Esparta

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Busto de un hoplita, quizás Leónidas (Museo arqueológico de Esparta).

Esparta (Dórico Σπάρτα; Ático Σπάρτη Spártē), o Lacedemonia (en griego Λακεδαιμων) era una polis (ciudad estado) de la Antigua Grecia situada en la península del Peloponeso a orillas del río Eurotas. Fue la capital de Laconia y una de las polis griegas más importantes junto con Atenas y Tebas. Esparta surgió como una entidad política en siglo X a. C., cuando los invasores dorios conquistaron a la población local. Hacia el 650 a. C. la ciudad ya era una potencia militar de la Antigua Grecia.

Esparta fue una ciudad única en la Antigua Grecia por su sistema social y su constitución, los cuales estaban completamente centrados en la formación y la excelencia militar. Sus habitantes estaban clasificados en varios estatus: homoioi (gozaban de todos los derechos), motaz (nacidos fuera de la ciudad pero criados como espartanos), periecos (libertos) e ilotas (siervos). Los hómoioi recibían una rigurosa educación espartana —agogé— centrada en la guerra, gracias a la cual las falanges espartanas eran consideradas las mejores en batalla. En esta sociedad militarista y patriarcal, las mujeres espartanas gozaron de más derechos e igualdad con los hombres que en ningún otro lugar del mundo de la antigüedad clásica.

Origen

La ciudad estado fue fundada tras la conquista de Laconia por los dorios. Esparta se convirtió en una ciudad doria. Al principio estuvo minada por disensiones internas. Las reformas en el siglo VII a. C. fueron un verdadero punto de inflexión en la historia de la ciudad: a partir de entonces todo se encaminaría a reforzar su poderío militar y Esparta se convertiría en la ciudad hoplita por excelencia.

Esparta sometió a la totalidad de Laconia: comenzó por conquistar toda la vega del Eurotas para, a continuación, rechazar a los de Argos y asegurarse la hegemonía de toda la región. La segunda etapa consistió en la anexión de Mesenia. Esparta era ya la ciudad más poderosa del área, con Arcadia y Argos como únicos rivales. A mediados del siglo VI a. C. Esparta sometió también las ciudades de Arcadia y derroto a Argos dejándola totalmente debilitada. Todas ellas se verían forzadas a firmar pactos por los que reconocían la hegemonía de Esparta.

Durante el Siglo VI a. C. los espartanos mantuvieron una activa política exterior que incluía la alianza con Creso de Lidia frente a la amenaza persa.

También combatieron los tiranos (Tiranía (Antigua Grecia)) de Grecia y depusieron a muchos de ellos fracasando frente a otros (Polícrates de Samos resistió a la invasión espartana )

Sin embargo también apoyaron a tiranos que les pudieran ser favorables y en Atenas intentaron restaurar a los pisistrátidas pero la oposición de la influyente Corinto lo impidió.

Guerras médicas

Léonidas aux Thermopyles, Jacques-Louis David, 1814, Museo del Louvre

En el siglo VI a. C., Esparta se había interesado por el Asia Menor, entre otras cosas suscribiendo una alianza con Creso, rey de Lidia. Al comienzo del reinado de Cleómenes I, sin embargo, se mostraría más aislacionista, rechazando apoyar, en el 499 a. C., la revuelta de las ciudades de Jonia contra los medos (persas), para centrarse en consolidar su propio imperio del Peloponeso. En 491 a. C., cuando Cleómenes logró desembarazarse de Demarato, las cosas cambiarían. Los espartanos arrojaron a un pozo a los emisarios de Darío I, llegados para reclamar la tierra y el agua, acto simbólico de aceptación de la hegemonía universal de los aqueménidas, y despacharon refuerzos a los atenienses (refuerzos que llegaron a Maratón demasiado tarde para participar en la gran victoria griega).

En el año 481 a. C., cuando Jerjes reclamó de nuevo la tierra y el agua a todas las ciudades griegas, exceptuando a Atenas y Esparta, fue naturalmente a ésta última a la que se le confió encabezar la Liga Panhelénica, incluyendo la flota, pese a la superioridad marítima de Atenas. Tras haber renunciado a defender Tesalia, los espartanos, mandados por su rey Leónidas, defendieron valerosamente el desfiladero de las Termópilas, retrasando en forma notable el avance de los persas, y permitiendo a la flota replegarse hacia Salamina. En contrapartida, la total victoria de Salamina fue obra de los atenienses, quienes tuvieron que recurrir al chantaje para forzar la batalla en el estrecho, siendo así que el navarca –almirante- espartano de la flota, Kriatos, deseaba replegarse al istmo de Corinto.

En el 479 a. C., la victoria de Platea se logro bajo el mando del general Pausanias. Pausanias fue regente debido a la minoría de edad de su primo el rey Plistarco Hijo de Leónidas I.

En el 479 a. C., la victoria de Micala se logro bajo el mando del rey Leotíquidas II

El general Pausanias recibió la misión de destruir el puente de barcas construido por los persas sobre el Bósforo, con el fin de dificultar su retirada, pero una tempestad se encargó por él del trabajo. Con el restablecimiento de la paz, Esparta propuso abandonar a su suerte las ciudades jonias, demasiado lejanas, pero tropezó con la oposición de Atenas, lo mismo que en su sugerencia de expulsar de la anfictionía de Delfos a las ciudades culpables de "medismo" o alianza con los persas: es decir, las de Tesalia.

Frases célebres

  • "Vencer o morir".
  • "Mi escudo, mi espada y mi lanza, son mis únicos tesoros"
  • "Vuelve con el escudo o encima de él" (Eetam eepitás; literalmente "con esto o sobre esto" dicho al presentar el escudo al guerrero)
  • "Los espartanos no preguntan cuántos son los enemigos, sino dónde están".

