El Mito del judaísmo de Cristo

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El Mito del judaísmo de Cristo

El Mito del judaísmo de Cristo es un ensayo de opinión escrito por el revisionista español Joaquín Bochaca.

Texto

La Verdad es lo que se hace creer, decía Voltaire. Hoy, es una de esas "verdades" el judaísmo de Cristo. "Jesucristo fue judío", es frase que, pronunciada sólo un par de siglos ha, podía costar a su autor el incurrir en los rigores de la Inquisición. Hogaño, esta frase, a fuerza de ser repetida, impresa y oralmente, millones de veces, de ha convertido en un axioma, en un lugar común en algo tan indudable que, si aún de repite a menudo es casi con el único objetivo de servir de escudo o de fianza moral a tal o cual grupo de judíos, para precaverse de la reacción de los no-judíos contra sus métodos comerciales, políticos o sociales. Cuando alguien dice, por ejemplo, que los inventores y la inmensa mayoría de propagadores del Comunismo son judíos; que judíos son en abrumadora mayoría los miembros del "racket" internacional de la finanza y que también lo son -y lo fueron- tal o cual traficante de pornografía, estafador, criminal crapuloso, Ginzberq, Stavisky, Caryl Cheesmann, etc, en vez de replicar con argumentos lógicos y coherentes -como puede evidentemente hacerse, con mayor o menor fortuna- un enjambre de piadosos clérigos y bondadosos seglares os dirán, con unción que "también nuestro Señor, Jesucristo, fue judío".

Y lo que más nos sorprende es que, en insólita vecindad con esos píos personajes, y haciendo coro con ellos, de hallan los anticristianos por definición, ateos, comunistas y toda la variada fauna de compañeros de viaje. En realidad para un Cristiano y, concretamente, católico, Jesucristo no pudo ser judío. El católico que tildare de judío a Cristo cometería una herejía. Por lo menos, mientras que un nuevo Concilio superaperturista no modificare el Credo y, allí donde durante siglos de ha dicho "concebido por obra y gracia del Espíritu Santo de mandará decir, por ejemplo, concebida por obra y gracia de Samuel Levy". Un judío según el Talmud, según la legislación del actual Estado de Israel, y según seis años de tradición universalmente conocida, es descendente de un judío y de una judía. Para el creyente, Jesucristo es hijo de Dios, no de un hombre. Esto deja zanjado el asunto para el católico y para la mayoría de protestantes de buena fe.

Humanamente hablando, sólo puede considerarse judío a Jesucristo partiendo de indemostrados prejuicios o arropándose en la más crasa ignorancia. Es sabido que Cristo era galileo. La palabra Galilea (che Gelil haggoyim) significa textualmente "distrito de paganos".[1] Parece ser que este rincón del Norte de Palestina, tan alejado de su centro espiritual, Jerusalén, no tuvo nunca, racialmente hablando, una población homogénea y pura, ni siquiera en los tiempos antiguos que Galilea era la patria de las tribus de Naftalí y Zabulón.[2] Neftalí, sobre todo, de caracterizó desde el principio por su extracción muy mezclada[3] y su población no israelita de concentró sobre todo en Galilea. Cuando, diez siglos antes de Cristo, Israel de escindió en dos reinos independientes, Judea y Galilea, no hubo ningún lazo político entre ambos territorios, como no fuera en muy cortos intervalos... y es la unión política solamente, y no una relativa identidad de creencias religiosas lo que asegura la fusión de los pueblos.

En el año 720 a.C. Galilea había sido devastada por los asirios, y su población bien en su totalidad, según el historiador judío Graetz, bien en sus cuatro quintas partes, según el historiador Roberson Smith, deportada, siendo sustituida por gentes procedentes de Asiria y Grecia, semíticos y Arios los primeros, y arios puros los segundos. Entre los dos historiadores coinciden en que, además de asirios y griegos de permitió la instalación de numerosas tribus de pastores escitas.

El húngaro Ferenc Zajhty pretende que "los judíos estaban seguros de que Jesús no era de su raza".[4] Zajhty asegura que, en el siglo VII a.C. el rey asirio Salmanasar de llevó cautiva a "toda la población", entonces parcialmente judía Galilea. Los pastores escitas y los nuevos colonos griegos, asirios y macedonios que subsiguientemente ocuparon el espacio de las poblaciones desplazadas, adoptaron el credo religioso judío pero, según expresión de los propios judíos, estaban "únicamente bajo leyes judías". Los judíos -termina Zajhty- nunca aceptaron a los galileos como verdaderos descendientes del santo Patriarca Abraham.[5]

Durante los siglos que preceden al nacimiento de Cristo, de constata la inmigración de numerosas colonias de fenicios y Griegos en Galilea, según Houston Stewart Chamberlain[6] y especialmente, Reville[7] quien precisa que las inmigraciones de los semitas (fenicios) superaron en razón de dos a uno las de los arios (griegos y macedonios). Alejandro Magno, en 331 a.C. expulsó a los pobladores de Samaria, reemplazándolos con macedonios; una importante parte de esos macedonios emigró, a su vez, a la "Tierra de los Gentiles" o Galilea.[8]

Está fuera de toda duda que en las tierras de Galilea, fecundas y de fácil acceso -al revés de Judea, prácticamente incomunicada- cohabitaban multitud de razas, con la excepción de la propiamente llamada raza judía. En el Antiguo Testamento se cuenta[9] cómo los pobladores de Galilea interpretaron la multiplicación de las bestias salvajes en su territorio como un signo de la venganza de los dioses del país, y delegaron una embajada al rey de los asirios pidiéndoles les enviara un sacerdote israelita de los que él tenía cautivos, y el sacerdote vino y enseñó a los galileos "el culto del Dios de Jerusalén". Así fue cómo los habitantes de la Palestina Septentrional (Samaria y Galilea) llegaron a ser judíos por la religión, aún cuando los samaritanos llevaran muy poca sangre judía en sus venas, y los galileos prácticamente ninguna.

