El proceso de Hitler

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(Capítulo perteneciente al artículo "Alemania Despierta: desarrollo, lucha y victoria del NSDAP")

En la sala de audiencia

Gris y cubierto de neblina llega el 26 de febrero. En la Blutenburgstrasse se apretujan los uniformes. La policía se despliega, forma rígidos cordones de contención.

Proceso en el Tribunal del Pueblo muniquense. En el edificio que anteriormente fue una escuela de guerra. Proceso contra Hitler y sus secuaces por alta traición.

Caballos de frisa, alambres de púas en las calles de acceso. Control de documentos personales, control de armas, control de entrada. Policía verde, policía azul, otra vez una barrera.

En la sala de audiencias se agolpa la prensa; los asientos para el público se encuentran ocupados en su totalidad.

Cuando aparecen los acusados se eleva una cálida ola. Nadie presta atención al juez ni al jurado. Ved, pues, los acusados sonríen. Altos y fuertes se hallan de pie y no reflejan temor alguno.

Hitler lleva la Cruz de Hierro sobre el pecho. A su lado, Frick, erguido en toda su estatura, Pöhner, Kriebel y los restantes.

Por cierto que es un selecto banquillo de acusados. Una hilera de cabezas plenas de carácter. Por fin, el presidente abre la sesión.

El turno de Hitler

"¿Señor Adolf Hitler?" Levemente se inclina el Führer.

"Le ruego, por de pronto, darnos una exposición amplia de su vida".

Muy bien. Justamente eso es lo que Hitler desea. El pedido del presidente es como una invitación.

Y Hitler habla. Habla cuatro horas y media. La sala de audiencias se hunde, el juzgado se hunde, las paredes se hunden y sólo ese hombre está allí de pie y a él lo escuchan cientos de miles, millones. Este, por Dios, no es un acusado, este es un inexorable acusador y sus palabras queman como llamas.

Hitler describe su vida. Viena, el hambre, el trabajo, el marxismo, los llamados dirigentes obreros, el terror, la vieja Austria, el judío internacional.

"Como antisemita y enemigo mortal del marxismo he abandonado Viena". El fragor de un trueno parece irrumpir en el recinto.

Suavemente retoma Hitler la palabra. Habla de la guerra, de la revuelta de 1918.

No necesita extenderse mucho sobre esa época. Cada uno de los presentes conoce a sus protagonistas: los señores con los fusiles colgados al revés, los saqueadores y merodeadores, los espartaquistas de mochila y los republicanos soviéticos, los falsos marineros que profanaron el honor de la flota, los asesinos de rehenes, los sádicos.

Y evoca la lucha de los primeros siete y de las divisiones de asalto, la batalla de sala en el Hofbräuhaus y el día de Coburg. Nuevamente se alza la voz, volviéndose tajante y acre: "al terror bolchevique se puede oponer sólo un terror aún más severo."

Entonces se desata un clamor ensordecedor. Todos los que se hallan sentados en la sala ya no pueden contenerse. ¡Aquí habla un valiente!, ¡Y él merece un aplauso!

Pero, en realidad, recién ha dado comienzo el discurso. Lo anterior no ha sido más que un preludio, una fundamentación. Ahora pasa a referirse a la política de los últimos meses, a la Revolución Nacional, a la traición del señor von Kahr, a los tiros junto a la Feldherrnhalle.

¿Qué había pasado con el gobierno Kahr? El juramento de las tropas bávaras a Múnich, en lugar de hacerlo al Reich, ¿era o no un golpe de Estado? Como una guillotina, raudamente, cae el concepto sobre el señor von Kahr: "Cuando alguien en un ejército de siete divisiones tiene una en su mano y se rebela contra el jefe del ejército, o bien debe arriesgarse hasta las últimas consecuencias o es sólo un miserable amotinado". Otra vez estallan los aplausos; el presidente abandona la inútil tentativa de acallarlos.

"Dos días antes del putsch -señala Hitler- he dado las órdenes de que el 8 de noviembre, a las ocho y media en punto, fuera proclamado el Gobierno Nacional. ¿Habría yo acaso tomado tal decisión si no hubiese estado seguro de que también Lossow, Kahr y Seisser querían la eliminación del Estado existente? Hubiera sido una locura si hubiese hecho lo uno sin saber lo otro".

"Si he incurrido en alta traición -en mi opinión no existe alta traición con los traidores a la Patria del año 18-, también el señor von Kahr, el señor von Lossow y el señor coronel Seisser han hecho lo mismo y me extraña mucho que no estén sentados a mi lado!".