Guerreros del espíritu

Los dorios espartanos lograron ampliar sus tierras dominando violentamente a los pueblos vecinos y conquistando así las fértiles llanuras de Mesenia. De este modo el territorio de la Esparta clásica, desde comienzos del siglo VII a C., abarcaba la mitad sur de la península del Peloponeso y, con sus 8.500 Km2, se convirtió, tras las guerras mesenias (siglos VIII-V a C.) en la polis (ciudad estado) griega de mayor extensión territorial.

La ciudad extendía su poder político sobre la población de tan vastas tierras, pero los espartíatas eran sólo una parte de la población. El resto (4/5 partes) eran súbditos de los auténticos espartanos, y estaban a su servicio. Esta población no espartana estaba a su vez dividida entre ilotas y periecos. Los ilotas eran esclavos y estaban al servicio directo de los señores de Esparta, mientras que los periecos ("habitantes de los alrededores") tenían una mayor autonomía. En circunstancias críticas la polis requería también la ayuda militar de periecos e ilotas, recompensando estos servicios, pero eran los espartíatas quienes monopolizaban la vida pública, la política y la guerra, y quienes formaban el núcleo del ejército de Esparta, detentando el control de las armas y el gobierno. El ejército ejercía una disciplina férrea sobre toda la comunidad.

A Licurgo, un gran legislador tan histórico como mítico de comienzos del siglo VII a C., se le atribuyen las líneas básicas de la constitución y la educación espartanas. Plutarco nos dice que Licurgo "proporcionó a sus conciudadanos abundante tiempo libre; pues en modo alguno se les dejaba ocuparse en oficios manuales y, en cuanto a la actividad comercial, que requiere una penosa dedicación y entrega, tampoco era precisa ninguna, ya que el dinero carecía por completo de interés y aprecio". Más en su conjunto que en rasgos sueltos (que se dan también en algunas ciudades dorias) esta configuración política y formativa del Estado espartano resulta singular: combina formas de varios regímenes, de la monarquía, de la aristocracia y de la democracia popular y nacional, sobre el trasfondo guerrero ya mencionado. Su gobierno conjugaba una monarquía doble (con 2 reyes, con funciones religiosas y militares); un consejo de ancianos, la gerousía, de claro matiz aristocrático; la apella o asamblea del pueblo (los espartíatas), y un consejo de cinco éforos, con poderes ejecutivos amplios.

Sólo los homoioi o "iguales", es decir, los espartíatas de pleno derecho, educados según las reglas de Licurgo y entrenados en el largo servicio de las armas, podían acceder a las magistraturas (si bien la realeza era hereditaria y repartida entre dos familias regias) y disfrutar de los privilegios de la "igualdad". Los homoioi, hijos de padre y madre legítimos, recibían un lote de tierra y algunos esclavos trabajadores o ilotas para trabajarlo, pues no practicaban trabajos serviles ni comerciaban. Tan sólo se educaban en la gimnasia y en la música, y su servicio militar duraba hasta los sesenta años. La "igualdad" era una condición política que servía para exigir una fidelidad total a la comunidad racial.

Los espartanos tenían como bandera valores fundamentales el honor, la valentía, la patria y la lealtad. Valores que el ser humano ha ido perdiendo en estas decadentes sociedades actuales dominadas por la sinarquía, donde el materialismo es lo único que vale.

Eugenesia y crianza

Licurgo y sus discípulos se habían planteado la perfección como ideal-meta, y para lograrlo renunciaron a todo escrúpulo, adoptando una filosofía desapegada y distante que les permitiera forjar una una raza de hombres y mujeres perfectos.

La crianza espartana consistía en extremar la selección natural. Se puede decir que el sistema de eugenesia espartano precedía incluso al nacimiento, porque a la joven embarazada y futura madre se le hacía practicar ejercicios especiales pensados para favorecer que su futuro hijo naciese sano y fuerte, y que el parto fuese fácil.

Selección de los más sanos y fuertes

Recién nacido el bebé, la madre lo bañaba en vino. Según la costumbre espartana, el contacto corporal con el vino hacía que los epilépticos, decrépitos y enfermizos entraran en convulsiones y se desmayaran, de modo que los débiles morían al poco tiempo, o al menos podían ser identificados para su eliminación; pero los fuertes eran endurecidos como el acero. Esto puede parecer una especie de superstición infundamentada, pero el mismo Aristóteles la defiende, y los ilustrados franceses criticaron como "irracional" la costumbre campesina de bañar a los recién nacidos en agua con vino ―señal de que, en la Francia rural del Siglo XVIII, esto aun se hacía. Hoy en día sabemos, por ejemplo, que un baño de alcohol endurece los pies, preparándolos para soportar actividad prolongada. También sabemos que el vino tinto contiene taninos, sustancias de origen vegetal que son utilizadas para curtir cuero y otras pieles de animales, ya que las hacen duras y resistentes a las temperaturas extremas y a los ataques de microbios.

Si pasaba la prueba, el bebé era llevado por su padre al Lesjé ("pórtico"), e inspeccionado por un consejo de sabios ancianos para juzgar su salud y fortaleza, y para determinar si sería capaz de soportar una vida espartana. Todos los bebés que no eran sanos, hermosos y fuertes eran llevados al Apothetai o Apótetas ("lugar de rechazo") en la ladera Este del monte Taigeto (2.407 metros de altura) desde donde eran arrojados a Kaiada o Kheadas (el equivalente espartano a la Roca Tarpeya romana), una fosa situada 10 kilómetros al noroeste de Esparta. Kaiada, hasta nuestros días, es un lugar que siempre ha estado rodeado de leyendas siniestras. No sólo los niños defectuosos eran arrojados a sus profundidades, sino también los enemigos del Estado (cobardes, traidores, rebeldes mesenios y sospechosos) y algunos prisioneros de guerra. Recientemente se han descubierto numerosos esqueletos allí sepultados, incluyendo de mujeres y niños.

