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Los mitos fundacionales de la política israelí
El libro Los mitos fundacionales de la política israelí, escrito por Roger Garaudy es la historia de una herejía. Esta consiste, por medio de una lectura literal y selectiva de una palabra revelada, en hacer de la religión el instrumento de una política sacralizándola.
Garaudy dice: Se trata de una enfermedad mortal de este final de siglo que ya definí en "Integrismos". La combatí en el seno de los musulmanes en "El Islamismo, una enfermedad del Islam" aun a riesgo de disgustar a aquellos a los que desagradó lo que les dije.
Y agrega: "La combatí en el seno de los cristianos en "Hacia una guerra de religión", aun a riesgo de disgustar a aquellos a los que desagradó que les dijese: "El Cristo de Pablo no es Jesús". Y la combato ahora en el seno de los judíos en "Los mitos fundacionales de la política israelí", aun a riesgo de atraer sobre mí la furia de los israelo-sionistas a los que ya desagradaba que el Rabino Hirsh les dijese: "El sionismo quiere definir al pueblo judío como una entidad nacional... Es una herejía".
Sumario
Nota del Editor
La sociedad contemporánea está siendo testigo de una cierta homogeneización política y económica en todo el globo terráqueo. El interés por la diversidad como contrapartida, está cada vez más arraigado en amplios sectores de la población. Y a la diversidad en otros campos debe añadirse el derecho a la diversidad intelectual. El derecho a la discrepancia. El investigar o profundizar en aspectos poco conocidos u ocultos de nuestra historia más próxima, es uno de los retos más apasionantes de este fin de siglo. El releer la historia al margen de tabúes políticos impuestos por la moda del momento, una de las asignaturas pendientes de la historia contemporánea.
El objeto de este libro, y de la colección que lo enmarca, es difundir entre el público aspectos poco conocidos, aunque fundamentales, de la historia de nuestro siglo. El editor no pretende exaltar régimen político alguno ni desenterrar del cementerio de la historia movimientos fallecidos hace muchos años. Tampoco es intención del editor hacer apología alguna de ninguna ideología ni fomentar ningún tipo de discriminación.
Por el contrario, la finalidad del editor es dar a conocer las nuevas corrientes del pensamiento a los ciudadanos y contribuir a la formación de una opinión pública libre, fundamento del orden democrático. Ante la gran demanda de información que existe sobre estos temas, esta colección pretende hacer efectivo el derecho que el artículo 20, ld, de nuestra Carta Magna reconoce a todos los españoles, esto es, el derecho a ser libremente informados.
El editor no comparte necesariamente la opinión de los autores de los libros que pertenecen a esta colección, sino que los escoge por su interés cultural, de investigación, docente, informativo, o simplemente para su crítica. Las posibles responsabilidades que se generen por el contenido de los títulos publicados deben recaer exclusivamente en aquéllos que mantienen las tesis defendidas en los mismos.
Prefacio
El libro de Roger Garaudy viene precedido de una controvertida polémica. Intentar exponer libre y espontáneamente las ideas y los razonamientos en temas sensibles, como el que aborda en el ensayo Los mitos fundacionales del Estado de Israel, es misión al filo de lo imposible o en los umbrales de lo heroico. Desafiar la corriente es verse arrastrado por los lodos que desvirtúan la realidad. Poseer la verdad oficial no es tener necesariamente la razón.
El historiador no tiene que amoldarse a una sola versión, ni ceñirse al eco rutinario y mántrico de una infinita salmodia de reiteraciones que gravitan inexorablemente. La historia puede manipularse, y por ello los hechos pueden ser dubitados, las narraciones releídas, las conclusiones divergentes. Una investigación crítica rigurosa y documentada puede poner en entredicho textos hagiográficos o denigratorios, según sea el interés de los amanuenses al servicio del relato dogmático de sus mentores.
La vida sería muy triste sin matices ni colores. La música se convertiría en zumbido sin una pluralidad de notas y tonalidades. Garaudy ejerce el derecho al amargo encanto de la discrepancia y eso, al parecer, es abominable para quienes tienen la mente estrecha y obtusa. De la discusión del debate serio y científico, de la duda metódica, de la revisión y reconstrucción de los hechos suele brotar el discernimiento. La técnica de la mordaza, la censura o el anatema termina por privar de argumentos a quien la emplea.
Los intransigentes e intolerantes de la Historia que suelen ser sus sempiternos enemigos, han cuestionado por emitir una opinión favorable del libro, hasta al mismísimo Abad Pierre que en Francia, y tras una existencia ejemplar, se había ganado la estima universal. Ha sido suficiente desmarcarse, ejercer su libertad de expresión, para quedar pretérito.
