la de hacerles llegar hostias consagradas a quienes iban a ser fusilados, para que de ese modo pudieran morir en la gracia de Dios.
Muchas se ofrecieron como voluntarias para trabajar en los hospitales, mientras que otras buscaron infiltrarse en cuarteles y oficinas de gobierno. Su mayor éxito fue haber conseguido que dos de sus miembros fueran reclutadas por el Servicio de Información Militar, lo que les permitió acceder a datos muy valiosos sobre lo que los rojos verdaderamente sabían acerca de los nacionales.