Gran Purga

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La Gran Purga fue el nombre dado a la serie de campañas de represión y persecución políticas llevadas a cabo en la Unión Soviética entre agosto de 1936 y noviembre de 1938. Cientos de miles de miembros y no miembros del Partido Comunista fueron perseguidos o vigilados por la policía, además se llevaron a cabo juicios públicos, se enviaron a cientos de miles a campos de concentración y otros cientos de miles fueron ejecutados.

La campaña de represión desatada en la Unión Soviética fue crucial para consolidar en el poder a Stalin. Si bien los soviéticos justificaron posteriormente esta cruenta medida argumentando que se limpió el camino de elementos saboteadores o disidentes, una gran cantidad de las víctimas eran miembros del Partido Comunista y líderes de las Fuerzas Armadas. Otros sectores de la sociedad que sufrieron la persecución fueron los profesionales, los Kulaks (granjeros de mediana posición económica soviéticos) y las minorías, que fueron vistas como una potencial "quinta columna". La gran mayoría de estas detenciones fueron llevadas a cabo por el Comisariado del Pueblo, también conocido como el NKVD.

Antecedentes

Antes de la Gran Purga, el término purga era utilizado para expresar la expulsión masiva de miembros del Partido, la purga más grande de este tipo había ocurrido en 1933 con 400.000 personas expulsadas. Entre 1936 y 1956 al término se le añadió no sólo la expulsión sino el arresto, el cautiverio y en la mayoría de los casos el asesinato.

La Gran Purga se inició por el deseo de Stalin y los miembros del Politburó de eliminar toda posible fuente de oposición en el gobierno, de esta manera se aseguraban que todos lo miembros del partido seguirían las órdenes emanadas del centro, también eliminaron a posibles grupos subversivos como los kulaks, miembros de otros partidos, oficiales de la época zarista y finlandeses.

Purga en veteranos de la Guerra Civil Española

Se puede mencionar otro grupo que fue especialmente diezmado por las purgas estalinistas, el constituido por todos aquellos comunistas que, de una forma u otra participaron en la Guerra Civil Española. En efecto, muchos asesores militares y políticos soviéticos enviados a España fueron ejecutados a su regreso a la URSS. Esto incluye desde Mijaíl Koltsov, el más famoso periodista soviético de su tiempo, llamado el favorito de Stalin; hasta el Embajador de la URSS ante la Republica Española, Marcel Rosenberg. El motivo de este ensañamiento, con los que eran, sin duda, leales servidores de la URSS, fue hacer desaparecer a todos aquellos que conocían de primera mano la realidad de la política de Stalin respecto a la República Española, que se puede definir de muchas maneras, pero no como desinteresada y sincera.

De paso se eliminaban potenciales testigos incómodos (por haber sido los ejecutores) de los asesinatos y ajustes de cuentas (una purga en sí misma del movimiento antifascista internacional) que la NKVD realizó en España aprovechando la situación bélica contra todos aquellos, tanto españoles como extranjeros que habían venido a ayudar a la causa republicana, considerados, real o ficticiamente, trotskistas, anarquistas o desviacionistas de cualquier tipo por Moscú. Para conseguir estos fines (que estaban mucho más alineados con la política interna de la Unión Soviética que con las necesidades de la República Española) los asesores soviéticos de la NKVD lograron hacerse, en la práctica y con la connivencia de altos cargos del gobierno republicano que actuaron como agentes de Moscú, con el control total de los servicios de contraespionaje y de seguridad interior de la República Española, de tal forma que, en un grado que carecía de precedente en la historia de las relaciones internacionales, la policía política de una potencia extranjera utilizó y manipuló los servicios de seguridad de un tercer país para actuar libremente en el territorio de ese país violando impunemente su soberanía nacional, asesinando y secuestrando tanto a sus ciudadanos nacionales como a extranjeros, vulnerando las garantías jurídicas de la legalidad republicana y sin estar sometidos estos actos a ningún tipo de control por las autoridades gubernamentales y judiciales de la República. Entre las consecuencias más conocidas de esta situación se pueden mencionar las sacas de las cárceles de Madrid con destino a las ejecuciones masivas de Paracuellos del Jarama y el embarque del tesoro nacional español para su traslado a la URSS.

Purga de refugiados

Para acabar de reflejar la doblez y la traición que imperaban en la mente de Stalin, y que impregnaban la irrespirable atmósfera de la URSS en los años 30, mencionaremos la entrega en 1939 a la Gestapo de todos aquellos refugiados comunistas alemanes, polacos y húngaros que habían buscado refugio en la Unión Soviética.

Esta entrega, que constituye por sí sola una de las más vergonzosas traiciones de la historia, fue un resultado colateral de la ocupación conjunta de Polonia, la ocupación soviética de los países bálticos, de la Besarabia y Bucovina rumana y el ataque a Finlandia por la URSS.