El libro rompe ataduras y moldes que asfixian a las conciencias libres. Se puede opinar sobre sus fundamentos en cualquier sentido y sin exclusión de posibilidades. Lo que no se debe es estigmatizarlo sencillamente porque puede poner en evidencia la tortura de una ciega mentira a la que hemos estado sometidos como si se tratara del mito de la caverna platónico, donde se confundían las sombras imaginarias con los entes de luz.
El mérito mayor es el desapasionamiento que el autor utiliza frente a las iras de sus detractores. Serenidad frente a nerviosismo, voz frente a grito, objetividad confrontada a la parcialidad obligatoria, donde se llega a mentir para tratar de salir indemnes. Los hechos son como son, con independencia de que se nos quieran presentar distorsionados. Por eso el libro de Garaudy es un desafío que clama a la libertad para entender la Historia reciente sin mixtificaciones, complejos, ni tabúes.
( por José Luis Jérez Riesco)
¿Por qué este libro?
Los integrismos, generadores de guerra y violencia, son la enfermedad mortal de nuestro tiempo. Este libro forma parte de una trilogía que he dedicado a combatirlos:
Grandeza y decadencia del Islam, en la que denuncio el epicentro del integrismo musulmán: Arabia Saudita. Allí tildé al Rey Fahd, cómplice de la invasión americana en el Oriente Medio, como prostituta política, que hace del islamismo una enfermedad del Islam.
Dos obras dedicadas al integrismo católico romano que, pretendiendo defender la vida, diserta sobre el embrión, pero se calla cuando 13 millones y medio de niños mueren cada año de desnutrición y de hambre víctimas del monoteísmo del mercado impuesto por la dominación americana, cuyos títulos son: ¿Tenemos necesidad de Dios? y ¿Hacia una guerra de religión?.
La tercera obra del tríptico: Los mitos fundacionales del Estado de Israel, denuncia la herejía del sionismo político que consiste en sustituir al Dios de Israel por el Estado de Israel, portaaviones nuclear e insumergible de los maestros provisionales del mundo: los Estados Unidos, que pretenden apoderarse del petróleo de Oriente Medio, nervio del desarrollo occidental. (Modelo de crecimiento que, por mediación del Fondo Monetario Internacional (F.M.I.), le cuesta al Tercer Mundo el equivalente en muertos a los de Hiroshima cada dos días).
Desde Lord Balfour, quien declaraba, al tiempo que entregaba a los sionistas un país que no les pertenecía: Poco importa el sistema que adoptemos para conservar el petróleo de Oriente Medio. Es fundamental que este petróleo permanezca accesible, hasta el Secretario de Estado norteamericano, Cordell Hull quien opinaba: Es preciso comprender bien que el petróleo de Arabia Saudita constituye una de las más poderosas palancas del mundo, una idéntica política asigna la misma misión a los dirigentes sionistas israelíes. Joseph Luns, antiguo Secretario General de la OTAN la ha definido así: Israel ha sido el mercenario menos costoso de nuestra época moderna. Un mercenario sin embargo bien retribuido puesto que, por ejemplo, de 1951 a 1959, 2 millones de israelíes percibieron, por cabeza, cien veces más que 2 millones de habitantes del Tercer Mundo. Es además un mercenario bien protegido, ya que de 1972 a 1996, los Estados Unidos han ejercido treinta veces su derecho de veto en las Naciones Unidas a cualquier condena a Israel, al mismo tiempo que sus dirigentes aplicaban su programa de desintegración a todos los Estados de Oriente Medio. Programa publicado por la revista Kivounim (Orientaciones) en su número 4, de febrero de 1982, páginas 50 a 59, durante la época de la invasión del Líbano. Esta política descansa, gracias al apoyo incondicional de los Estados Unidos, en la consigna de que la ley internacional es un papel mojado (Ben Gurión) y que por ejemplo, las resoluciones 242 y 338 de las Naciones Unidas, que exigen que Israel se retire de Cisjordania y de los altos del Golán, están destinadas a quedar en letra muerta, lo mismo que la condena unánime por la anexión de Jerusalén, condena que los Estados Unidos votaron, aunque excluyendo cualquier sanción.
Una política tan inconfesable en su fondo exige el desenmascarar el disfraz que mi libro trata de desvelar.
En primer lugar, una pretendida justificación teológica de las agresiones debido a una lectura integrista de los textos revelados, transformando así el mito en historia. El grandioso símbolo de la sumisión incondicional de Abraham a la voluntad de Dios y su bendición a todas las familias de la tierra, se transforma en lo contrario, la tierra conquistada se convierte en tierra prometida, como pasa en todos los pueblos de Oriente Medio, desde Mesopotamia a los Hititas hasta llegar a Egipto.