En otras ocasiones los defectuosos eran entregados a los ilotas para ser criados como esclavos, aunque quizás debería interpretarse este hecho como que, en ocasiones, algún bondadoso pastor (o más bien un pastor necesitado de mano de obra) recogía a un bebé que había sido abandonado a la intemperie para morir, y lo llevaba a su casa para criarlo como un hijo.

Según Plutarco, para los espartanos, "dejar con vida a un ser que no fuese sano y fuerte desde el principio no resulta beneficioso ni para el Estado ni para el individuo mismo".

En Esparta, la eugenesia era una biopolítica estatal plenamente institucionalizada. Los espartanos veían en estas medidas un asunto de vida o muerte, y de supervivencia en cuanto a comunidad de sangre. Asumían estas medidas con convencimiento, pues les habían ayudado en el pasado a superar situaciones tremendamente adversas. Su objetivo era asegurar que sólo los aptos sobrevivirían y favorecer la evolución, manteniendo así bien alto el nivel biológico del país y, sobre esta base, lograr un perfeccionamiento a todos los niveles.

Crianza

Los bebés que sobrevivían a la selección eran devueltos a sus madres e incorporados a una hermandad masculina o femenina según su sexo —generalmente la misma a la que pertenecían su padre o su madre. Poco o nada se sabe sobre estas hermandades, probablemente se trataba de cofradías donde los niños eran iniciados en el culto religioso. Tras haber sido aceptados en dicha hermandad, pasaban a vivir con sus madres y las niñeras, criándose entre mujeres hasta los 7 años.

Durante estos 7 años, la influencia femenina no los suavizaría, dado que se trataba de mujeres que sabían criar sin ablandar. Las madres y niñeras espartanas eran un ejemplo de maternidad sólida: jóvenes duras, severas y virtuosas, imbuidas de la profunda importancia y el carácter sagrado de su misión. Habían sido entrenadas desde que nacieron para ser mujeres de verdad —para ser madres. Se les extirpó cualquier tipo de excesiva ternura o compasión que pudieran tener para con su hijo. Si el bebé era defectuoso, debía ser sacrificado, y si no, debía ser curtido cuanto antes para estar en condiciones de soportar una vida espartana. Los primeros años de la existencia de un pequeño lo marcan para el resto de su vida y así lo comprendieron las espartanas, de modo que se aplicaron con esmero en su tarea de criar hombres y mujeres.

En vez de envolver a los bebés en vendajes, ropas de abrigo, pañales y mantas como si de larvas se tratasen, las madres y nodrizas de Esparta les ponían telas flexibles, finas, ligeras y en escasa cantidad, dejando libres las extremidades para que pudieran moverse a voluntad y experimentar la libertad corporal. Sabían que los bebés tienen un sistema inmunológico más fresco e intacto que los adultos, y si se les enseñaba a aguantar el frío y el calor a temprana edad, no sólo no se resentirían, sino que se endurecerían y serían más inmunes en el futuro. En vez de ceder ante los llantos de los bebés, las mujeres espartanas les acostumbraban a no quejarse. En vez de permitir el capricho con la comida y sobrealimentarlos con alimentos super-purificados, ultra-esterilizados e hiper-desinfectados que hicieran que sus sistemas inmunológicos perdieran la atención, les alimentaban con una dieta tosca y natural. En vez alimentarlos con leche de otros animales, las mujeres espartanas amamantaban ellas mismas a sus hijos, contribuyendo a formar el enlace biológico maternal.

Durante los 7 primeros años, otra de las tareas era lograr que los infantes se enfrentaran a sus temores, extirpando los miedos y las supersticiones infantiles. Para ello, las madres y niñeras espartanas recurrían a diversos métodos. En vez de permitir que los bebés desarrollaran temor a la oscuridad, desde recién nacidos les dejaban a oscuras para que se habituaran a ella y le perdieran el miedo. En vez de favorecer que los bebés no se supieran valer por sí mismos, a menudo los dejaban solos. Les enseñaban a no llorar y a no quejarse, a ser duros y a soportar la soledad —aunque sí quitaban los objetos o impedían las situaciones que pudieran disgustar a los bebés o hacerlos llorar justificadamente.

Los bebés espartanos no eran precisamente mimados como los bebés de hoy en día, que son sobreprotegidos y colmados de ropas de abrigo, pañales abultados, gorritos, bufandas, manoplas, patucos, encajes, cascabeles, dibujos afeminados y colores chillones que convierten a la pobre criatura en una ridícula pelota hinchada y multicolor, restringiendo su crecimiento, atrofiando su inmunidad, aislándole de su medio e impidiéndole sentir su entorno, adaptarse a él y desarrollar complicidad con él.

A los bebés de Esparta no se les tenía rodeados de aduladores a todas horas, pendientes de sus lloriqueos. Y tampoco se les sometía a conciertos de grititos, mimos y risas histéricas por parte de mujeres poco sanas, ruidos que confunden al bebé, lo incomodan y lo hacen sentir ridículo, para acabar convirtiéndolo en tal. Las madres espartanas no reprendían a sus hijos cuando demostraban curiosidad, o cuando se arriesgaban, o cuando se ensuciaban en el campo, o cuando se alejaban a solas, o salían a explorar, o se lastimaban jugando, porque ello diezmaría su iniciativa. Esta costumbre decadente de sobremimar a los niños y de recriminarles cuando se arriesgan, no es propio de sociedades indoeuropeas viriles y exigentes. A los niños espartanos, en fin, se les permitía internarse en la Naturaleza, correr por los campos y por los bosques, trepar árboles, escalar rocas, ensuciarse, ensangrentarse, juntarse, pelearse y andar totalmente desnudos para que no quedase una sola porción de su piel sin curtir a la intemperie.

