Muro de Berlín

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Hay muchas personas en el mundo que realmente no comprenden, o dicen que no comprenden cuál es la gran diferencia entre el mundo libre y el mundo comunista. Decidles que vengan a Berlín... La libertad tiene muchas dificultades y la democracia no es perfecta. Pero nosotros no tenemos que poner un muro para contener a nuestro pueblo, para prevenir que ellos nos abandonen...[1].

—John F. Kennedy

Una multitud de alemanes se amontona frente al recientemente construido muro, en agosto de 1961

El Muro de Berlín fue una barrera de concreto que dividió físicamente a la ciudad de Berlín entre 1961 y 1989. La construcción incluía varias torres de vigilancia, acompañadas de áreas alambradas preparadas para entorpecer el avance de vehículos y dificultar el tránsito de personas. El nombre oficial que le dio la República Democrática Alemana a la estructura fue el de "Muro de Protección Antifascista", ya que, según su perspectiva, la barrera servía para proteger al comunismo de un renacimiento del nacionalismo que podía avanzar desde el oeste y destruir su sociedad supuestamente utópica.

La muralla rodeaba a todo el sector occidental de Berlín pero, según el psiquiatra Dietfried Müller-Hegemann, quienes experimentaban una sensación de encierro y aislamiento eran los habitantes del sector oriental.

La demolición del Muro de Berlín comenzó en junio de 1990 y concluyó en noviembre de 1991.

El bloqueo

Artículo principal: Bloqueo de Berlín


En abril de 1945, las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial determinan dividir la ciudad de Berlín en cuatro zonas de influencia, administradas por representantes de las cuatro potencias: Estados Unidos, Unión Soviética, Reino Unido y Francia. Así nace el vergonzoso Muro de Berlín.

Acuerdan además considerar a Alemania no como una nación, sino como una mera entidad económica, hasta que las cuatro potencias consideren que esté lo suficientemente madura para gobernarse "democráticamente". Tal resolución es humillante para el pueblo alemán.

Los habitantes debían adquirir permisos especiales si deseaban trasladarse de una zona a otra en Berlín. La brutalidad soviética provoca el éxodo masivo del sector oriental al inglés, francés y al americano.

El primero de abril de 1948 los soviéticos inician un bloqueo sobre Berlín para obligar a los aliados occidentales a abandonar sus sectores. El jefe de la Alemania Soviética, mariscal Sokolovsky, ordena:

  1. Cierre inmediato de todos los bancos.
  2. Suspensión de todas las operaciones mercantiles.
  3. Cierre de todos los comercios y almacenes.
  4. Corte de la corriente eléctrica en un 50 por ciento.
  5. Paro de las empresas.

Puente aéreo

Al quedar Berlín cercado por las tropas soviéticas, los gobiernos de las naciones occidentales, encabezadas por quienes se aliaron a Stalin durante la Segunda guerra y traicionando los intereses del mundo libre entregando Europa Oriental al comunismo, deciden establecer un puente aéreo para llevar toda clase de provisiones, medicinas y artículos de primera necesidad, durante los 322 días del bloqueo. Las naciones occidentales utilizaron 12 campos de aviación, recorrieron 146 millones de kilómetros, gastaron 19 millones de litros de gasolina mensualmente, intervinieron 56.000 personas entre pilotos, mecánicos y donadores, muriendo 71 aviadores en la empresa.

El cerco terminó al establecerse la OTAN en 1949 obligando a los soviéticos a retroceder, no obstante en el sector soviético continuó la represión sobre la población alemana.

La cara del comunismo

La victoria de los Aliados fue capitalizada por la URSS. La inhumanidad y sanguinarismo de los ocupantes provocó en 1953, el 15 de junio, un levantamiento de protesta que los soviéticos aplastaron a sangre y fuego haciendo gala de crueldad y sadismo. Hubo en esa lucha más de 600 muertos, 1.744 heridos, 50.000 detenciones y 12.000 desaparecidos. La matanza se produjo durante 15 días. Naturalmente que era mucho menos que imposible destruir tanques T-34 con piedras, palos y barras de hierro que fueron las armas con que se enfrentaron los patriotas alemanes a los bolcheviques.