Lo mismo puede decirse del Exodo, ese símbolo eterno de la liberación de los pueblos contra la opresión y la tiranía, invocado tanto por el Corán como por los actuales teólogos de la liberación. Al tiempo que esta consigna es válida para todos los pueblos fieles a la voluntad de un Dios Universal, en este caso concreto se transforma en milagro único y en el privilegio otorgado por un Dios partidista y parcial a un pueblo elegido. Lo mismo sucede en todas las religiones tribales y todos los nacionalismos, que pretenden ser el pueblo elegido, cuya misión sería cumplir la voluntad de Dios. Así es Gesta Dei per Francos, para los franceses, Gott mit uns (Dios con nosotros), para los alemanes y In God we trust (En Dios creemos) para los americanos, blasfemia inscrita en cada dólar, dios todopoderoso del monoteísmo del dinero y del mercado.
Y por último una mitología más moderna: la del Estado de Israel que sería la respuesta de Dios al Holocausto, como si Israel fuera el único refugio de las víctimas, cuando el propio Isaac Shamir (quien ofreció su alianza a Hitler hasta su detención por los ingleses, por colaboración con el enemigo y por terrorismo) escribe: "Al contrario de la opinión común, la mayor parte de los inmigrantes israelíes no son los restos supervivientes del Holocausto, sino judíos de países árabes, indígenas de la región".
Era necesario inflar las cifras de las víctimas. Por ejemplo, la placa conmemorativa del monumento de Auschwitz decía, en diecinueve lenguas, hasta 1994: "4 millones de víctimas". Las nuevas lápidas proclaman hoy: alrededor de un millón y medio. Era preciso hacer creer, con el mito de los 6 millones, que la humanidad había asistido allí al mayor genocidio de la historia, olvidando a los 60 millones de indios de América, a los 100 millones de negros, olvidando incluso Hiroshima y Nagasaki y los 50 millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial, entre ellos 17 millones de eslavos. ¿Se es antisemita por decir que los judíos han sido muy duramente golpeados, pero que no fueron los únicos, cuando la televisión no habla más que de aquellas víctimas pero no recuerda a las demás?
Además, para completar el camuflaje, se hacía imprescindible poner un nombre teológico: Holocausto; así se da un carácter de sacrificio, y se pueden incluir de alguna manera, dentro de un plan divino, como por ejemplo, la crucifixión de Jesús.
Mi libro no tiene más objeto que el de denunciar el camuflaje ideológico de una política, que impida que se la confunda con la gran tradición de los profetas de Israel. Junto a mi amigo Bernard Lecache, fundador de la L. I. C. A. (que más tarde se convirtió en L.I.C.R.A. ), deportado en el mismo campo de concentración que yo, enseñábamos en los cursos nocturnos, a nuestros compañeros, la grandeza, el universalismo y la potencia liberadora de estos profetas judíos.
Nunca dejé de ser fiel a este mensaje profético, ni siquiera durante mis treinta y cinco años de militancia en el Partido Comunista, donde llegué a ser miembro de su Comité Central político y de donde fui excluido, en 1970, por haber dicho, que: la Unión Soviética no es un país socialista. Al igual que digo hoy: la teología de la dominación de la Curia romana no es fiel a Jesucristo; el Islamismo traiciona al Islam, y el sionismo político se halla en las antípodas del gran profetismo judío.
Ya en tiempos de la guerra del Líbano, en 1982, el Padre Lelong, el Pastor Matthiot, Jacques Fauvet y yo fuimos llevados a los tribunales por la L.I.C.R.A., por haber dicho, en Le Monde del 17 de junio de 1982, con el beneplácito de su director, que la invasión del Líbano estaba dentro de la lógica del sionismo político. El Tribunal de París, en el juicio celebrado el 24 de marzo de 1983, confirmada ya la sentencia en la apelación y posteriormente en el Tribunal de Casación, decía que considerando que se trata de la crítica lícita de la política de un Estado y de la ideología que le inspira, y no de una provocación racial se desestiman todas las peticiones (de la L.I.C.R.A.) y se la condena con expresa imposición de costas. El presente libro es estrictamente fiel a nuestra crítica política e ideológica de entonces, a pesar de que la perversa ley del comunista Gayssot haya querido reforzar, desde entonces, la represión contra la libertad de expresión haciendo del Juicio de Núremberg el criterio de la verdad histórica e instituyendo un delito de opinión. A este proyecto de ley se opuso, en la Asamblea Nacional de entonces, el actual Ministro de Justicia.