Graetz afirma que, entre las invasiones -seguidas de deportaciones- de los asirios, un pequeño número de judíos había vuelto a infiltrarse en Galilea, dedicándose a actividades comerciales y cambistas. Según el Libro I de los Macabeos, el caudillo hebreo Simón Tharsi reunió a todos los judíos que habían vuelto a Galilea y les obligó a regresar a Judea, A TODOS, SIN EXCEPCION en el año 164 a. C.[10]

La originalidad del carácter nacional galileo queda marcada por otro signo infalible: la lengua. En los tiempos de Cristo, en Judea de hablaba en Arameo. El hebreo, ya entonces lengua muerta, sólo sobrevivía en los escritos sagrados. Los galileos empleaban un dialecto del arameo tan diferenciado del empleado por lo judíos que hasta una sirvienta lo podía reconocer ("Tu lengua te ha traicionado" le grita una sirvienta del Sumo Sacerdote a San Pedro).[11] A los galileos les estaba prohibido rezar en voz alta puesto que "su pronunciación defectuosa excitaba la hilaridad".[12] Renan, igualmente, confirma la imposibilidad de los galileos para pronunciar las guturales.[13] Este hecho según Chamberlain, denota una anomalía de la estructura de la laringe de lo galileos, comparada con la de los judíos, y la existencia, así demostrada de un carácter de orden somático que les diferencia, autoriza la presunción de una fuerte aportación, de sangre aria entre los galileos, pues la abundancia de los sonidos guturales es un trazo común a todos los pueblos semíticos y prácticamente no existe entre los arios.[14]

Louis Marschalsko, hace notar que las viejas leyes judías protegían a los judíos al máximo y que la sentencia de muerte sólo podía imponerse a un ladrón o a un estih, es decir a una persona que intentara persuadir a los judíos de abandonar su creso o causar una brecha en su unidad racial. Según las antiguas leyes y costumbres judías, la posibilidad de escapar de la pena de muerte quedaba abierta en todos los casos, y hasta el último instante. En el camino entre la prisión y el lugar de ejecución de colocaba un observador cada cien pasos. El deber de dichos observadores era indicar si algún nuevo testigo deseaba aportar testimonio suplementario de descargo en favor del reo. Dicho testigos de última hora se daban a conocer levantando su mano derecha. El reo tenía, así, derecho a nuevo juicio, y, en ocasiones, según la calidad de la nueva prueba aportada, era indultado ipso facto. Es rarísimo que en la procesión que siguió a Cristo harta el Calvario, nadie, ni uno sólo de sus apóstoles, ni uno siquiera de sus discípulos, ni uno sólo de los judíos que lo vitorearon el domingo anterior en Jerusalén, levantara su mano para testificar en su favor y salvarlo, y aquí, según Marschalsko, reside la prueba decisiva de que Él no era judío, pues el privilegio de un nuevo juicio o de una amnistía -que podía obtenerse aduciendo algún acto meritorio del reo- sólo era aplicable a los judíos, y de él quedaban excluidos los gentiles, los extranjeros, y los que dependían de la ley judía pero no eran racialmente judíos.) [15]

Según "Aryas"[16] una prueba más de que Jesús no era judío, los constituyen las dos representaciones suyas encontradas en las catacumbas, y que le muestran con faz netamente aria. Por otra parte, la tradición, latina, bizantina, nos muestra siempre retratos de un Cristo rubio, dolicocéfalo, de un tipo ario bien caracterizado. ¿Simple azar?. Parece muy dudoso.

El historiador francés Patry[17] recuerda que en la época de Jesús, Galilea y Perea tenían su propio tetrarca autónomo, mientras Judea e Idumea estaban sometidos a un procurador romano. La separación política entre judíos de raza -dice Patry- y judíos de religión, los primeros en Judea y los segundos en Galilea, era completa. Subraya Patry que los contemporáneos de Jesús le llamaban "el Galileo" y "el nazareno" y no "el betlehemita". De donde resulta -concluye el citado Patry- que Jesús no era un judío semita, porque los judíos semitas no tenían derecho a habitar en Palestina[18].

¿Era Jesucristo, humanamente hablando, racialmente hablando, un judío? Quienquiera que afirme tal cosa, proclama su ignorancia, si confunde raza y religión; su desprecio por la verdad si, conociendo la historia de Galilea, afirma que los galileos eran judíos. Para observar cuan burdo es el error que consiste en confundir raza y religión, fijémonos en esos demasiados numerosos núcleos de budistas que existen en Occidente, particularmente en Flandes y en Holanda, o en los campesinos serbios, bosnios, albaneses que profesan la religión musulmana, importada por los otrora dominadores turcos, y preguntémonos a quien se le ocurriría llamar árabe a un rubio metalúrgico de Belgrado o chino a un contable de Amberes.