Todos los varones física y espiritualmente sanos sienten la llamada del heroísmo, de la guerra y de las armas desde muy temprana edad, pues es un instinto que la especie les ha inyectado en la sangre para asegurar su defensa. Lejos de alejarles del gusto por la violencia que se da siempre entre los niños, las mujeres espartanas lo fomentaban en lo posible. Cada vez que los niños veían un soldado espartano, se creaba entorno a él una aureola de misterio y adoración; lo admiraban, lo tenían como modelo y ejemplo, y querían emularle cuanto antes.

Como resultado de estas sabias políticas, las nodrizas espartanas se hicieron famosas en toda la Hélade, pues su infalible crianza producía unos niños tan maduros, recios, disciplinados y responsables que muchos extranjeros se apresuraron a contratar sus servicios para criar a sus propios hijos bajo los métodos espartanos. Por ejemplo, el famoso ateniense Alcibíades (450 AEC-404 AEC), sobrino de Pericles y alumno del filósofo Sócrates, fue criado por la nodriza espartana Amicla.

Agogé: El entrenamiento espartano

Artículo principal: Agogé


Al cumplir los siete años (edad a partir de la cual las glándulas pituitaria y pineal comienzan a degenerar), los niños espartanos eran más duros, fuertes, sabios, feroces y maduros que la mayoría de adultos del presente. Y aunque no eran aun hombres, estaban ya perfectamente preparados para la llegada de la masculinidad. A esta edad (a los cinco años según Plutarco) comenzaban su Agogé o Egogé (entrenamiento o instrucción).

Se ponía en marcha un proceso que tenía que ver con el fin de la influencia materna —reminiscencia de la época del parto—, y se cortaba de un tajo ese "otro cordón umbilical", intangible, que seguía subsistiendo entre madre e hijo. Se arrancaba, pues, a los hijos de sus madres y se les colocaba bajo tutela militar junto con otros niños de la misma edad, a las órdenes de un instructor, el paidonomos(paidónomo), especie de supervisor que normalmente era un joven sobresaliente de entre 18 y 20 años que pronto acabaría su propia instrucción. Cuando éste se ausentaba por algún motivo, cualquier ciudadano espartiata (esto es, cualquier varón espartano que ya hubiese terminado su propia instrucción) podía ordenarles lo que fuera o castigarles como viese conveniente. La instrucción duraba nada más y nada menos que 13 años, durante los cuales los niños eran ya educados y disciplinados por hombres, con el fin de obtener hombres.

La Agogé es quizás el sistema de entrenamiento físico, psicológico y espiritual más brutal y efectivo jamás creado. La educación que recibían los niños espartanos era obviamente del tipo paramilitar, que en algunos casos estaba claramente orientado a la guerra de guerrillas en los montes y en los bosques, para que el niño se fundiese con la Naturaleza y se sintiese el depredador rey. Por lo que sabemos, era un proceso sobrehumano, un auténtico infierno, casi de alquimia espiritual y corporal, infinitamente más dura que cualquier instrucción militar del presente, porque era muchísimo más peligrosa, duradera (13 años) y extenuante, porque los fallos más nimios se castigaban con enormes dosis de dolor —y porque los "reclutas" eran niños de siete años.

Inmediatamente tras ingresar en la Agogé, lo primero que se hacía a los niños era afeitarles la cabeza. Es indudable que eso era lo más práctico para quienes estaban destinados a moverse entre densa vegetación, a morder el barro y a luchar entre ellos, pero el sacrificio del cabello comportaba además una suerte de iniciación del tipo de "muerte mística": se renuncia a las posesiones, a los adornos, a la individualidad, a la belleza, incluso se desprecia el propio bienestar (el cabello es importante para la salud física y espiritual), se uniformiza a los "reclutas", se les da una sensación de desnudez, de soledad, de desamparo y de comienzo (los bebés nacen calvos o con poco pelo), una especie de "empezar desde cero", arrojándoles bruscamente a un mundo de crudeza, dolor, renuncia y sacrificio.

Tras el afeitado de cráneo, a los niños se les organizaba por agelai o agelé (hordas, o bandas) al estilo paramilitar. Los niños más duros, hermosos, fieros y fanáticos (esto es, los líderes naturales) eran hechos jefes de horda en cuanto se les identificaba. En el ámbito de doctrina y de moral, lo primero era inculcar a los reclutas amor a su horda, una obediencia sagrada y sin límites para con sus instructores y sus jefes, y dejar claro que lo más importante era demostrar una inmensa energía y agresividad. Para con sus hermanos, sus relaciones eran de rivalidad y competencia perpetuas. Aquellos niños eran tratados como hombres, pero quienes así les trataban no perdían de vista que seguían siendo niños. Se les estampaba también con esa marca que distingue a todo cachorro feroz y confiado en su capacidad: la impaciencia, el ansia de demostrarse y de ponerse a prueba, y el deseo de distinguirse por sus cualidades y sus méritos en el seno de su jauría.

Inherente a la instrucción espartana era el sentimiento de selección y de elitismo. A los aspirantes se les inculcaba que eran lo mejor de la infancia espartana, pero que tenían que demostrarlo, y que no cualquiera era digno de llegar a ser un auténtico espartiata. Se les enseñaba que no todos eran iguales, y que por tanto eran todos distintos. Y que si eran distintos, algunos eran mejores o peores, o tenían cualidades diferentes. Y que, en tal caso, los mejores deberían estar por encima de los peores, y cada cual colocado en el lugar que le correspondía según sus cualidades. Por eso una Orden se llama así.

