Batalla de Krasny Bor

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El 10 de febrero de 1943 se produce en los arrabales de Leningrado el más sangriento hecho en el que intervino la División Azul y la última gran batalla en la que un Ejército Español interviene en Europa: La batalla de Krasny Bor, donde 5.900 soldados de la División Azul encuadrada en la Division 250 del Ejército alemán, hicieron frente a un total de 4 divisiones soviéticas (44.000 infantes) y dos regimientos acorazados con aproximadamente 100 carros de combate (El número real podría estar entre los 65 y los 100). Se producen casi 4.000 bajas entre los españoles, pero se consigue detener el avance haciendo fracasar la ofensiva soviética y causando entre 11.000 y 14.000 bajas al Ejército Rojo. Cerca de 300 españoles cayeron prisioneros.

Despliegue en el cerco de Leningrado

El 19 de agosto de 1942, Agustín Muñoz Grandes recibe instrucciones de trasladar a la División Azul para reforzar el cerco de Leningrado.

Se encuadra ahora a la División Azul en el XXIVº Cuerpo de Ejércitos Norte, dentro del XXXIIIº Ejército, bajo el mando directo del Generaloberst Lindemann, desplegándose en un principio en los alrededores de Vyriza para reponer las bajas de los diezmados batallones. El 1 de septiembre de 1942 son trasladados a la línea del frente, y el 7 de septiembre relevan efectivamente a la 121ª División, ocupando sus búnkers y posiciones a lo largo de 17 km en una línea que va desde Alexandrovka a Krasny Bor, a lo largo del ferrocarril Moscú-Leningrado.

El general Muñoz Grandes instala su puesto de mando en un palacete en Pokroskaia y revisa cuidadosamente su sector. Una llanura pantanosa que cruzan los ríos Slavianka e Ishora que van a desembocar al Neva; un tupido bosque que rodea las poblaciones ocupadas ahora por los españoles, al SE de la vieja capital de los Zares. Un total de 14.600 divisionarios quedan desplegados en el frente de Leningrado, aproximadamente un tercio del total de la División Azul es destinada a este frente.

Decide fortificar sus posiciones dada la proximidad del enemigo. El 2 de octubre, el general español recibe la visita de Lindemann y Von Manstein, que le informan del retraso en el asalto a Leningrado. Noche tras noche arrecian los bombardeos de la Luftwaffe sobre la ciudad. El 12 de diciembre, Muñoz Grandes recibe la comunicación oficial de su ascenso a Teniente General y, con ella, la orden de entregar el mando de la División a Emilio Esteban Infantes. Al día siguiente, en el Cuartel General de Rastenburg, el propio Führer le impone las Hojas de roble a su Cruz de Caballero. La condecoración es una de las 240 que el III Reich concederá entre casi 15 millones de combatientes alemanes.

La batalla

A las 6:40 de la madrugada del 10 de febrero de 1943, 80 cañones de 187, baterías rusas con piezas de 203 y 124 mm, 2 batallones de morteros y Katyusha de 156 mm bombardeaban las líneas divisionarias destrozándolo todo, incluidos los puestos de mando y las líneas de retaguardia. Son disparados cada 10 segundos por cada pieza artillada contra posiciones españolas decenas de miles de proyectiles de artillería (con una cadencia aproximada de un disparo lera). Este devastador y denso bombardeo dura más de dos horas y en él se produce un cuarto de las bajas españolas de la batalla.

Tras la preparación artillera para el ataque, cuatro divisiones soviéticas de infantería, las 43ª, 45ª, 63ª y 72ª, con un total de 44.000 hombres, apoyadas por el 31º y 46º Regimientos acorazados que comprendían casi 100 carros de combate entre KV-1 y T-34, dos batallones de cañones anticarro con piezas ZIS de 76 mm, la 35ª Brigada Motorizada y las 34ª y 250ª Brigadas de Esquiadores se lanzan, escalonadamente, contra las ya maltrechas líneas españolas que defendían un total de 5.900 soldados (4.500 divisionarios más tropas de las SS y Wehrmacht), castigadas por la intensa y densa barrera artillera.

Los soviéticos, convencidos de que el brutal bombardeo artillero ha destruido cualquier posición o intento de resistencia, avanzan de frente sobre el sector del cerco defendido por los divisionarios españoles. Los españoles, abrumados por la superioridad soviética, salen de sus agujeros, e intentan reagrupan los restos de las unidades supervivientes, montan sus ametralladoras MG34, toman posiciones en los cráteres que han producido los obuses soviéticos y hacen frente con violencia debido a que los españoles habían visto en pocas ocaciones que los rusos tomaban prisioneros y por sus mentes pasaba que preferian morir en combate antes que caer en las manos de las tropas soviéticas. El termómetro no subió de los 25º bajo cero en todo el combate.