Que judíos y galileos se consideraban como miembros de dos comunidades fundamentalmente diferentes puede comprobarse por poco familiarizado que se esté con los textos evangélicos: San Juan, cada vez que se refiere a "los judíos" parece designar a alguien extranjero, y en el mismo evangelio se dice que "los judíos decían que ningún profeta ha salido jamás de Galilea".[19]

Basándose en los datos que nos proporciona la Historia, en Palestina existía una rola raza pura; una raza que, mediante severas prescripciones se preserva de todo contacto con los demás, y que se llama la raza judía. Hemos dicho -y creemos haber demostrado- que es prácticamente imposible que Jesucristo, el "Hombre" Jesucristo, insistimos en ello, perteneciera a dicha raza. Para los que, negliqiendo los datos históricos, prefieran acomodarse con los árboles genealógicos que de Él nos ofrecen los Evangelios de San Mateo y San Lucas, solamente podemos decir una cosa; esas genealogías se refieren a San José, y San José no es el verdadero padre de Jesucristo, según los creyentes... y tampoco pudo serlo para los no-creyentes, dada su edad cuando re produjo el nacimiento de Jesús. Con referencia a Su Madre, María, los Evangelios canónicos, nos dicen que era hija de Joaquín y Ana, y que nació cuando esta había pasado ya la edad de maternidad. En uno de los Evangelios apócrifos, rechazados por la Iglesia Católica, se atribuye la paternidad de Jesucristo a un soldado romano, distinguido por su bravura y apodado, por eso mismo, "Pantera". Este Evangelio es citado por Heckel en uno de sus estudios sobre los primeros tiempos del Cristianismo.[20] Así pues, hasta aquellos que pretendan encontrar en Jesucristo todos los defectos deberán aceptar esta evidencia hereje.

¿A qué raza perteneció Jesucristo? La honestidad intelectual impide dar una respuesta categórica, al menor una respuesta categórica de tipo positivo. Negativamente, se puede aseverar que Jesucristo no fue -no pudo ser- judío.

Sólo la Galilea, que se distinguía de las otras tierras de Palestina por ser objeto de desprecio por los mismos hebreos, había sido la cuna apropiada de la nueva fe, precisamente en virtud de su aparente modestia y humildad (de aquí que a los primeros creyentes, pobres pastores y campesinos, torpemente sometidos a la ley de Israel, pareció necesario buscar el origen de su salvador en la estirpe real de David, casi para excusar la atrevida oposición a la ley hebraica). Es ya dudoso que el mismo Jesús haya pertenecido a la especie hebraica, dado que los habitantes de Galilea eran mal vistos por los hebreos, precisamente por su origen impuro[21]
Richard Wagner

La personalidad de un hombre queda impresa en su obra. Así, como la Novena Sinfonía sólo pudo ser concebida por un europeo, o la doctrina confucionista por un chino, aunque se ignorara todo de la personalidad de su autor, es evidente que el Cristianismo o el cuerpo doctrinal que ha pasado a la posteridad con ese nombre, no pudo ser obra de un judío. El gran historiador del Derecho Jherinq, dice: "El Cristianismo representa una victoria sobre el judaísmo, y encierra en sí, desde su primer origen, un germen ario".[22]

La situación en Galilea entre Fenicia y Siria autorizaría, en principio, la presunción en favor de una ascendencia primordialmente asiria, pero nunca judías. Algunos autores, como Chamberlain, Harnack, Huqo, Winckler, entre otros, inclinan a creer, sin poder afirmarlo resueltamente, que Jesucristo descendía de griegos emigrados a Galilea en el siglo IV a.C.[23] Las descripciones que de su aspecto físico nos han dejado muy escasos documentos y una relativamente abundante tradición oral, nos lo presentan como un ario, pero nada puede afirmare en concreto, excepto que no fue judío. Sus discípulos eran Galileos, como El, con una sola excepción. La excepción fue Judas Iscariote, es decir, Judas de Kerioth, "una ciudad de la tribu de Judá".[24]

Jesucristo no fue tal judío. No hay judíos en el nacimiento del Cristianismo, exceptuando, tal vez, a San Pablo. Pero si se quieren encontrar judíos en el principio de la Gesta Cristiana, es evidente que se halla un nombre que, siendo él un auténtico judío, desempeñó un papel de primera magnitud en la misma: Judas Iscariote.

Al lado de la pía contra-verdad del judaísmo de Cristo se ha venido gestando, hasta convertirse en otro moderno axioma, el de la identidad entre antisemitas[25] y Nazismo, o cualquier otro movimiento o doctrina de semejante cariz. Por otra parte, y con una ausencia total de pudor, se está pretendiendo crear una imagen en la cual, la Iglesia Católica -y con ella las demás confesiones cristianas- se presenta como abanderada del sedicente Pueblo Elegido, protegiéndole contra los abusos y las persecuciones de los impíos. Por ejemplo, los cardenales Mercier, belga, Mundelein de Chicago, y otros, montaron en Bíblica cólera en 1938, porque Hitler prohibió a los judíos de Alemania desempeñar cargos públicos. Lo cómico del caso es que tal disposición tenía un precedente, dado por S.S. el Papa Honorio III que, en su Bula del 29 de abril de 1221, "Ad nostram noveritis audentiam" prohibía a los judíos de los Estado Vaticanos el ejercicio de cualquier carga público, les obligaba a llevar sobre la ropa un distintivo especial, visible a veinte pasos de distancia y establecía, a su intención un "números clausus". La clásica objeción: "eso fue hace mucho tiempo", que puede ser válida en cualquier otro caso o aplicada a cualquier otra entidad, no lo es cuando de aplica a la Iglesia Católica, que es, por definición, universal, que está por encima del Espacio y del Tiempo, y para quien unos cuantos siglo no cuentan gran cosa.