A los niños se les enseñaba a manejar la espada, la lanza, el puñal y el escudo, y a marchar en formaciones cerradas incluso en terrenos abruptos, realizando los movimientos con precisión y con sincronización perfecta. Prevalecían en el ámbito físico los procesos de endurecimiento, y se entregaban a muchísimos ejercicios corporales pensados para favorecer el desarrollo de su fuerza y de sus cualidades guerreras latentes: correr, saltar, lanzamiento de jabalina y de disco, danza, gimnasia, natación, lucha libre, tiro con arco, boxeo y caza son algunos ejemplos.

Para fomentar la competitividad y el espíritu de lucha, y para acostumbrarlos a la violencia y al trabajo en equipo, a las hordas de niños espartanos se les hacía competir entre ellas en un violento juego de pelota que consistía básicamente en una variante, mucho más libre y brutal, del rugby. Los jugadores se llamaban sfareis.

En el santuario de la diosa Artemisa tenían lugar muchos combates rituales cuerpo a cuerpo entre los cachorros espartanos. También se les enfrentaba sin más, horda contra horda, niño contra niño o todos contra todos, en encarnizadas peleas a brazo partido y puñetazo limpio, para estimular la agresividad, la competencia y el espíritu ofensivo, para desarrollar su sentimiento de dominio en el caos de las luchas y para jerarquizarles. Además, los instructores se encargaban de azuzarles para que midieran las fuerzas entre ellos, siempre que fuese sólo por competencia y afán de superación, y cuando se veía aflorar espumeante el odio, la pelea era detenida.

En Esparta se practicaban el boxeo y la lucha libre, pero los espartanos se ejercitaban también en otra arte marcial popular en Grecia: el pankration o pancracio. Consistía en una mezcla de boxeo y lucha libre: los participantes podían incorporar a las vendas de sus puños los accesorios que creyeran convenientes para aumentar su poder ofensivo: algunos añadían trozos de madera, láminas de estaño e incluso placas de plomo. Las reglas eran sencillas: valía todo menos morder, así como hurgar en los ojos, la nariz o la boca del adversario. También estaba prohibido matar premeditadamente al contrincante, aunque con todo, muchos eran los que morían en ese sanguinario deporte. En los combates de pancracio, si no se podía proclamar un vencedor antes del atardecer, se recurría al llamado klimax, una solución de desempate por turnos, cada luchador tenía el derecho de golpear al otro, sin que al receptor se le permitiese esquivar ni defenderse de modo alguno. Aquel a quien le tocaba propinar el golpe le decía a su contrincante qué postura debía adoptar para recibir el ataque. El objetivo era ver quién caía primero fuera de combate.

La historia griega nos da ejemplo con un combate entre un tal Creugas y un tal Damógenes, que llegaron a un "empate", por lo que se aplicó el klimax. Tras echar a suertes los turnos, el primero en golpear fue Creugas, que le pidió a su contrincante que bajase los brazos, de modo que le propinó un poderoso puñetazo en la cara. Damógenes encajó el tremendo golpe con dignidad, tras lo cual le pidió a Creugas que alzase su brazo izquierdo. Acto seguido, insertó con violencia los dedos bajo sus costillas y le arrancó las entrañas. Aquellos progresistas-pacifistas de nuestros días que elogian a Grecia deberían saber que allí se rendía culto a la fuerza, a la fiereza y a la violencia además de a la sabiduría.

En todas las luchas, combates, competiciones y juegos, los instructores ponían gran atención para distinguir si los gritos de cada niño eran de rabia, esfuerzo o agresividad, o bien de dolor y miedo, en cuyo caso se les castigaba. Si un niño se quejaba a su padre de que otro niño le había pegado, su padre le daba una golpiza: la debilidad, en un espartano, era inaceptable. Todos los ciudadanos tenían derecho a reprimir a los niños, de forma que los padres tenían autoridad sobre sus propios hijos y sobre los de los demás. Así, cada padre trataba a los demás niños tal y como deseaba que tratasen a los suyos, como observó Jenofonte. Si un niño, pues, se quejaba a su padre de que un ciudadano le había dado latigazos, el mismo padre le daba aun más latigazos. En Esparta todo era así de rotundo, contundente, brutal y sencillo. De hecho, todo niño espartano llamaba "padre" a cualquier hombre adulto, de modo similar a cuando en nuestros días se llama respetuosamente "abuelo" a un anciano desconocido. Esta costumbre de llamar "padre" a los mayores también fue sugerida por Platón en su "República", que no parece sino un calco de Esparta.

Todos los aspectos de la vida del niño espartano eran regulados para incrementar su insensibilidad al sufrimiento y su agresividad. Se le ponía bajo una despiadada disciplina que les obligaba a aprender a controlar el dolor, el hambre, la sed, el frío, el calor, el miedo, la fatiga, la repugnancia, la incomodidad y la falta de sueño. Se le enseñaban habilidades de supervivencia en el campo, incluyendo rastreo, orientación, caza, obtención de agua y conocimiento de las plantas comestibles. Con ello, se reducía su dependencia de la civilización y se les ponía en contacto con la tradición de sus antepasados cazadores-recolectores de tiempos primitivos.