Atronadores aplausos azotan la sala. Pero aún no ha llegado el final. Aún faltan las palabras decisivas, orgullosas, viriles, que constituyen un llamamiento al futuro y a la historia contra el miserable presente: "Los jueces de este Estado pueden tranquilamente condenarnos por nuestro proceder. La historia, como diosa de una verdad superior y de un derecho mejor, ella, sin embargo, alguna vez, sonriente, romperá en pedazos esta sentencia para absolvernos a todos de culpa y expiación".

Recién ahora el júbilo es inmenso. Nunca antes un acusado de alta traición habló así delante de sus jueces.

Y luego le toca el turno a los camaradas. El Dr. Weber hace referencia a la política de Kahr, puntualizando que tenía el propósito de crear una moneda bávara. Pone de manifiesto la política de dos caras de este comisario general del Estado, saca a luz sus oscuros planes. El 6 de noviembre Kahr declaró que coincidía totalmente con Hitler. El 9 de noviembre, surge el nombre del separatista Dr. Heim, dirigente del Partido Popular Bávaro. Sus negociaciones con los franceses en Wiesbaden son reveladas. Hasta el nombre de Sixtus von Parma-Bourbon fantasmagorea en la ronda de los confederados del Danubio.

Una culpa se amontona sobre otra culpa, pero no sobre los hombros de los acusados. El 3 de marzo el defensor presenta su célebre petición de inmediato arresto de Kahr, Lossow y Seisser por asesinato y alta traición.

Tienen lugar fieras batallas verbales. Se lanza la frase "criminales de noviembre".

Hitler se levanta de un salto: "La dirección de la acción política contra los criminales de noviembre la tengo yo, me había reservado ese derecho y me lo seguiré reservando, si no puede ser para hoy, para el futuro".

Declaración de Kahr

La historia relampaguea en la sala del juzgado. Y luego debe declarar Kahr. Los defensores increpan: "¿Por qué Ud. no ejecutó en Baviera las leyes del Reich?". ¿Por qué Ud. no juramentó las tropas bávaras al Reich?, ¿Por qué Ud. hizo confiscar el oro del Reichsbank en Núremberg?, ¿Por qué quiso proceder violentamente en Turingia? En Turingia, innegablemente, el 6 de noviembre reinaba absoluta tranquilidad. ¿Contra quién quiso proceder Ud.? ¿Por qué dijo Ud. a un editor de Stuttgart que ahora ya no puede esperar más?"

¿Por qué?, ¿Por qué?, ¿Por qué?... Kahr no responde. ¡No puede recordar!, Kahr no osa siquiera defenderse.

Únicamente responde a una pregunta de menor importancia. Y en el acto su respuesta es desenmascarada como falsa.

Cuando abandona la sala del juzgado se produce un vacío a su alrededor. Como a un enfermo de peste, el pueblo lo evita. Muchos vuelven el rostro al pasar Kahr. Ni siquiera una mirada ha de rozar a este hombre.

Día a día Hitler transformase cada vez más de acusado en acusador.

Que Kahr pretendía hacer un putsch, pero no el putsch de Hitler, sino un putsch de verdadera alta traición, para arrancar Baviera de Alemania, quedó claro no sólo para el juzgado. Y la razón por la que Hitler puso en juego al Partido también.

El fallo

El 31 de marzo, fecha en que deber ser anunciado el fallo, Múnich se asemeja a un campamento militar.

La policía no confía en el pueblo. Al hacer su aparición los defensores de los acusados son saludados con estruendosos Heil! A duras penas logran abrirse paso entre la muchedumbre.

La multitud los aclama. En rigor los verdaderos destinatarios de la aclamación son los hombres que están allá adentro, en las celdas del Tribunal del Pueblo.

Y la policía del señor Kahr lo sabe muy bien. Los defensores (nadie puede precisar quién trajo la noticia) viajarán con el coche descubierto si Hitler queda en libertad o si únicamente se dispone su reclusión en la fortaleza. En coche cerrado sí, bueno, si...

Múnich aprieta sus puños. Y espera a los vehículos. Y se da a conocer el fallo: Hitler, Weber, Pöhner y Kriebel: cinco años de prisión en la fortaleza, pero cumplidos los seis meses quedará en suspenso la pena. Ludendorff absuelto.

La sala estalla presa de enorme júbilo. Las exclamaciones de Heil! vuelan atronadoras sobre las cabezas del jurado. Posteriormente se conoce la fundamentación del fallo.

Justicia por completo a Hitler. "Para un hombre que piensa y siente como alemán, tal como Hitler... que durante cuatro años y medio estuvo voluntariamente en el frente... la prescripción de la ley de protección de la República, que dispone la expulsión..."

La sala reacciona a cada frase con estruendosos aplausos. Múnich ensalza a Hitler. Frente a la ardiente profesión de fe de un pueblo, la policía de Kahr se contiene.

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