En el panfleto "The Jewish Problem as Dealt With by the Popes"[26] se mencionan nada menos que veintinueve. soberanos pontificios que dictaron cincuenta y siete bulas y Edictos relativos a los judíos. Cada uno de estos cincuenta y siete escritos sería considerado hoy "antisemitismo", "neo-nazi" etc. En ellos de ponen una serie de cortapisas a la actividades de los judíos: se les prohibió emplear sirvientes cristianos;[27] sirvientes, cocineras e institutrices cristianas;[28] ocupar cargos públicos;[29] se manda quemar el Talmud;[30] se les obliga a llevar un distintivo especial visible;[31] se recomienda tener mucho cuidado con los conversos;[32] se prohíbe a los cristianos vivir junto a ellos;[33] se renueva varias veces esta prohibición y se prohibió a los judíos practicar la industria;[34] se les obliga a rezar en expiación;[35] se les prohibió la venta de objetos nuevos.[36]

En tan variado repertorio no faltan las deportaciones y los castigos colectivos: Pío V les expulsa de los Estados Pontificios, excepto de las ciudades de Roma y Ancora, aunque reforzando la vigilancia de estos ghettos;[37] Clemente VIII les prohíbe primero la venta de objetos nuevos; luego la de objetos viejos, y finalmente les expulsa de su Sede, Aviqnon;[38] el mismo Pontífice les expulsa, luego de Roma y Ancora (XL), etc, etc, etc.

Los Sumos Pontífices que hoy serían tildados de "antisemitas", fueron, Honorio III, Gregorio IX, Inocencio IV, Clemente IV, Gregorio X, Nicolás III, Paulo III, Julio III, Paulo IV, Pío IV, Gregorio III, Sixto V, Clemente VIII, Paulo V, Urbano VIII, Alejandro VII, Alejandro VIII, -Inocencio XIII, Benedicto XIII, y Benedictino XIV, que batió el record con seis edictos y bulas relativas a los judíos.

El respetable número de veintinueve Papas y cincuenta y siete bulas "antisemitas", podría, aún, ser notoriamente ampliado, de no ser porque, a partir de la bula "Beatus Andreas" de Benedictino XIV (22 de febrero de 1755) -que se refiere al martirio de un niño cristiano por los judíos y cuya severidad de tono no la mejoraría el Dr. Goebbels- la mayor parte de las Bulas y Edictos de refieren ya, a temas generales, ya a cuestiones de doctrina La situación de los judíos en los Estados Pontificios, e incluso en otros soberanos católicos, fue regulada por decretos y ordenanzas papales.

Hacia el triunfo de la revolución italiana de 1759, y la posterior desaparición de los Estados Pontificios, las regulaciones concernientes a los judíos de Roma fueron muy estrictas, con ocasionales relajaciones de severidad. El carácter común de todas las medidas tomadas fue el proteger a las comunidades cristianas contra la penetración de la raza judía y las ideas talmúdicas. Dichas medidas pueden ser agrupadas en cuatro categorías:

1) Medidas de protección directas de la Fe Católica:

  • Destrucción del Talmud.
  • Prohibición severa de la enseñanza del Talmud e incluso de la Biblia, sin previo control.

2) Medidas encaminadas a asegurar la separación social de judíos y cristianos:

  • Confinación en el ghetto.
  • Prohibición general -a judíos y a cristianos- de cohabitación, en el sentido más amplio de la expresión.
  • Uso de vestidos y distintivos especiales.
  • Expulsión absoluta en ciertas áreas.

3) Medidas asegurando la protección de ciertas profesiones, preservándolas de la influencia judía:

  • Cargos públicos.
  • Profesiones liberales, especialmente la Medicina.
  • Enseñanza.
  • Banca.
  • Ciertos tipos de comercio.
  • Propiedad de los terrenos.

4) Medidas concernientes a la Raza:

  • Prohibición del empleo, por los judíos, de sirvientes "nurses", cocineras, y en general, toda clase de obreras femeninas, no-judías.
  • Prohibición de matrimonios mixtos (considerado como un principio universal por la Cristiandad).

La carta encíclica de S. S. Benedicto XIV enviada "al Primado, Arzobispos y Obispos de Polonia relativa a las prohibiciones a los judíos residentes en las mismas ciudades y distritos que los cristianos polacos" es un documento que, en la actualidad, le habría costado a su autor, por muy vicario de Cristo que fuese, el honor del patíbulo en cualquier eclesiástico Núremberg. Empieza Su Santidad recordando la tradición católica de la nación polaca y haciendo hincapié en las resoluciones del Consejo de Petrikac (Petrikov), presididas por el nuncio Lipomanus, Obispo de Verona... En dicho Consejo y para la mayor Gloria de Dios "el principio de libertad de conciencia fue proscrito y definitivamente excluido de entre los principios, gobernando la vida pública del reino". Recuerdo, luego, el Vicario de Cristo, las resoluciones del Sínodo de la provincia de Gnesen, en las cuales los obispos polacos tomaron sabias medidas para la preservación de su rey contra la "perfidia judía".

