El primer día del NSDAP del Reich en Münich

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(Capítulo perteneciente al artículo "Alemania Despierta: desarrollo, lucha y victoria del NSDAP")

Un largo camino

El 24 de febrero de 1920 había sido fundado el partido. El 27 de enero de 1923 se congregó para su primer Día del Partido del Reich.

Qué camino tan largo fue recorrido en estos tres años! Cuando el Partido comenzó no poseía nada más que una pieza oscura. Paulatinamente la habitación fue provista de luz eléctrica, mucho más tarde de un teléfono. Algunas sillas y una mesa le fueron prestadas. Finalmente se encontró también a un hombre, Schüssler, que se hizo cargo de la administración. Al término de su servicio, concurría de 6 a 8 de la noche al local para realizar los trabajos más necesarios. Una pequeña máquina de escribir Adler fue adquirida por el Partido mediante interminables cuots. Se consiguió una caja de caudales de reducido tamaño para guardar el fichero de afiliados.

En noviembre de 1921 se realizó la mudanza a la Cornelienstrasse. Allí se disponía de tres ambientes. La actividad administrativa se incrementó. Fue menester un local especial provisto de ventanillas. Un antiguo camarada de regimiento de Hitler, Amann, el posterior dirigente de la Editorial Franz Eher, se hizo cargo de la administración del Partido.

En 1922 el Partido ya poseía un fichero central y las finanzas se ordenaron, equilibrándose los ingresos y gastos ordinarios, equilibrándose los ingresos y gastos ordinarios. Por todos los medios se evitó que los incompetentes ingresaran a la organización partidaria, excluyendo a los que sólo estaban munidos de la famosa "convicción". Únicamente el que podía documentar su pertenencia al NSDAP y simultáneamente sus aptitudes, tenía, bajo la enérgica dirección de Amann, un lugar en la administración.

El modo excelente en que trabajaba el Partido, incluso en el plano interno, quedó evidenciado en el momento de su disolución. Al iniciar sus actividades no poseía siquiera un sello de goma y mucho menos papel con membrete.

Día del Partido

Así como en lo interno se expresaba el ascenso tenaz y perseverante del Partido, así también se hizo patente exteriormente en el Primer Día del Partido del Reich.

El gobierno del Estado de Baviera no estaba en modo alguno conforme con este Día del Partido. Demasiado fuerte era ya la influencia del NSDAP. Cómo podía atreverse a realizar asambleas en ocasión de un Día Partidario en doce salas de Múnich y para peor en las mayores?

Hasta qué punto se puede osar proceder contra este Partido? El gobierno bávaro reflexiona. Por de pronto prohibe la manifestación pública al aire libre y la mitad de los actos. Luego siempre se puede ver cómo se sale del apuro. Si Hitler se aviene a la prohibición, se hace lo mismo con el resto de las reuniones. Si no, bueno, entonces hay todavía tiempo para derogar la prohibición de la mitad de aquellas.

Para mayor seguridad se impone el estado de excepción.

Pero la policía hizo la cuenta sin Hitler. Después de algunas alternativas tiene lugar el Día del Partido, no en seis sino en doce salas. Se efectúa la cansagración de la bandera, no en la sala sino en el Marsfeld (Campo de Marte), bajo cielo abierto, tal como Hitler lo anunciara.

El portentoso cuadro se desarrolló. Millares flanqueaban el amplio campo desde el cual en el pasado se había iniciado la revolución roja en Baviera. Millares cubiertos de flores, la chaqueta puesta, juraron fidelidad al Führer. Cuatro estandartes flotan al viento. Esperan la consagración. Todos los leales están reunidos, Eckart, Esser.

El ingreso de nuevos miembros al Partido aumenta en tal forma que -por primera vez- la sede administrativa no da abasto y debe cerrar transitoriamente las ventanillas para poder registrar las solicitudes. El Día del Partido es un triunfo indiscutible de Adolf Hitler.

Al anochecer, las doce salas están colmadas desde horas antes. Ocho días después, el Völkischer Beobachter aparece como diario. Un mes más tarde, Alfred Rosenberg se hace cargo de la jefatura principal de la redacción.

Con ello el Movimiento dispone de la hoja combativa que necesitaba. El Día del Partido había revelado que un diario podía ser sostenido por el Movimiento. El futuro dio la razón a estas esperanzas.