Para conseguir todo esto, los estrictos instructores utilizaban sin escrúpulos cualquier medio posible a su alcance. Las situaciones de desgaste a las que conducían a los pequeños eran tan intensas que es probable les habrían acercado a un estado muy próximo a la demencia, con presencia de alucinaciones inducidas por la falta de sueño y de comida. Los mastigoforos (portadores del látigo) se encargaban de azotar brutalmente e incluso de torturar a cualquiera que fallase, se quejara o gimiera de dolor, para que las tareas saliesen perfectas. En ocasiones fustigaban sin motivo alguno, sólo para endurecerlos, y los niños espartanos preferían morir antes que soltar un gemido o preguntar por qué se les azotaba. Su filosofía coincidía con la de Nietzsche cuando pensaban "¡Bendito sea lo que nos endurece!". Incluso existían competiciones para ver quién aguantaba los azotes más numerosos e intensos sin gritar; esto era conocido como diamastigosis. En ocasiones, la sacerdotisa de Artemisa mandaba que, en su presencia y ante una imagen de Artemisa, se fustigara a los niños escogidos por ella. Si la ceremonia-suplicio no era del agrado de la sacerdotisa, mandaba que los azotes se intensificaran. Estos niños no sólo tenían la obligación de no mostrar dolor, sino de mostrar alegría. El vencedor de la macabra competición era el que aguantase más tiempo sin quejarse. Sucedía que algunos morían sin gemir. Se alegará que esto es un sinsentido sadomasoquista, pero no podemos juzgar un hecho antiguo con una mentalidad moderna. Seguramente, el acontecimiento inculcaba en las víctimas la noción del sacrificio en aras del arquetipo de su patria (Artemisa) y les enseñaba a dominar el sufrimiento con la divinidad en la mente. Por otro lado, en el resto de Grecia los atletas se sometían voluntariamente a sesiones de latigazos, puesto que ayudaban a endurecer la piel y el cuerpo, además de purgar impurezas (quien haya estado en países donde aun se emplean los latigazos como castigo, se habrá fijado en cómo la desafortunada víctima transpira muchísimo, dejando un enorme charco en el suelo al final del suplicio). Y Esparta era, sin lugar a dudas, un estado atlético.

La lealtad era otra parte importantísima de la instrucción espartana. Según Séneca, "la lealtad constituye el más sagrado bien del corazón humano", y según Goethe, "la fidelidad es el esfuerzo de un alma noble para igualarse a otra más grande que ella". La lealtad les encaminaba hacia formas de ser superiores y servía para engrandecerles. A los chicos espartanos se les inculcaba una lealtad inquebrantable para con ellos mismos, sus semejantes y su propia Orden —es decir, el Estado espartano. "Mi honor se llama fidelidad", decían los SS, y podría haber sido también un buen lema para los espartiatas. Para ellos, la lealtad era una ascesis que les llevaba por el camino deldharma, del recto orden, de la moral del honor (aidós y timé) y del cumplimiento con el deber sagrado.

La obediencia también era algo primordial en la instrucción, y no tenía límites. Era puesta a prueba día a día. A un niño espartano le podían ordenar asesinar a un niño ilota o provocar una pelea con un compañero, y se daba por supuesto que no haría preguntas, sino que obedecería en silencio y con eficiencia. Le podían dar órdenes aparentemente absurdas o irrealizables para ponerlo a prueba, pero lo importante era que, sin titubeos, buscase ciegamente la obediencia de la incuestionable orden. Obedecer era lo sagrado y lo básico, porque el superior sabe algo que el subordinado no sabe. En el Ejército se dice que "quien obedece no se equivoca nunca". Los pequeños espartanos eran constantemente puestos a prueba. Si a un niño espartano se le hubiera mandado tirarse de un precipicio, probablemente no habría dudado y se hubiese arrojado sin pestañear y hasta con furiosa convicción.

La instrucción era al aire libre. Los niños espartanos estaban siempre inmersos en la Naturaleza, en sus sonidos, sus vibraciones, sus paisajes, sus animales, sus árboles, sus cambios, sus ciclos y su voluntad. Aprendían a unirse con su patria, a conocerla, a amarla y a considerarla un hogar. Se les obligaba a caminar siempre descalzos, con lo cual pisaban directamente la Tierra, sintiéndola, comprendiéndola, conectados directamente a ella como árboles. El caminar descalzos endurecía los pies como si de madera se tratasen, y con el tiempo los pequeños espartanos se movían con más ligereza por los peores terrenos que aquellos que habían ablandado sus pies con calzado.

En invierno, a los niños espartanos se les hacía bañar en el gélido río Eurotas. Vestían igual en invierno que en verano, y dormían al aire libre sobre duros juncos arrancados en el río y cortados a mano. Las maniobras y las marchas que realizaban eran agotadoras, y matarían a casi cualquier varón de nuestros días —de hecho algunos muchachos espartanos morían de extenuación. Paulatinamente, los cuerpos de los chicos se iban acostumbrando al frío y al calor, desarrollando sus propios mecanismos de defensa. Poco a poco, se hacían cada vez más duros, más resistentes y más fuertes.

Como nutrición, se les asignaba una ración diaria deliberadamente insuficiente, que incluía el famoso, áspero y amargo pan negro espartano con el que se confeccionaba también la famosa sopa negra (melas zomos) espartana, y que era total y absolutamente incomestible para cualquier no-espartano. Se dice que contenía, entre otras cosas, sangre y entrañas de cerdo, sal y vinagre (pensemos en los ingredientes del chorizo o de la morcilla). Probablemente la ingestión de semejante mejunje era en sí misma una práctica de autocontrol que ayudaba a endurecer la boca, el estómago y el aparato digestivo. La comida espartana, por lo general, era considerada por los demás griegos como fortísima, cuando no repugnante.