Su Santidad de lamenta, luego, de "catastróficas noticias" que han llegado a su conocimiento. He aquí las "catastróficas noticias"; el número de judíos ha aumentado considerablemente; los judíos de han constituido en monopolios, concretamente en el mercado de licores; se han hecho propietarios de inmensas heredades; y "han levado su osadía hasta el punto de convertirse en recaudadores de impuestos". Llama luego la atención sobre el hecho de que algunas cristianas hayan entrado al servicio domestico de judíos, lo que califica de "monstruosa anomalía". Después de pedir que, como reacción no se cometan abusos y exacciones contra los judíos. S. S. reclama la vuelta "al orden sano de las cosas" y a la completa separación (el Apartheid, diríamos hoy) de ambas comunidades, judía y cristiana, con predominio de esta en la vida civil.

Incluso prescindiendo por un momento de su aspecto divino, una sociedad cómo la Iglesia Católica, dos veces milenaria, no toma sus decisiones alegremente, y sin pensar detenidamente los pros y los contras. Sería insultar gravemente el intelecto y la sensibilidad de veintinueve Pontífices, y de centenares de arzobispos, cardenales, obispos -muchos de ellos en los altares- que dictaron medidas "Antisemitas". Parece lógico suponer que si tomaron tales medidas, sus poderosos motivos tendrían. En los últimos doscientos años. El Judaísmo ha creado dos monstruos, el Capitalismo y el Comunismo, ha perpetrado la Revolución "Rusa" y la expoliación de Palestina, y ha contribuido poderosamente al desencadenamiento de dos guerra mundiales, entre otros muchos "éxitos" a cargar a su cuenta. Estamos convencidos de la existencia de muchos judíos decentes, inocentes de los crímenes que el Judaísmo ha cometido y comete, aunque haremos constar que no hemos encontrado ni un judío -¡ni uno solo!- que se haya desolidarizado de sus congéneres del Kremlin, de Wall Street... o de Palestina.

No vemos, pues, ningún motivo especial para creer que las medidas "antisemitas" de la Iglesia, que debieron ser buenas durante dieciocho siglos, se volvieran malas con la aparición del Comunismo, el Capitalismo y el Estado pirata de Tel-Aviv.

(por Joaquín Bochaca)

Crítica

Lo que dicen las fuentes cristianas

La primera crítica a este punto de vista sobre el no judaísmo de la figura de Jesús se puede extraer de las propias fuentes cristianas, es decir, el Nuevo Testamento así como de los términos en hebreo utilizados por la religión cristiana:

1. El nombre "Jesús" viene del hebreo יהושע (Yehoshua o Josué) y del arameo ישוע (Yeshua), que significa "Yahvé es salvación".

2. En los Evangelios se narra que el padre de Jesús era José (Yosef יוֹסֵף), un carpintero judío de la Casa de David, Bochaca arguye que, para los no creyentes, no pudo ser su padre "debido a la edad", lo cual sólo es una suposición sin fundamentos, pero en cambio su madre, María (Miriam מִרְיָם), explícitamente se dice que también era de la familia de David y la tribu de Judá. Ambos observaban la Torá (Lucas 2:39) y la festividad judía del Pésaj (Lucas 2:41) Según el Evangelio de Lucas (1: 5,36), el ángel Gabriel (del hebreo גַּבְרִיאֵל "Dios es mi fuerza"), apareció a María y anunció que iba a dar a luz un hijo a quien Yahvé "le dará el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob ". Un ángel anuncia a José en las palabras del profeta hebreo Isaías que su hijo va a ser el Mesías esperado por los Judios (Mateo 1: 19-21). Respecto a la supuesta paternidad atribuida al soldado romano llamado "Pantera", es evidente que además de ser un argumento que no puede ser comprobado y resulta irrelevante si finalmente la calidad de judío se transmite por vía materna, de nada sirve tampoco si pretende convencer de su tesis a católicos u otros creyentes en la divinidad de Cristo.

3. La palabra "Mesías", viene del hebreo מָשִׁיחַ (Mashíaj), y literalmente significa "el ungido". Más tarde, judíos helenizados tradujeron esta palabra en griego, usando la palabra Χριστός (Christós) "Cristo", con el mismo significado hebraico, palabra que se puede hallar en Levítico 4:5. de "La Traducción de los 70" o la 'Septuaginta'.

4. En Mateo 2: 1-2, unos "Magos de Oriente" visitaron a Jesús siguiendo una estrella y preguntando: "¿Dónde está el que ha nacido Rey de los Judíos?"

5. Mateo 21: 9 describe cómo las multitudes judías en Jerusalén alaban a Jesús gritando, "¡Hosana al Hijo de David!". La palabra hebrea הושענות Hosanna significa "salve ahora."