Después de sofocado el movimiento, la URSS incrementó la represión contra la población y aumentó la vigilancia para evitar nuevos levantamientos libertarios y anticomunistas. Ante ello no les quedó a los alemanes orientales otra alternativa que abandonar su patria y refugiarse en busca de mejor trato, de mejor vida, de mejores condiciones humanas en las naciones libres.

Desde 1945 se produjeron éxodos del sector oriental hacia Alemania Occidental. Hasta 1955 hubo 2.203.000 fugitivos; en 1957 casi 63.000; en 1958, 226.000; en 1959, 225.000 y en 1961, hasta julio, 243.000.

El muro de la vergüenza

En 1961 "Miss Universo" se encontraba entre los cuatro millones que huyeron de la zona oriental. Los ocupantes soviéticos pensaron que, de seguir así las cosas, en poco tiempo tendrían un excelente y magnífico campo de concentración en Alemania Oriental, pero vacío, sin esclavos ni sojuzgados, por lo que maquinan y deciden poner un fin al éxodo y construyen el famoso y tristemente célebre Muro de Berlín, conocido mundialmente como el "Muro de la Vergüenza". Esta obra fue llevada a cabo por el entonces alcalde de Berlín Oriental. Walther Ulbricht, furibundo comunista y lacayo fiel de Stalin y Kruschev.

El muro es de 4 metros de alto y 165 kilómetros de longitud, construido de hormigón. Lo vigilan perros hambrientos, guardianes asesinos, armas que se disparan automáticamente, minas y alambrados electrificados. Todo ello, sin embargo, no pudo detener a un pueblo ansioso de libertad, pues el mismo año de su construcción huyeron 30.444 alemanes.

En el campo de albergue Marienfelde, situado en Alemania Occidental se recibieron en 1963, 1.741 personas; el 3 de agosto de ese mismo año más 1.100; el 8 de agosto 1.322; el 9 de agosto 1.926 y el 12 de agosto más 2.400 personas.

Aunque los comunistas refuerzan constantemente la vigilancia en el muro y han logrado reducir el número de evasiones, no dejan de producirse éstas, como lo demuestra el hecho de que hasta 1979 se han registrado más de 5.000 y miles y miles de intentos frustrados casi todos anónimos. Miles de alemanes orientales no lograron alcanzar la libertad. Se quedaron en el camino destrozados por una mina, por un feroz can o por las balas asesinas de los guardias. En su mente estaba grabada la consigna de "saltar o morir en el lance". Hasta los mismos soldados comunistas escapaban de su patria cuando tenían la oportunidad.

Hoy en día todavía es recordado aquel fatídico 13 de agosto de 1961 y la resolución del noble pueblo alemán que desde 1945 ha derramado su sangre. Innumerables asesinatos cometidos por los soviéticos en una nación perseguida, enjaulada y abandonada a su muerte, son recordados por quienes han vivido en el infierno comunista y no olvidan ese inmenso campo de exterminio edificado por el comunismo.

Artículo de opinión

La caída del muro

Muros, por Denes Martos


Este año, en el 25° aniversario de la caída del muro de Berlín no faltó nada. Elocuentes discursos, grandes promesas, importantes manifestaciones, muchas flores, algunas lágrimas, varios suspiros, y ruidosos aplausos; la escenografía, como era de esperar, estuvo la altura de las circunstancias.

Lo único que, como siempre, quedó sin responder es toda una serie de preguntas que vienen siendo contestadas solo a medias desde hace 25 años. ¿A qué respondió realmente la idea de construir ese paredón? ¿Quién lo construyó? ¿Por qué se derrumbó? ¿Quién lo hizo? ¿Por qué? ¿Qué cambió desde su desaparición hace ya un cuarto de siglo?

Por supuesto, están los hechos conocidos.