Juicios

En el primer juicio, llevado a cabo en agosto de 1936, fueron acusados dieciséis presuntos miembros del llamado «Centro Terrorista Trotski-Zinóviev», cuyos supuestos líderes eran Grigori Zinóviev y Lev Kámenev, dos prominentes miembros del Partido. Estos fueron acusados de planear el asesinato de Serguéi Kírov, así como el de Stalin. Después de pasar diez meses en los calabozos de la policía secreta, donde se realizaron simulacros de juicio, finalmente fueron juzgados públicamente, donde estos «confesaron». Todos fueron sentenciados a muerte y ejecutados.

En enero de 1937, se llevó a cabo el segundo juicio en Moscú, donde fueron juzgados diecisiete miembros del Partido, de menor rango que los del juicio anterior. Entre los juzgados se encontraban Karl Rádek, Yuri Piatakov y Grigori Sokólnikov. Trece fueron sentenciados a muerte y fueron fusilados, mientras que el resto fueron enviados al Gulag, donde no sobrevivieron mucho tiempo.

En el tercer juicio, llevado a cabo en marzo de 1938, fueron juzgadas veintiún personas, acusadas de pertenecer a un supuesto bloque de «derechistas y trotskistas» supuestamente liderado por Nikolái Bujarin, antigua cabeza del Comintern, el ex primer ministro Alekséi Rýkov, Christian Rakovski, Nikolái Krestinski y Génrij Yagoda. Irónicamente Yagoda estuvo a cargo de las detenciones al inicio de la Gran Purga. Todos fueron encontrados culpables y fueron ejecutados. (Véase Juicio de los Veintiuno).

También se desarrolló un juicio militar secreto en junio de 1937, donde varios generales del Ejército Rojo, como Mijaíl Tujachevski, fueron sentenciados y ejecutados.

Si bien todos los acusados confesaron sus supuestos «crímenes», tras la disolución de la URSS en 1991 fue reconocido que los métodos utilizados para obtener esas «confesiones» consistían en golpear a los acusados diariamente, no dejarlos dormir y mantenerlos de pie y sin comida durante días y amenazarlos con arrestar y ejecutar a sus familias. De esta manera se provocaba el colapso nervioso del acusado, que finalmente cedía.

Caída de Yezhov

Para 1938, Stalin y su camarilla ya se habían dado cuenta de que las purgas estaban descontroladas. Yezhov fue sustituido de su puesto como jefe de la NKVD, aunque siguió siendo Comisario del Agua y Transporte. El nuevo jefe de la NKVD fue Lavrenti Beria, paisano de Stalin, e inmediatamente inició una purga dentro del NKVD, siendo sustituidos de sus cargos los hombres de confianza de su antecesor. El propio Yezhov y la gran mayoría de sus más cercanos colaboradores, todos altos oficiales del NKVD, fueron a su vez ejecutados antes de acabar el año. El 17 de noviembre de ese mismo año, el Sovmin y el Comité Central de la Unión Soviética emitieron un decreto, que fue firmado por Beria, que puso fin a las persecuciones masivas. Sin embargo, las persecuciones a pequeña escala no se detuvieron hasta la muerte de Stalin en 1953.

Reacción internacional

Si bien la persecución de los altos líderes soviéticos encontró mucho eco en la propaganda soviética, la purga en la población civil fue escondida a la prensa nacional y extranjera. En el Occidente se empezó a conocer la verdadera extensión de la Gran Purga cuando ex-prisioneros de los gulags lograron escapar hacia estos países. Sin embargo, en muchos casos, los movimientos comunistas de estas naciones intentaron callar estos testimonios.

En el libro, El Gran Terror de Robert Conquest, se afirma que intelectuales comunistas de la talla de Jean-Paul Sartre negaron continuamente la existencia de la Gran Purga, ya que el reconocimiento de esta persecución en la Unión Soviética, desanimaría a los comunistas franceses. También se critica la actuación de los escritores del New York Times de la época, incluyendo al ganador del Premio Pulitzer Walter Duranty, que al igual que Sartre negó o ignoró la existencia de la Gran Purga, incluso cuando la existencia de los campos de concentración soviéticos ya había sido comprobada. La reformadora social Beatrice Webb y su esposo Sidney se cuentan entre los negadores de las purgas estalinistas. Por otro lado, uno de los mayores críticos de la Gran Purga fue el diario Manchester Guardian, a pesar de ser de tendencia izquierdista.

Si bien dentro de los círculos socialistas y comunistas de los Estados Unidos siempre existió la duda acerca de la existencia de la Gran Purga, tras la muerte de Stalin, la publicación del Discurso Secreto de Nikita Jrushchov y la llegada del Macarthismo al país norteamericano, obligó a cientos de intelectuales europeos y americanos a desligarse del comunismo soviético, si bien continuaron apoyando esta ideología.

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