6. De acuerdo con el relato cristiano, Yeshua enseñó su doctrina conforme a las escrituras judías del Antiguo Testamento. Evocó a los profetas judíos, fue llamado "Rabí" רַבִּי ("mi maestro" en hebreo) (Juan 4:31, Juan 3:1-2 y Juan 6:25), asistió a las sinagogas (Lucas 4:16 y Lucas 21:37), observó festividades judías como el Passover o Pésaj (Juan 2:13), Succot o Fiesta de los Tabernáculos (Juan 7:2,10,14), la Fiesta de la Dedicación y Hannukah (Juan 10:22,23) e instó a la gente a no violar la ley de Moisés מֹשֶׁה, de hecho según la fábula bíblica (Mateo 5: 17-19), dijo:

No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolir, sino a cumplir, porque de cierto os digo que antes que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; pero cualquiera que los cumpla y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.

7. En Juan 4:9 se dice:

Entonces la mujer de Samaria le dijo a Jesús: "¿Cómo es que tú, siendo judío me pides de beber a mí, una mujer de Samaria?

8. Y en Juan 4:22, Jesús le responde a la mujer samaritana (no judía):

Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.

9. En el propio Evangelio queda de manifiesto que la doctrina de Jesús estaba dirigida únicamente a los judíos cuando éste dice a los doce apóstoles: "No vayáis por camino de gentiles, sino sólo id a las ovejas perdidas de Israel" (Mateo 10:5-6) y "No fui enviado sino a las ovejas perdidas de Israel" (Mateo 15:24). Estas palabras indican volver a recoger en el regazo ortodoxo a aquellos judíos que se han extraviado de la Ley de Moisés: "si creyerais en Moisés me creeríais a mí" (Juan, 5:46). Solamente a partir de las enseñanzas del judío fariseo Schaul "Pablo" de Tarso ("Apóstol de los gentiles"), el cristianismo comienza a ser predicado a los no judíos.

10. En Mateo 15:21-28, se escribe que una mujer cananea ("no judía") fue a ver a Jesús porque su hija estaba siendo atormentada por un demonio. Pero Jesús la ignoró y dijo a sus discípulos "No fui enviado sino a las ovejas perdidas de Israel". Después de insistirle la mujer a Jesús, le dijo a ésta: "No se debe echar a los perros el pan de los hijos". Entonces ella le dijo: "Es verdad Señor, pero los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos". Con estas palabras, para recibir de Jesús aquello por lo que fue enviado ("el pan"), la mujer no judía se sometía al rango de inferioridad ("los perros") respecto a los judíos ("los hijos") y sólo así Jesús accedió a sanar a su hija.

11. San Ignacio de Loyola, fundador en 1534 de la Orden católica de los Jesuitas (Compañía de Jesús), y quien se caracterizó por la absoluta obediencia al Papa, no dudaba en dar a Jesús la calidad de judío:

Un día, cuando muchos de nosotros cenábamos juntos, Ignacio de Loyola, hablando de sí mismo sobre un determinado tema, dijo que le habría gustado, y lo habría tomado como una gracia especial de nuestro Señor, descender de linaje judío. Y añadiendo la razón, dijo: "¡Por qué imagínaos! Que un hombre sea pariente por sangre (secundum carnem) de Cristo nuestro Señor y de Nuestra Señora la gloriosa Virgen María!". Él dijo estas palabras con tal expresión facial y con tanta emoción que las lágrimas brotaron de sus ojos.
Pedro de Rivadeneyra, Dichos y hechos de Ignacio (1572).[39]
Si como aseguró Bochaca "El católico que tildare de judío a Cristo cometería una herejía", entonces el mismísimo San Ignacio era un hereje, cosa impensable para cualquier católico.

El galileo

Se argumenta que Galilea era una región donde cohabitaban multitud de pueblos como griegos y escitas (arios), pero que de alguna manera no vivían ahí judíos étnicos. Se admite, no obstante, que los galileos llegaron a ser judíos por la religión. Aunque separada de Judea por la historia, Galilea era en el siglo I una región de religión judía.

Ciertamente Galilea estaba muy expuesta a las influencias culturales helenísticas, y al establecimiento de griegos desde los tiempos de Alejandro Magno[40] y tenía algunos rasgos diferenciales de Judea, como una menor importancia del Templo, una menor presencia de sectas religiosas como los saduceos y los fariseos y presentaba grandes contrastes entre el medio rural y el medio urbano. Este período también vio el surgimiento de un judaísmo helenístico, que se desarrolló primero en la diáspora judía de Alejandría y Antioquía, y luego se extendió a Judea. El principal producto literario de este sincretismo cultural es la traducción del Tanaj (Biblia hebrea) del hebreo y el arameo al griego koiné, conocida como la Septuaginta. El motivo de la producción de esta traducción parece ser que muchos de los judíos de Alejandría habían perdido la capacidad de hablar hebreo y arameo.

Al este de Galilea se encontraban las diez ciudades de la Decápolis, situadas todas ellas al otro lado del río Jordán, a excepción de una, Escitópolis (llamada también Bet Shean). Al noroeste, Galilea limitaba con la región sirofenicia, con ciudades como Tiro, Sidón y Aco/Tolemaida. Al sudoeste se situaba la ciudad de Cesarea Marítima, lugar de residencia del prefecto (luego procurador) romano. Por último, al sur se encontraba otra importante ciudad, Sebaste, así llamada en honor al emperador Augusto.

