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Emperador
Un emperador (del término latino imperator ) es el monarca soberano de un imperio o un monarca que tiene como vasallos a otros reyes.[1] Es el título de mayor dignidad, por encima del rey,[1] y su equivalente femenino es emperatriz para referirse la esposa de un emperador (emperatriz consorte), madre (emperatriz viuda), o una mujer que gobierna por derecho propio (emperatriz titular o reinante).
El Emperador de Japón es el único monarca reinante en la actualidad cuyo título se traduce como "emperador".
Sumario
Historia
En el año 27 a. C., Octavio Augusto unificó el mundo romano y estableció la entidad política conocida generalmente como Imperio romano por oposición a la República Romana, pero no se atrevió a asumir poderes absolutos y quebrar de esta manera el sistema político de la República, debido al ejemplo que representaba el asesinato de Julio César el año 44 a. C., precisamente acusado por los senadores de querer acabar con las libertades civiles republicanas. De esta manera creó el principado, un régimen político en el cual se mantenían todos los cargos y formas republicanas, pero todos los grandes cargos públicos eran asumidos por Octavio Augusto. De esta manera, Octavio se garantizaba el control efectivo del Imperium. Aunque éste aceptó para sí tan solo el título de princeps civium (esto es, el primero de los ciudadanos), en la práctica el título más importante que quizá tenía era el de Imperator o jefe del ejército, porque era éste el último garante de la paz romana después de las cruentas guerras civiles libradas en el último siglo. Esto, como se ha visto, no impidió que el Senado "saludara" a otros imperator.
Durante los dos siglos siguientes, los emperadores romanos eran usualmente referidos como princeps, esto es, príncipes, dado que el clima político y de paz favorecía el predominio de la función civil del emperador. Sin embargo, a raíz de la Crisis del siglo III, cuando el mando del Imperio pasó a estar en manos de caudillos militares, el monarca romano fue adquiriendo un cariz mucho más militar, hasta el punto de que, dado el clima de inestabilidad, su única garantía para mantenerse en el poder era su fortaleza como caudillo militar. De esta manera, el uso del título Imperator se generalizó, y con el paso del tiempo se fue identificando el título de emperador con el de amo y señor absoluto de un imperio.
La caída de Roma occidental
Una vez derrumbado el Imperio romano de Occidente, el Imperio bizantino se consideró continuador de la tradición romana, aunque abandonó la lengua y la cultura latina por la helénica que predominaba en los territorios orientales del Imperio romano. Tras la muerte de Justiniano I, la pretensión de continuidad con los emperadores romanos fue abandonada poco a poco, y se sustituyó el latín, hasta entonces la lengua administrativa del Imperio bizantino, por el griego. Así, a partir de Heraclio, los emperadores bizantinos se hicieron llamar con el término griego basileus, que significa rey. Sin embargo, en el ámbito oriental comenzó a cobrar fuerza también el título de zar, derivado del nombre latino César, y que se aplicó después al zar de Bulgaria, para ser tomado en su momento por los zares del Imperio ruso, una vez caída Constantinopla en manos de los otomanos.
En Occidente no existieron emperadores desde el año 476, pero la Iglesia de Roma se consideraba continuadora del Imperio en el campo espiritual. Inicialmente los papas romanos reconocieron a los emperadores bizantinos como continuadores de la tradición imperial romana, pero las crecientes desaveniencias entre ambos, debidas a las continuas injerencias de los emperadores bizantinos para forzar las elecciones papales y al desinterés que mostraron por la defensa de Roma ante las invasiones bárbaras, hicieron que el papado dirigiera la mirada hacia el creciente poder político de los francos. De esta manera los papas llamaron a Pipino el Breve en su ayuda para que acabara con la amenaza de los longobardos, entronizándolo como rey de los francos en recompensa.
Su hijo Carlomagno fue coronado Emperador de Occidente el año 800 en Roma, en un sorpresivo gesto del Papa León III; oficialmente se sostiene que por agradecimiento ante su intervención durante una revuelta en Roma. En el año 812, el emperador bizantino Miguel I Rangabé reconoció a Carlomagno como Emperador de Occidente a través de un tratado firmado en Aquisgrán, aunque esta aceptación fue endeble, ya que Bizancio consideraba que la nueva realeza germana no tenía lazo jurídico alguno con el Imperio romano, mientras que el Imperio bizantino sí que era (en el papel, al menos) sucesor legal de éste, en Oriente.
El uso moderno del título emperador nace realmente en ese momento. Cuando Carlomagno es coronado en Roma, rescata el título militar romano de Imperator, pero olvidando su cariz militar pasa a tomarlo como sinónimo de '"rey". De esta manera, el monarca de un territorio extenso como el de Carlomagno investido con alguna legitimación divina viene a ser tratado como un emperador.
Después de que los nietos de Carlomagno se repartieran su imperio en el Tratado de Verdún (843), hubo varios advenedizos que con mayor o menor fortuna intentaron hacerse reconocer como emperadores, tratando de forzar al Papa mediante el envío de expediciones militares a Italia. Finalmente en el año 962 el rey germano Otón el Grande consiguió ser coronado legítimo emperador de Occidente, lo que le proclamaba como heredero de Carlomagno, fundándose así el Sacro Imperio Romano Germánico. Sus sucesores conservarían el título hasta el año 1806, aunque el propio Sacro Imperio Romano Germánico fue prácticamente desmantelado en 1648, con el final de la Guerra de los Treinta Años y con la consiguiente firma del Tratado de Westfalia.