Después de la Segunda Guerra Mundial y hacia 1961 los dirigentes de la Alemania Oriental comunista se cansaron de que sus profesionales más capaces y buena parte de su población más joven optaran por huir del "paraíso proletario" y prefiriesen exponerse a las llamas del "infierno capitalista burgués". Concedamos que alguna razón para preocuparse tenían: entre 1945 y 1961 más de dos millones y medio de personas le habían dicho "gracias, pero no gracias" al régimen de Walter Ulbricht controlado desde Moscú. Así las cosas, después de afirmar en Junio de 1961 que "nadie tiene la intención de construir un muro", apenas dos meses más tarde, en Agosto, Ulbricht anunció que se establecerían controles en la frontera de ambas Alemanias. De este modo, los alemanes de la República Democrática Alemana del Este (los marxistas, curiosamente, siempre tienen un especial cariño por la palabra "democracia") y los también alemanes de la República Federal Alemana del Oeste quedaron separados. En la ciudad de Berlín, el muro se empezó a construir el 13 de Agosto de 1961.

Duró poco más de 28 años, hasta la noche del 9 de noviembre de 1989. Con la perestroika de Gorbachov que hundió a la URSS en un caos progresivamente mayor, varios países comunistas de Europa oriental tuvieron de pronto la oportunidad de aflojar un poco las riendas. Uno de los primeros en hacerlo fue Hungría que abrió su frontera con Austria. Los alemanes del Este, ni bien se enteraron, decidieron irse masivamente de "vacaciones" a... Hungría. De allí siguieron viaje a Austria y sencillamente se olvidaron de volver. Las autoridades de la República Democrática Alemana fueron impotentes para detener el éxodo. Ante los hechos consumados, decidieron, en medio de enormes vacilaciones, abrir un poco la válvula de seguridad para que no les estallara la caldera en la que se había convertido el país. Después de intensos cabildeos, el 9 de Noviembre de 1989, Günter Schabowski, miembro y vocero del Politburó, anunció en rueda de prensa internacional que las autoridades comunistas alemanas habían decidido "introducir una regulación" para permitir a "todos los ciudadanos de la República Democrática Alemana salir del país por los puestos de control fronterizos”.

Y después cometió un error. Cuando el periodista Peter Brikmann le preguntó cuándo entraría en vigor la nueva reglamentación, Schabowski, que no tenía ni idea de lo que se había decidido al respecto, balbuceó algo así como: "Eso, según entiendo, entra en vigor… eso es… inmediatamente; sin demora." Muy poco tiempo después de la conferencia de prensa una multitud se agolpó ante el muro exigiendo pasar al otro lado. Los guardias, completamente desorientados y sin órdenes superiores claras, terminaron encogiéndose de hombros y levantaron las barreras.

La noticia explotó en todas las agencias de noticias internacionales. Reuters, DPA, y ADN la difundieron poco después de las 19 horas. A las 19:05 la AP ya hablaba de "apertura de fronteras". En cuestión de minutos los berlineses comenzaron a derribar el muro con furia.

Media hora más tarde, a las 19:31 del 9 de noviembre de 1989, ANSA informaba la caída del muro de Berlín.

Ése es, por decirlo así, un breve resumen de la "Historia Oficial".

¿Qué hay detrás de ella?

Un enorme montón de preguntas no respondidas y varias reflexiones que, probablemente, hacen al caso.

Por de pronto: ¿por qué construimos murallas? Durante algo menos de medio siglo una gran parte de Europa quedó separada de la otra parte por muros, alambrados de púas, campos minados, perros amaestrados y guardias fronterizos con ametralladoras. El "ismo" comunista quedó aislado del "ismo" capitalista por barreras prácticamente infranqueables para el común de los mortales pero, al mismo tiempo, la CIA y la KGB invertían enormes esfuerzos en instalarse en el campo contrario y en espiarse mutuamente.

La guerra fría entre el capitalismo y el comunismo fue una guerra entre dos errores. Para ocultarlos, ambos errores recurrieron – prácticamente de mutuo acuerdo después de Yalta – a la construcción de una "Cortina de Hierro" que no sólo los separaba sino que le permitía a cada uno echarle la culpa al otro por sus propios fracasos. Fueron dos "ismos" que durante décadas se echaron la culpa mutuamente. Los muros y las alambradas de púas impidieron, muy convenientemente, que los pueblos de cada "ismo" se enteraran de lo que sucedía en realidad al otro lado de la frontera. Ni el norteamericano promedio tuvo jamás una visión real de la sociedad soviética, ni el ruso promedio tuvo jamás una visión realista de la sociedad norteamericana. Ambos solo se enteraron de lo que sus respectivos aparatos de propaganda emitían. Solo conocieron la historia que sus propios dirigentes querían que se contara.