Batallones enteros luchan hasta el final, los españoles inmediatamente sienten los estragos hechos por los francotiradores sovieticos que cobran la vida de mas de 121 divisionarios. Según relatos de los supervivientes se producen cruentos asaltos a la bayoneta y se lucha cuerpo a cuerpo una vez agotadas las municiones, en estos combates cuerpo a cuerpo se producen la mitad de las bajas españolas en combate debido a que los españoles no estaban preparados para los combates cuerpo a cuerpo, los rusos tomaron ventaja e hicieron una verdadera masacre con sus bayonetas. Las unidades que son copadas en el asalto, no se rinden, combatiendo en todas direcciones sin tregua.

Se producen casi 4.000 bajas entre los españoles (muertos, heridos y capturados), pero se consigue detener el avance haciendo fracasar la ofensiva soviética y produciendo unas 11.000 bajas al Ejército Rojo. Cerca de 300 españoles cayeron prisioneros.

Consecuencias

Después del fracasado asalto soviético, el frente sólo retrocede 3 km en algún sector, pero el cerco no se rompe. El ejército soviético no vuelve a enfrentarse directamente a las tropas españolas, limitándose a bombardeos aéreos o artilleros. El mando soviético ordenó a sus fuerzas pasar a la defensiva. El frente queda estabilizado por un año.

La batalla de Krasny Bor, con una encomiable resistencia de la División Azul, hizo fracasar la Operación Estrella Polar, una gran ofensiva posterior para romper el sitio de Leningrado. Se consiguieron tres de las ocho condecoraciones laureadas de la División Azul en la URSS.

Casi trescientos divisionarios fueron hechos prisioneros de guerra por el ejército soviético, y encarcelados en Gulags en Siberia, condenados a trabajos forzados. Fueron los últimos repatriados a España en 1954, y llegaron al puerto de Barcelona el 2 de abril de 1954 en el barco liberiano Semíramis.

Orden de batalla

Frente de Leningrado - Unión Soviética

55 Ejército Soviético, 44.000 soldados - General V.P. Sviridov

  • 43º División de infantería
  • 46º División de infantería
  • 56º División de infantería
  • 72º División de infantería
    • 14º Regimiento de infantería
    • 133º Re de infantería
    • 141º Regimiento de infantería
    • 9º Regimiento de artillería
  • 131º División de infantería
  • 268º División de infantería
  • 45º División de Guardias fusileros
  • 63º División de Guardias fusileros
  • 56º Brigada de fusiles
  • 250º Brigada de fusiles
  • 122º Brigada acorazada
  • 31º Regimiento acorazado
  • 34º Brigada de esquiadores
  • 35º Brigada de esquiadores
  • 187 baterías de artillería de todos los calibres en formaciones artillleras independientes
  • 2 Batallones independientes de morteros y lanzacohetes
  • 2 Batallones independientes contracarro equipados con cañones antitanque de 76.2 mm

Alemania - Cuerpo de Ejércitos Norte, XVIII Ejército

50º Cuerpo alemán - General Kleffel

  • Elementos de la División Azul (250. División de Infantería), 4.500 soldados - Emilio Esteban Infantes
    • 250º Batallón de reemplazo
    • 262º Regimiento (3 batallones)
      • Compañía de esquiadores
    • 250º Batallón de Reconocimiento
    • 1º Batallón de Artillería (3 Baterías) con cañones de 10.5 cm
    • Una batería del 3º Batallón de Artillería con cañones de 10.5 cm
    • Una batería del 4º Batallón de Artillería con cañones de 10.5 cm
    • 250º Batallón antitanque con cañones contracarro de 37 mm Pak36
    • Grupo de zapadores de asalto
    • Una compañía independiente de cañones antitanque con cañones contracarro de 75 mm Pak40
  • 4º División de policía de las SS
  • 212º grupo de combate de la división de infantería
  • 215º grupo de combate de la división de infantería
  • Grupos de combate de las 11º, 21º, 227º divisiones de infantería
  • Legión voluntaria de las SS Flandes (2 compañías)
  • Legión voluntaria de las SS Lituania (2 compañías)

Bibliografía

  • Lucharon en Krasny Bor (I), por Fernando Vadillo.
  • Lucharon en Krasny Bor (II), por Fernando Vadillo.
  • Arrabales de Leningrado (I), por Fernando Vadillo.
  • Arrabales de Leningrado (II), por Fernando Vadillo.
  • Artillería en la División Azul (Krasny Bor), por el Capitán Antonio de Andrés y Andrés.
  • Morir en Rusia, por Carlos Caballero Jurado.
  • Intrépidos y sucios. Los españoles vistos por Hitler, por César Vidal.

