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Antiliberalismo
Sumario
Rechazo del liberalismo económico
La crítica al liberalismo económico proviene normalmente de quienes, por algún motivo, repudian al sistema capitalista -ya que hay una estrecha relación entre liberalismo y capitalismo, aunque sin ser necesariamente ambos conceptos sinónimos.
Esta perspectiva sostiene que o bien el sistema de producción o bien el sistema de comercialización de bienes y servicios que proponen adoptar los liberales es -de algún modo y en algún punto- nocivo para la vida del ser humano. El consumismo, por ejemplo, es señalado en este contexto como una de las desventajas sociales generadas por las ideas liberales en torno al comercio, mientras que los problemas en el ámbito de la producción están relacionados a la permisividad y naturalización de la explotación laboral.
También se le reprocha al liberalismo económico ser una ideología que excluye y hasta abandona a quienes sufren la pobreza, pues, habitualmente, aquel con escasos recursos no puede insertarse en el mercado del mismo modo en que lo hace alguien con mayores recursos.
Rechazo al liberalismo político
La democracia liberal ha sido objeto de cuestionamientos desde su origen. Al ser el liberalismo político una doctrina fundamentalmente individualista, rechaza el organicismo social de la tradición clásica para suplantarlo por la idea del contrato social. Esto implica postular que toda sociedad está basada en una igualdad inicial, donde cada individuo goza de la misma libertad que cualquier otro y dependerá de si mismo para cumplir con sus metas de vida, compitiendo mano a mano con sus pares. Toda relación social -bajo este punto de vista- se trataría de intercambios libres entre propietarios que buscan conservar o acrecentar su patrimonio.
Debido a estos fundamentos filosóficos, la sociedad liberal carece de todo teleologismo, es decir no tiene un fin o un propósito común sino una multiplicidad de fines que cada individuo se impone de acuerdo a sus gustos e intereses (y llama "progreso" a ese conjunto heterogéneo). De este modo el concepto de libertad individual se vuelve central, y todo el sistema político se reconfigura en torno a la ambición de garantizar su pleno despliegue y desarrollo: muchas libertades adquieren carácter sacro (libertad de expresión, libertad de asociación, libertad de circulación, etc) pero sobresale de entre todas ellas la libertad económica.
Los derechos, aquí, son solo un límite a la posibilidad de que los individuos actúen en contra de otro, por ello no determinan que se puede hacer sino más bien que no se puede hacer.
De allí que la democracia se acople al liberalismo mejor que otras formas de organización y gobierno, dando origen al régimen demoliberal que ha resultado tan popular a nivel global a partir del siglo XX.
Pues bien, los que critican al liberalismo político señalan que incurren en el error de equiparar a los lazos sociales con los vínculos económicos, desconociendo de ese modo la naturaleza del ser humano. En efecto, cuando Adam Smith señalaba que en una sociedad de individuos libres éstos se regularían a si mismos al perseguir sus propias metas, suponía la existencia de un grado de racionalidad y razonabilidad que el ser humano simplemente no posee.
Otro cuestionamiento al liberalismo político emerge de la consideración acerca del papel del Estado en la vida social: esta entidad, de acuerdo a su perspectiva, no tiene función alguna más que la de obrar como custodio y garante de la libertad de cada individuo. Por ello para la mentalidad liberal cuestiones como la drogadicción o el homosexualismo no deben ser reprimidas por las fuerzas estatales, ya que considera que esos asuntos, mientras no dañen a otros individuos, son objetivos de vida válidos. Quienes discrepan con los liberales en este aspecto sostienen, por el contrario, que la libertad de cada individuo debe estar, o bien en función de los objetivos del Estado, o bien en el mayor grado de concordancia con ellos, es decir sostienen que el Estado debe o bien promover la vida virtuosa o bien convertirse en represor del vicio social.
Rechazo al liberalismo cultural
El liberalismo cultural, al hacer una poderosa defensa de la libertad, sostiene que el ser humano es plenamente racional, lo que significa que es capaz de calcular los recursos propios que debe emplear para obtener el máximo de placer y felicidad en su vida cotidiana. De esta premisa se sigue la conclusión de que cada liberal se cree capaz de conocer y darse a sí mismo la ley, y de edificar su vida según lo que que él entiende por lo bueno y lo justo. Así, dentro de esta concepción, queda expulsada cualquier pretensión externa a los individuos o toda autoridad que no sea el mismo individuo.
El problema con estas ideas -según afirman los críticos del liberalismo cultural- es que parten del error de pensar a la naturaleza humana como progresiva. Esto significa que para el liberal cualquier individuo está totalmente capacitado para autoafirmar su personalidad, ya que si cada decisión que toma no se encuentra reprimida por un poder externo, entonces refleja su naturaleza intrínseca y encarna su felicidad. En una sociedad donde cada individuo es feliz, se supone que no habrá más conflictividad social.
Pues bien, aceptar esa visión implica, por un lado, descartar el concepto de libertinaje por impertinente, y, por el otro, adoptar a la corrección política como eje vertebrador de la vida social, puesto que si la moral colectiva queda definida por cada individuo, entonces sólo resta tolerar lo que cada individuo invente para si en términos morales. De esa manera, por ejemplo, si un hombre se considera mujer o una mujer se considera hombre ignorando su naturaleza biológica, esa decisión debe ser respetada por los demás, pues brota de la libertad que cada individuo posee para estimar qué lo hará feliz.