Pensamos aportar una contribución a la lucha por una paz verdadera, basada en el respeto a la verdad y en la ley internacional.
Valerosamente, en el propio Israel, quedan judíos fieles a sus profetas, los nuevos historiadores de la Universidad Hebraica de Jerusalén y los partidarios israelíes de una paz justa que tras la revelación de su malignidad se interrogan preocupados por la política del Estado de Israel y por la paz del mundo sobre los mitos del sionismo político que han llevado a los asesinatos cometidos por Baruch Goldstein en Hebrón y por Ygal Amir contra el Primer Ministro Ytzhak Rabin.
El terrorismo intelectual de un lobby ya denunciado por el General Charles de Gaulle por su excesiva influencia sobre la información me ha obligado en Francia a realizar una prepublicación de este texto en un número especial fuera del circuito comercial, reservado a los abonados de una revista. Este hecho, expresión de la situación en el país vecino, parece haber llamado mucho más la atención de los comentaristas que el propio contenido de mi texto.
Lo publiqué yo mismo, bajo mi única responsabilidad, en forma de Samizdat, en el sentido estricto del término que en ruso significa: editado por el autor.
Este libro ha sido ya traducido y está en curso de publicarse en Estados Unidos, Italia, Líbano, Turquía y Brasil.
Contra las mitologías descarriadas, ésta será una nueva contribución a la historia crítica del mundo contemporáneo.
(por Roger Garaudy)
Introducción
¿Qué es el sionismo al que denuncio en mi libro (y no a la fe judía)?
Se define frecuentemente por sí mismo:
1. Es una doctrina política (Desde 1896, sionismo se refiere al movimiento político fundado por Theodor Herzl.
2. Es una doctrina nacionalista que no ha nacido del judaísmo sino del nacionalismo europeo del siglo XIX. El fundador del sionismo político, Herzl, no apelaba a la religión: No obedezco a un impulso religioso. Soy un agnóstico.
Lo que le interesa, no es particularmente la Tierra Santa; acepta de buen grado, para sus objetivos nacionalistas, Uganda o Libia, Chipre o Argentina, Mozambique o el Congo. Pero ante la oposición de sus amigos de fe judía, toma conciencia de la importancia de la poderosa leyenda como él dice que constituye una llamada de reunión de una irresistible fuerza.
Es un eslogan movilizador que este eminente político realista no podía ignorar. De esta manera proclama, transformando la poderosa leyenda del retorno en realidad histórica: Palestina es nuestra inolvidable patria histórica este solo nombre sería un grito de reunión poderoso para nuestro pueblo. La cuestión judía no es para mí ni una cuestión social, ni una cuestión religiosa, es una cuestión nacional.
3. Es una doctrina colonial. A este respecto Theodor Herzl no oculta sus objetivos: como primera etapa, realizar una Compañía a la carta, bajo la protección de Inglaterra o de cualquier otra potencia, a la espera de hacer el Estado judío.
Por ello se dirige a quien se había revelado como el maestro en este tipo de operaciones: el traficante colonial Cecil Rhodes, que, de su Compañía a la carta, supo hacer una África del Sur, dando a una de las tierras integrantes su propio nombre: Rhodesia. Herzl le escribió, el 11 de enero de 1902: Le ruego que me envíe un texto en el que diga que ha examinado mi plan y que lo aprueba. Si se pregunta por qué me dirijo a Vd., Sr. Rhodes, le diré que es porque mi programa es un plan colonial. Doctrina política, nacionalista y colonial, tales son las tres características que definen al sionismo político tal y como triunfó en el Congreso de Basilea, en agosto de 1897. Theodor Herzl, su fundador, pudo decir, con justa razón al término de este Congreso: He fundado el Estado judío.
Medio siglo más tarde es en efecto esta política la que aplicarán escrupulosamente sus discípulos al crear, según sus métodos y siguiendo su línea política, el Estado de Israel (inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial). Pero esta empresa política, nacionalista y colonial, no tenía nada de la proyección de la fe y la espiritualidad judías. Al tiempo del Congreso de Basilea que no pudo celebrarse en Munich (como lo había previsto Herzl), se celebraba en América la Conferencia de Montreal (1897) donde, a propuesta del Rabino Isaac Meyer Wise, la personalidad judía más representativa de la América de entonces, se votó una moción que se oponía radicalmente a dos lecturas de la Biblia, la lectura política y tribal del sionismo y la lectura espiritual y universalista de los Profetas. Desaprobamos completamente cualquier iniciativa tendente a la creación de un Estado judío. Tentativas de este género ponen en evidencia una concepción errónea de la misión de Israel que los Profetas judíos fueron los primeros en proclamar Afirmamos que el objetivo del judaísmo no es ni político, ni nacional, sino espiritual. Apunta hacia una época mesiánica en la que todos los hombres reconocerán pertenecer a una sola gran comunidad para el establecimiento del Reino de Dios sobre la tierra.