En pleno corazón de Galilea se encontraban también dos importantes ciudades: Séforis, muy cercana (5 o 6 km) a Nazaret, (localidad de donde era originario Jesús); y Tiberíades, construida por Antipas y cuyo nombre era un homenaje al emperador Tiberio. Tiberíades era la capital de la monarquía de Antipas, y estaba muy próxima a Cafarnaún, ciudad que fue con probabilidad el centro principal de la actividad de Jesús.

No obstante, en las ciudades de Galilea, que eran los focos reales de influencia helenística, residían las élites, en tanto que en el medio rural habitaba un campesinado empobrecido, del que procedía con toda probabilidad Jesús. Las ciudades eran en general favorables a Roma, como se demostró con ocasión de la primera guerra judeo-romana. Nazaret, era un lugar insignificante situado en los montes de la Baja Galilea, un pueblo tan oscuro que nunca es mencionado en el Antiguo Testamento, ni en las epístolas de Pablo de Tarso, ni en el Talmud —donde se citan otras 63 ciudades de Galilea—, ni en la obra de Flavio Josefo, ni en antiguas fuentes judías antes del siglo III E.C. lo que refleja su falta de protagonismo, tanto en Galilea como en Judea.

En las fuentes cristianas no se menciona que Jesús visitase ninguna de las ciudades de Galilea ni de su entorno. Sin embargo, dada la proximidad de Tiberíades a los principales lugares mencionados en los evangelios, es difícil pensar que Jesús se sustrajo por completo a la influencia helenística. El medio campesino, del que procedía Jesús, veía con hostilidad a las ciudades. Los campesinos de Galilea soportaban importantes cargas impositivas, tanto del poder político (la monarquía de Antipas), como del religioso (el Templo de Jerusalén), y su situación económica debió de ser bastante difícil.

Galilea fue la región judía más conflictiva durante el siglo I, y los principales movimientos revolucionarios antirromanos, desde la muerte de Herodes el Grande en el año 4 AEC. hasta la destrucción de Jerusalén en el año 70, se iniciaron en esta región. La lucha contra el Imperio romano fue, según el historiador Geza Vermes, "una actividad galilea general en el primer siglo d. C.".

Se debe tomar en cuenta, además, que la cuestión étnica y racial era mucho más marcada en la antigüedad que en estos días. Las comunidades étnicas o raciales en el mundo antiguo tienden a permanecer más o menos homogéneas, sobre todo si se trata de provincias, como Galilea. Incluso ciudades donde el aspecto racial es relevante como en la Jerusalén judía del siglo I que mantenía separados a los judíos de los que no lo son, no son como las ciudades de hoy en día, donde el espectáculo multirracial se halla presente por todas partes.

Jesús fue seguido y reconocido como el Mesías por muchos judíos en Galilea, en Jerusalén y en todas partes donde predicó. Conociendo lo extraordinariamente celosos que son los judíos en términos raciales (desde las leyes raciales dictadas por los profetas Esdras y Nehemías cuatro siglos antes de Jesús) es absurdo pensar que los judíos le siguieron a pesar de no ser judío "racialmente". Ningún judío le habría seguido si no lo hubieran reconocido como uno de los suyos, étnica e ideológicamente. Además, Esdras y Nehemías hacen que quede sin efecto las distinciones raciales y religiosas entre Israel y las tribus del norte, a las que llama en conjunto con un único nombre ("Israel") para simbolizar con ello la unidad davídica y mesiánica, y remarca la homogeneidad lingüística, histórica y cultural que cohesiona al pueblo de Yahvé.

Si como dijo Ferenc Zajhty: "los judíos estaban seguros de que Jesús no era de su raza", tal cosa contradice también el pasaje de Lucas, 2:41-52, donde se narra que sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua y que cuando Jesús cumplió doce años, le llevaron ahí. Después de la fiesta, Jesús se quedó en Jerusalén y sus padres no lo supieron. Después de tres días, le encontraron en el Templo, sentado en medio de los maestros judíos, escuchándoles y haciéndoles preguntas y que todos los que le oían se asombraban "de su entendimiento y de sus respuestas". Si no hubiera sido de su "raza", no habrían permitido que ni él ni su madre entraran al Templo.

Si Jesús, aunque "culturalmente judío", era "racialmente ario" sólo "porque vivía en Galilea", tendríamos que asumir que todos los galileos o una parte considerable de ellos eran arios, y entonces habría algún registro de ello, como las anotaciones de César describiendo el temple ario en el físico y en el espíritu de los galos que ha tenido que combatir. Algún vestigio de esa arianidad se conservaría todavía hoy en los habitantes del norte de Palestina… etc.

También los judíos se habrían percatado de ello, y no los habrían reconocido como judíos, y no obstante, a través de todo el Antiguo Testamento, la gran aspiración judía es la unión del norte de Palestina con el sur (el Reino de Israel, donde se encuentra Galilea, con el Reino de Judá, donde se halla Jerusalén). Es un hecho histórico que los judíos buscaron siempre esa unión nacional (cuya separación sólo fue producto de cuestiones políticas) con el norte, precisamente, porque se sabían parte de una sola nación (una unidad racial) que implicaba a los judíos del norte llamados israelitas, y a los judíos del sur. Si los israelitas –tribu a la que pertenecía Jesús- hubieran sido arios (única cuestión que podría explicar que Jesús fuera ario) los judíos no habrían buscado tal unidad nacional, y por el contrario, habrían sido tan enemigos de los israelitas como lo fueron de los romanos.

