Isabel I de Castilla

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Isabel I de Castilla

Al recibir en sus manos el reino de Castilla, la reina Isabel la Católica se encontró con un verdadero caos que, con notable energía, supo revertir y subsanar hasta transformar a España en la principal potencia del mundo. Recientemente, el Cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, miembro de la Congregación para las Causas de los Santos, manifestó su intención y la de la jerarquía de la Iglesia latinoamericana, de unirse al pedido de cardenales y obispos españoles para su canonización, contando para ello con el respaldo de la historia y el sentir de toda España.

Biografía

El 22 de abril de 1451 nació en Madrigal de las Altas Torres, Isabel, tercera hija de Juan II de Castilla y doña Isabel de Portugal. La niña, piadosa y devota, de rubia cabellera y blanca piel, pasó su infancia en Arévalo, localidad en la que se instaló su madre a poco de enviudar (1454). Mientras crecía y se educaba, vio con profundo dolor como aquella se hundía en los abismos de la demencia.

Una joven reina

En 1464 Isabel fue llamada a Valladolid por su medio hermano, el rey Enrique IV y hacia allí partió con su otro hermano, el príncipe Alfonso, por quien rezaba a diario para que no cayese en los vicios de la corte.

Enfrentamientos y discordias dividían a Castilla. Parte de la nobleza que sostenía al disoluto Enrique IV se mostraba partidaria de una monarquía absoluta, enfrentándose a quienes pretendían influenciar sobre el soberano, estableciendo un gobierno fácil de manejar. Estos últimos depusieron al rey y en su lugar designaron a Alfonso (la "Farsa de Avila"), aduciendo que Juana, la hija de Enrique IV y de Juana de Portugal, era fruto de las relaciones extramaritales de la soberana con don Beltrán de la Cueva (de allí su apodo de "Beltraneja").

Pero ocurrió que Alfonso falleció en 1468 por lo que sus partidarios se apresuraron a elegir a Isabel, pensando que como era mujer joven, casi niña, podrían manipularla con facilidad. Se equivocaban completamente.

Ese mismo año, Enrique IV admitió la ilegitimidad de la Beltraneja y otorgó a su hermana el título de Princesa de Asturias (Pacto de los Toros de Guisando) abriendo de ese modo su camino al trono. En vista de ello, Isabel se apresuró a escoger marido y tras rechazar a numerosos pretendientes que le quisieron imponer, optó en Ocaña por su primo segundo Fernando, heredero de la corona de Aragón. Con él se casó en Valladolid el 19 de octubre de 1469.

Intrigas tendientes a obstaculizar los planes de Dios

Preocupado por el poder que adquiría Isabel, Enrique IV la desconoció como heredera y en Valdelozo ya reconoció a la Beltraneja como su legítima hija, estallando de ese modo la tan temida guerra civil.

Isabel y Fernando se fortificaron en Medina de Rio seco obteniendo la alianza de las Vascongadas, Borgoña y la misma Roma. En vista de ello, Enrique de Castilla se avino a pactar pero al poco tiempo falleció en Madrid, el 11 de diciembre de 1474, sin dejar testamento.

Haciendo valer el pacto firmado en las Ventas de Toros de Guisando, Isabel se proclamó en Segovia soberana de Castilla (13 de diciembre de 1474), desencadenando las acciones de guerra que a continuación se sucedieron. Tenía 23 años de edad.

Portugal y Francia decidieron intervenir en apoyo de la Beltraneja, invadiendo territorio español. Los primeros fueron aniquilados por Fernando en Toro y los segundos en las Vascongadas. Tras imponerse definitivamente Fernando en Extremadura y Andalucía, la guerra finalizó con el más completo triunfo de las armas hispanas. Se dice que cuando las fuerzas de Alfonso V de Portugal penetraron en Castilla, la misma Isabel en persona salió a caballo a reclutar hombres, pese a estar embarazada de su segundo hijo.

El reino de España

Muerto don Juan II de Aragón, lo sucedió su hijo Fernando que, al unir su reino al de su prima y esposa, echó los cimientos de la nación que en breve espacio de tiempo habría de convertirse en la principal potencia del mundo.

Isabel y Fernando dieron comienzo a una serie de reformas que condujeron al reino a su estado de grandeza. Reorganizaron el Consejo Real, ampliaron la competencia de los corregidores, regularon la Hacienda, limitaron las mercedes otorgadas a la nobleza por Enrique IV, establecieron en Valladolid la Real Cancillería, constituyeron la Santa Hermandad con funciones judiciales y policiales y dieron forma a un poderoso ejército basado en las Guardias Reales, las milicias urbanas y la Santa Hermandad.