Lo que en este juego de enemigos simétricos muchos perdieron de vista es que, en política, uno puede declarar que alguien es su enemigo y después ir y combatirlo. El problema es que eso tiene un nombre bastante feo: se llama guerra de agresión. Pero ése no es el único recurso. Uno también puede hacerse odiar tanto que, al final, es el otro el que ataca primero. Eso es muchísimo más conveniente porque tiene un nombre más agradable: se llama guerra defensiva. Incluso admite una variante: si el otro no ataca, se puede perpetrar un buen atentado, endilgárselo al otro y pasar a atacarlo después. Eso se llama "operación de falsa bandera" y varias veces ya ha servido para hacer aceptable una guerra "defensiva".

Y, finalmente, si todo falla, uno también puede acusar al otro de malvado, intolerante, autoritario, déspota, opresor, genocida, fanático, fundamentalista, amenaza a la paz internacional y poseedor de armas de destrucción masiva para, acto seguido, ir y atacarlo. Eso ya no es tan conveniente pero todavía se le puede poner un nombre más o menos tolerable: se llama guerra preventiva.

Pero quien piense que con esto las posibilidades se agotan, se equivoca. Queda todavía una cuarta alternativa: es la que consiste en declarar que el enemigo es alguien en particular, luego aceptar que ese alguien en particular también lo declare enemigo a uno, y después no hacer nada al respecto más allá de invertir enormes esfuerzos y recursos en prepararse para un enfrentamiento bélico que al final nunca se producirá. Al menos no más allá de algunas matanzas localizadas y perfectamente controladas. Y la gran guerra no se producirá porque, en última instancia y en realidad, ambos bandos están de acuerdo en que no se produzca. Eso es lo que, de un modo algo metafórico, se llama "guerra fría".

Lo que sucede es que ahora que el comunismo se ha derrumbado, la plutocracia capitalista tiene un problema: ya no existe ese fabuloso enemigo soviético cuya amenaza nuclear, misilística y espacial justificaba enormes inversiones en armamentos y estructura bélica. Y el problema no es menor porque el capitalismo, además de vitalizar su economía manteniendo en marcha su aparato industrial-militar, necesita imperiosamente un chivo emisario a quien echarle la culpa por sus propias falencias y sus propios fracasos. De otro modo tendría que reconocer que, por ejemplo y solo para poner un ejemplo, el colapso financiero de 2008 – y sus consecuencias de largo plazo que siguen afectando al mundo entero – se debió a sus propias fallas internas y a la lógica de la codicia incontrolada que constituye la esencia misma de todo su sistema. Y esto último no lo digo yo. Lo dijo el propio Milton Friedman con todas sus letras y públicamente. La lógica subyacente a todo el capitalismo liberal es que, como sentenció Gordon Gekko, el personaje de la película "Wall Street" de Oliver Stone: "Greed is good". La codicia es buena.

¿Se entiende ahora por qué el Occidente liberal está tan empecinado en presentar a Putin como el peligroso sujeto que quiere resucitar a la extinta Unión Soviética? Al muro de Berlín lo derribaron los propios alemanes pero no sería para nada extraño que los plutócratas internacionales lo reconstruyan corriéndolo un par de miles de kilómetros hacia el Este y lo vuelvan a levantar en las fronteras de Ucrania. Esta vez para separar a los ucranianos de los rusos.

Y el nuevo muro de Ucrania ni siquiera sería el único existente en la actualidad. Hace 25 años los alemanes tiraron abajo el muro de Berlín pero todavía quedan otros muros. Como el que separa a israelíes de palestinos. O el que divide a mejicanos de norteamericanos. O el que separa a católicos de protestantes en Belfast. Si es por derribar muros, hay unos cuantos para voltear todavía.

Quizás estos muros físicos no son sino materializaciones externas de nuestras propias murallas interiores.

Son muros levantados para tratar – en vano – de disimular y proteger nuestros propios, inconfesables, defectos.

Deberíamos dedicarnos a eliminar esos defectos. Construyendo y volteando muros no dejaremos de tenerlos.

Referencias

Fuentes

  • Nicolas Gomez Gonzalez - Revista Réplica, México

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