Esta fue la primera reacción de las organizaciones judías desde La Asociación de los rabinos de Alemania, hasta la Alianza Israelita Universal de Francia, la Israelitische Allianz de Austria, al igual que las Asociaciones judías de Londres.
Esta oposición al sionismo político, inspirado por el vínculo a la espiritualidad de la fe judía, no ha cesado de expresarse. A continuación de la Segunda Guerra Mundial, se aprovechó en la ONU, la rivalidad entre las naciones, y sobre todo el apoyo incondicional de los Estados Unidos, para que el sionismo israelí se impusiera como fuerza dominante y, gracias a sus lobbies, invirtió la tendencia e hizo triunfar la política israelí-sionista de poder, contra la admirable tradición profética. Sin embargo no logró acallar la crítica de los grandes místicos. Martin Buber, una de las más grandes voces judías de este siglo, no cesó, hasta su muerte en Israel, de denunciar la degeneración e incluso la conversión del sionismo religioso en sionismo político.
Martin Buber declaraba en Nueva York: "El sentimiento que me embargaba, hace sesenta años, cuando entré en el movimiento sionista, es esencialmente el que siento hoy. Esperaba que este nacionalismo no siguiera el camino de otros que comienzan por una gran esperanza y se degradan posteriormente hasta convertirse en un egoismo sagrado, que osan incluso, como el de Mussolini, proclamarse como sacro egoísmo, como si el egoísmo colectivo pudiera ser más sagrado que el egoísmo individual. Cuando regresamos a Palestina, la cuestión era: ¿Quiere Ud. venir aquí como un amigo, un hermano, un miembro de la comunidad de pueblos de Oriente Próximo, o como el representante del colonialismo y del imperialismo? La contradicción entre el fin y los medios a alcanzar ha dividido a los sionistas: unos querían recibir de las Grandes Potencias privilegios políticos particulares, otros, sobre todo los jóvenes querían solamente que se les permitiera trabajar en Palestina con sus vecinos, para Palestina y para el porvenir. No siempre fueron perfectas nuestras relaciones con los árabes, pero existía, en términos generales, una buena vecindad entre el pueblo judío y el pueblo árabe. Esta fase orgánica del establecimiento en Palestina perduró hasta la época de Hitler. Fue Hitler quien empujó a las masas de judíos a venir a Palestina. De esta forma, a un desarrollo orgánico selectivo se sucedió una inmigración de masas con la necesidad de encontrar una fuerza política para su seguridad. En el Ihud propusimos que judíos y árabes no se contentaran con coexistir sino en cooperar. Ello haría posible un desarrollo económico de Oriente Próximo, gracias al cual Oriente Medio podría aportar una gran y esencial contribución al futuro de la humanidad."
Dirigiéndose al XII Congreso Sionista celebrado en Karlsbad, el 5 de septiembre de 1921, decía: "Nosotros hablamos del espíritu de Israel y creemos que no es parecido al de las demás naciones. Pero si el espíritu de Israel no es más que la síntesis de nuestra identidad nacional, nada más que una bella justificación de nuestro egoísmo colectivo transformado en idolo, nosotros, que hemos rehusado aceptar cualquier otro príncipe que no sea el Señor del Universo, entonces somos como el resto de las naciones y bebemos con ellos en la copa que les embriaga. La nación no es el valor supremo. Los judíos son más que una nación: son los miembros de una comunidad de fe. La religión judía ha sido desarraigada, y ésta es la esencia de la enfermedad cuyo síntoma fue el nacimiento del nacionalismo judío a mediados del siglo XIX. Esta forma nueva del deseo de la tierra es el trasfondo que marca lo que el judaísmo nacional moderno ha tomado en préstamo del nacionalismo moderno de Occidente ¿Qué tiene que ver en todo esto la idea de la elección de Israel? La elección no designa un sentimiento de superioridad sino un sentido de destino. Este sentimiento no nace de una comparación con los demás, sino de una vocación y de una responsabilidad de cumplir la tarea que los Profetas no han cesado de recordarnos: si os vanagloriáis de ser los escogidos en lugar de vivir en la obediencia a Dios, cometeis una felonía."
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