En 1478 los soberanos crearon la Inquisición con el objeto de combatir las herejías que amenazaban a la Iglesia y encomendaron al poderoso Cardenal Cisneros la reforma de las órdenes religiosas. Por entonces, el Papa Sixto IV les otorgó la facultad de designar obispos para el nuevo cuerpo (la Inquisición) que entró en funciones en 1479, dictando sus primeras condenas en 1481.

Hacia el imperio universal español

La reina Isabel dio notable impulso a la política exterior española. En 1481 el navegante Juan de Betancourt inició la conquista de las Canarias, frente a la costa africana y a fines de 1491 comenzó la campaña contra Granada para lo cual obtuvo del Pontífice las indulgencias de "Cruzada", las mismas que se le concedían a los guerreros que siglos antes marchaban a Tierra Santa. En plena guerra contra aquel último baluarte del Islam en la península, el Santo Padre envió desde Roma la cruz de plata con la que los antiguos cruzados marchaban al combate.

La presencia de doña Isabel luciendo su coraza en el campo de batalla incentivó a sus guerreros y fue para ellos garantía de victoria. Mientras don Fernando dirigía los asaltos, Isabel inspeccionaba la tropa, visitaba a los heridos y animaba a las tropas a seguir combatiendo.

Granada cayó en manos cristianas el 2 de enero de 1492 y su último rey, Boabdil, después de llorar como mujer lo que no supo defender como hombre, abandonó tierras de España en dirección al Mogreb, sellando de ese modo ocho siglos de dominio islámico.

Aquel mismo año la valerosa reina española dio curso al proyecto de un desconocido navegante genovés, poniendo a su disposición parte de su tesoro y una flotilla de tres carabelas. El 12 de octubre, los españoles descubrieron un Nuevo Mundo y cambiaron el curso de la historia.

Aquella epopeya trajo a España nuevas tierras, nuevas riquezas y nuevos súbditos para los que doña Isabel legisló en su beneficio, ordenando redactar leyes de avanzada. Sin embargo, se mostró implacable con aquellas naciones que, empeñadas en mantener la práctica de cultos sanguinarios y demoníacos, llevaban a la muerte a centenares víctimas inocentes en monstruosos sacrificios a ídolos de barro y piedra, a los que reemplazó por la serena figura de Nuestro Señor Jesucristo, la Virgen María y los Santos de la Iglesia. Al ver esas imágenes, los habitantes de las nuevas tierras se volcarían masivamente a la verdadera Fe, incentivados por la labor de beneméritas órdenes religiosas que, con los conquistadores, hicieron pie en América.

Escudo y espada contra las herejías

Así como la reina fue severa con aquellos cultos, lo fue también en el viejo continente con los enemigos de la Santa Iglesia Católica, ordenando la expulsión de los judíos de todos sus territorios y haciendo la guerra a los moriscos y a todos aquellos conversos que continuaron ejerciendo sus prácticas en secreto.

España se expandió hacia el Nuevo Mundo y por el Mar Mediterráneo, convirtiéndose en la primera potencia mundial de la época, dando forma a lo que fue un verdadero imperio universal y cristiano, desplazando a Portugal y anulando la amenaza de Francia. De todo ello, tanto Isabel como Fernando fueron artífices principales.

En 1494 el Papa Alejandro les otorgó a ambos el título de "Reyes Católicos", compensando el de "Rey Cristianísimo" de su par francés.

Doña Isabel la Católica ejerció un papel decisivo no solo en la historia de España sino en la del mundo, siendo sus características principales el espíritu guerrero y ánimo de cruzada que la motivaron a emprender las grandes gestas que caracterizaron su reinado. No por nada descendía de San Luis de Francia y San Fernando III de Castilla.

Ligada a la orden de los Jerónimos, en cuyo convento tuvo una celda a la que llamaba "mi paraíso", cultivó la música, la literatura, la gramática y el latín, dedicando desde niña largas horas a la oración.

Isabel la Católica, madre y fundadora del imperio español, falleció en Medina del Campo el 26 de noviembre de 1504, a los 53 años de edad. Su desaparición sacudió a toda la Cristiandad. Alguien dijo de ella que "fue reflejo de todas las virtudes, amparo del inocente y espada vengadora del culpable". Sus restos mortales y los de su marido, fallecido el 23 de enero de 1516 cuando preparaba una expedición contra los turcos, fueron depositados en un majestuoso sepulcro en la catedral de Granada.

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