Sacro Imperio Romano Germánico
Durante siglos se admitió en Occidente que el Papa, como legítimo custodio de la tradición romana, era el único capaz de designar emperadores. Supuestamente, en la concepción medieval, el mundo estaba bajo la tutela temporal del emperador, y la espiritual del Papa, como señores conjuntos del mundo cristiano (y del mundo, en definitiva, por cuanto el Papa se consideraba Vicario de Cristo para toda la Humanidad). De esta manera sólo podía haber un único emperador, con jurisdicción sobre todos los reyes cristianos.
Sin embargo, este sueño estuvo lejos de cumplirse, ya que nunca el emperador de Occidente consiguió imponerse a todos los reyes cristianos; quien llevó más lejos este sueño fue el emperador Carlos V del Sacro Imperio, rey de España. Sin embargo, aunque los reyes medievales se trenzaran en múltiples guerras, e incluso muchos de ellos combatieran por las armas al emperador de turno, jamás intentaron tomar para sí el título por no contar con las bases legales para ello.
El Imperio napoleónico
Durante el siglo XVIII se había producido un fuerte renacimiento del clasicismo romano (Neoclasicismo), que se había vinculado a la idea de que la Razón iba a superar el oscurantismo que se identificaba con la Edad Media. En lo político (y también en lo artístico), Napoleón trató de regresar al modelo imperial romano, por lo que se transformó en cabecilla de un gobierno directorial a la manera romana: el Consulado. Napoleón finalmente mandó llamar mediante presiones y amenazas al Papa Pío VII para coronarse emperador en la catedral Notre Dame de París, en el año 1804. Cambió la tradición al acordar previamente con Pío VII que él mismo se pondría la corona en la cabeza, lo cual fue aceptado por el Papa, que se limitó a dar su bendición. Esto significaba que el Papa ya no era fuente de legitimación del emperador, que lo era por sus méritos y no por derecho divino.
Sin embargo, todavía seguía existiendo el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, a la sazón Francisco II, quien optó por renunciar a su título en 1806 y adoptar el de Emperador de Austria con el nombre de Francisco I. El Imperio austríaco seguiría siendo, tras el Congreso de Viena, el heredero del Sacro Imperio y, tras la derrota contra Prusia en la Guerra Austro-Prusiana de 1866, pasaría a llamarse Imperio austrohúngaro. En 1871 el rey Guillermo I de Prusia, después de la Guerra Franco-Prusiana, y considerándose legítimo heredero del Sacro Imperio Romano Germánico, al haber derrotado previamente a Austria-Hungría, se proclamó emperador de Alemania. Ambos imperios, Austrohúngaro y Alemán, serían abolidos en 1918 y con ellos se extinguiría la línea del Imperio romano de Occidente. La del Imperio romano de Oriente habría desaparecido el año anterior, en 1917, con la caída de los zares en Rusia.
No obstante, el gesto de Napoleón no sólo fue calificado como una usurpación por parte de un advenedizo sin títulos legales ni jurídicos para su acción, sino que además abrió la espita para otros, que acto seguido se proclamaron emperadores en otros lugares. De esta manera, en Haití reinaron los emperadores Jacobo I de Haití (1804-1806) y Faustino I (1847-1859). En México, el general Agustín de Iturbide se proclamó como emperador Agustín I en 1821, aunque sería derrocado al año siguiente; en 1864 asumiría Maximiliano I, entronizado por los ejércitos de Napoleón III, y duraría en funciones hasta ser fusilado en 1867. Al año siguiente de la entronización de Agustín Iturbide, en 1822, se proclamó el Imperio de Brasil, con Pedro I de Brasil como emperador y después su hijo Pedro II de Brasil; éste duraría hasta la proclamación de la República en 1889.
La reina Victoria de Inglaterra se proclamaría, a su vez, Emperatriz de la India. Y en 1976 el general africano Jean Bédel Bokassa (admirador de Napoleón Bonaparte) transformó la República Centroafricana en Imperio Centroafricano, y él mismo se proclamó emperador Bokassa I en una desmesurada ceremonia; este dictador duraría hasta 1979, año en que fue derrocado.
Otros emperadores
Algunos títulos de monarcas han sido traducidos a las lenguas europeas como emperador, pese a que no guardan relación con el Imperio romano ni sus estados sucesores. Así, los soberanos de Persia o Irán han recibido el título de emperadores desde la creación del Imperio persa hasta su disolución en 1979. Puesto que Sah se tradujo como emperador, el término Sahbanu que solamente utilizó Farah Diba ha sido traducido como emperatriz. En China el título del monarca era el de Wáng, traducido como rey, y cuando se unificó el país pasó a ser Huángdì lo que se ha traducido como emperador y duró hasta 1912 con la deposición de Puyi. Si bien los soberanos de los grandes estados islámicos no han recibido por la historiografía este título, sino el de califa o sultán, dichos estados si que han sido llamados imperios, por lo que se habla del Imperio abásida, el Imperio Omeya o, más tarde, del Imperio turco u otomano.
En la actualidad, el único gobernante del mundo que conserva el título de emperador es el de Japón, si bien no tiene ninguna relación con el título de origen romano y es la traducción al castellano de la palabra tenno, que también puede ser entendida como "rey" o "monarca".
Hay pretendientes a los tronos que de varios países, que de ser restaurada la monarquía se convertirían presumiblemente en emperadores, como es el caso de la Gran duquesa María Vladímirovna de Rusia, Luis de Orleans-Braganza de Brasil y Maximiliano von Götzen de México.