Pretender atribuirle a Jesús "arianidad racial", es no entender el concepto real de ser ario, mismo que se refiere exclusivamente a lo indoeuropeo. No se puede ser "biológicamente ario" y culturalmente semita porque, para empezar, lo ario denota primariamente una cultura indoeuropea y no sólo una tipología racial. El hecho de que muchos semitas, especialmente entre fenicios y la nobleza de los hebreos, pudieran ser antropológicamente de raza caucásica de mucha pureza, no los convierte de ninguna manera en arios. Un griego ario que luego es judaizado, traiciona con ello sus raíces arias y abandona su arianidad.

Por último, el antisemitismo cristiano mostrado por varios papas no demuestra en ningún caso que Jesús no fuese judío, tal cosa se trata de una actitud y reflejo de defensa de las sociedades europeas contra las actividades perniciosas de los judíos que habitaban dentro de dichas sociedades.

Referencias

  1. Houston Stewart Chamberlain: Fundamentos del siglo XIX. p. 286. Payot. (Ed. Suiza).
  2. Ibid. Id. p. 287
  3. Willhausen: Israelitische und Judische Geschichte. o. 74.
  4. Ferenc Zajhty: "Hungarian Millennia" o. 83-85.
  5. Ibis. Id. Op. Cit. p. 88.
  6. Houston Stewart Chamberlain. Los Fundamentos del Siglo XIX. o. 285
  7. Albert Reville: Jesús de Nazareth I, 416
  8. Houston S. Chamberlain. Op. Cit. o. 289.
  9. Libro de los Reyes, II, XVII, 24.
  10. Graetz: Ibis. Volkstumliche Geschichte des Juden, I, 97.
  11. Evangelio de San Juan, VII, 52.
  12. Graetz: Ibis, Id. I, 575
  13. Ernest Renan: Langues Sémitiques, o. 230.
  14. Max Mullera Science of Langaqe. o. 169.
  15. Louis Marschalsko: "World Conquerors" p. 19.
  16. L' Eurpe Réélle. Agosto 1968. no 103. Bruselas.
  17. Patry: La Réligion dans L' Allemagne d' aujour' húi. p. 165.
  18. La separación entre judíos y galileos era tan acusada que según cita de F. Miguel Willan en "La vida de Jesús en el país y pueblo de Israel" pág. 146, existía un refrán que decía "Los galileos estiman más el honor que el dinero; los judíos más el dinero que el honor". Este solo hecho marca ya una diferenciación profunda entre los dos pueblos.
  19. San Juan, VII, 52.
  20. Savitri Devi: Paul de Tarro, p. l.
  21. Richard Wagner. "Religión y Arte". Pg 18
  22. Jherinq: "Vorgeschichte des Indoeuropaer" p. 300.
  23. El publicista norteamericano Howard B. Rand, hace notar, en su panfleto editado por la Christian National Crusade de los Ángeles, California, que Jesucristo no fue un judío, en el sentido en que los judíos son definidos hoy. Insiste en que, según la Biblia, la palabra "judío" aparece, por primera vez, en el libro II de los Reyes (16.6) donde de llama Yehudim (judíos, hijos de Judá) a los miembros de una tribu del Sur de Palestina, y que los descendientes de esa tribu son los actuales judíos. Los descendientes de las otras tribus las llamadas tribus pérdidas, es decir David, Benjamín; Dan, Zabulón, etc- no tienen nada que ver con los actúales judíos -de la tribu de Judá únicamente-se mezclaron en Rusia (el actual Kazakhstan) con los khazares, una tribu turco-mongola que adoptó la religión judía. Estos son los actúales judíos, quienes ni por su raza Khazar (turco-mongola) ni por su rama palestina (de la tribu de Judá) tienen el menor parentesco con las mencionadas, incluida la de David de la cual se dice descendiente el padre de Jesús.
  24. Libro de Josué: XV, 25.
  25. Evidentemente, utilizamos esta expresión a sabiendas de su inexactitud y como concesión a la inercia mental imperante, que altera el significado de las palabras; antisemitismo, que etimológicamente significa "contrario a los semitas" es decir, a los pueblos de estirpe de Sem, incluyendo a los árabes, se ha convertido, con el babelismo conceptual que padecemos, en "oposición a los judíos" (N. del A.)
  26. Editado por Christian National Crusade. St. Louis, Missouri.
  27. Gregorio IX: "Sufficere debuerat perfidiae Judaeorum".
  28. Inocencio IV: "Impía Judaeorum perfidia".
  29. Honorio III: "Ad nostram noveritis audentiem".
  30. Inocencio IV: "Impía Judaeorum perfidia".
  31. Además del mencionado Honorio III, Martín V: "Saedes Apostólica".
  32. Juan. XXII: "Ex parte vestra"
  33. Eugenio IV: "Dudum ad nostram audientiam". Calixto III: "Si ad repreminfos".
  34. Paulo IV: "Cum nimis absurdum".
  35. Gregorio XIII: "Antigua judaeorfum improbitas" y "Sancta Ma¬ter Ecclesiae".
  36. Clemente VIII: "Cum saepe accidere".
  37. Pío V: "Hebraeorum gens".
  38. Clemente VII: "Caeca et obdurata". XL) Ibid. Id.
  39. [1]
  40. [2]

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