Deidad

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Para para el concepto de Dios en el contexto de las religiones monoteístas, véase Dios.

Una deidad o un dios es un ser postulado sobrenatural, normalmente (aunque no siempre) con un poder importante, adorado, concebido como santo, divino o sagrado, tenido en alta estima y respetado por sus adeptos y seguidores. Asume gran variedad de formas, pero con frecuencia se le representa con forma humana o animal. A veces se considera blasfemo imaginar a la deidad con cualquier forma concreta. Suele ser inmortal. Normalmente se asume que tienen personalidades y poseen conciencias, intelectos, deseos y emociones como los humanos. Se le atribuyen fenómenos naturales tales como rayos, inundaciones y tormentas, así como milagros, y pueden ser concebidos como las autoridades o controladores de cada aspecto de la vida humana (tales como el nacimiento o la otra vida). Algunas deidades son consideradas las directoras del tiempo y el propio destino, los dadores de la moralidad y las leyes humanas, los jueces definitivos del valor y el comportamiento humanos y los diseñadores y creadores de la Tierra o el universo. A algunas de estas deidades no se les atribuye poder alguno; simplemente son adoradas.

Etimología

La palabra española deidad procede del latín deitas, ‘naturaleza divina’. Es parecida al sánscrito deva, un dios o ser celestial. Están relacionadas con ellas varias palabras para el cielo: las latinas dies, ‘día’ y divum, ‘cielo abierto’, y las sánscritas div, diu, ‘cielo’, ‘día’, ‘brillar’. También están relacionadas ‘divino’ o ‘divinidad’, del latín divinus, y ésta de divus.

Relación con la humanidad

De algunas deidades se piensa que son invisibles o inaccesibles para los humanos (morando principalmente en lugares sobrenaturales, remotos o apartados y sagrados, tales como el Cielo, el Infierno, el firmamento, el inframundo, bajo el mar, en la cima de montañas altas, en bosques profundos o en un plano sobrenatural o esfera celestial), revelándose o manifestándose raras pero escogidas veces a los humanos y dándose a conocer principalmente por sus efectos. Puesto que un único Dios monoteísta suele creerse que mora en el Cielo, se dice de él también que es omnipresente aunque invisible.

A menudo la gente se siente comprometido con su dios. Hay otros que sin embargo tratan a su dios como algo que les sirve a ellos.

Las religiones populares suelen contener deidades activas y mundanas.

En el politeísmo los dioses se conciben como un contrapunto a los humanos. En el reconstruido e hipotético protoindoeuropeo los humanos eran descritos como tkonion, ‘terrenales’, en oposición a los dioses, que eran deivos, ‘celestiales’. Esta relación casi simbiótica está presente en muchas culturas posteriores: los humanos son definidos por su posición de súbditos a los dioses, a los que nutren con sacrificios, y los dioses son definidos por su soberanía sobre los humanos, castigándoles y recompensándoles, pero también dependientes de su adoración. El límite entre humano y divino no es en modo alguno absoluto en la mayoría de las culturas. Los semidioses son la descendencia de la unión entre un humano y una deidad, y las mayoría de las casas reales de la Antigüedad reclamaban ascendencias divinas. Comenzando con Neferirkara (siglo XXV a. C.), los faraones del Antiguo Egipto se hacían llamar Hijos de Ra.

Algunos gobernantes humanos, tales como los faraones del Imperio Medio, los emperadores japoneses y algunos emperadores romanos, han sido deidades adoradas por sus súbditos incluso en vida. El primer gobernante de quien se sabe que reclamó su divinidad es Naram-Sin (siglo XXII a. C.). En muchas culturas se cree que gobernantes y otras personas prominentes o santas se transforman en deidades tras su muerte.

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