Batalla de Tlatelolco

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Militantes marxistas siendo detenidos por el Ejército Mexicano
La Batalla de Tlatelolco -llamada Matanza de Tlatelolco por la historia oficial- fue un intento de insurrección popular oportunamente reprimido por el Ejército Mexicano. La acción subversiva fue organizada por iniciativa de agentes imperiales y estuvo ejecutada por hordas de militantes marxistas y estudiantes rebeldes. Si los militares mexicanos no hubiesen actuado, muy probablemente se hubiese producido un golpe de Estado contra el presidente Gustavo Díaz Ordaz. El enfrentamiento entre los bandos ocurrió el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas, situada al norte de la ciudad de México en la unidad habitacional Nonoalco-Tlatelolco.

Antecedentes

Contexto

México, en 1968, estaba gobernado por Gustavo Díaz Ordaz. Cinco años antes, es decir en 1963, el Comité Olímpico Internacional le había concedido a México el honor de acoger a los Juegos Olímpicos de Verano de 1968, los cuales se desarrollarían entre el 12 y el 27 de octubre de ese año. A raíz de ello grupos disconformes con la gestión de Díaz Ordaz vieron oportuno organizarse y presionarlo para hacerle toda clase de demandas, especulando con la idea de que el presidente respondería afirmativamente para que la conflictividad no escalase y se viera forzado a suspender la realización del enorme evento deportivo, lo que terminaría arruinando la imagen de su país ante la comunidad internacional.

Dichos grupos eran ideológicamente heterogéneos, pero hubo dos fuerzas especialmente interesadas en difundir el caos y liquidar a Díaz Ordaz: los Estados Unidos y la Unión Soviética. En efecto, ambas superpotencias manifestaban un gran interés por someter a México a su poder y autoridad: los estadounidenses porque no querían tener que lidiar con un competidor que sedujera a los demás países de Hispanoamérica con su modelo desarrollista y, eventualmente, le quitara influencia en la región, y los soviéticos porque creían que todavía era posible exportar el modelo revolucionario que había adoptado Cuba en esa década. Agentes locales de una y otra fuerza imperialista actuaron a lo largo de 1968 con el fin de empujar a México hacia la crisis social, sembrando deliberadamente la discordia entre el pueblo y los gobernantes.

Estudiantes, pandilleros y porros

El 22 de julio de 1968 se produjo un altercado entre estudiantes de la Preparatoria Isaac Ochoterena -dependiente de la UNAM- y de las Vocacionales 5 y 2 del Instituto Politécnico Nacional en la Plaza de la Ciudadela (ubicada en el Centro Histórico de la Ciudad de México), luego de que ambos grupos disputasen un juego de fútbol americano callejero. El episodio no sólo supuso agresiones físicas entre los involucrados, sino que además incluyó la vandalización de la sede de la Ochoterena por parte de los jóvenes del IPN.

Dada la rivalidad histórica de la UNAM y el IPN, al día siguiente un grupo de estudiantes de diversos establecimientos de la UNAM se reunieron por la mañana frente a la sede de la Vocacional 2 del IPN para vengar a los estudiantes de la Ochoterena. Por ese motivo se desató una gresca que se expandió por las calles, en la que no sólo participaron estudiantes, sino también jóvenes pandilleros que habían sido reclutados como porros (grupos de choque). Finalmente la policía intervino y disuadió a los beligerantes. Mientras ambos bandos se retiraban en direcciones opuestas, los jóvenes del IPN agredieron a los policías, lo que provocó que estos reaccionaran persiguiéndolos, apaleándolos y deteniéndolos, incluso dentro de la sede de su escuela, donde algunos profesores intentaron defender tanto a los estudiantes como a los porros.

Vándalos destruyendo un camión del transporte publico en la Ciudad de México

Como consecuencia de todo ello, los estudiantes fueron alentados para que se organizasen en torno a lo que luego se denominaría como "Consejo Nacional de Huelga". Este organismo comenzó una campaña de agitación social y política a partir del 26 de julio de 1968. Marxistas y marxianos como Marcelino Perelló, Sócrates Campos Lemus, Luis González de Alba, Eduardo Valle, Gilberto Guevara Niebla, Florencio López Osuna, José Revueltas, Heberto Castillo y Raúl Álvarez Garín asumieron la conducción del movimiento en diversos roles. Se dio la orden de formar brigadas, compuestas entre 6 a 12 jóvenes (estudiantes o pandilleros), las cuales todos los días salían a las calles a repartir folletos propagandísticos en contra del gobierno, realizar actos de vandalismo y confrontar con la policía, buscando deliberadamente crear un clima de tensión y malestar social.

