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Pronunciamiento del 17 y 18 de julio de 1936
Sumario
La situación política y social
Desde el advenimiento de la Segunda República Española y especialmente desde la llegada al poder de la CEDA, el clima de violencia y extremismo político se había ido incrementando, casi sin interrupción.
El triunfo por escaso margen del Frente Popular en las elecciones parlamentarias del 16 de febrero de 1936 consolidó la polarización extrema de la vida política. Inmediatamente las organizaciones marxistas que integraban o apoyaban dicho Frente (Partido Socialista Obrero Español, Unión General de Trabajadores, Partido Comunista de España, Confederación Nacional del Trabajo, Partido Obrero de Unificación Marxista, etc.) se lanzaron a una campaña de violencia generalizada (huelgas, manifestaciones, ocupación de tierras, quema de iglesias, asesinatos, etc.) en un ambiente claramente de anarquía total.
Pronto surgieron o entraron en acción grupos que crearon una imparable espiral de acción-reacción. Los grupos políticos en auge eran los más extremistas de cada bando: Falange Española que se nutría de los descontentos de la CEDA y prácticamente había absorbido a su rama juvenil[1]); y los afines a Francisco Largo Caballero (a quien significativamente empezaron a llamar El Lenin Español) dentro del PSOE.
Por su parte, la victoria del Frente Popular y el creciente clima de violencia convencieron a muchos de que la democracia había fracasado y de que la República estaba a punto de caer en manos de asesinos marxistas al servicio de Moscú y, obviamente, de Stalin. Esto les llevó a la conclusión de que se imponían soluciones drásticas.
En la sesión parlamentaria del 16 de junio de 1936 el líder de la oposición José María Gil-Robles, presentó un informe sobre los desórdenes ocurridos desde las elecciones que incluía 170 iglesias incendiadas, 251 intentos fallidos de quema de iglesias, 269 muertos y 1.287 heridos por asesinatos políticos y choques callejeros, 133 huelgas generales y 218 parciales. Esto daba una idea de la magnitud de los problemas y del ambiente de enfrentamiento que se respiraba.
Los motivos de la rebelión
En el ambiente que reinaba en España en la primavera de 1936, el pueblo español temía que una oleada implacable de violencia atea barriese la sociedad y la Iglesia.[2]
Este temor se acrecentaba con los discursos incendiarios de Largo Caballero y otros dirigentes extremistas, y con las proclamas de la prensa izquierdista.
En la dinámica de venganzas y represalias de aquellos días, y con la fecha del pronunciamiento fijada para los días 10 al 20 de julio, el 12 de julio muere el teniente de la Guardia de Asalto José del Castillo Sáez de Tejada.
Castillo era conocido por su activismo izquierdista. Estaba acusado ser el culpable de la muerte de Andrés Sáenz de Heredia, primo de José Antonio Primo de Rivera. Además era miembro de la Unión Militar Republicana Antifascista, que fue una asociación española clandestina militar de izquierda surgida a finales de 1935 a partir de la Unión Militar Antifascista (creada en Melilla en 1934), que nucleaba a militares afines a la Segunda República Española, fundamentalmente socialistas y muchos de los cuales eran masones. Castillo también era instructor de las milicias de la juventud socialista.[3]
El mismo día de su muerte, en Ketama (Marruecos), varios de los sublevados llevaron a cabo el llamado juramento del Llano Amarillo, donde se perfilaron los detalles de la próxima sublevación.
A primeras horas del día siguiente, 13 de julio, un grupo de guardias de asalto salió a vengar la muerte de su compañero en la persona de algún político de derechas. Buscaron primero a Antonio Goicoechea y a Gil-Robles, pero al no encontrar a ninguno de ellos secuestran y matan a José Calvo Sotelo miembro del parlamento y líder de Renovación Española.
La rápida condena del crimen por parte del Gobierno y el arresto inmediato de quince oficiales de la Guardia de Asalto no sirvieron para disipar las dudas y varios diputados acusaron al Gobierno de estar implicado en el crimen durante el debate parlamentario que trató del asesinato de Calvo Sotelo. En cualquier caso, para cualquier observador imparcial, era intolerable que un líder de la oposición hubiera sido asesinado por oficiales uniformados conduciendo un vehículo del Gobierno.[4]
La conmoción que siguió al asesinato de Calvo Sotelo fue tremenda y convenció a muchos indecisos, incluido el mismísimo Francisco Franco, de que un pronunciamiento militar era la única salida posible. La intervención militar era necesaria para salvar al país de la anarquía y de la revolución marxista.
El levantamiento
Finalmente, y tras varios aplazamientos, el momento fijado para el inicio de la insurrección fue la mañana del 18 de julio de 1936. El general Mola advertía:
- "Ha de advertirse a los tímidos y vacilantes, que el que no esté con nosotros, está contra nosotros, y que como enemigo será tratado. Para los compañeros que no son compañeros el movimiento triunfante será inexorable".[5]
Aunque no existe ninguna fecha oficial para el final de la sublevación, muchos historiadores[6] coinciden en señalar la fecha del 20 de julio de 1936 como el final de la fase de sublevación y el inicio de la guerra propiamente dicha.
En ese momento los sublevados controlaban aproximadamente un tercio del territorio que incluía la práctica totalidad de Galicia, León, Castilla la Vieja, Álava, Navarra, la mitad occidental de Aragón (incluyendo las 3 capitales provinciales), el norte de Cáceres (incluyendo la capital), Canarias (excepto La Palma), Baleares (excepto Menorca), Ceuta, Melilla y todos los territorios coloniales españoles a excepción de la Guinea Española. También estaban bajo control del Bando Nacional las ciudades de Oviedo, Granada, Córdoba, Cádiz y Sevilla, así como un estrecho corredor que unía a estas últimas.
Los rebeldes controlaban grandes áreas cerealísticas, pero la industria, tanto pesada como ligera, así como las grandes ciudades españolas (Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao) seguían en manos de la República.
Hubo tímidos intentos de llegar a algún compromiso, como por ejemplo una llamada telefónica de Martínez Barrio al general Emilio Mola a las dos de la madrugada del 19 de julio, pero ninguno de los bandos en conflicto estaba dispuesto a ceder, por lo que la sublevación se convirtió en la Guerra Civil Española que duró 3 años.