Artículo de opinión

Nuestra lucha no empezó ayer... ni terminará mañana

Relatos de la División Azul

Por el Teniente Ángel Salamanca


El 10 de febrero se cumple el 60 aniversario de Krasny Bor, la más dura batalla de la División Azul en el frente ruso. Un superviviente, el entonces sargento Ángel Salamanca, rememora como la nieve se lleno de cadáveres de españoles.


Parece que el cielo se va a desplomar encima de ti, que se acaba el mundo, que nadie va a quedar vivo. Faltaban pocos minutos para las siete de la mañana del 10 de febrero de 1943 y había comenzado el miércoles negro en Krasny Bor. La artillería rusa inició el castigo sin piedad. Los españoles que estábamos en primera línea corrimos a los búnkeres a cobijarnos de los fogonazos de más de 800 cañones que hacían agujeros tan grandes como plazas de toros. La tierra temblaba y el humo hacía difícil la visibilidad . Estábamos escondidos como ratas en el búnker, a 2,5 metros de profundidad. Todo era ruido, fuego, gritos, lodo, nieve y sangre. El termómetro no subía de los 25º bajo cero. Pese al frío, se sudaba, pero no se comía, ni se bebía, ni se fumaba, ni se daban los buenos días.

Muchos oficiales, en labores de vigilancia, fueron alcanzados con los primeros bombazos, dejando sin mando a la tropa. Fue ésta una de las claves de la batalla. Se decía que nunca caía un obús o un mortero donde ya había caído otro. Mentira. Caían por cientos, unos encima de otros, y al explotar esparcían metal caliente en todas direcciones. Cada una de las 800 bocas vomitaba fuego cada 10 segundos, el tiempo necesario para cargar y disparar. Enseguida se sumaron los famosos organillos de Stalin, camiones con plataformas de artillería que disparaban consecutivamente, provocando un ruido atroz, como si fuesen órganos. Tanto poderío militar para el sector tan reducido por el que se peleaba era una barbaridad.

La División Azul estaba desplegada en el norte del pueblo de Krasny Bor, en un frente de 20 kilómetros de largo al sur del sitiado Leningrado. Desde 1941 los alemanes habían cercado la ciudad y, en su intento definitivo por acabar con el sitio, los soviéticos habían elegido Krasny Bor. Estábamos, pues, en el eje de su ataque. Mi unidad, unos 5.000 hombres - aproximadamente un tercio de los efectivos españoles - se encontraba allí.

Yo estaba incorporado como sargento a la Quinta Compañía del II Batallón del Regimiento 262, a las órdenes del capitán Teodoro Palacios, quien me destinó a la segunda sección, al mando del alférez Céspedes. A mi cargo tenía un pelotón reducido de 35 hombres. Venía de una larga experiencia en combate en primera línea adquirida en los frentes de Aragón, Madrid y Cataluña durante la Guerra Civil desde agosto de 1936, cuando tenía 17 años. Me enrolé en la División Azul en verano de 1942, en Logroño.

Cuando empezaron las hostilidades aquella mañana del 10 de febrero, en realidad hacía ya días que sabíamos que algo gordo se cocía en las filas rusas. En las trincheras, Radio Macuto informa con mucha antelación. Un ucraniano que se pasó al bando español en la noche del 9 de febrero fue la señal inequívoca de que el ataque era inminente: llevaba ropa interior nueva, una costumbre local antes de la batalla para morir limpios y puros si caían abatidos en combate. Entendimos rápidamente que en pocas horas empezaría el baile. Había tensión, pero no miedo.

El fuego de artillería duró más de dos horas, en las que se produjo la mitad de las bajas del día. Al cesar la artillería, comenzaron las pasadas de la aviación enemiga, que hostigaron especialmente a nuestra Quinta Compañía; sólo en el pelotón bajo mi mando hubo una decena de bajas, entre muertos y heridos, en las tres primeras horas. Otras compañías fueron literalmente trituradas.

Pese a que el avance terrestre del Ejército Rojo se produjo por cuatro líneas de penetración con una división en cada una - 44.000 hombres en total -, se toparon con serias dificultades. El calor de la artillería había dejado el acceso a nuestras nevadas posiciones como un completo barrizal por donde los carros de combate KV-1 y T-34 quedaban atascados y los esquiadores, empantanados.

Pero más importante fue que no esperaban nuestra respuesta. Creían que tras el bombardeo estaríamos todos muertos. Y lo que hicimos fue salir a nuestros puestos, emplazar las máquinas y recibirlos a fuego limpio. Las órdenes del capitán Palacios eran claras: "¡Resistir y resistir!".