El 1 de septiembre el presidente Díaz Ordaz le advirtió al Consejo Nacional de Huelga que cesaran en sus acciones, o de lo contrario deberían afrontar las consecuencias de no hacerlo. Al no tener una respuesta positiva, el gobierno procedió a neutralizar al movimiento subversivo. Para ello se formó una fuerza de tareas -el Batallón Olimpia- integrada por policías y militares, que entre el 18 y el 23 de septiembre se ocupó de liberar los campus de la UNAM y del IPN, los cuales se encontraban bajo control estudiantil. En esos operativos se produjo una feroz resistencia por parte de los subversivos, quienes intentaron defender la ocupación ilegal de los predios usando diversos tipos de armas de fuego. El saldo que dejó ese enfrentamiento fue de 3 muertos y 45 heridos.

La batalla

Preparación

Luego de la intervención del Batallón Olimpia, el movimiento subversivo comenzó a debilitarse y a perder apoyo, ya que muchos jóvenes comenzaron a renunciar a la militancia tras haber entendido que no estaban dadas las condiciones para iniciar un proceso revolucionario. Para evitar la disolución de sus fuerzas, el Consejo Nacional de Huelga decidió activar una contraofensiva: para ello convocaron a un mitin multitudinario para el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, ubicada en la zona de Nonoalco-Tlatelolco de la ciudad de México, donde los aztecas solían hacer sacrificios humanos en tiempos precolombinos. La idea de los organizadores del evento era reunir a un gran número de gente, atacar a las fuerzas de seguridad que estuviesen presentes y provocar así desmanes para luego asegurar que ellos eran víctimas de la represión. Pretendían con ello que se instalase la imagen pública de que el gobierno era autoritario y violento, lo que suponían le quitaría apoyo popular y terminaría por desestabilizarlo.

Anoticiado del plan subversivo, el gobierno puso en marcha la Operación Galeana diseñada por los generales Marcelino García Barragán, José Hernández Toledo y Crisóforo Mazón Pineda. La misma consistía en distribuir a las fuerzas del orden en diversos puntos estratégicos para actuar de manera rápida ante el estallido de la violencia, y en preparar a los miembros del Batallón Olimpia -que no vestirían uniforme pero si un pañuelo o un guante blanco en su mano izquierda- en la identificación y captura de los líderes del movimiento subversivo.

A su vez los subversivos también armaron dos grupos de choque: uno, encabezado y coordinado por Jorge Poo Hurtado, que eran meros matones al servicio del Consejo Nacional de Huelga y que debían presentarse como el equipo de seguridad del evento, portando armas de fuego a la vista de todos, y el otro grupo integrado por gente con entrenamiento en combate irregular y técnicas insurreccionales (identificados por la prensa de la época como meros "pandilleros") que tenían la misión de desatar el caos.

A ambos bandos que entrarían en acción, hay que sumarle un tercer actor: los hombres al servicio de Luis Echeverría Álvarez. En efecto, el futuro presidente de México, ocupaba en la época el puesto de Secretario de Gobernación y rivalizaba en privado con Díaz Ordaz. Este sujeto, sabiendo del conflicto que se avecinaba, dio la orden de hacer un registro fílmico del evento, con el fin de poder luego manipular el relato que se haría del episodio. Echeverría Álvarez, según se sabría años después, tenía una estrecha conexión con la CIA y tenía colaboradores que informaban a la KGB. Por ende es lícito conjeturar que existía algún tipo de complicidad entre los subversivos y Echeverría Álvarez.

Los hechos

A las 18:15 del 2 de octubre de 1968, luego de que comenzara la desconcentración de las 10.000 personas que se habían reunido en la Plaza de las Tres Culturas, desde un helicóptero se lanzaron tres bengalas de color verde (los militares se comunicaban de ese modo por el temor de que los subversivos pudieran identificar sus comunicaciones). Esa señal significaba la finalización del operativo, por lo que todos los involucrados estaban autorizados a bajar la guardia. Los subversivos, sabiendo ello, entraron en acción, abriendo fuego sobre las fuerzas del orden.

El Ejército Mexicano reaccionó rápidamente ante la situación, siguiendo la directiva de García Barragán de evitar muertos, motivo por el cual atinaron a proteger y resguardar a la masa estudiantil de los disparos que se multiplicaban desde la plaza y desde las azoteas de edificios cercanos. Sólo cuando la balacera se volvió incontrolable se les dio la orden a los soldados de contrarrestar el fuego enemigo. Para evitar muertes civiles, los miembros del Ejército Mexicano apuntaron principalmente en contra de los tiradores que operaban en los edificios, ya que ellos -parte del comando especial de los subversivos- eran los que más disparos hacían.

Los disparos no solo salían del Edificio Chihuahua y Molino del Rey, sino que también se podía visualizar como desde el edificio de Relaciones Exteriores, el Edificio Revolución, el Chamizal, la Iglesia de Santiago de Tlatelolco y otros tres o cuatro edificios más alrededor de la plaza estaban posicionados tiradores que escogían por igual blancos militares como civiles. Eso provocó que los militares ingresaran en los edificios para intentar hallar a los agresores, lo que ocasionó que, ante la desorientación por el caos y la desesperación por intentar controlar la situación, algunos terminaran agrediendo a civiles inocentes.