Nunca antes Múnich vivió, como en estos dos días, el 27 y el 28 de enero, la fuerza concentrada de un Movimiento que hasta ese momento sólo conocía por sus aisladas reuniones masivas. Y admirada observó la burguesía que en estos dos días el marxismo, que otrora había dominado la ciudad como República de los Sóviets -hacía apenas cuatro años-, no se dejo ver en las calles.

Las calles de Múnich pertenecían a Hitler.

Día del Trabajo

Pasaron tres meses hasta que la comuna marxista reunió nuevamente coraje. Forzosamente tuvo que decidirse otra vez a la acción. El 1 de mayo estaba próximo y hubiera sido inconcebible que el Sozialdemokratische Partei Deutschlands (Partido Socialdemócrata de Alemania) y el Kommunistische Partei Deutschlands (Partido Comunista de Alemania) hubieran podido dejar pasar este día sin demostraciones.

Por consiguiente, resolvieron -habiendo delimitado con precisión las respectivas competencias- realizar juntos una demostración en la Theresienwiese.

Después del Día del Partido del NSDAP debían borrar su derrota ante los trabajadores. Los nacionalsocialistas habían producido una impresión demasiado profunda. Para evitar que los partidarios se deslizaran por completo de las manos del SPD y de la comuna marxista, los actos de Mayo tenían que llegar a ser un éxito total.

Al poder estatal no le pareció mal que se llevaran a cabo las demostraciones rojas. Ni desde el punto de vista político interior ni exterior descubireron amenazas de ninguna especie.

La República de los Sóviets aparentemente se había olvidado. Entonces intervino Hitler.

Con insistencia declaró que las concentraciones rojas implicaban una inaudita provocación al Múnich nacional. Evitaremos las manifestaciones de la alta traición, esto era, llevado a una breve fórmula, la opinión de la SA y de las ligas de combate.

El gobierno, por cierto, tenía miedo, miedo de ambas partes. Y en lugar de recurrir a las ligas, conforme al ofrecimiento que se le hiciera -en carácter de policía auxiliar-, si bien prohibió los desfiles socialdemócratas en la ciudad, no hizo lo mismo con la concentración en la Theresienwiese, negando al mismo tiempo toda intervención a las ligas patrióticas.

Estas disposiciones previas no eran en modo alguno necesarias, porque fue suficiente que sucediera lo que Hitler quería: que el 1 de mayo la totalidad del Oberwiesenfeld estuviese ocupado por miles que se hallaban decididos a quebrar enérgicamente el terror marxista, en caso de que se hiciese perceptible.

Al alcance de las manos estaban las armas. Pero ni el Partido, ni ningún otro, dio golpe alguno. Ni Hitler marchó sobre la ciudad iniciando un gran tiroteo, como quzá creyeron medrosos espíritus burgueses que aún no conocían al nacionalsocialismo, ni se le tocó un cabello a nadie.

Como una pesada nube tormentosa, amenazante, el ejército se concentró ante los portones de Múnich. Una visible tropa de orden en caso de que a los marxistas se les antojase provocar disturbios. En tal caso, obviamente, Hitler estaba dispuesto a proceder sin contemplaciones.

En el año 1923 el Reich no se podía permitir el lujo de un poder marxista en Múnich.

Pero los señores marxistas entendieron bien la amenaza. Sabían mejor que la burguesía inocua, que los nacionalsocialistas nunca golpean si no es en defensa propia. Sabían que la SA sólo entraba en acción cuando era atacada. Pero que, entonces, tampoco entendía de consideraciones y ya antes experimentaron que ella había terminado con todas las acciones terroristas.

Los señores bolcheviques se acordaban aún muy claramente de los días de Coburg y de la Baja Baviera, de Landshut y del Día del Partido, incluso no se olvidaban de la batalla de sala en el Hofbräushaus.

Por ende, se abstuvieron de provocar. Tranquilamente llegó a su fin el 1 de mayo. El marxismo no marchó por las calles de Múnich. Estas permanecieron vacías.

Los rojos ya no se atrevían a hacer valer su presunto derecho a la calle. Así, pues, al caer la noche la SA y las ligas entraron marchando a Múnich.

La derrota de los partidos marxistas era completa.

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