Por otro lado, la idea de las raciones alimenticias ásperas y poco abundantes era que los muchachos espartanos se buscaran su propia comida mediante la caza-recolección o el hurto, y que ellos mismos se la cocinaran. Caso de ser descubiertos en un acto de robo de alimento, les esperaba el látigo o una brutal golpiza, además de la privación de comida por varios días. Y ello no por hurtar alimento —que podía ser robado a los ilotas— sino por dejarse sorprender. De algún modo, esto recordaba la tradición de "derecho de rapiña" de las antiguas hordas indoeuropeas: los ejércitos antiguos normalmente carecían de cualquier tipo de logística y en sus campañas sobrevivían gracias a lo que tomaban de la Naturaleza o gracias al saqueo sobre sus enemigos y sobre las poblaciones indígenas. En Esparta se quería enseñar a los ciudadanos a adquirir comida por su cuenta para acostumbrarles a esto, para hacer que se adaptasen a un modo de vida de incertidumbre y privación. Vivían en un perpetuo estado de guerra, y se les quería mentalizar bien de ello. Ya Jenofonte dijo que "un cazador, habituado a la fatiga, hace un buen soldado y un buen ciudadano". Por lo demás, en Esparta se respetaba mucho a los animales y además los dorios en general conservaban cultos arcaicos a divinidades con partes de animales (como el Apolo Carneios, con cuernos de carnero), lo cual simboliza la condensación de las cualidades totémicas asociadas al animal en cuestión. Los muchachos espartanos, que vivían a la intemperie, debían sentirse identificados con muchos de los animales que les rodeaban, forjando una cierta complicidad con ellos.

Es conocida la anécdota del niño espartano que, habiendo capturado un zorro como alimento, lo ocultó bajo su túnica para esconderlo de un grupo de soldados que se acercaban. El zorro, desesperado, empezó a utilizar sus dientes y sus garras para atacar el cuerpo del niño, pero éste aguantó sin gritar. Cuando brotó la sangre, el zorro se tornó más agresivo y empezó a arrancarle al niño trozos de carne, comiéndoselo vivo literalmente. Y el niño aguantó el dolor sin gritar. Cuando el zorro había llegado hasta sus entrañas, royéndole los órganos, el pequeño espartiata cayó muerto silenciosamente en un discreto charco de sangre, sin haber dejado escapar un gemido ni haber mostrado siquiera signos de dolor. No era el miedo lo que le hacía ocultar su caza, pues sin duda era peor esa muerte lenta y dolorosa que un montón de latigazos. Era su honor, era su disciplina, capacidad de sufrimiento, voluntad, resistencia y dureza ―cualidades que en su corta vida había desarrollado más que cualquier adulto del presente. Esta macabra anécdota, relatada por Plutarco, no pretende ser una apología (a fin de cuentas, Esparta perdió con este niño a un excelente soldado), sino un ejemplo del estoicismo espartano, que a veces llegaba a extremos delirantes.

Con las medidas de escasez alimentaria se quería favorecer también que el cuerpo, al ser privado de crecimiento a lo ancho, adquiriera mayor dureza y estatura. Se propiciaba la aparición de cuerpos altos, compactos, sólidos, flexibles, esbeltos, duros, ágiles, resistentes y atléticos, aprovechados al máximo, con una musculatura concentrada, recortada y fibrada al extremo, no propensos a las lesiones y con gran aguante al dolor, a la fatiga, al hambre, a la sed, al calor, al frío, a la enfermedad, a los golpes, al esfuerzo explosivo o prolongado y a las heridas más terribles. No eran cuerpos con una musculatura superdesarrollada, que requirieran una dieta inmensa y un mantenimiento constante y poco práctico. Eran cuerpos concentrados, íntegros y proporcionados, diseñados para sobrevivir con lo mínimo, perfectas máquinas biológicas en las que se podría haber estudiado a simple vista cada vena, cada tendón, cada ligamento, cada músculo y cada fibra de músculo que hubiese a flor de piel. Su fuerza debía ser impresionante, en caso contrario no hubiesen podido vivir, marchar y combatir con todo el peso de las armas, coraza, escudo, etc. Plutarco explicó que los cuerpos de los espartanos eran "duros y secos". Jenofonte, por su parte, sentenció que "es fácil de ver que estas medidas no podían sino producir una raza sobresaliente en construcción y en fuerza. Sería difícil encontrar un pueblo más sano y eficiente que los espartanos".

Éste es el cuerpo más apropiado para el combatiente. Platón, en su "República", dejó claro que el minucioso régimen de dietas y ejercicios específicos que llevaban al cabo los atletas, hace que no rindiesen cuando de repente se les privaba de sus rutinas —durante una campaña militar, por ejemplo—, ya que sus cuerpos estaban demasiado acostumbrados a contar con nutrientes y a depender de ellos. En las situaciones extremas, tales cuerpos reaccionaban instintivamente reduciendo su masa muscular y produciendo agotamiento, debilidad y malestar.

Como vemos por su estilo de vida, los espartanos estaban sin duda musculados, pero no exageradamente en lo que a volumen se refiere. No eran individuos masivos como los culturistas de hoy en día, y para estar seguros de lo que decimos no hay más que ver las privaciones alimenticias que sufrían, así como el régimen de ejercicios que llevaban, muy abundante en esfuerzos aeróbicos intensos. Su nivel de definición y tono muscular, en cambio, sí debía de ser impresionante.

A los muchachos espartanos se les enseñaba a observar, a escuchar, a aprender, a ser discretos, a no hacer preguntas y a asimilar en silencio. Se les enseñaba que la retirada o la rendición en batalla eran una deshonra, que todo combate en que participaran debía acabar para ellos en victoria o muerte y que, tal y como dijo Jenofonte de los espartanos, "una muerte con honor es preferible a una vida sin honor". O en palabras de Nietzsche, "hay que morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo".