Aunque la infantería rusa llegaba por oleadas, lo hacía muy desordenada y pudimos repeler los primeros ataques. Había que resistir hasta morir. Pero iban acumulándose las bajas; entre ellas la del alférez Céspedes. Si había heridos, se les evacuaba. Si había cadáveres, se apartaban para no pisarlos y se seguía disparando. El espectáculo era dantesco. Para coger una pistola y pegarse un tiro.

A media mañana, los rusos habían perforado el frente por tres sitios, pero los capitanes Campos, Oroquieta, Aramburu y Palacios resistían a duras penas con seis compañías muy debilitadas. La Luftwaffe no hacía acto de presencia; y la División SS Volkspolizei, situada en la media distancia, no podía auxiliar, pues debía aguantar para hacer frente a una previsible embestida rusa.

A mediodía estábamos prácticamente cercados por el flanco izquierdo. Mi sección, sin oficial al mando, era ya un islote con unos pocos supervivientes. Sólo pude atrincherarme y abrir fuego de costado. Primero con un único tubo de mortero que defendía Joaquín, un cabo de Ponferrada. Cubría su ojo izquierdo con una mano porque le habían pegado un tiro en la cara.

Nos retiramos por la trinchera de evacuación y regresé con dos soldados más para recuperar parte de la munición y alimentos del búnker y destruir el resto. Tiramos bombas de mano como locos. Al retirarnos al enclave donde resistía Palacios, éste me dijo: "¡Salamanca, desde este momento eres Medalla Militar!". Acto seguido acudí al sector del puesto de mando. Sólo quedaba operativo un fusil ametrallador, pero causó estragos.

Llegaban columnas con medio centenar de hombres que eran abatidos sistemáticamente. Disparábamos ferozmente, sin parar, esperando a que el enemigo se encontrase a menos de 100 metros, disparábamos al bulto. Pero hasta un ciego habría hecho blanco.

Toda la potencia de fuego de la máquina, 1.300 disparos por minuto, provocó una carnicería en las filas enemigas y nos mantuvo con vida. No es que nuestro cañón estuviese caliente, es que estaba al rojo vivo. En la refriega, tres veces cayó el soldado que la servía. Cuando un cuarto soldado me dijo con la mirada: Sargento, ¿quiere usted que me maten?, decidí empuñar personalmente la ametralladora. Al cabo, los rusos acertaron con una granada de 120 que cayó ante el cañón. Salí despedido cuatro metros, perdiendo el conocimiento momentáneamente, la cara llena de sangre y metralla y una ceguera casi total por el alumbramiento del fogonazo. Fui evacuado al búnker. Luego supe que tenía también una herida de bala en la rodilla.

Sin munición, con la mayoría de los supervivientes heridos y los indemnes, agotados, el final estaba próximo. A las tres de la tarde, un soldado entró al búnker: "De parte del capitán, que salgáis todos; estamos hechos prisioneros". Los 25 heridos salimos y encontramos a otros 18 hombres con las manos en alto con el capitán Palacios al frente. Nos mandaron formar e hicieron un simulacro de fusilamiento pero sólo se tiraron como fieras sobre nuestros relojes y todo lo que llevábamos.

El trayecto hasta Kolpino, en fila de a tres, fue entre una alfombra de cadáveres. No nos trataron mal gracias a un jefe de escolta mongol que no debió de haber otro mejor en toda la Unión Soviética. Los 30 detenidos de Oroquieta, con los que enlazamos, recibieron toda suerte de golpes. Al llegar a Kolpino, un enloquecido grupo de mujeres rusas trató de atacarnos, pero el mongol las rechazó a culatazos.

Enseguida empezaron los interrogatorios, con las traducciones de un español enrolado en el Ejército soviético. Todo el afán del coronel ruso era saber qué armamento usábamos, hablándonos incluso de un arma secreta de Hitler. Dice el coronel que habéis causado más de 14.000 bajas, y eso es imposible con ametralladoras y fusiles Máuser corrientes, nos informó el republicano español.

Luego vino un cautiverio en campos de concentración que se alargó hasta 1954. Las estadísticas hablan de 2.252 bajas españolas (1.125 muertos, 91 desaparecidos y 1.036 heridos) en un solo día. Otras 1.000 se sumaron en los días posteriores. Aunque los españoles retrocedimos ese día tres kilómetros, los rusos no avanzaron más. Tras intensos combates, el mando soviético ordenó a sus fuerzas pasar a la defensiva. El frente quedó estabilizado durante un año.

La batalla de Krasny Bor, con una encomiable resistencia de nuestra División - el 10 de febrero se consiguieron tres de las ocho laureadas de la División Azul en la URSS - enterró una gran ofensiva posterior para romper el cerco de Leningrado. Los divisionarios que luchamos allí y estuvimos cautivos hasta 1954 no supimos qué ocurrió hasta el regreso a España, pero teníamos la creencia de que la ofensiva no había llegado más al sur que Krasny Bor.

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