El Batallón Olimpia entró en acción y comenzaron a capturar a los líderes de la insurrección, muchos de los cuales se encontraban en el Edificio Chihuahua. Tras lograr su objetivo, avisaron a los gritos a los soldados de la plaza que, sin entender que estaba sucediendo, dispararon en su contra. Poo Hurtado intentó movilizar a su grupo para enfrentar al Batallón Olimpia y rescatar a los detenidos, pero se vio superado en su fuerza por los efectivos del Ejército Mexicano. Ese fue el motivo por el que emprendieron la retirada, terminando casi todos ellos ilesos.

Cerca de las 19:30 la balacera había cesado, pero todavía se estimaba que faltaban tiradores que capturar, por lo que se inició un rastrillaje en la zona. Cerca de las 23:00 comenzó nuevamente el tiroteo, pero en menos de media hora el Ejército Mexicano había logrado controlar la situación.

Todos los detenidos -estudiantes revoltosos y agentes imperiales con entrenamiento militar- fueron conducidos al Campo Militar 1. El cateo que se hizo en el Edificio Chihuahua localizó un enorme arsenal allí oculto: las armas y las municiones provenían, en su gran mayoría, de países comunistas.

La suerte posterior

El enfrentamiento entre el Ejército Mexicano y los subversivos dejó aproximadamente 40 muertos -20 de cada bando-, entre 75 y 400 heridos, y unos 500 detenidos. La Procuraduría General de la República inició un juicio contra los últimos acusándolos de homicidio tumultuario, daños a la propiedad ajena, ataques a las vías de comunicación y acopio de armas. Los imputados, al ser interrogados, declararon que el evento se había desarrollado gracias a la asistencia de funcionarios estatales, dirigentes políticos nacionales y extranjeros, y profesores universitarios (algunos de mucho renombre en el mundo académico). Pese a ello los nombres de los instigadores no se dieron a conocer.

En los días posteriores algunos estudiantes intentaron reorganizar al Consejo Nacional de Huelga y retomar la campaña de agitación, pero las adhesiones a la iniciativa resultaron escasas. También propusieron sabotear a los Juegos Olímpicos, pero ello significaba volver a enfrentarse a los miembros del Batallón Olimpia.

La prensa, al momento de informar sobre los hechos, comenzó a vender versiones distorsionadas sobre el episodio, llegando a afirmar que el número de civiles muertos superaba la cifra de 200 y que algunos dirigentes estudiantiles se encontraban desaparecidos, lo que hacía sospechar que habían sido ejecutados ilegalmente por el Ejército Mexicano, cremando o enterrando en fosas comunes a los cadáveres.

Consecuencias

La Batalla de Tlatelolco produjo la muerte política de Díaz Ordaz, quien durante varios meses intentó demostrar que los acontecimientos no habían sido provocados por él pero que, al final, terminó responsabilizándose de la situación. Esa caída de Díaz Ordaz significó el ascenso simultáneo de Echeverría Álvarez, que lo sucedería en la presidencia. Su gobierno instaló en el poder a una nueva casta, la cual acogería en 1971 a buena parte de los dirigentes estudiantiles que habían recibido la amnistía.

La izquierda mexicana, por su parte, también salió ganando de la Batalla de Tlatelolco, pues si bien claramente no pudo detonar la insurrección que debía iniciar el proceso revolucionario, si consiguió instalar la idea de que era una víctima del poder. El escritor Eudocio Ravines, al analizar los hechos, aseguró que los subversivos aplicaron una táctica recomendada por Lavrenti Beria: asesinar a los propios para culpar a los enemigos y generar de ese modo un grupo de mártires para propagandear su causa.

De hecho lo que terminó por constituirse como la versión oficial de los acontecimientos es un relato fabricado por la izquierda, según la cual el movimiento subversivo se trataba de un grupo de jóvenes estudiantes idealistas y amantes de la democracia que se organizaron espontáneamente para enfrentar al gobierno represor de Díaz Ordaz, y que fueron perseguidos y asesinados por pretender vivir en un mundo más justo. La partidocracia mexicana no hizo más que consolidar esa historia, enalteciendo a los subversivos y buscando denigrar la memoria de quienes los enfrentaron.

Bibliografía

  • Jorge Castañeda. "Los 68 del 68". Reforma, 30 de agosto de 2006.
  • Salvador Borrego. México futuro. México: Autoedición, 1972.
  • Jorge Islas Marroquín. Tlatelolco, 2 de Octubre de 1968. Una visión imparcial. México: Autoedición, 2012.
  • Francisco Martín Moreno. "¡El Ejército Jamás Disparó!" Excelsior, 11 de noviembre de 2011.
  • Luis Pazos. Tlatelolco 68: 50 años de mitos. México: CISLE, 2018.
  • Jacinto Rodríguez Munguía. 1968: todos los culpables. México: Debate, 2008.
  • Jacinto Rodríguez Munguía. La conspiración del 68. México: Debate, 2018.

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