A los espartanos les estaba prohibido el trabajo manual pesado: su trabajo era la guerra. No obstante, al renunciar al trabajo manual, renunciaban también a los frutos de tal trabajo: eran imbuidos de austeridad, sencillez y ascetismo en todos los aspectos de su vida, eliminando cualquier cosa que pudiera ablandarles o debilitarles. Sus gestos eran medidos, reducidos y justos, y sus modales solemnes y respetuosos. Sus casas carecían totalmente de decoración y presentaban un aspecto rústico y áspero, de piedra y madera. Se pretendía aumentar la falta de necesidad de cada espartano; su autosuficiencia personal.

De hecho, no se les permitía el lujo ni en el lenguaje, de tal modo que hablaban las palabras justas, en tono seco, directo, firme y marcial. Un niño espartano debía permanecer silencioso en público, y si se le dirigía la palabra debía responder con la mayor brevedad, elegancia y concisión, al más puro estilo militar. El lenguaje espartano, el lacónico, era como el pueblo espartano: poco abundante pero de gran calidad, y ha llegado a ser sinónimo de sequedad y sencillez de habla.

Para aprender sobre política, modales solemnes, respeto a sus mayores y asuntos estatales, los niños espartanos eran llevados a las sistias o cofradías del Ejército (de las que me ocuparé más adelante), donde hombres jóvenes y ancianos filosofaban, conversaban y discutían sobre la actualidad del momento. Plutarco dijo que para los pequeños, la asistencia a estos círculos era como una "escuela de templanza" donde aprendían a comportarse como hombres y a "vacilar" a un adversario. Se les enseñaba a burlarse de otros con estilo, y a saber encajar las burlas recibidas. En caso de que les sentase mal una burla, debían declararse como ofendidos, e inmediatamente el ofensor cesaba. Los mayores intentaban poner a prueba a los niños para conocerles mejor e identificar sus cualidades, y éstos debían ingeniárselas para causar una buena impresión y quedar bien ante aquellas congregaciones de atentos veteranos, respondiendo con la mayor ingeniosidad y brevedad posible a las preguntas más retorcidas, maliciosas y rebuscadas.

En las sistias, los niños aprendían, además, el humor aristocrático e irónico típico de los espartanos, aprendiendo a bromear con elegancia y a tomarse las bromas con humor. No es extraño para nada que un pueblo como los espartanos, aristocrático, solemne y marcial, otorgara gran importancia al humor y a la risa —particularmente los espartanos debían de ser maestros del humor negro. Aunque los ilotas probablemente se fascinaran ante la seriedad de los espartiatas y los tacharan de reprimidos, éstos entre ellos eran semejantes, eran hermanos. Por orden del mismo Licurgo, una estatua del dios de la risa decoraba las sistias. La risa tiene, efectivamente, gran importancia terapéutica. Podemos imaginar la alegría, las emociones y las carcajadas que se escuchaban en las competiciones deportivas, en los concursos y en los torneos de Esparta, pues a la hora de jugar y competir, los hombres más solemnes y entrenados se convierten en niños.

La educación, la cortesía y los modales depurados eran enormemente apreciados en Esparta porque cuando los miembros de un grupo siguen conductas ejemplares, el respeto se impone, y se desea actuar bien para mantener el honor y conquistar el respeto de los camaradas. Por otro lado, cuando los miembros de un grupo se entregan a las actitudes deplorables o a las diversiones decadentes, el respeto disminuye, y desaparece el prestigio interior del grupo. ¿Para qué ganarse el respeto de indignos por medio del sacrificio, si ni siquiera respetan el espíritu de superación? Y el resultado es fácil de ver: se renuncia a actuar ejemplarmente. Uno se deja sumergir en el ambiente degenerado e imita lo que ve. Los espartiatas intuyeron esto, e instauraron un estricto código de conductas y modales solemnes en todo momento, para poner en marcha un círculo virtuoso.

Los instructores espartanos a menudo cogían a los ilotas y los emborrachaban a la fuerza, obligándoles a vestirse de modo ridículo, a llevar al cabo bailes grotescos y a cantar canciones estúpidas (no les estaba permitido recitar poemas, ni entonar canciones "de hombres libres"). Así engalanados, los presentaban ante los niños como ejemplo de los estragos ocasionados por el alcohol, y de la poca conveniencia de beber mucho o de beber en absoluto. Imaginémonos el impacto psicológico que tenía en un orgulloso, curtido y duro niño espartano la contemplación de un ser inferior ataviado ridículamente, danzando con torpeza y canturreando incoherencias. Todo esta puesta en escena servía para que el niño espartano experimentara una buena dosis de asco hacia sus enemigos, a quienes se le enseñaba a despreciar. En Esparta no existía el vicio del alcoholismo, y un borracho hubiera sido fanáticamente machacado a golpes hasta hacerle papilla tan pronto fuese visto. Fue el mismo Licurgo quien había ordenado arrancar las vides a las afueras de Esparta, y en general el alcohol era algo considerado con muchísima cautela, desconfianza y control.

El estilo de vida que llevaban los niños espartanos mataría en menos de un día a la inmensa mayoría de adultos del presente. ¿Cómo lo soportaban ellos? Sencillamente porque habían sido criados para ello. Desde muy pequeños se les había enseñado a ser duros y fuertes, curtiéndose en la Naturaleza y despreciando las comodidades de la civilización. Y los cuerpos y espíritus infantiles aprenden con rapidez y se adaptan fácilmente a cualquier situación, desarrollando velozmente las cualidades que necesitan para sobrevivir. Por otro lado, no se les permitía el contacto con cualquier cosa que pudiese ablandarlos lo más mínimo, y así crecían incorruptos e incontaminados.

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